martes, 22 de diciembre de 2020

QUE NO MUERA LA ESPERANZA.


Que no muera la esperanza en ti, porque es el motor que mueve la historia, el impulso y la fuerza divina que está inmerso en todos los seres humanos, no importa su condición religiosa y cultural. No importa la época de la historia que le haya tocado estar a cualquier persona. Eso está inscrito en nuestro ADN, porque así nos creó el Señor. Al ser hechos a su imagen y semejanza, sabiendo que nuestro Dios es el de la esperanza plena, además de ser el amor absoluto, con poder y sabiduría eterna, llevamos en nuestro ser el deseo de la eternidad, de la plenitud total, del encuentro eterno con Dios. Ese deseo lo llevamos en el alma y nadie nos lo podrá borrar. Otra cosa es que confundamos el fin del deseo, y nos enredemos con los ídolos del mundo, que son de barro con apariencia de eternos, y creamos que nuestro deseo de trascendencia se encontró con su ideal, y caigamos en derrotas terribles a nivel humano, comunitario y hasta universal. Porque el final es siempre el mismo, frustración y gran tristeza, por el vació que deja la adoración de ídolos falsos.

La esperanza hace que la humanidad después de desgracias terribles como la devastación de dos guerras mundiales con más de 40 millones de muertos, la guerra civil española con un millón de fallecidos, y miles de guerras civiles e internacionales que se han dado en el mundo y que todavía hoy se padecen, crea en un mundo mejor y se levante. Tremenda desolación con ciudades enteras arrasadas, economías arruinadas, millones de muertos, y países derrotados y también los vencedores golpeados por la guerra, y aun así la humanidad decide, porque le nace de dentro, y es lo divino que está impreso en cada alma, levantarse, reconstruirse, empezar de nuevo. Y se logra la recuperación. Y así ha pasado siempre.

Después de aniquiladoras pestes que han azotado al mundo, los pueblos se levantan, las naciones “sacuden el polvo de sus miserias”, y logrando vencer las pandemias, se sigue adelante. Devastadores terremotos y tsunamis destructivos no han doblegado a la humanidad. Y a nivel personal igual. Personas que han sufrido enfermedades terribles, adicciones espantosas, desgracias familiares y económicas grandes, han creído que había un futuro mejor, y han luchado, han perseverado en su combate y han vencido. Es la esperanza, que es virtud teologal, que nos hace creer gracias a la virtud de la fe que hay salvación, hay eternidad, hay cielo, hay Dios que nos espera, y nos hace luchar día y noche por el reino de Dios. La esperanza es el mismo Dios en nosotros que nos impulsa a seguir adelante pase lo que pase.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f. 

domingo, 6 de diciembre de 2020

¿POR QUÉ SEÑOR?


¿Por qué Señor te rechazamos tanto? ¿Por qué no queremos saber de ti cuando tú todo lo hiciste por nosotros? Andamos consumiéndonos tristemente en el vaivén de la vida, dando tumbos entre ruidos y ruidos, conflictos, fiestas, preocupaciones, angustias, gritos, insultos, intrigas, búsqueda de dinero, de fama. Nos encanta estar “salidos” de nosotros mismos, como cachorritos corriendo y buscando comerse una lagartija, o perseguir a una mariposa, o buscar un hueso enterrado. Sí, salidos de nuestro centro interior, avocados a la superficie, a lo que exterior, sólo pendiente de lo que ocurre fuera de nosotros y por eso somos tan superficiales, y cómo se nota eso en nuestras conversaciones y actuaciones.

Al salir de nuestro ser profundo con tanta facilidad, como escapando del único lugar seguro, y echándonos a la guarida de los leones del mundo, con tanto entretenimiento, enfrentamientos, contiendas, escándalos, lucha por el poder, sin volver a entrar en ese castillo interior donde reside Dios y encontramos la paz, nos vamos desmoronando poco a poco.

Señor, auxílianos, que perecemos. Que nos vamos convirtiendo en presa fácil de poderes muy grandes que nos manipulan y nos hacen pensar a su manera. Vamos repitiendo eslóganes absurdos: “primero yo, primero mi clan, mi grupo selectivo. Lo importante es el dinero, las apariencias. Tener muchas cosas. Acaparar, poseer como fuera”. Nos dicen cualquier cosa por los medios y nos la creemos. Nos afiliamos a un bando ideológico o a otro, y nos convertimos en fanáticos. Odiamos todo lo contrario. No pensamos con sentido crítico, sino que repetimos lo que nos dicen.

Señor, ayúdanos a tener un tiempo y un espacio para nosotros mismos. A detenernos en el camino, hacer un alto y respirar hondo, quedarnos quietos, abandonar el ruido y las prisas. A estar a solas con nosotros mismos. Porque si no, vamos enloqueciendo, oscureciendo nuestra mente, ahogados en nuestra desesperación. Necesitamos el silencio para volver a ser nosotros mismos, a pensar, meditar, analizar, volver a ver de otra manera la realidad. Necesitamos el silencio para orar, para acercarnos a ti, para estar contigo. Necesitamos el silencio para vivir de verdad.

Señor, nos arrodillamos ante ti y te pedimos perdón por haber abandonado nuestro centro interior, y habernos despersonalizado de manera tan cruel. Nos hemos convertido en tontos útiles de los poderes del mundo. Somos como marionetas que pensamos, vestimos, comemos, nos divertimos, como otros quieren que lo hagamos. Perdimos el criterio propio, y te perdimos a ti. Andamos como barco a la deriva, sin rumbo fijo, movidos por los vientos de los intereses de otros. Señor auxílianos que perecemos. Amén.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 10 de noviembre de 2020

REPRIMIR EL HABLA.


Una de las cosas que distingue al ser humano de los otros mamíferos, del resto de animales y de toda la creación es la del lenguaje. Ciertamente hay en todos los seres vivos formas de comunicación y ciertos códigos de sonidos que tienen, por ejemplo, los lobos, los delfines, los pájaros y cualquiera otra especie, inclusive gestos que anuncian un estado de ánimo en las criaturas. Pero un lenguaje como tal, articulado y expresando infinidad de situaciones, hechos, cosas y pensamiento abstracto, solo lo tiene el ser humano. Y eso le permite comunicarse de manera plena con otras personas. Reprimir esto o hasta eliminarlo ocasiona un trauma, una dificultad enorme para el desarrollo de la persona. Otra cosa son los que deciden entrar en algún monasterio de clausura y voluntariamente hacen voto de silencio para el resto de sus vidas. De todos modos siguen leyendo, escribiendo y hablando con Dios que es lo más importante.

Pues hay un hecho en el Evangelio donde Jesús expulsa a un demonio de una persona que era muda y ella inmediatamente se pone a hablar. Me imagino los años de sufrimiento, de amargura y de frustración por no poder comunicarse. Ese silencio obligado y torturante que lo mantenía aislado de la gente. Esa angustia por querer expresarse y no poder hacerlo. El exorcismo lo convierte en persona libre y capaz de dialogar. Porque una de las bellezas propias del lenguaje es poder comunicarnos de manera profunda con otras personas; escuchar, expresar ideas y sentimientos, emociones y conceptos, y entablar una comunión con otras personas. Sentirse escuchado, aceptado, comprendido y al mismo tiempo hacer lo mismo con otra persona. Esto te eleva, te sitúa en un nivel más humano, más noble, más digno. Te enriquece humanamente. Y si es con Dios, pues ahí está lo máximo del gozo espiritual. Tener con Dios una comunicación y comunión profunda te hace vivir una existencia más plena.

Pues un gran drama de la humanidad consiste en eso, en no expresar sentimientos, emociones, pensamientos a otros. No tener a nadie que te escuche. O no querer uno comunicarse con nadie. Y lo que es peor, expresar solo insultos, ofensas, groserías, ideas negativas, mentiras, calumnias. O escuchar eso de otras personas. Usar el lenguaje para destruir. Pues Jesús vino a liberarnos de todo eso. A purificarnos, reconstruirnos, hacernos buenos y santos. A echar de nosotros esa maldad contenida y acumulada que nos hace groseros y ofensivos. O que nos encierra en nosotros mismos y reprime todo lo bueno que podemos hacer y decir. Debemos pedirle al Señor eso, que rompa las cadenas que nos impiden una sana y buena comunicación. Eso es fundamental.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 7 de octubre de 2020

HAY QUE RESISTIR.


Sí, en la vida hay que resistir inconvenientes que aparecen, cambio de planes, fracasos, obstáculos de toda clase. Las cosas no salen muchas veces como uno quiere. Uno no es la medida de todas las cosas ni el centro del universo. Hay muchos factores que influyen en la marcha de las cosas, y uno no puede controlar todo, y muchas veces casi nada. Uno puede responder de sus acciones, de poner todo lo posible para que resulten las cosas, pero hay otras causas que influyen en los resultados. Cuántas veces los campesinos han tenido una siembra muy buena, y casi al final, cuando ya está la cosecha a punto, una tormenta, lluvias intensas echan a perder el trabajo de meses. Y así todo en la vida. Y por eso hay que aprender a resistir, aguantar, seguir adelante, decirse a sí mismo: “vamos a intentarlo de nuevo. Otra vez será mejor”. Llenarse de paciencia, no perder la esperanza y continuar. 

Detrás de un triunfo hay muchos fracasos, empezar de nuevo, corregir la marcha, ensayar otras estrategias. Un verdadero campeón no es persona super dotada, sino alguien con metas claras, persistencia, aguante, capaz de soportar muchas cosas, que tiene mucha esperanza, ilusión a flor de piel, ganas de vencer, con mucha fe en Dios y en sí mismo. Es persona con una visión clara de lo que quiere, y un intenso deseo que se cumplan sus metas. Y con un sentido realista de la vida: las cosas no saldrán como uno quiere, como estaban previstas, sino de otra manera, pero siempre algo bueno saldrá. Y la victoria está en haber emprendido el camino, en haber luchado hasta el final, aunque los resultados no fueran los esperados. Ese campeón se cae y se levanta, y así sucesivas veces. Está siempre en batalla. Siempre haciendo algo positivo.

El verdadero campeón no está comparándose a otros, viendo en aquellos sus éxitos, y en él sus fallos y caídas. Sino que sabe que detrás de cada triunfo auténtico hay lágrimas, dolor y mucho sacrificio. Es consciente de que es persona limitada en muchas cosas, pero con grandes valores, cualidades muy buenas, con carismas y dones que da el Señor para realizar en la vida proyectos que ayuden a que la humanidad mejore, en el radio de acción en que pueda actuar. El campeón auténtico sabe que no lo sabe todo, y por eso consulta, pide consejos, aprende de otros. Por tanto es humilde y busca la sabiduría. Y ésta viene de Dios, por lo que es persona creyente y de oración, y pide al Señor la fortaleza y la iluminación.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

HAY QUE IR SOLTANDO


Una de las cosas que nos enseñan las crisis económicas, de salud, de relaciones humanas, y de nuestra comunicación con Dios, es que hay que ir soltando lo que se convierte en peso muerto, en lastre, y que nos impide andar con paso rápido en nuestro camino hacia la realización personal. Los apegos siempre ocasionan problemas, ya que nos quitan libertad. Y una de las cosas más preciadas que tenemos y debemos defender es nuestra libertad para decidir, para encaminar un sendero, para entregarnos a una causa, para vivir más plenamente y así ser más útiles a los demás. Hay amistades tóxicas, pasatiempos dañinos, hábitos nocivos, ideologías que nos impiden ver mejor la realidad, prejuicios que llevamos desde niños, tantas cosas que nos amarran y no nos dejan ser libres. Jesús fue totalmente libre para poder cumplir la misión encomendada por Dios Padre. Jamás se apegó a nada ni a nadie. Inclusive sacrificó su propia vida por la causa del Reino.

Y así vemos en la historia de la humanidad, los grandes líderes, los santos, los mártires por diferentes causas, los promotores de un mundo mejor en la ciencia, economía, política, no importa su fe o cultura, siempre han sido gente desprendida, capaces de sacrificar comodidades, cargos, fama, familia, seguridades, por la razón que los mueve. Se puede medir su fidelidad a la causa por todo lo que dejan por defender lo que creen es bueno y necesario para la humanidad. Pongamos un simple ejemplo: Simón Bolívar, quien creyó que la independencia de la monarquía era el mejor camino para América, sacrificó sus posesiones como terrateniente, proveniente de familia rica de hacendados, por seguir hasta el final la lucha de la emancipación. Otro ejemplo, Gandhi, quien vivió con nobleza el desapego a todo, hasta el convivir con su esposa, el no seguir el gusto del paladar para ingerir alimentos, la ropa europea que usaba como abogado, las comodidades que tendría como líder de un movimiento, todo por seguir hasta el final en la lucha por la liberación de su pueblo del imperio inglés.

Si queremos en la vida ser auténticos y más plenos, debemos dejar atrás todo aquello que nos impida estar más cerca de Dios y construir su reino aquí en la tierra. Revisar lo que nos amarra a realidades que aunque sean buenas no son por diversas circunstancias convenientes. Y por supuesto, dejar las malas a un lado. El desapego siempre es bueno. Porque nacimos para ser libres para poder amar y para servir, y así ser felices. Dios nos dé iluminación y fuerza para eso.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

SI, SEAMOS COMPASIVOS...



Compasión es todo un sentimiento y razón, una actitud y acto que envuelve a la persona a identificarse y sufrir lo que el otro padece. Compasión entonces significa “padecer con”, vivir el drama del otro, ponerse en sus zapatos. Es tener la sensación cierta de que el dolor del otro me ha impactado y lo he asumido como propio. Es tener esa sensibilidad a flor de piel, afectándome el drama del prójimo, o sea el más próximo, de manera que me hace preguntar: ¿y qué puedo yo hacer para aliviar su dolor? Es saber que no estamos solos en el mundo, y que la otra persona, es mi otro yo, y así toda la humanidad es mi yo extendido. Claro, cada uno es persona, original y única. Pero estamos conectados con todo lo que existe, y con cada ser humano que haya. Todos estamos en el mismo barco y vamos hacia el mismo puerto que es la vida eterna. Y todo lo que le pase al otro, de una manera u otra, repercute en mí.


El individualismo, hijo del egoísmo, es en cambio la idea de que estoy solo en el mundo, y lo único que importa soy yo. Y que no tengo que ver con nadie. Que todo gira en torno de mí, y soy lo único importante que existe. Es una fijación obsesiva en mis cosas, en todo lo que tenga que ver conmigo, no haciendo nada al menos que tenga beneficios para mí. Implica el individualismo un vivir aislado, solo, como una isla en medio del océano. Rodeado de gente, pero a la que no me importa nada, sólo sacarle todo el provecho posible. El individualismo te hace orbitar como un satélite alrededor de la tierra, considerándose alguien lejano a la realidad humana. El lema propio del individualista es el “no me importa nada lo de nadie, sólo lo mío”. Al final, este tipo de persona se convierte en un amargado triste y frustrado porque nunca amó.


Debemos tener mucho cuidado en no dejar que nuestro “corazón de carne” se convierta en un “de piedra”. Lo que quieren las tinieblas es secarnos por dentro y convertir nuestro corazón en un desierto. Que no vibremos por nada, que nos mantengamos como un metal frío e indiferente a la realidad. Y así conspirar en contra de la humanidad en nuestro radio de acción, impidiendo que las redes de solidaridad, fraternidad y amor se extiendan y logremos ir creando un mundo nuevo. Todo individualista egoísta atenta contra el Bien Común. Y cuando el individualismo se convierte en una doctrina y en una cultura, en una forma de ser en la sociedad, vienen las grandes marginaciones e injusticias.


Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 25 de agosto de 2020

INCLUIR EN VEZ DE EXCLUIR


La historia de la humanidad es un reguero de sangre porque siempre hemos visto a los “otros” como enemigos, como una amenaza. Y por eso tantas guerras y tensiones continuas, no solamente entre tribus, naciones,   sino  entre  empresas,  partidos  políticos,  inclusive religiones,  provocando una interminable pérdida de recursos, tiempo y vidas para ganar contiendas.Y siempre hay motivos para sospechar del otro, sean  con  fundamento  o  infundados.  Y  la sospecha trae el miedo y  el buscar protegerse del supuesto agresor.  Y como dicen que la mejor defensa es atacar,  los pueblos se arman,  viene entonces la carrera armamentista, inclusive la nuclear, de un gasto tan innecesario como absurdo, sacrificando presupuestos destinados al bienestar de la gente,  para defenderse de un enemigo.  Y en toda guerra quien pierde es la humanidad. Viene un retroceso en todo. Muchas veces con hambruna después de finalizada la contienda. Miren las dos guerras mundiales y los millones de personas muertas, más civiles que militares, por cierto. El golpe terrible en las economías;  los atrasos en la agricultura,  fábricas,  educación y tantas otras áreas.    Y el luto en muchos hogares. 

Pero han surgido en todas las épocas de la historia personas que han dicho que la violencia nunca es buena, que hay que incluir en vez de excluir. Pacificar en vez de luchar. Reconciliarse en vez de agredirse. Y el que más lo ha hecho, el siempre pacífico y misericordioso Jesús, el Verbo encarnado, el Dios con nosotros, nos lo dijo de tantas maneras, y más aún con su propia vida. Aguantó toda clase de insultos y ofensas, calumnias y marginación, golpes, salivazos, y hasta la propia muerte por asesinato.  Siempre respondió con amor y perdonando. Si te piden una milla camina dos. Si te toman el manto, da la túnica. Si te golpean una mejilla, pon la otra. Reconcíliate antes de que vayan al juez. Vete a pedir perdón antes de poner tu ofrenda en el altar. Perdona setenta veces siete. Sean misericordiosos como su Padre lo es.  En el Padre Nuestro, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Porque si no perdonan, no serán perdonados. 

No juzgues para no ser juzgado. Antes de mirar la motita en el ojo de tu hermano, mira la viga que hay en el tuyo. Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios.San Francisco de Asís, Gandhi, Luther King, Teresa de Calcuta y miles más han promovido una cultura de la paz y han sido muy coherentes con sus principios. Debemos sumarnos todos nosotros. Vivir nosotros en paz y extenderla por todas partes. Transmitir paz con nuestras vidas. Con Dios es posible, porque con El somos invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

EL MILAGRO DE LOS PANES Y PECES.



Que una persona se olvide de comer, o no se preocupe por llevar nada de alimento para una larga jornada de camino, o es porque lo que sigue o persigue es extraordinariamente grande y seductor, o lo contrario, huye de alto terrible. Pero no escapaban de nada. Más bien había algo que los atraía intensamente. En aquellos tiempos no era cuestión de parar la marcha en cualquier lugar y comprar qué comer, cuando sobre todo había una multitud en igual condición. Ningún pueblo podría dar de comer a más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. ¿Qué pasaba con esa gente que se unía y seguían una marcha larga y sin preocuparse por otra cosa que estar pendiente de algo grande? Es que había una persona que hablaba con autoridad, con voz clara y potente, y que lo que decía tenía sabor a vida eterna, a gloria, a cielo, a plenitud. Lo que decía llegaba al corazón, les llenaba el alma. Y además hacía cosas como curar enfermos, limpiar leprosos, devolver la vista a los ciegos, resucitar muertos. Era alguien muy importante, especial, único.


Y ese alguien llamado Jesús sentía compasión por esa gente. Por el vacío de Dios que experimentaban, sus miedos y angustias, sus pecados y tragedias y porque tenían hambre. Y él trataba de llenar el corazón de ellos de la presencia de Dios, de sabiduría, de esperanza, de paz y perdón. Pero también quería que no sufrieran de hambre física. Dios no quiere que nadie sufra de hambre y en el mundo son millones los que pasan hambre y muchos niños mueren por desnutrición. El Señor siente una infinita compasión por la humanidad. Y Jesús cuestiona a los discípulos sobre la situación de esta gente. ¿Qué se puede hacer? No hay respuesta de parte de ellos, solo la de despacharlos. ¿Y con qué contaban ellos? Unos pocos peces y panes. Jesús sintió en su alma que le salía un poder infinito que no quería en ese momento controlar ni apagar. Generalmente lo hacía. No quería demostrar quién era y que la gente lo siguiera por sus milagros, y no por su palabra. Nunca exhibió su poder.


Y vino el milagro. Los mandó sentarse en grupos de cincuenta y empezó a repartir los panes y peces. Serían los mejores panes que habrían comido en toda su vida, igual que los peces. Directamente de manos de Dios. Quedaron saciados y sobraron doce canastos de comida. Nada se perdió; se guardó. Esa es la voluntad de Dios. Que haya comida para todos y que se ahorre, se guarde. Que nada se pierda. Que seamos solidarios. Que nadie pase hambre en el mundo. ¡Qué mal andamos!


Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

jueves, 30 de julio de 2020

¡QUÉ TRISTEZA ESTAR SORDO!


Sí, es duro para una persona que está sorda poder comunicarse. Se puede ir aislando y si es ya anciana sufrir mucho por no poder escuchar. Aunque ya hay sistemas auditivos que ayudan a esas personas a oír un poco o mucho. Todo depende de su grado de sordera. Aun así, hay otros medios de comunicación que la persona puede desarrollar más, como aprender a leer los labios, o el lenguaje de señas. La cuestión es no dejarse marginar y quedar a un lado en todo. La comunicación en un ser humano es fundamental.

Pero hay una sordera peor que la física. Es no querer escuchar, no interesarse por nada de los demás, no importarle la vida de nadie, no vibrar ante el sufrimiento del otro. No oír el clamor del pueblo que sufre. No escuchar el llanto de aquellos que necesitan de nosotros. Hacernos los sordos, mirar para otro lado, y dejar que los demás se pudran en sus problemas, porque no son los nuestros. Y todavía hay otra sordera peor, la de no escuchar a Dios, no permitirle que hable, que se nos manifieste. No querer saber cuál es su voluntad. No interesarse en nada de lo divino. Y ambas sorderas van juntas, porque Dios también se manifiesta a través de los demás. El pobre Lázaro estaba con los perros comiendo de las migajas que
caían de la mesa del rico Epulón. Y a éste no le importó. Y allí estaba Dios en ese pordiosero. Jesús dice que llamará al cielo al que dé de comer a un hambriento, beber a un sediento, ayudar a un necesitado, porque en esos estaba él.

Por lo tanto hay muchos sordos que hacen daño a la humanidad, sobre todo si tienen influencia en las decisiones colectivas. Esa sordera nos impide amar a la gente como debe ser, realizarnos como personas que sirven a otros. Eso nos empobrece y a la larga nos envilece. Nos hace caer en el pecado de omisión que tiene repercusiones tremendas en la historia. Jesús liberó a una persona que tenía un espíritu maligno que lo dejó mudo. Satanás no quiere que nos comuniquemos, que escuchemos, que nos expresemos, que tengamos ningún trato de amor con los demás. El diablo quiere aislarnos, hacernos individualistas y egoístas. Jesús echó fuera al demonio de esta persona y dice la Palabra que empezó a hablar, a comunicarse. El endemoniado quedó libre y pudo amar a los demás gracias a la comunicación profunda. No era cuestión de que simplemente hablara, sino que se comunicara con los otros. Y así fue, gracias al poder de Dios. No seamos sordos.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

viernes, 10 de julio de 2020

EL DESPRECIO DEL SER HUMANO




Una de las cosas tan antiguas en la historia de la humanidad ha sido la de despreciar a las personas por diferentes motivos: deficiencia física, raza, creencias, posesiones, nacionalidad, conducta moral. El desprecio consiste en el repudiar a una persona o grupo por condiciones consideradas negativas y puede llevar a rechazar, no tratar, expulsar, marginar, encarcelar, golpear o matar. El que desprecia se pone por encima del otro, se considera superior o mejor, y es capaz de humillar, insultar, ofender. Jesús, nada más nacer, fue despreciado y odiado por ser el mesías nacido en Belén. En su vida pública fue despreciado porque no pertenecía a la casta rabínica, farisea, o saducea y además por ser judío, en este caso por los romanos. Fue despreciado al ser acusado falsamente de subversivo, loco, endemoniado y mentiroso. También porque comía en casa de pecadores y se dejaba rodear por ellos. Fue despreciado por morir colgado en una cruz, señal de que Dios lo había abandonado y castigado.

Jesús sabe de toda clase de desprecios y él se identifica con todos los despreciados, marginados, torturados y asesinados. Por eso está muy cercano a los pobres y miserables, a los presos, a los enfermos en los hospitales, a los calumniados y rechazados. Y él quiere consolarlos, pero para eso Jesús debe ser conocido y amado. Sin evangelización la gente no conocerá a Jesús. Jesús sufrió en carne propia toda clase de desprecios identificándose con todos los maltratados de la historia. Todo lo que vivió en su pasión: juicio injusto, torturas, comparación con Barrabás, gritos e insultos del populacho, condenación al castigo de la cruz y el sufrimiento físico y moral estando ya colgado en el madero, nos habla de un Jesús despreciado, varón de dolores, martirizado. Fue víctima de un terrible odio, discriminación, prejuicios, y por eso lo asesinaron en la cruz.

Como cristianos debemos luchar contra toda forma de desprecio racial, económico, político y religioso. Todavía hay mucho racismo y clasismo, y también fanatismo religioso y político. La gente pobre y miserable es despreciada por todos los poderes de este mundo. Y como no pueden defenderse, experimentan toda clase de injusticias. En verdad la creación entera gime con dolores de parto y espera la manifestación de los hijos de Dios. Vivimos en un mundo donde los despreciados son una multitud. En el seno de tantos hogares se vive el desprecio de los cónyuges entre sí, de padres a hijos y viceversa, por ejemplo. No podemos despreciar a nadie, nunca. Más bien apreciar las cualidades de cada uno, no importa su situación. Toda persona está hecha a imagen y semejanza de Dios y merece respeto. El que desprecia se hace daño a sí mismo.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f. 

martes, 30 de junio de 2020

JESÚS, ENÉRGICO Y COMPASIVO.


Jesús sigue la línea del profetismo judío, denunciando lo que atenta contra Dios, la verdad, la justicia, el amor. Llama raza de víboras a los fariseos, sepulcros blanqueados, tumbas que por fuera están limpias, pero por dentro contienen podredumbre, enfrentándose a la casta religiosa con energía. Condena la forma en que se maneja el templo, que habían convertido en un mercado público de venta animales para los sacrificios, poniendo en entredicho a los sacerdotes judíos. Dice que más le valdría que ataran una piedra de molino al que escandalice a un niño o niña. Llama Satanás a Pedro cuando lo quiere apartar del camino de la inmolación por nosotros. Le da el apelativo de zorra a Herodes cuando éste lo estaba persiguiendo para meterlo preso. Nos advierte que nos mandará al infierno si no damos de comer al hambriento, de beber al sediento, de darle ropa al que está desnudo. Jesús es enérgico con todo lo que es la maldad, ya sea idolatría, codicia, egoísmo, injusticia y demás.

Pero esta actitud profética de Jesús no está destinada a hacernos daño, a destruirnos, a condenarnos, sino a que cambiemos. Él no quiere que nadie se condene. Jamás. El vino a salvarnos. Vino a buscar la oveja perdida, a recuperar al hijo pródigo, a dar la vista a los ciegos espirituales, a sacar de las mazmorras del pecado a los pecadores, a buscar nuestro arrepentimiento. No vino a condenar sino a dar vida y vida en abundancia a nosotros. A que supiéramos que hay un Padre Dios misericordioso y que perdona setenta veces siete, o sea siempre, si nos arrepentimos. Vino a dar la vida en la cruz por nosotros, a morir de la manera más terrible, derramando su sangre para pagar el precio del rescate. Y por eso bajó al mundo de los muertos por tres días, para sacarlos de allí al resucitar.

Jesús es compasivo, eternamente misericordioso, revelando lo que es el Padre Dios, y ese es el mensaje central del Evangelio. Su amor llegó al extremo de inmolarse por nosotros. Es más, resucitado y reinando eternamente junto a su Padre, sigue colgado en todas las cruces de sufrimiento de la humanidad, identificándose con todos los que padecen por cualquier motivo. Él es el Amor encarnado, el Dios hecho hombre para estar con nosotros siempre, el Dios con nosotros, el Enmanuel. Por eso debemos confiar totalmente en Él. No tenerle miedo, sino respeto, sabiendo que es justo y no admite ningún pecado, pero que es todo amor, misericordia, perdón. Ese es Cristo el Señor.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

jueves, 25 de junio de 2020

EL PELIGRO DE LA OCIOSIDAD.


No sea ocioso. Alguien dijo que la ociosidad es el taller del diablo y que muchas de nuestras mayores tonterías se nos han ocurrido en los momentos en que no hacíamos nada. El hastío y aburrimiento son el caldo de cultivo perfecto para que se nos aniden en el cerebro las ideas más tontas y descabelladas. Dios nos hizo entre otras cosas para trabajar, para con nuestras manos ir cambiando y transformando la creación en un lugar más apto para vivir y así glorificar el nombre de Dios, porque cooperamos con él en su continua creación de todo. Cuando uno trabaja se desarrollan nuestras capacidades y nos sentimos mejor. Cuando uno trabaja el ingenio y la creatividad salen a relucir y uno puede aportar más con lo que hace a que el mundo sea mejor. Sea un zapatero o un taxista, un ingeniero o un médico, una maestra o un obrero, cada uno aporta lo suyo, y el mundo mejora.

Qué peligroso es fomentar en nuestras sociedades la vagancia y la haraganería, terreno abonado para la delincuencia. Cuando un país no se preocupa en educar y dar trabajo a las masas juveniles, éstas se transforman en peso muerto, en un lastre que hay que arrastrar. Y por eso en parte la delincuencia y el aumento de los crímenes. Aumentan los presos y el daño social es más grande, crece la inseguridad y las ciudades se hacen inhabitables. Por eso en toda visión y planificación social, política y económica la educación es fundamental. La preparación en todos los ámbitos de las personas, al igual que las posibilidades de conseguir empleo deben ser prioridad siempre.

Jesús desde niño aprendió a cooperar en todo lo de la casa en ese ambiente rural campesino. Desde limpiar el gallinero, dar de comer al par de ovejitas y al cordero, ir a comprar la leche al vecino que tenía sus cabras, y cuando creció un poco más San José le enseñó el oficio de carpintería. Y allí el joven Jesús se lucía haciendo las mejores sillas y mesas, puertas y ventanas del pueblo. Pero como no siempre había clientes, con José tenía que ir a la plaza y esperar que algún hacendado los contratara para ir a trabajar a su finca. Y mientras en casa mamá María hacía todos los oficios propios de una mujer y madre de la manera más hermosa y detallada. Y todo eso en un ambiente pobre pero muy digno.

El trabajo dignifica a la persona, la hace crecer integralmente, y contribuye a que el mundo sea mejor. El trabajo es sagrado y todo el mundo tiene derecho a tenerlo. Qué mal tan grande hace la ociosidad.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

domingo, 17 de mayo de 2020

OH SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS!


Oh Sagrado Corazón de Jesús, te duele todo lo que pasa en el mundo. Sigues manando sangre por tus heridas en el costado, manos y pies, porque siguen agredidos tus bosques y ríos, selvas y praderas, por la tala de árboles descontrolada y la contaminación de las aguas por las minas de cielo abierto, los grandes incendios forestales provocados en parte por el calentamiento del globo terráqueo. Estamos destruyendo el planeta por nuestras ambiciones desmedidas. Manas sangre por tus heridas porque los seres humanos nos seguimos matando en guerras interminables cada vez más sofisticadas. El comercio de armas es más grande económicamente que el de alimentos, y esa industria se enriquece con la compra de armamentos de países ricos y pobres, estos sacrificando presupuestos destinados a sus pueblos por tener mejores aviones bombarderos y cañones de guerra.

Oh Corazón de Jesús, te duele cómo los poderes establecidos oprimen a masas hambrientas excluyéndolos de participar en los bienes que tu Padre dio para beneficio de todos. Tu dolor se aumenta cuando los cristianos volteamos la mirada para no ver la injusticia tan grande y sólo pensamos en nuestros personales beneficios. No nos damos cuenta de que tus llagas siguen abiertas en el padecimiento de niños desnutridos y sin escuela, en jóvenes desempleados y sin futuro, en adultos viviendo en la miseria.

Oh Corazón de Jesús, sigues colgado en la cruz de madres abandonadas por hombres sin escrúpulos, mujeres que lloran viendo a sus hijos con hambre y desprotegidos. Tu dolor aumenta cuando ves cómo crece la migración de gente pobre a millares cruzando los mares, desiertos, ríos, burlando fronteras para llegar a países ricos. Cuántos mueren ahogados en el camino, o presa de traficantes bandidos, o detenidos y devueltos a sus países de origen. Cuántos desaparecen y sus familias jamás los vuelven a ver. Cuánta tristeza en miles de familias al romperse esos lazos tan profundos de esposos, padres y hermanos al irse y no volver.

Oh Corazón de Jesús, veo como tu cuerpo ensangrentado sigue colgado en tantas cruces en el mundo. Gente que perdió el sentido de la vida, que se hundió en las drogas o el licor, que no cree en nadie, que odian y desprecian, todos son parte de tu cuerpo místico. Por eso en ti hay dolor, inmenso, infinito, y se oye tu clamor perderse en un grito que se escucha en todo el universo, fruto de tu pasión tan larga como la historia de pecado de toda la humanidad.

Oh Corazón de Jesús, danos la oportunidad de ser alivio de tu dolor infinito, siendo fieles a tu mandato de amarte a ti y amar a los otros como a uno mismo. Amén.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

domingo, 26 de abril de 2020

SEÑOR, AYÚDAME CON MI ANSIEDAD.


Sentir miedo ante posibles y reales amenazas es normal y hasta es bueno. Porque el miedo te pone en alerta y te mueve a evitar los peligros. El miedo a perder el empleo, a perder la salud, que se queme tu casa, que tengas un accidente en la calle. Entonces, ante los miedos es bueno hacer un análisis de las amenazas y prevenir a tiempo. Por poner un par de ejemplos, hacer ejercicio y seguir dietas para evitar una enfermedad, o comprar un extintor y cuidar que no haya alambres pelados que ocasionen un fuego en la casa. Pero la ansiedad es una sensación de miedo ante una amenaza no identificada, algo que te va a hacer un gran daño, sin saber cómo ni cuándo. En la ansiedad entran factores irracionales y emocionales que ocasionan más estrés. Hay como una sombra que te acompaña y ocasionará un desastre. La angustia viene cuando somatizas esa ansiedad y sientes el pecho apretado, o dolor en la garganta, o temblor en las manos. Cuando esto ocurre es mejor buscar en lo posible la ayuda de un psicólogo y cuando se complica más el asunto, un psiquiatra.

Pero hoy haremos oración y aplicaremos los remedios espirituales para calmar nuestra ansiedad y angustia. Creo firmemente que Cristo es el médico del alma, y le gusta sanarnos, más nuestro yo interior que nuestro cuerpo. Y eso es porque si estás sano en tu alma, tu cuerpo recibirá los beneficios de esa salud y estará mejor. Y claro que también sana el cuerpo y maravillosamente, pero no siempre, ya que es normal que se vaya deteriorando con la edad y de algo tengamos que morir. Pero en cambio, no quiere que nunca nuestra alma esté enferma, y menos de gravedad.

Señor, te presentamos nuestros miedos y te suplicamos que nos protejas, y que aprendamos a cuidarnos. Pero queremos sobre todo presentarte nuestra ansiedad y angustia. Esto que nos atormenta continuamente. Señor, arranca de nosotros esa sensación de peligro irracional que nos acompaña y nos perturba. Esto que nos hace daño en el alma y también afecta nuestro cuerpo. Pon tu mano divina sobre nosotros y calma nuestra ansiedad. Que sepamos con certeza que tú nos proteges, que tú nos cuidas. Que no estamos solos. Que tú estás con cada uno de nosotros. Que nos amas como hijos tuyos que somos. Queremos Señor descansar en t y sentir que eres Padre amoroso y misericordioso. Que tienes todo el poder y la gloria. Te pedimos todo eso oh padre en nombre de tu hijo Jesucristo quien dio la vida por nosotros en la cruz, amén.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 8 de abril de 2020

SEÑOR, LÍBRANOS DE LAS PESTES.



Señor, líbranos de las pestes, que tanto daño nos hacen. Cuando aparecen como león rugiente devoran poblaciones enteras de manera despiadada. La peste negra, la viruela, el cólera, la gripe española, el Ebola, el Sars, el VIH, el Corona Virus, que tanto daño han hecho a la humanidad. Toda peste nos demuestra que vulnerables somos ante cualquier enemigo invisible pero real, porque desmantela nuestras seguridades como el soplo del viento se lleva las hojas de un árbol, o la ola del mar desdibuja el castillo de arena hecho por un niño en la playa. En un santiamén desaparecen nuestras fortalezas y comenzamos a movernos en tierra de nadie. Y empezamos a recordar que somos mortales, que nadie hay seguro, que todo esto es un paso, que hay un Dios. Y volvemos a mirar hacia arriba, a un cielo de estrellas, a un más allá, a otra realidad, mucho más real que la nuestra, porque esa es el origen de la nuestra.

Qué rápido y que fácil es erigir nuestros castillos y fortalezas y creernos seguros y así prescindir de ti Señor. Poco a poco aparecen nuestros demonios ancestrales haciéndolos creer que somos Dios. En esta era de tecnología avanzada la humanidad se levanta y se erige en un ser omnipotente que demuestra un poder irresistible e indestructible. Por eso aparece un virus insignificante que sorprende por su voracidad y todo lo desmantela y desprograma. Tú no lo has creado ni lo has mandado Señor. Pero apareció y tú lo has permitido para que despertáramos nosotros y tomar conciencia de quién eres tú, quienes somos nosotros, y quién es la humanidad.

Pero hay virus peores y son los del alma. Los odios tribales, raciales, políticos, las ansias desmedidas de riquezas y de poder, las envidias y las grandes adicciones que han hecho estragos desde siempre. Y esos virus cómo nos hacen sufrir. Y cómo nos hacen destruirnos entre nosotros. Esos virus los llevamos adheridos a la piel del alma. Orgullo, soberbia, envidias, lujuria, odios, rencores, deseos de venganza, ansias de tener más y más, son enfermedades humanas espirituales que tanto daño nos han hecho. Gran parte de la pobreza y miseria del mundo y de las hambres son ocasiones por esos virus. Gran parte de los conflictos de guerras en cualquier escala en la humanidad tienen su origen en esos virus.

Por eso Señor necesitamos una sanación profunda interior, una conversión del alma, una renovación de la mente, un cambio radical. No podemos seguir igual. Ya hemos tocado fondo en la humanidad. Ahora es cuestión de levantar la mirada y fijarnos en ti Señor. Te necesitamos.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f. 

jueves, 5 de marzo de 2020

EL DESPRECIO DEL SER HUMANO.


Una de las cosas tan antiguas en la historia de la humanidad ha sido la de despreciar a las personas por diferentes motivos: deficiencia física, raza, creencias, posesiones, nacionalidad, conducta moral. El desprecio consiste en el repudiar a una persona o grupo por condiciones consideradas negativas y puede llevar a rechazar, no tratar, expulsar, marginar, encarcelar, golpear o matar. El que desprecia se pone por encima del otro, se considera superior o mejor, y es capaz de humillar, insultar, ofender. Jesús, nada más nacer, fue despreciado y odiado por ser el mesías nacido en Belén. En su vida pública fue despreciado porque no pertenecía a la casta rabínica, farisea, o saducea y además por ser judío, en este caso por los romanos. Fue despreciado al ser acusado falsamente de subversivo, loco, endemoniado y mentiroso. También porque comía en casa de pecadores y se dejaba rodear por ellos. Fue despreciado por morir colgado en una cruz, señal de que Dios lo había abandonado y castigado.

Jesús sabe de toda clase de desprecios y él se identifica con todos los despreciados, marginados, torturados y asesinados. Por eso está muy cercano a los pobres y miserables, a los presos, a los enfermos en los hospitales, a los calumniados y rechazados. Y él quiere consolarlos, pero para eso Jesús debe ser conocido y amado. Sin evangelización la gente no conocerá a Jesús. Jesús sufrió en carne propia toda clase de desprecios identificándose con todos los maltratados de la historia. Todo lo que vivió en su pasión: juicio injusto, torturas, comparación con Barrabás, gritos e insultos del populacho, condenación al castigo de la cruz y el sufrimiento físico y moral estando ya colgado en el madero, nos habla de un Jesús despreciado, varón de dolores, martirizado. Fue víctima de un terrible odio, discriminación, prejuicios, y por eso lo asesinaron en la cruz.

Como cristianos debemos luchar contra toda forma de desprecio racial, económico, político y religioso. Todavía hay mucho racismo y clasismo, y también fanatismo religioso y político. La gente pobre y miserable es despreciada por todos los poderes de este mundo. Y como no pueden defenderse, experimentan toda clase de injusticias. En verdad la creación entera gime con dolores de parto y espera la manifestación de los hijos de Dios. Vivimos en un mundo donde los despreciados son una multitud. En el seno de tantos hogares se vive el desprecio de los cónyuges entre sí, de padres a hijos y viceversa, por ejemplo. No podemos despreciar a nadie, nunca. Más bien apreciar las cualidades de cada uno, no importa su situación. Toda persona está hecha a imagen y semejanza de Dios y merece respeto. El que desprecia se hace daño a sí mismo.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 26 de febrero de 2020

LA LEY Y LO IRRACIONAL.



Una de las grandes crisis de la humanidad es la de involucionar y estacionarnos en el tiempo donde la humanidad resolvía sus conflictos de manera violenta y hasta brutal. Es tentación común en casi todos nosotros en algún momento, la de cerrar los puños y lanzar un grito de guerra contra el supuesto o real adversario. Es esto instintivo, dada nuestra realidad material evolutiva como cualquier mamífero, que actúa ante la amenaza huyendo o agrediendo. El recibir de Dios el alma y ser desde ese momento trascendental seres humanos no exime que mantengamos los instintos y reacciones propias de cualquier animal al ser atacados. Pero el progreso de la humanidad ha implicado justamente el crear un sistema jurídico donde las leyes se imponen y regulan las relaciones humanas para resolver conflictos, y cubren todas las áreas de la convivencia humana. Y detrás de todo esto hay
un desarrollo humano basado en la relación con Dios y la religión, los sistemas económicos y políticos, las diferentes formas de convivencia social, todo esto fundamento vivencial del sistema jurídico. La humanidad se ha ido “humanizando”, valga la redundancia, y todo esto es un tesoro que no podemos perder. No podemos volver a la ley de la selva.

Y este es nuestro grave problema: por la corrupción, esa degeneración de las virtudes humanas, transformándolas en anti valores para saciar apetitos de riqueza, placer, fama, odios y rencores, la humanidad se va deteriorando. Entonces las leyes morales, religiosas, civiles, políticas, económicas se van distorsionando, sirviendo a unos pocos. Caemos entonces en la ley de la selva: los que más pueden las ponen burdamente a su servicio. Por eso Jesús dijo que la ley es para el hombre, simbolizada en el sábado.

Si queremos reformar lo que se está pudriendo, salvar la convivencia humana renovando todas nuestras leyes, la clave está en ver si sirven al ser humano, protegiendo a los más vulnerables, promoviendo el bien común, el respeto a la vida, a su dignidad, a sus bienes, a su libertad de expresión. Para eso los que legislan y aplican las leyes deben estar muy conscientes de cuál es el
propósito de las mismas. No están para proteger monopolios, estructuras injustas, intereses de poderosos, sino el bien común, el interés de todos. Y es aquí donde entra la religión, como forma visible de espiritualidad, de encuentro con el Señor. Ayudar y promover el cambio del corazón humano, para que entre en comunión con Dios y así influir en el desarrollo de la humanidad, en ese caso concreto, el de tener y aplicar leyes justas. Si hay una humanidad renovada, las leyes serán buenas y se respetarán.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

domingo, 16 de febrero de 2020

¿DÓNDE ESTÁ EL DOLOR?




¿Qué dónde está el dolor? Nada más hay que recorrer los hospitales, sobre todo los públicos. Ahí verás cómo se mezcla la enfermedad con la falta de recursos y la impotencia de los familiares de los enfermos. Ir a las residencias de ancianos, sobre todo las que son del Estado, y notar cómo además del abandono y soledad que experimentan muchos viejitos, está el problema de falta de insumos para atenderlos bien. Entrar en un cementerio y ver con la imaginación a los familiares que hay detrás de las tumbas y cruces de los que han muerto, sobre todo cónyuges e hijos. La muerte siempre golpea mucho, y más cuando es de jóvenes. Ir a las cárceles y escuchar el lamento de los presos, sobre todo sus historias traumatizantes y su situación actual. Detrás de muchos de ellos hay madres, esposas e hijos que quedan desamparados y con el estigma de ser familia de un preso.

¿Qué dónde está el dolor? Vayamos a los centros de reclusión de drogadictos e investiguemos la situación de cada uno y el drama familiar que hay detrás de cada uno. Su estado de deterioro y su adicción difícil de arrancar. Vayamos a las calles y veámoslos comiendo en los basureros y hablando solos. Sigamos hurgando y contemplando el dolor en los innumerables alcohólicos que hay, que han arruinado matrimonios, familia, empleos, negocios, porque esa maldita droga es la peor, porque se promueve y se vende en cualquier parte de manera legal.

El dolor está en tantas familias y personas pobres, muchas viviendo en la miseria, comiendo prácticamente una vez al día, sin acceso a agua potable, luz eléctrica, educación y salud. Gente marginada y que son los parias de la sociedad. Abundan por todos lados. El dolor lo vemos en tanta gente explotada y excluida, que vive con mínimos recursos por culpa de un sistema mercantilista y materialista, que solo favorece el engrosar dinero a grandes fortunas y todos los que viven alrededor de ellas. Hay mucho dolor en los que son víctimas de una justicia que no es para todos y que se aplica de manera parcial de acuerdo a los intereses de grupos o personas de poder.

Hay mucho dolor y Dios está ahí acompañando el sufrimiento de todos ellos. Cristo sigue clavado en las múltiples cruces de los apaleados y crucificados de la historia. Podríamos hablar de un “Dios crucificado”, de un “Dios que llora” en los que sufren. Y si queremos en verdad adorar a Dios hay que buscarlo allí donde Él está. Y claro que está en el templo, en el sagrario, en los sacramentos, en la Palabra, pero para verlo “completo” vayamos donde Él está ahora, donde llora, en los crucificados de hoy día.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

jueves, 30 de enero de 2020

EL ÁNGEL Y LA BESTIA.



Todos llevamos dentro del alma un ángel y una bestia, y todo depende de a quién alimentemos para ser un santo o un espantoso demonio. Si quieres hacer con el mal tenebroso un matrimonio, alimenta con malos pensamientos y deseos al monstruo con envidias, resentimientos, rencores y odios, para que la bestia enjaulada crezca y se haga perversa. Añade pornografía y lecturas insanas y así tendrá más fuerza para doblegar tu voluntad y hacer de ti un sinvergüenza. La bestia se hará indomable si le echas malos hábitos y vicios, mucho licor y drogas, para hacer crecer su vientre odioso.

Y si ves cómo crecen en el mundo las tinieblas, la violencia, injusticia, la marginación y exclusión, el racismo y toda degradación, es porque se alimenta la bestia de todos con la soberbia, el egoísmo, el clasismo y la ambición. El pan y circo de muchos, el fatuo entretenimiento de canciones inmorales y burdos ejemplos de artistas, caricaturas de hombres, gente depravada que seducen a jóvenes con sus vidas maltrechas, llevando a muchos a vivir destrozadas existencias. Gran tragedia de este mundo pobre en humanidad, donde se dan las guerras más crueles, matando a millones por odios, codicias, racismos, acabando con generaciones de jóvenes en brutal imbecilidad.

Cómo se vierte la basura del primer mundo en las mentes de tantos incautos, eliminando de sus corazones toda bondad con burda malicia, en ideas y comportamientos inmundos, alimentando a la bestia que tenemos en el alma y que crece personal y colectivamente con ansias de acabar destruyendo todo lo bueno que Dios ama.

Hay gente que vive hipnotizada, caminando programada por la bestia que está en el alma. Actúan como salvajes haciendo daño a mansalva, cometiendo tantos ultrajes, como sicarios, violadores, traficantes de droga, Deforestadores sin escrúpulos, peor que animales en la selva inhumana, donde la gente va armada de leyes injustas, trampas, sobornos y amenazas, y vence el que más tiene y el que más mata.

En cambio si el ángel que está en tu alma alimentas con buenos pensamientos y principios, con deseos sanos y buenas acciones, con oración y viendo como hermanos a los que encuentras por encima de credos y razas, y te arrodillas sólo ante el Dios bueno y santo y lo amas, sin caer en idolatrías y con amor abres las manos para dar sin esperar recompensa, entonces el ángel que hay en ti crecerá y serás santo.

Y así en la vida evangelizando y transformando corazones vamos cambiando el mundo, creciendo el ángel en cada uno y sumando gente renovada que viva de Dios sus dones, y la civilización del amor se hará presente y el Reino de los cielos se extenderá en el mundo, en todos los rincones.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

jueves, 16 de enero de 2020

ASPIRACIÓN PROFUNDA.


Hay una aspiración profunda, distorsionada en el ser humano, el querer ser como Dios. Eternamente permanecer, viviendo sin dolor ni preocupaciones y sin nada padecer. Poseer lo necesario al alcance de la caprichosa mano. Por eso se busca afanosamente toda la riqueza posible, el poder y la fama,
extendiendo el dominio de sus posesiones y erigirse monumentos, sarcófagos y pirámides, y que se sepa en todos lados el inmortal nombre del rey, político, conquistador o prohombre de las ciencias, las artes, la religión o el deporte.

Ser como dioses, tentación tan vieja como la historia sacra, y elevarse al inmoral renombre de ser por siempre conocido, alabado, querido o temido, no importa como adquiera la fama, pero que se me adore, se me tenga como ungido por el destino, porque quiero ser dios, aunque pierda en el intento el
alma. No importa si por vanidad hay que enseñar el cuerpo con indecentes ropas, o comprarse el auto más caro del mercado, o robar al fisco para tener el yate más deseado, lo importante es que me miren como el más entroncado en el templo de los dioses del mundanal y afamado Olimpo.

Ser como Dios, tentación desde los primeros padres, que pasa por imperios, familias, castas nobles y clanes, y siempre acaba con la precipitada caída de los adoradores de sí mismos como estatuas de pies de barro y cabeza de bronce, ya por la inconsistencia de su poder o la temida muerte, que convierte a los supuestos dioses en huesos silentes.

Qué maestra más grande la que provoca la desintegración de nuestro cuerpo en gusanos y polvo que se pierde en el tiempo, la muerte que abarca los reinos mundanos más encumbrados, como a todos los seres humanos como hojas que se lleva el viento y deja en la historia solo el recuerdo de lo malo y de lo bueno hecho. Pero hay otro camino si queremos ser íntimos de Dios, buscando siempre su majestuosa presencia por el camino de la sencillez más profunda, y es humillarnos ante Él reconociendo que nada somos, que en nuestra esencia somos criaturas que venimos de su mano, que dependemos de su voluntad y misericordiosa bendición.

Solamente por la humidad más intensa reconociendo su grandeza, la de un Dios creador de todo un universo de billones de estrellas y de una tierra con sus innumerables especies de animales, mares, ríos y bosques, y que al ser humano lo eleva por su misericordia a ser hijo de Dios aún con todos sus
males, podremos aspirar con certeza a tocar el cielo con toda su verdad y belleza y reconocer que Él es Dios y nosotros aún con nuestra bajeza vivir de su amor felices, sin ninguna tristeza.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...