lunes, 22 de julio de 2019

UN SI Y UN NO.


El gran drama humano, el debatirse entre un sí y un no en la vida. Esa indecisión, o lo que es peor, esa traición a ideales y metas, a la palabra dada, al comprometerse a algo, y luego dar la espalda, olvidarse de todo, echar por tierra todo lo prometido, he aquí el gran drama humano. El Judas que llevamos dentro, ese lobo dormido que cuando despierta quiere destrozar todo lo bueno que encontramos, es monstruoso. Los traidores los vemos en la política, terreno propicio para el engaño y las palabras vanas, la demagogia y la mentira. Están también en el comercio, el mundo de los negocios, donde las trampas se dan en operaciones fraudulentas, aumento injusto del precio de las cosas, apetito voraz para obtener en competencia desleal bienes que a otros pertenecen. En los sindicatos, en las cooperativas, y también en la Iglesia, en cualquier lugar donde esté el ser humano, aparecen traidores a ideales y metas, a compromisos adquiridos. La palabra dada se echa por tierra, se olvida.

Por eso todos tenemos dentro de nuestra alma la historia personal del Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Por un lado hemos recibido al Señor en nuestra ciudad interior donde hemos tendido en el suelo nuestros mantos de adoración y agitado nuestras palmas de alabanza y hemos prometido al Dios bueno consagración de todo nuestro ser. Pero aparece de repente el diablo tentador, el seductor mentiroso, el que susurra al oído paraísos de fantasía, y nos olvidamos de nuestro encuentro
y compromiso con el Jesús Redentor, y caemos en el Viernes Santo, clavando en un madero y matando al Salvador. Con qué facilidad nuestro sí se convierte en no.

La historia está llena de traidores de toda calaña, obstaculizando el camino del bien y la verdad. La historia tiene escrita páginas teñidas en sangre derramada en la política, la ciencia y la economía, la religión y movimientos del pueblo, la milicia y la docencia, la medicina y la jurisprudencia, provocando un sin número de víctimas de certeros criminales que han degollado avances en todos los campos, todo por amar al dinero, la fama y el poder como dioses falsos y tentadores.

Qué débiles somos, igual que los que en Jerusalén recibieron a Jesús cantando el “hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor”, en ese domingo memorable, y al poco tiempo gritaban, “Crucifícale, crucifícale, que muera el impostor”. Así como ellos se dejaron manipular por el poder reinante, creyendo todas las mentiras dichas contra el Señor, así nosotros nos dejamos seducir por los dioses del mundo, clavando en el madero a Jesús nuestro Señor. ¡Qué tristeza!

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

domingo, 14 de julio de 2019

RECONCILIARSE ES VOLVER A VIVIR.



Una de las cosas que más hacen sufrir al ser humano es arrastrar por la vida resentimientos y rencores. Es una pesada carga que resta energía para vivir, amar, servir, luchar, entregarse a causas nobles. El resentimiento trae a la memoria una y otra vez los sucesos que hirieron a la persona, y al revivirlos, hace que la herida se abra nuevamente. El ser humano tiene una capacidad enorme para registrar acontecimientos y guardarlos en la memoria. Y entran más esos recuerdos cuando han estado cargados de gran intensidad emocional. Es como poner el hierro en la piel del ternero con la marca del dueño de la finca. Se calienta al fuego vivo el metal y luego se graba en el animal. Sin el fuego no habría marca. Pues el fuego es la intensidad de la emoción que hace que el suceso quede grabado hondo en la persona.

¿Qué es lo que hace el perdón? Primero baja la intensidad de la emoción que está allí acompañando el suceso. Eso se logra intentando comprender la acción del victimario, analizando su situación mental, emocional, espiritual y su contexto. Todo victimario es persona afectada mental y emocionalmente, con un problema de tipo espiritual. Nadie estando bien
hace el daño a otro. El victimario es víctima de sí mismo. Ese acto de comprensión activa un sentimiento de lástima por la otra persona, dolor por su situación. A esa acción mental de comprensión viene acompañado un acto de amor propio necesario para sobrevivir un caos emocional: porque me quiero, porque me amo, no dejaré que el resentimiento cual veneno mortal del alma y promotor de la infelicidad me arruine emocionalmente. Pongo el suceso negativo ubicado en tiempo y espacio y me digo: “esto pasará, esto pasará”. Lo estaciono en un lugar y luego lo borro de mi mente. Lógicamente un tiene derecho a nivel legal aplicar las medidas necesarias para solucionar un daño o aplicar la ley para evitar que vuelva a ocurrir. O sea, hay derecho a protegerse.

En tercer lugar uno aprovecha el acto negativo para sacar una lección para la vida. En cuarto lugar, uno aplica el sufrimiento causado para purificarse de aquello malo que está en uno. Uno ofrece al Señor el dolor experimentado para sanar también el alma. Ahora bien, ciertamente no se puede perdonar de verdad sino hay una asistencia del Espíritu Santo, con la misericordia divina actuando en uno, recibiendo la fuerza para eliminar del alma ese mal sentimiento y para bendecir al agresor. El que perdona debe ser capaz de bendecir, desear el bien y hasta amar al victimario. Sin el poder de Dios no se puede lograr eso. Recuerde usted que sólo con Dios es invencible.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

viernes, 5 de julio de 2019

LA INDIFERENCIA, CAUSA DE TANTAS DESGRACIAS.



Cuando entra la indiferencia en el corazón de un ser humano y se aísla convirtiendo su vida en un feudo muy personal y cerrado, viene su desgracia. No nacimos para ser islas, y la indiferencia causa más daño que el odio. En la indiferencia el otro no vale, no importa, no existe. Llámese esposa, hijo, papá, hermano, pobre, mendigo, miserable. Simplemente no es. De ahí viene el famoso pecado de omisión, que consiste en no amar, no servir, no ayudar, no apoyar, porque el otro no existe, no vale. No estoy insultando, ni golpeando, ni hiriendo. Simplemente, el otro no vale la pena. Y eso causa mucho mal en el mundo. 

Algunas veces los países del primer mundo miran a los del tercero como masas de hambrientos, retrasados y mendigos y nada más. Vienen entonces las ayudas que son como limosnas, llámense préstamos o regalos económicos o tecnológicos para aliviar en algo la extrema pobreza. Pero se mantiene la situación imperante, porque no hay planes de desarrollo adecuados que levanten a esos países. Lógicamente si hay honrosas excepciones de países e instituciones del primer mundo que lo están haciendo, pero no logran cambiar las situaciones por muchas razones.

Para que el otro “exista”, sea esposo, hijo, hermano, amigo, pobres, miserables, hay que elevarlos al plano de personas. Darles valor. Tomar conciencia que son seres humanos, con una singularidad propia, con sus valores y riquezas personales y culturales. Para eso hay que hacer una transformación, una conversión profunda de la mente y el corazón, y así cambiar la mirada hacia el otro. En la medida en que lo descubra como un ser humano que es persona, con un puesto en la sociedad, con sus derechos y obligaciones, y lo más importante, que fue creado a imagen y semejanza de Dios, todo cambia. Y claro, ponerme en los zapatos del otro, comprenderlo, entenderlo y darle el derecho a ser diferente de mí.

Cuidado con la indiferencia, hacerse sordo a las necesidades de los demás. No oír el clamor de los sufridos, marginados, humillados. Todo eso contribuye a que se tenga un corazón de piedra, insensible a las necesidades de los otros. Y el que tiene un corazón de piedra se va empobreciendo humanamente. Se va quedando raquítico a nivel espiritual. Va perdiendo profundidad en su alma. Se hace duro, superficial y buscará cualquier excusa para no dar. Y los racismos, clasismos, elitismos son maneras inventadas de dividir a las personas haciendo ver que unos son superiores y los otros inferiores. Rompamos toda indiferencia. Pidámosle al Señor nos dé un corazón de carne para amar tal
y como Dios quiere, sabiendo que con El somos invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...