Una de las cosas que más hacen sufrir al ser humano es arrastrar por la vida resentimientos y rencores. Es una pesada carga que resta energía para vivir, amar, servir, luchar, entregarse a causas nobles. El resentimiento trae a la memoria una y otra vez los sucesos que hirieron a la persona, y al revivirlos, hace que la herida se abra nuevamente. El ser humano tiene una capacidad enorme para registrar acontecimientos y guardarlos en la memoria. Y entran más esos recuerdos cuando han estado cargados de gran intensidad emocional. Es como poner el hierro en la piel del ternero con la marca del dueño de la finca. Se calienta al fuego vivo el metal y luego se graba en el animal. Sin el fuego no habría marca. Pues el fuego es la intensidad de la emoción que hace que el suceso quede grabado hondo en la persona.
¿Qué es lo que hace el perdón? Primero baja la intensidad de la emoción que está allí acompañando el suceso. Eso se logra intentando comprender la acción del victimario, analizando su situación mental, emocional, espiritual y su contexto. Todo victimario es persona afectada mental y emocionalmente, con un problema de tipo espiritual. Nadie estando bien
hace el daño a otro. El victimario es víctima de sí mismo. Ese acto de comprensión activa un sentimiento de lástima por la otra persona, dolor por su situación. A esa acción mental de comprensión viene acompañado un acto de amor propio necesario para sobrevivir un caos emocional: porque me quiero, porque me amo, no dejaré que el resentimiento cual veneno mortal del alma y promotor de la infelicidad me arruine emocionalmente. Pongo el suceso negativo ubicado en tiempo y espacio y me digo: “esto pasará, esto pasará”. Lo estaciono en un lugar y luego lo borro de mi mente. Lógicamente un tiene derecho a nivel legal aplicar las medidas necesarias para solucionar un daño o aplicar la ley para evitar que vuelva a ocurrir. O sea, hay derecho a protegerse.
En tercer lugar uno aprovecha el acto negativo para sacar una lección para la vida. En cuarto lugar, uno aplica el sufrimiento causado para purificarse de aquello malo que está en uno. Uno ofrece al Señor el dolor experimentado para sanar también el alma. Ahora bien, ciertamente no se puede perdonar de verdad sino hay una asistencia del Espíritu Santo, con la misericordia divina actuando en uno, recibiendo la fuerza para eliminar del alma ese mal sentimiento y para bendecir al agresor. El que perdona debe ser capaz de bendecir, desear el bien y hasta amar al victimario. Sin el poder de Dios no se puede lograr eso. Recuerde usted que sólo con Dios es invencible.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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