martes, 24 de septiembre de 2019

MEJOR ANDAR LIGERO DE EQUIPAJE.




En esta marcha ascendente hacia la cumbre de nuestras metas, como cualquier alpinista o montañista, mejor andar con el menos peso posible. Los corredores emprenden sus carreras con la ropa y zapatillas menos pesadas. La velocidad dependerá de los músculos, forma de correr, entrenamiento y poco peso. Hay cargas inútiles que pesan mucho en la vida: nuestras preocupaciones que se convierten obsesiones. Siempre tienen que ver con posibles pérdidas y alimentan miedos que al final paralizan. Los miedos son como fantasmas mentales que merodean el castillo de nuestra alma, apareciendo en cualquier momento y asustando. 

Hay que andar ligeros de equipaje, y por eso hay que romper los apegos a personas y cosas. Verlos como lo que son, seres queridos y significativos en nuestras vidas, pero que siguen su camino, son posesión de Dios y tienen un tiempo en la tierra, como todos, y que acabado su trayecto, volverán a la Casa del Padre. Las cosas son perecederas. Así como nacieron morirán, y están para ser usadas con responsabilidad pero sin apegarnos a ellas. No son imprescindibles aunque necesarias. La casa, la computadora, el dinero que usamos, inclusive un cargo u oficio, son parte de nuestro quehacer, pero no son la esencia de lo que somos.

Para andar ligeros de equipaje hay que soltar las amarras al concepto de la posesión: “eso es mío”. Quitado de la mente y el corazón la idea obsesiva de que las cosas son mías, de mi propiedad, y que son ellas parte de mi ser, y lo que es peor, sin ellas no puedo vivir, puedo escalar con más libertad y agilidad la montaña de mis sueños convertidos en metas. Las cosas que tengo me las han dado para administrarlas y de la mejor manera. Dios y la sociedad me dan cosas, cargos, responsabilidades que debo llevar bien, pero que así como llegan se van. El no apegarse a las cosas, en verdad a nada, me permite andar por la vida sereno, tranquilo, con menos sufrimientos. Y me permiten ir más ágil y alcanzar las metas que me propongo.

Por otro lado el acumular implica tener que cuidar, proteger y estar pendiente de cada cosa, ocupando parte de mi tiempo con el desgaste que implica en estar velando por bienes que a la larga no me darán felicidad ,paz, ni alegría. Lo mejor es tener lo necesario para vivir y compartir lo que no voy a usar y así ayudar a otros. Eso me da una gran satisfacción interior y me anima a caminar más rápido. La codicia y la avaricia hacen mucho daño. Pidamos al Señor nos dé el desapego necesario para vencer el peso muerto y subir la montaña.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.


sábado, 21 de septiembre de 2019

COMO TRATAR A JESÚS.



A Jesús no se le puede tratar ni como un mendigo, una máquina traga monedas, un amuleto, ni un banquero. Me explico: Cuando nos expresamos de Jesús como el pobre que está esperando le abramos el corazón porque se muere de frio afuera de la casa y pide aunque sea un poquito de cariño, de oración y que no lo rechacemos, olvidamos de que es el Rey del Universo, que sostiene todo lo que es, que está sentado a la derecha del Padre y que más bien somos nosotros los que deberíamos estar suplicando su misericordia. Cuando lo vemos como una máquina traga monedas y que dependiendo de lo que depositemos en ofrendas, novenas, oraciones así nos hará los favores, olvidamos de que él ya nos dio lo más grande, la salvación y la vida eterna, nos hizo hijos de Dios y nos regaló el Espíritu Santo y la Iglesia, y que no está para solucionarnos el próximo examen universitario o la curación de la rodilla. Más bien, y esto sí es importante, Él está con nosotros siempre, nos está salvando, nos está llevando al Padre; él quiere tener una historia de amor personal con cada uno. Nos está preparando nuestra entrada al cielo. 

Que Jesús tampoco es un amuleto, que porque llevemos su imagen colgada al cuello, invoquemos su nombre, o tengamos un cuadro colgado en la pared de nuestra habitación, ya estaremos protegidos de todo mal, tanto de ladrones, enemigos, fuegos, bancarrotas. Pues no, porque él no es nuestro guarda espalda. No disminuyamos la presencia real de Cristo a la de un cuidador de nuestra casa o de cualquier propiedad. El lleva el universo, toda la creación, y principalmente al ser humano, al encuentro definitivo con Dios Padre, movidos por el Espíritu Santo. Claro que podemos invocar su protección en todos los aspectos, pero el más importante, que nos libre de caer en la tentación del mal. Que no permita que como ovejas abandonemos el rebaño y nos vayamos con las tinieblas. El derramó la sangre por nosotros en la Cruz. Su obra de salvación está completa. Depende de nuestra libertad que la culmine en nosotros.

Tampoco el Señor es un banquero, que espera le demos tanto dinero, un promedio de lo que tenemos, para luego él devolverlo multiplicado a nosotros. Él no necesita de nuestros bienes. Él es el dueño de todo lo creado. Otra cosa es dar de lo nuestro para que la comunidad pueda distribuir en la atención a los pobres y a las necesidades de la Iglesia. Tampoco es un amigo más. Él es el más grande y maravilloso amigo, Jesús, el Rey de Reyes. Dio la vida por nosotros. Es Cristo, el Señor. Amén

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

viernes, 6 de septiembre de 2019

TODOS PERTENECEMOS A UN TODO MAYOR



Si nos fijamos bien, todos somos parte de una familia, de una comunidad, de una ciudad, de un país, de una región, de un continente, del planeta tierra, del universo. No estamos solos, no nacimos solos, no caminamos solos en el mundo. Es una ilusión falsa pensar que somos cada uno un ser único, sin relación con nada y con nadie. En este planeta respiramos el mismo aire, nos calienta el mismo sol, y tenemos todos por igual que experimentar el movimiento de rotación y traslación de la tierra girando
en torno al sol, y vivimos dentro del sistema solar, que a su vez pertenece a una galaxia y a su vez a un universo que sigue expandiéndose. 

Todos dependemos de todos y lo que ocurre en China tiene influencia en Europa y a su vez lo que pasa en Francia repercute en la India y lo que se vive en Estados Unidos tiene impacto en el medio oriente y así, cada país tiene a su manera, una influencia en otros. Todos los países y regiones tienen influyen de muchas maneras en los demás. La avaricia de los países del primer mundo, acaparando gran parte de la riqueza del planeta es causa en parte el atraso tan terrible de los países pobres. Igual pasa con la riqueza que hay en muchos países, que está en pocas manos, afectando el desarrollo de los pueblos. Todas las guerras, sobre todo las mundiales, han afectado la vida, economía y relaciones internacionales de muchos países.

Lo que sucede con la deforestación en el Amazonas impacta en el cambio climático del mundo. La contaminación atmosférica de las grandes ciudades con los gases que emiten las grandes fábricas y la combustión de los automóviles afecta al calentamiento global. La suciedad que hay en los océanos por el plástico repercute en la muerte de millones de peces y en el empobrecimiento alimenticio de los mares. Somos parte de un todo, ciudadanos del mundo. Nuestra casa común es el planeta tierra, y solo en la medida en que tomemos conciencia de esto, podremos salvar al mundo. No estamos solos. Aunque cada persona es alguien irrepetible y singular, con características propias, no es un ser aislado ni autosuficiente. Depende del todo.

Y por encima de todo esto, somos parte de un Todo Trascendente, Dios uno y Trino, que existimos porque Él nos creó y nos mantiene vivos, un Dios que sostiene el universo entero, y que nos hizo hijos suyos. Somos creaturas, no somos Dios, pero somos, existimos y nos movemos dentro de Él y si estamos en comunión con Dios, nos llevaremos bien con todo lo creado. Debemos estar en comunión con todo. No estamos solos.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...