martes, 14 de marzo de 2023

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres y el muy desalmado avisa a sus compinches que lo que hace bulto en la bolsa es plata buena y sonante. Cinco hombres malos y bien armados ya acabando la mañana siguieron el auto donde iban mis dos amigos animados por haber sacado del banco buen dinero para comprar dos yeguas al contado. Eran padre e hijo, gente de hacienda ilustrados, abogados finqueros, de corazón bueno y sincero.
Al bajarse José Eduardo para abrir el portón de la casa, lo asalta el maligno asesino ladrón que le pega un par de tiros en la espalda y los otros disparan al hijo que retrocede el carro saca su pistola y de un balazo certero hiere a uno de los malhechores en el brazo. Los malvados corren y lo acribillan matando a ambos en una soleada y triste mañana en San Pedro.

Qué dolor fue para mí llegar al lugar del siniestro y ver los cuerpos ensangrentados de mis amigos muertos. Yo he tenido amigos de verdad y José Eduardo Gauggel lo fue. Ex magistrado de la Corte en Honduras y de la de Centro América. Y en su meritorio cuadro 56 de títulos ex rector de universidad privada, abogado catedrático y como la vida es dura si se quiere más ingresos de manera limpia y pura, ganadero bueno fue y vendía caballos de fina sangre.
Su hijo abogado y diputado, laborioso como el padre cuyo linaje se remonta al abuelo y la honestidad perdura, también finquero incansable en tierras bien trabajadas. Con José Eduardo pasaba largo tiempo conversando de historia y política, de arte, de toros y rejoneadores, y en su finca cuando podía iba a visitarlo y tomar buen café, comer sano, ver caballos y todavía hoy me pregunto por qué unos desalmados por un puño de dinero segaron las vidas de gente noble dejando en la finca un dolor tan grande y silencio, un vacío que nadie podrá llenar, y en el pequeño cementerio sus restos yaciendo junto a la esposa y madre de ellos.
Hasta luego mis amigos que esto no termina aquí abajo, que aunque nos dejaron el corazón roto y un luto no acabado, sé que hay un cielo prometido para gente buena como ustedes, un Dios que se recrea recibiéndolos como Padre amado dándoles su santo cielo; bendito seas Señor por siempre alabado.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...