martes, 14 de marzo de 2023

HAY UNA ASPIRACIÓN PROFUNDA

 


Hay una aspiración profunda, distorsionada, en el ser humano,
el querer ser como Dios. Sí, eternamente permanecer,
viviendo sin dolor ni preocupaciones y sin nunca padecer,
poseyendo todo al alcance de su caprichosa mano.
Por eso busca afanosamente toda riqueza posible,
el poder y la fama, extendiendo con furia sus dominios,
y erigiéndose monumentos, sarcófagos y pirámides,
y que sepan en todos lados el inmortal nombre
del rey, político, conquistador o prohombre
de las ciencias, las artes, la religión o el deporte.
Y curiosamente, otros hombres necesitan fabricar un mito
de cualquier ser humano y elevarlo a la categoría de dioses
para ser adorado como un especial súper hombre.
Y juntándose el dios falso con sus ingenuos adoradores
crear el fatuo cuento de un ser de inmensas dotes.
Ser como dioses, tentación tan vieja como la historia sacra,
y elevarse al inmortal renombre de ser por siempre conocido,
alabado, querido, o temido, no importa como adquiera la fama,
pero que se le adore, se le tenga como ungido por el destino,
porque él quiere ser dios, aunque pierda en el intento el alma.
No importa si por vanidad hay que enseñar el cuerpo
con indecentes ropas, o comprarse el auto más caro del mercado,
o robar al fisco el dinero para tener el yate más deseado,
lo importante es que me miren como el más entroncado
en el mundo de los dioses de ese Olimpo mundanal y afamado.
Ser como Dios, tentación desde los primeros padres,
que pasa por imperios, familias, castas nobles y clanes,
y siempre acaba con la precipitada caída de los adoradores
de sí mismos como estatuas de pies de barro y cabeza de bronce,
ya por la inconsistencia de su poder o la temida muerte,
que convierte a los supuestos dioses en huesos silentes.
Qué maestra más grande la que provoca la desintegración
de nuestro cuerpo en gusanos y polvo que se pierde en el tiempo,
la muerte que abarca los reinos mundanos más encumbrados,
como a todos los seres humanos como hojas que se lleva el viento
y deja en la historia solo el recuerdo de lo malo y lo bien hecho.
Pero hay otro camino si queremos ser íntimos de Dios por comunión,
siendo en verdad humanos, buscando siempre su majestuosa presencia
por el camino de la sencillez más profunda, y es tener gran humillación
ante Él reconociendo que nada somos, que somos en nuestra esencia
criaturas que venimos de su mano, que dependemos en nuestra condición
totalmente terrena, de su voluntad y misericordiosa bendición.
Solamente por la humildad más intensa reconociendo su grandeza,
la de un Dios creador de todo un universo de billones de estrellas
y de una tierra con sus innumerables especies de animales y mares,
ríos y bosques, y que al ser humano lo eleva por su misericordia
a ser hijo de Dios aún con sus males, podremos aspirar con certeza
a tocar el cielo con toda su verdad y belleza y reconocer que Él es Dios
y nosotros aún con nuestra miseria vivir de su amor felices, sin ninguna tristeza.

Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...