sábado, 29 de diciembre de 2018

¿DÓNDE ESTÁS SEÑOR?

 



Señor, te he estado buscando y no sé dónde te has escondido.  Te he buscado por los anchos prados y las erguidas colinas, hasta por las nubes blancas y los altos riscos.  Te he buscado por las augustas catedrales y los monasterios medievales, y he tratado de encontrarte en las ermitas silenciosas y  los anchos mares. Pero no te veo, no te siento, no sé dónde te has ido, dejándome perplejo y con mi corazón herido.
Más  me dijiste una vez que tu presencia está en mi más profundo centro, allí donde no soy  capaz para ver lo que hay dentro. Pero que si tú me iluminas puedo, con los ojos de la fe contemplarte al   quedarme quieto, en silencio y con el corazón presto, concentrado en el misterio Uno y Trino, descubriendo tu presencia plena en mí, miserable creatura que  nada merezco. Y así yo, por pura gracia tuya, quedo embelesado viendo lo que es más bello, tu presencia iluminadora, brillantemente blanca, preciosa y santa. Presencia que es  luz de luz, más radiante que innumerables soles, tan pura y tan bella, que no se compara con nada, y que ahí en lo más profundo de mi callado seno, donde habitas en tan grande silencio, esperando estás que yo ponga mis ojos en tu eternal figura.  Y allí aparece el rostro y el cuerpo glorioso, el del Cristo, encarnado Verbo, que extiende su presencia por el universo entero, más también se queda en mí, habitando como si fuera yo, pobre pecador, su santo cielo.
Y así, sabiendo que tú  Cristo estás en mí, puedo al adorarte  saber que al tocarte a ti, me encuentro con el universo entero, que se extiende de manera inmensa, estando él siempre   dentro de ti, que eres infinito en grandeza. Y así yo sé que al estar contigo puedo también encontrarte en el santo templo, en el convento o  en la basílica noble, como en la cárcel, con los presos pobres. Porque entonces podré descubrir en los otros que tú estás en ellos, habitando en cada cual, como de otra manera en los montes y ríos, en los mares y mesetas, en las estrellas y planetas.  
Porque todo está en ti y tú en todo. Porque no hay lugar que se escape de tu presencia y toda la creación está sostenida por tu poderosa mano.  Por eso yo te reconozco como mi Dios Padre Creador, Cristo Redentor y Espíritu Santo Consolador, a quien rendimos culto y honramos con nuestros labios y obras, sabiendo que contigo reinaremos por siempre venciendo al mundo, demonio y carne y a la temida muerte. Amén.
Mons. Rómulo Emiliani

domingo, 9 de diciembre de 2018

¿SEÑOR, POR QUÉ SOMOS ASÍ?



¿Señor, por qué este reguero de sangre en la historia?  Desde que Caín mató a Abel nuestras manos están manchadas de sangre, tanto en guerras entre  naciones, o entre hermanos de un mismo país, como por crueles asesinatos en terribles dictaduras, como en crímenes familiares o por bandas criminales, el mundo triplica las sepulturas de gente  en  plenitud de  vida, que  mueren de forma violenta.  

¿Qué que nos ha pasado?  ¿Por qué somos así? Inventamos las más crueles armas: cañones,  ametralladoras, morteros, misiles y bombas atómicas, y nos damos el lujo de la guerra química, donde se arrasan poblaciones enteras sin tocar estructuras materiales. Y el corazón del ser humano se sacia con sadismo contemplando como mueren de forma tan violenta miles de seres, inocentes civiles, por los bombardeos de aviones y barcos de guerra, todo para imponer el yugo de una nación invasora.  

Y luego en nuestros países la corrupción tan espantosa, donde en puestos de gobierno, en parlamentos y otros estamentos, por un puñado de dólares se compran  conciencias, se hacen fraudes y se amañan licitaciones. Y los pueblos hambrientos, esperando los hospitales y carreteras, escuelas y el ansiado  empleo, ven que pasa el tiempo y otra generación llega, y la gente tan pobre sigue y así  miserable se queda.  

Y la corrupción se extiende donde hay seres humanos y se maneje dinero, por haberse convertido éste en un dios de primera, arrodillándose todos y ofreciendo a hacer mil triquiñuelas para así satisfacer la codicia tan lastimera. Dios mío, tú nos creaste para el amor y la  solidaridad, para vivir en armonía y en paz, respetando nuestros derechos promoviendo el bien común de todos los miembros de un mismo país o sociedad.  

Nos creaste para tener el corazón libre de apegos y dioses falsos, para rendirte culto en el templo y en el trabajo, siendo justos con todos, buscando la pacífica convivencia y la tranquilidad.  Nos creaste para alabarte con nuestro canto y oración cálida y en comunidad, congregados en la Iglesia, honrando tu divinidad.  Nos hiciste a tu imagen y semejanza, y así como tú eres Trino, Dios de amor y de paz, así nosotros amarnos en extensa familiaridad. 

Señor, no podemos seguir así, queremos ya que venga la paz, que reine en nuestros pueblos la justicia y la verdad.  Que renovemos el corazón y arranquemos desde ya toda inmundicia y falsedad, pero para eso Dios mío danos un corazón nuevo y muchas ganas de amar y perdonar, de servir y solo a ti arrodillarnos y adorar.  Para eso Señor pedimos tu misericordia y bendición, y así con la fuerza que de lo alto viene, vencer al demonio, al mundo y toda veleidad.  

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.  

domingo, 21 de octubre de 2018

LAS HERIDAS DE CRISTO

             
                   
Al contemplarte colgado en la cruz, mi Cristo amado, veo tus llagas de pies, manos, cabeza y costado, abiertas y manando sangre.  No has parado de sufrir aunque estés resucitado. Me acerco, veo, beso y adoro las llagas de tus manos y observo dentro de ellas a millones de desempleados,  con sus manos abiertas, sin fuerza, dolidas por buscar en todos lados el pan que no llega, el empleo que se espera, pero que al final se esfuma entre mil promesas y sueños de quimera.  Cuánta gente marginada, sin preparación y aún con ella, que por no tener recursos hambrean, buscando entre las migajas que de limosna dan los más privilegiados, el uniforme de niño usado, los cuadernos y libros de segunda, los zapatos viejos para calzar al niño pobre y desamparado, para que pueda llegar a la escuela a dormirse  porque no ha desayunado.  
Me acerco a tu costado, de llaga abierta donde mana agua y sangre, y en el agujero veo al mundo entero sollozando y gimiendo, esperando la manifestación de tus hijos Señor, para que impere un reino de justicia,  paz, solidaridad y bonanza, rescatando así de las ruinas del mundo amante del dinero a todas las víctimas de la exclusión y la desesperanza. Veo Señor las llagas de tus pies bañados en sangre y me acerco y los beso y observo en los huecos de tus plantas muchos que caminan  como perdidos, idiotizados por la droga, dirigiéndose a un abismo infernal de vicios y decadencia, sin fondo ni esperanza, donde el lamento se oye de tantas madres que lloran la tragedia de sus hijos, hundidos por el consumo, ya inútiles y carga de peso muerto en sus casas. Todos ellos los veo representados por la viuda del Evangelio que iba a enterrar a su único hijo muerto, y que tú Señor resucitaste gracias a  tu corazón amante y compasivo. Eso Señor lo harás a través de nosotros los hijos de Dios.  
Miro tus rodillas ensangrentadas y corro a adorarlas y besarlas, y veo en sus heridas a millones arrodillados ante el dinero, la fama, el poder y los placeres, idolatrando ídolos que los esclavizan y pervierten. Y tú sufres Señor, porque es tu cuerpo místico adolorido por nuestros pecados que yace entre oscuridades y ataques incendiarios de las tinieblas. Y cuando observo tu cabeza, donde estuvo la  corona de espinas clavada, tantas son las llagas que rodean tu cuero cabelludo, y cuando veo tu espalda, pecho y muslos, cosidos a golpes de latigazos crueles, cuánto me duele ver que no dejaron en tu cuerpo parte sana, sino toda maltratada. Señor, perdón, ten misericordia y danos fuerza para vencer tanto mal que en el mundo hay. Amén.  
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
 

lunes, 15 de octubre de 2018

JESÚS, GRACIAS SIEMPRE



Señor, has venido al mundo para hacerte como nosotros y así hacernos hijos de Dios. Te revestiste de carne y en todo fuiste un hombre menos en el pecado. Tuviste que aprender a caminar, a hablar, a rezar y a comer y en eso María tu madre con paciencia te enseñó. De muy jovencito ayudaste a tu padre adoptivo en su taller de Nazaret y cuando ya creciste un poco más, a la plaza lo acompañabas para que el hacendado del lugar, necesitando peones en sus campos, los llamará a trabajar. Y así, siendo jornaleros se pasaban dos o tres días sembrando el trigo o recogiéndolo, usando la hoz y el arado, trabajando para otros. Nunca tuvieron tierra propia, sino fueron peones contratados en trabajos temporales y así llevaban a casa el pan para ser comido, y junto a tu madre y San José, vivían en pobreza el amor divino. En el marco de vida pobre de carpinteros y campesinos, con el pan de cada día, dependían de la providencia de tu Padre amado, y del trabajo honrado ustedes comían y con amor compartían con otros más pobres el alimento que con humildad tenían.


Llegó el momento de empezar tu vida pública, cuando ya tu Padre te lo anunció desde el cielo, y te encaminaste al desierto donde fuiste tentado y luego al ser bautizado, una voz de lo alto anunciaba que tú, su hijo querido debería ser por todos escuchado. Predicaste por todas partes, curaste y sanaste, y al tiempo en que enseñabas a tus discípulos las verdades, con autoridad los demonios expulsaste. Donde caminabas dejabas una huella imborrable: sordos que escuchaban y ciegos que volvían a ver. Y además, para que vieran la fuerza de tu divinidad, a Lázaro, a la niña de doce años y al hijo de la viuda de Naín, resucitaste.

Todo esto hacía rabiar a fariseos y saduceos, asombrar y a alabar a Dios a los sencillos y humildes, pensar a los centuriones del imperio romano, y a los discípulos, emocionados y llenos de amor y respeto a ti, registrar en sus mentes y corazones todo lo que veían para luego ser escrito en los Evangelios.

Y luego, para culminar, diste tu vida por nosotros en la cruz, coronando con tu sangre derramada, luminosa y salvífica, el pago por la culpa de todos cometida. Y con tu resurrección los cielos fueron abiertos y el primero en entrar tras de ti, fue el buen ladrón, recién convertido, que a voz en grito confesó que tú eras el Mesías y te pidió lo llevaras al cielo prometido. Gracias Cristo el Señor, que por tu misericordia seremos de la muerte para siempre invencibles.

Por Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

HEMOS CONVERTIDO EL CIELO EN UN INFIERNO



Señor, hemos convertido tu creación en un infierno. Nos diste una inteligencia para construir y la hemos usado para destruirnos. Las armas más sofisticadas, las estrategias de guerra más efectivas, y las formas de enriquecernos más viles, creando sistemas y estructuras que hacen a unos muy ricos y a muchos, unos miserables. Nos diste una boca y unos labios para alabarte y pronunciar palabras que enaltezcan y animen a los demás, y los hemos convertido en una cloaca donde salen los insultos y ofensas más despreciables y las mentiras que convertidas en calumnias, destruyen la fama de cualquiera. Nos diste unas manos para escribir poemas y pintar paisajes, poner ladrillos y levantar catedrales, para acariciar a los niños y levantar a los más viejos y las hemos transformado en puños cerrados que golpean la mejilla del más vulnerable y guardan con brío salvaje las pertenencias que podríamos compartir con los más despreciables. Nos diste un corazón para amar y cobijar a todos los que se acercaran a nosotros, y lo hemos convertido en el recinto de fieras indomables: el rencor, el odio, la envidia y la soberbia. Nos diste una vida para entregarla toda al servicio de construir un mundo nuevo, y la hemos desperdiciado en vicios, diversiones insanas, y ocupaciones vanas que no llevan de valioso a nadie nada.


Y así, lo que pudo haber sido un paraíso en la familia, la empresa, la política, la educación y la ciencia, la salud y la cultura, ha sido convertido en un auténtico desastre con tanto divorcio, injusticias, marginación y miseria. Y aún en la religión podríamos haber hecho más, pero nos hemos acomodado y a veces creado un dios de bolsillo, manipulable, no el auténtico, tú nuestro Señor. Y la naturaleza gime de dolor, agotada y casi seca, con la interminable deforestación, la polución atmosférica y la contaminación de los mares, todo por nuestro pecado de egoísmo provocando tantos males que pareciera no tuvieran solución.


Señor, esto no puede acabar así. Tenemos que levantarnos y encontrarnos contigo, el Dios de la Vida y que mandó a nuestro Señor Jesucristo, el Verbo encarnado a salvarnos, viviendo tu presencia amorosa, para que llenos de tu Espíritu Santo, podamos recrear lo que está destruido, restaurar lo que fue devastado, y así honrarte y darte culto. Tu creación Señor no será enterrada en el fango de la irracionalidad y el envilecimiento. Nosotros Señor nos comprometemos a usar todo lo que somos con la fuerza de tu poder infinito a levantar lo caído, a sanar lo herido, a redescubrir y revitalizar lo perdido y reconstruirlo con la fuerza de tu invencible Espíritu. Amén.


Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

domingo, 26 de agosto de 2018

SEÑOR, TÚ SOLO ERES GRANDE E INVENCIBLE.


Señor, contemplo toda la creación en sus mares y ríos, montañas y valles, animales de tantas especies y al ser humano, que  gracias a ti ha hecho tantos avances en todos los campos de la existencia, y me digo, ¡Qué grande eres! Pero si miro al cielo y observo al sol, la luna y las estrellas quedo también admirado.  Pero más si oigo lo que dicen los astrónomos del sistema solar y nuestra galaxia con millones de estrellas y que hay muchas más y constelaciones y agujeros negros, y que el universo se extiende desde aquel comienzo y que no hay forma de calcular la inmensidad del mismo, y por eso  te digo: ¡Qué grande eres!
Pero si me observo a mí mismo y miro dentro, allá en lo más profundo estás tú  que me sostienes vivo y me amas y dices: “estoy contigo siempre”. Y si alzo la vista y veo que todo lo que existe está en movimiento y  sostenido por tu presencia y que también dice: “estamos y somos porque Dios está presente.” Sí, tú estás en todo y todo está en ti, y nada existe sin tu presencia y consentimiento. Bendito eres Señor, que todo lo puedes y lo haces para tu mayor gloria y honra.  
Si veo con los ojos de la fe y creo que hay un cielo prometido que eres tú mismo y así lo siento, donde están todos los  muertos pero que están ahora más vivos que antes, resucitados y transfigurados, y contemplo que radiantes de luz perpetua y gozando de tu presencia alzan la voz y cantan: “! Gloria a Dios en todo momento ¡”, entonces me arrodillo y te digo, ¡ qué grande eres ¡ Sí Señor, todos ellos te alaban y glorifican tu nombre y dicen: “santo, santo, santo”.  Qué alegría más grande hay en el cielo donde todos felices gozan de tu presencia plena, bella verdadera y siempre nueva.
Señor, me arrodillo ante ti y te pido perdón por mis pecados y mi ignorancia, al no tomar conciencia de que eres el más grande, el único, el todopoderoso y verdadero.  Eres el que todo lo puede y sabe, quien no tiene límites en su verdad y belleza, que trasciende el universo que es nada en comparación contigo, y se mantiene porque tú así lo quieres.   Yo te alabo y bendigo, y te pido con toda reverencia, no permitas que ingenuamente pierda la conciencia de tu sublime y eternal grandeza. Quién como tú Señor, el más grande, el único, el que tiene todo el poder y es siempre el invencible. Amén.   
Mons. Rómulo Emiliani c.m.f.

¿QUÉ HAY DETRÁS DE TODO LO MALO?


Detrás de esta situación de un mundo tan contrario a la voluntad de Dios, y de unas estructuras culturales, políticas, económicas y sociales que se empeñan en destruir al ser humano, está la presencia maligna de las tinieblas. Recordemos los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis, el dragón y las dos bestias, y la marca del 666 en los seguidores de Satanás. Las maneras tan dañinas en que se destruye el planeta, matándose desde siempre entre sí los seres humanos, muriendo millones por el hambre y una gran parte de la humanidad viviendo sin oportunidades una existencia paupérrima, más el desastre ecológico, nos hacen pensar en la presencia del malo. Es el espíritu contrario a Dios que se rebeló contra el Creador y le declaró la guerra. De inteligencia superior a la humana, con un poder de seducción tan grande, el padre de la mentira susurra al oído del ser humano atractivas maneras de tentación, que siempre tienen que ver con adorar dioses falsos para acabar secuestrando a los seres humanos y convirtiéndolos en esclavos de sus maldades. Y se sabe que una persona, comunidad o país, sin Dios y adorando al dios falso del dinero y el poder, acaba destruyendo todo lo que impida la cercanía a ese ídolo.

Se declaró Luzbel enemigo de Dios y construyó su propio reino de la mentira, el odio, la venganza y la adoración a sí mismo. Es en esencia envidioso y ruge con rabia infernal, cuando ve al hombre surgir como hijo de Dios y crecer adorando al Señor y construyendo el Reino de Dios en la historia. Le gusta poner a los hombres unos contra otros, enfrentarlos hasta que se destruyan y promover formas de convivencia humana contrarias a la voluntad del Señor. Detrás de todas las guerras y conflictos donde se ponga en juego la vida y pacífica convivencia de los seres humanos está la presencia destructiva del maligno.

Ciertamente su acción jamás destruye la libertad humana. El hombre sigue siendo libre aún y a pesar de tantas limitaciones provocadas por su rebeldía contra Dios. La libertad nos la dio el Señor para poder amar, porque nadie podría hacerlo sin contar con su capacidad de decidir en darse o no a Dios y a los demás. Si Dios nos hubiera creado sin libertad, seríamos títeres o marionetas dirigidas por un dios caprichoso que juega con los seres humanos. Y ese no es el Señor. El asumió el “riesgo “de que el ser humano dijera que no a su voluntad y cayera en el pecado, porque de otra manera, sin la libertad, no se podría entablar con cada persona un diálogo de amor intenso y profundo. Nadie puede obligar a otro a amar. Cuando un hombre “contrata“ de una prostituta sus servicios carnales, podrá comprar una hora de placer sexual, pero no un minuto de amor. El amor no se compra ni se vende.

El ser humano tiene hambre de eternidad, de trascendencia, de amor pleno. Y en esa búsqueda de encuentro con el absoluto, el infinitamente bueno, misericordioso y poderoso, el hombre se equivoca y cae en la tentación de adorar dioses falsos. El gran problema de la humanidad siempre es ese: adorar dioses falsos. El dinero, igual que el poder, la fama, el placer adorados como si fueran Dios. Y de ahí viene toda su desgracia.

Nadie se escapa de la tentación, ni aún el mismo Señor Jesús. Recordemos su enfrentamiento con Satanás en el desierto. Estamos siempre sufriendo estas atracciones de diversos dioses falsos que quieren ocupar el lugar de Dios. Y cuando uno adora un dios falso, termina sacrificando todo, con tal de poseer aquello que ofrecen las tinieblas de manera engañosa. El comportamiento es el de un ser como hipnotizado, un zombi, una persona alterada que no ve otra cosa que el supuesto bien presentado por el Maligno como alcanzable. 

Y claro que se logra obtenerlo, y mientras más se tiene más se quiere, cayendo en la aberración de las adicciones y de una total dependencia y esclavitud. Sea dinero, sexo, fama, poder o cualquier otra manera de endiosamiento, el ser humano termina siendo un esclavo de aquello.

Pero con el poder de Dios podemos enfrentarnos al tentador y vencerlo. Usando las armaduras de Dios que vemos en Efesios 6, 1-18 lograremos superar las tentaciones. Fe, oración, lectura de la Palabra, eucaristía, comunidad, búsqueda de la santidad, evangelizar, vigilancia, discernimiento y confiando siempre en Dios, quien nunca nos abandona, está con nosotros siempre, y con quien somos invencibles. Amén.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 24 de julio de 2018

¿QUÉ ES LA VIDA?



LA VIDA ES UN DON DE DIOS Y ES SAGRADA.  Este concepto tan inherente a la espiritualidad hindú y budista y vivida también por nuestra cultura indígena latinoamericana, ha sido proclamado siempre por el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y la Iglesia lo cree firmemente.  Pero en la práctica hemos tenido tantos infortunios  históricos, en parte por los conflictos bélicos entre naciones y aún entre religiones, en donde se han bendecido las guerras y sus armas, desde las espadas y lanzas, pasando por los tanques y aviones, y se ha pedido la intervención divina para que gane alguno de los contendientes, cosa que implica la destrucción del contrario.
SE HA EMPLEADO EL CONCEPTO DE GUERRA JUSTA  y algunas veces de “santa guerra” y se ha satanizado al contendor. Siempre “el otro” es el agresor y merece ser derrotado, pidiendo el auxilio divino. Ejemplo: Las guerras entre musulmanes e hindúes que hicieron sufrir tanto a Gandhi y lo llevó a sus extremas huelgas de hambre,  o entre el Islam y la Europa medieval católica; también el papado, en algunos momentos, contra reyes europeos, pasando por los conflictos entre muchos grupos indígenas en la América precolombina, o entre los europeos católicos y los pueblos indios de América, o las terribles y sangrientas luchas tribales en África. En la guerra civil norteamericana, los del norte y los del sur invocaban al Dios cristiano, al igual que en las dos guerras mundiales, se enfrentaron cristianos siempre pidiendo el apoyo de Dios y con sus capellanes bendiciéndolos. Todos oraban y se lanzaban entonces a  destruirse. Se justificaba el matar y hasta en nombre de Dios, sea en guerra o después con la pena de muerte y siempre, supuestamente bendecidos por el poder divino.
HAY UNA ANÉCDOTA HISTÓRICA  en la primera guerra mundial en un frente  en el que  combatían los alemanes contra los ingleses y escoceses.  En la noche de navidad en una pequeña tregua,  se escuchaban en ambos ejércitos atrincherados la canción “Noche de paz” en sus lenguas e inclusive con las gaitas escocesas…un soldado alemán, embriagado,  sale de la trinchera con una botella de licor y comienza a caminar hacia el otro frente cantando y para sorpresa de todos, un par de ingleses hacen lo mismo.  Total, al final terminaron jugando fútbol tres días los soldados que eran enemigos entre sí. Eran jóvenes de 18 a 27 años, fraternizando y olvidando momentáneamente lo horroroso de esas guerras absurdas.  Después, por orden de sus altos jefes al enterarse del suceso, reanudaron los combates y siguieron matándose sin saber porqué. 
¿Y QUE PENSARÁ DIOS? Esta pregunta parecería sobrar, pensando que Dios siempre está a favor de los buenos y los protege.  Es común en los salmos leer peticiones para que Dios intervenga y derrote a los enemigos que agreden a los  buenos.  Por otro lado siempre  tendemos a ponernos, todos, en la fila de los buenos y a sentir que “el otro” está equivocado y  es el malo Pero, una pregunta: ¿quiénes son y dónde están los buenos?  Segundo: ¿Dios quiere que los supuestamente buenos luchen y destruyan al contrario para demostrar que son buenos y que Dios está con ellos?  Vuelvo  a preguntar: ¿y qué pensará y querrá Dios?   Creo que él dice que todos somos buenos porque fuimos creados por Él y no quiere que nos matemos por ninguna razón y que debemos buscar formas adecuadas para resolver nuestros conflictos, sin llegar jamás a derramar la sangre de nadie. Este será el gran reto del siglo XXI, superar las guerras y lograr la civilización del amor.
PERO VEAMOS MÁS PROFUNDAMENTE QUÉ QUIERE DIOS: Primero,  desde el Nuevo Testamento, revelación suprema, ya que la Palabra se hizo carne,   se manifiesta que toda vida es sagrada y merece respeto y protegerla es señal de estar con Dios.  Segundo, en toda vida hay presencia y manifestación divina, por lo que Dios está en todo y en especial en los seres humanos. Lo que hagamos a alguien se lo hacemos al Señor.  Este principio es vital en el Nuevo Testamento, al extremo de que nos jugamos la vida eterna de acuerdo a cómo tratemos a los seres humanos. Aplicar este concepto al respeto a la naturaleza nos convertiría en defensores genuinos de nuestros bosques, ríos y mares.  Tercero, el auténtico culto a Dios implica no solamente las oraciones y demás ritos litúrgicos necesarios para nuestra vida espiritual, basados en lo esencial que es  la Palabra y los Sacramentos, sino  también la defensa del pobre, del marginado y excluido y su promoción humana.
POR ESO LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA  y la pastoral social, además de la evangelización intensa.   Conceptos como el de la dignidad humana, el respeto a la vida y al Bien Común,  la solidaridad  y la comunión en la diversidad, respetando la opinión de los que no piensan como uno, (tolerancia y diálogo), hasta el de la austeridad y sencillez de vida para no acaparar bienes innecesarios, como el de promover una economía solidaria, donde los más pobres se puedan organizar en micro empresas, cooperativas y demás, todo eso es parte del trabajo  y misión de la Iglesia.  
LA IGLESIA, EN CONSTANTE PURIFICACIÓN, acepta los fallos en su pasado y pide perdón por eso y busca vivir más intensamente el Evangelio.  Por eso lucha en favor de la vida en todas sus manifestaciones y defiende los derechos de todos, tanto de los pobres y discapacitados, los presos e indocumentados, las mujeres y los niños abandonados  y está en contra de la pena de muerte, el aborto y la eutanasia y de toda injusticia social, marginación y exclusión. Es una constante de la Iglesia la asistencia a los pobres y ha sido y es la institución que en el mundo tiene más entidades a favor de todos los que sufren en todas sus variadas manifestaciones.  Un simple ejemplo: Hoy  día, las hermanas de Calcuta están dedicadas, entre otras cosas a los enfermos del sida y los hermanos de San Juan de Dios, siguen asistiendo, al igual que hace cinco siglos a los enfermos mentales.
¿CÓMO TOMAR CONCIENCIA EN NUESTRA HONDURAS con un promedio de 82 asesinatos por cada cien mil habitantes, de que la vida es sagrada?  ¿Cómo detener esta ola irracional y casi diabólica de violencia que enluta diariamente a unas 19 familias?  Esa es nuestra tarea y reto; crear una nueva cultura de la paz, del respeto a la vida y de la solidaridad, donde todos amemos la vida y la defendamos, asegurando un mejor futuro para todos los que habiten en esta hermosa  pero sufrida tierra.
PARA ESO HAY QUE EVANGELIZAR  a tiempo y destiempo, usando todos los medios posibles y seguir promoviendo la caridad inteligente en todas nuestras parroquias y orar con insistencia por la paz de nuestro pueblo.  De hecho estamos viviendo un tiempo de una irracional y  aberrante violencia, casi diabólica, y sabemos que nuestra lucha es contra poderes infernales y solo el Poder Divino es infinitamente más grande que el mal. 
TAMBIÉN TENEMOS QUE SANAR NUESTRA MENTE ENFERMA, porque volviendo al principio de nuestra exposición, tenemos ya los síntomas propios de pueblos en situación de guerra: miedo colectivo y odio acérrimo al que nos agrede; Buscar cómo atacar al contrario  en venganza y reducirlo a cenizas aplicando un concepto de justicia al margen de la ley por la impunidad que hay; acostumbrarse a la muerte violenta viéndola
como algo natural; crecimiento de una cultura de la muerte, donde uno ya se convierte en un virtual combatiente que desea la muerte de “los otros”, de los considerados “malos”, sin analizar las causas del porqué hay tanta delincuencia y tanta destrucción.  Debemos presentar personal y comunitariamente una cultura de la reconciliación. Debemos ser mensajeros de la paz, viviéndola intensamente.  Este es un momento decisivo en nuestra patria y todos tenemos que promover la civilización del amor.  No es nada fácil, solo con el poder divino es posible.

Monseñor Rómulo Emiliani  c.m.f.

martes, 10 de julio de 2018

LA MISERICORDIA INFINITA DE DIOS



Todo el plan divino de salvación tiene como esencia la misericordia del Señor que aparece siempre como la gran buena nueva llena de esperanza ante la desgarradora debilidad, el error y el pecado del ser humano, ofreciendo el amor incondicional de Dios donde  habría un final desgraciado sin el perdón divino. Donde abundó el pecado, sobreabundó infinitamente la gracia. De hecho, todos los pecados de la humanidad juntos  son nada ante infinita misericordia de un Dios que jamás será vencido por el mal. “Pues más grande que los cielos es tu misericordia y llega hasta las nubes tu fidelidad”, (Salmo 107,35).

Desde el Evangelio vemos que la misericordia de Dios es eterna,  por lo tanto sin límite de tiempo; inmensa, sin límite de lugar y espacio y  también universal, sin límite de razas, naciones ni credos. El beato Juan Pablo II dijo: “La misericordia de Dios en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito, es también infinita. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera la limite”.  

Es infinita su misericordia y Jesucristo es la manifestación visible del amor de Dios, ya que vino a perdonar, reconciliar y salvar. “Se da prisa en buscar la centésima oveja que se había perdido….! Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios! (San Bernardo). Muchas veces nuestros pecados nos impiden acercarnos a Él, pero Dios siempre sale en búsqueda nuestra.  De hecho, “la suprema misericordia no nos abandona ni aun cuando la abandonamos”, (San Gregorio Magno). 

La iniciativa siempre parte de él, que nos amó primero, que “nos visita con su gracia a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón y promueve  en nosotros abundancia de pensamientos espirituales.  Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza, (Casiano). Podremos caer en el pozo de la miseria más grande, pero si clamamos a Dios confesando nuestros pecados, doliéndonos de ellos, ese pozo infernal no cerrará su boca sobre nosotros y Él nos salvará, (cf. San Agustín). 

Él está siempre pendiente de nosotros, llamándonos por el Espíritu a la reflexión sobre nuestros pecados y al arrepentimiento.  Busca encontrarse con nosotros de mil maneras: a través de los acontecimientos buenos y malos, de amigos, de mensajes, de inspiraciones divinas, sea en el marco del silencio o inclusive en el bullicio de las actividades. El corazón de Dios misericordioso está abierto de par en par para recibirnos.  Él nos llama, desea abrazarnos como Padre que recibe al hijo pródigo y espera pacientemente nuestra conversión.  

Estamos en el tiempo de su misericordia y no despreciemos su oferta de salvación, mientras dura nuestra existencia terrena,  en donde su perdón será total si nos arrepentimos. Acabando nuestra vida ya no habrá vuelta atrás y habrá dos términos, el cielo o el infierno.  Nuestro destino será  la resurrección gloriosa  o la condenación para siempre.  No podemos despreciar esa verdad divina que nos habla de la posibilidad de condenarnos. Rechazar continuamente la gracia de Dios, dar la espalda a su bondad y generosidad y no aprovechar el tiempo de gracia, la oferta divina de su misericordia es arriesgarnos a perder lo más grande, lo único en verdad que vale la pena, la vida eterna con Él. “Consideremos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no solo nos perdona nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se arrepienten de ellas”, (San Gregorio Magno). 

El Cristo colgado de la Cruz nos dice  lo que debemos saber: que Dios nos ama hasta al extremo de entregar a su hijo por nuestra salvación. “¿Qué decir después de esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Dios, que no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá con él todo lo demás?..¿Quién nos separará del amor de Cristo?”, (Rom 8,31-35).  La muerte en el madero fue extremadamente dolorosa, tanto por los suplicios físicos que padeció Jesús como por las angustias y tristezas que vivió y siempre mantuvo su amor misericordioso con nosotros, aún sabiendo cómo le íbamos a responder. Recordemos su amor y que con Él somos invencibles. 

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.


jueves, 5 de julio de 2018

EL AMOR NO DESTRUYE


El que ama no destruye la ilusión de vivir ni la paz en el hogar.  El que ama no mata la esperanza y la seguridad de un futuro mejor de sus hijos, ni arrebata la inocencia de los niños, ni aniquila los lazos de unión de los cónyuges,  ni pulveriza los derechos de todos a participar del bien común, ni le roba al más pobre aún  lo poquito que posee. El que ama no le quita la fama y el buen nombre al próximo, ni hunde la puñalada  en la espalda al compañero por sus intereses, ni deja en la indefensión a los que necesitan de su mano amiga. El que ama no miente descaradamente por dinero para salvar al culpable en un juicio, ni se aprovecha de la ingenuidad del otro para estafarlo, ni se codea con los sagaces tramposos haciéndose la vista gorda de sus delitos para recibir beneficios.
El que ama no cae en corrupción llevándose de las arcas del Estado los bienes  que pertenecen al pueblo para cubrir sus necesidades. El que ama no pone su “yo” en primer lugar para que los demás lo adoren. El que ama no huye dejando a la deriva sus compromisos, los que adquirió al casarse y al tener sus hijos o en su  comunidad cristiana, ni busca aliarse con quienes lo lleven a la perdición, sea por licor, droga o sexo.  El que no  ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
El que ama busca erigir puentes de unión entre los alejados, reconciliar a los que están separados, sanar las heridas por ofensas y daños de los que se sienten afectados, y sabe ver más lo positivo que hay en los demás que sus pecados.  Pregona con su verbo y vida  que Dios es amor y él lo demuestra amando, de tal manera que todos sienten algo de su ternura y buen consejo, generosidad y  amable trato, y está siempre disponible a servir en lo posible a cuantos lleguen a buscar su amparo. El que ama perdona y olvida, jamás recuerda la ofensa al agresor, sino que sana su herida implorando al Señor del Consuelo, al Espíritu Santo que borre la memoria de aquél agravio, para caminar libre como el viento, dando de sí todo lo que pueda, sabiendo que “quien pone la mano en el arado no vuelve  la mirada al pasado”. El que ama busca parecerse en todo a Dios que al amarnos nos perdona y jamás recuerda nuestros pecados si nos hemos arrepentido y confesado.
El que ama devuelve el bien al que mal le hizo y no presta dinero con intención de usura, busca ayudar en lo que pueda y no cae en la locura de adorar dioses de barro, de los que tanto abundan, sino que permanece de pie ante el mundo y solo ante Dios se arrodilla. El que ama reconoce que Dios solo hay uno y lo ama por encima de todo, con todo su corazón, su alma, con todas sus fuerzas y su mente. El que ama no permitirá que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles y principados, ni lo presente ni lo futuro, ni otra creatura alguna lo separe del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. 
El que ama buscará servir lo mejor posible a su prójimo, porque en él está el Dios vivo que tanto adora y guardará la Palabra del Señor y su Padre vendrá a Él y hará morada en Él.  El  que ama busca agradar a Dios en todo e imita a Cristo que se entregó a nosotros como oblación y víctima de suave aroma y permanece sirviendo a los demás y se consume amando como una velita que se derrite lentamente hasta apagarse y resucitar en Cristo para siempre.
El que ama se compadece del que sufre y ama a su hermano a quien ve y así  ama al Dios que no ve. El que ama está seguro del amor de Dios hacia él, porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. No duda del amor de Dios porque siendo nosotros todavía pecadores, murió Cristo por nosotros. Sabe bien que en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. El que ama sabe que recibió el espíritu de hijo adoptivo que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El que ama vence el temor, porque con Dios es invencible.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 30 de mayo de 2018

SEA SENSIBLE A LOS VALORES




¿Es usted sensible a los valores? ¿Qué es un valor? Una realidad que por sí misma es buena, atrayente, positiva. Hay valores espirituales, morales, estéticos, naturales. Entre los valores espirituales está el más grande: la presencia santa de Dios. El ser fiel a Él. El obedecerlo y el imitarlo. Buscar acercarse al Señor experimentando su amor. Entre los valores morales está el de la verdad por el que uno se compromete a decir la verdad y buscarla siempre.

El de respetar la integridad del prójimo y no manipularlo ni usarlo para su beneficio. El de luchar por el bien y promoverlo en todas partes. El de hacer que la justicia impere. El de trabajar con honestidad y el de compartir con generosidad los bienes. Valores estéticos pueden ser: el amor a la belleza manifestado en el cultivo del arte musical, pintura, escultura, poesía y el de los valores naturales, el de contemplar, apreciar y respetar las grandes riquezas naturales conservándolas y usándolas en beneficio del hombre.

Tenemos que ser sensibles a los valores. Vibrar ante estas realidades que entran dentro del marco de lo trascendente, misterioso, sustancial. Apreciar todo lo que es bueno y buscar cómo acercarse a eso y apropiárselo a un nivel profundo.
Y, ¿qué significa apropiarse de un valor? Hacerlo suyo. Entrar en un contacto hondo, profundo y vivencial con lo que en verdad es bueno. En el caso de Dios, permitir que su presencia esté en mí. Vivirlo intensamente. En cuanto a los valores morales, practicarlos todos sabiendo que siempre puede uno perfeccionarse más y que la cuestión no está en solamente haber llegado a la cumbre, sino en subirla paso a paso con todo el sufrimiento y sacrificio que supone. En cuanto a los valores estéticos, estar abierto a todos, pero inclinarse a los que más atraigan. Dan mucha paz al alma. Por ejemplo: oír buena música es una gran terapia y nos serena emocionalmente. Y en relación con los naturales, la cercanía con la naturaleza, la identificación con sus manifestaciones nos hace más humanos. Desde la contemplación de un atardecer hasta jugar con un perrito ennoblece al ser humano.

¿Quiere ser una persona que cada día mejore más? Sea sensible a los valores. Vibre ante ellos. Rompa esa capa de indiferencia ante cosas tan sublimes. Sea capaz de asombrarse, abrirse íntimamente a esas bellas realidades y verá usted como irá embelleciéndose interiormente.

Mientras más contacto con lo bueno y hermoso, más se hace usted así, noble y agradable. Y lo contrario, si vive usted los anti-valores, se va degradando, deteriorando. Y no se olvide, con Dios, usted es ¡invencible!

Monseñor Rómulo Emiliani

jueves, 17 de mayo de 2018

EDUCACIÓN PARA LA LIBERTAD



La responsabilidad de los padres es formar bien a sus hijos.  ¿Le interesa formar bien a sus hijos?  Pues, ¡edúquelos para la libertad!  Ahora, ¿qué es eso de educación para la libertad?  Yo le pregunto a usted, ¿le parece bien estar siempre encima de sus hijos, decidiendo por ellos, protegiéndolos, aún cuando tengan 30, 40 o 50 años?  ¿No le parece esto bastante incómodo y hasta absurdo? 

       Pues existen muchos papás que en su subconsciente desean hacer esto y no es correcto.  Los padres tienen que educar para la libertad.   De esa manera, sus hijos algún día tendrán la capacidad de ser autónomos, de actuar de acuerdo con sus propios criterios y valores.  Hay que educarlos para que sean ellos los que decidan qué hacer con su propia existencia; para que cada uno sea protagonista de su propia historia y sean capaces de decidir por sí mismos su propio futuro. 

       Para lograr esto, los papás tienen que inculcar a las criaturas desde pequeñitas una fe profunda en Dios, sobre todo, y también en sí mismos; ayudarlos a que crezcan con confianza en sus propias personas; cultivar en ellos los más grandes ideales e inyectarles los valores morales más adecuados.  La tarea de los papás es sembrar, de la manera más inteligente y profunda posible, todos los ideales y valores positivos y buenos.  Mientras más profundamente siembren esto en sus hijos y se preocupen en cultivar adecuadamente con mucho amor, verán florecer en sus hijos una personalidad auténtica y fuerte. 

       Los papás deben comprender que esta tarea implicará, definitivamente, mucho tiempo de convivencia con sus niños.  Pero que sea una convivencia agradable, amena, íntima y que se desarrolle desde las primeras etapas de sus vidas.  A medida que el niño pequeñito crezca y adquiera más madurez y personalidad, los papás deben acompañarlos en su desarrollo.  Ahora, acompañar no es estar encima de ellos como un perro guardián; no es sobre-protegerlos ni impedirles que sean ellos mismos.  Acompañar es caminar a su lado y mientras más pequeño el niño, más necesita sentir la presencia de sus papás. 

       Luego, a medida que va creciendo, los papás deben separarse, alejarse poco a poco.  No en el aspecto, diríamos, físico o de contacto, sino en el aspecto de permitir al muchacho y a la muchacha que sean ellos mismos.  Ustedes, como papás, deben estar siempre a su lado, aconsejándoles, velando por ellos; pero no decidiendo por ellos ni opinando o imponiendo la última palabra de una manera tiránica, porque eso no conduce a nada bueno. 

       Cuando comprenda que sus hijos son más hijos de Dios y de la vida que suyos, desempeñará mejor su papel de padre o madre.  Comprenda que su misión fue traer a sus hijos al mundo y formarlos bien, pero para la vida y para que ellos cumplan la misión que Dios les tiene reservada.  Cuando usted comprenda que su tarea consiste en sembrar solamente y que después ellos cosecharán para otros, entenderá algo muy importante de lo que es ser papá o mamá. 

Su misión es sagrada e importantísima; le ha sido encomendada por Dios, nuestro Señor.  Implica mucha madurez y responsabilidad.  Forme bien a sus criaturas, siembre en ellos todo lo bueno que pueda.  Después, déjelos crecer y desarrollarse.  ¡Que sean ellos mismos!  Gánese su confianza para que ellos tengan el suficiente interés de acercarse a usted para comentar sus experiencias, compartir sus fracasos y éxitos, para pedirle los consejos que necesitan, para buscar apoyo y consuelo en los momentos difíciles.  Pero no esté demasiado encima, porque entonces hará de ellos unos títeres que no aprenderán a vivir como seres autónomos y responsables o simplemente se rebelarán y los perderá irremediablemente. 

       ¿Sabe usted que una de las preguntas claves que Dios le hará en el juicio final es qué hizo con sus hijos?  Si usted comprende la enorme responsabilidad de formar a sus hijos para la libertad, alcanzará la gracia de Dios y también se ganará el cielo.  Porque el cielo también se gana ayudando a Dios en la formación de sus hijos, de Sus hijos.  ¿Que esto cuesta?  ¡Por supuesto!  Pero pida ayuda al Señor.  Con Él, usted puede vencer cualquier dificultad y superar todos los escollos que se presentan en su vida, sobre todo en la educación y formación de sus hijos. Pida a Dios que le ayude a comprender su misión en la vida y a entender mejor su papel de formador y educador de sus hijos.  Con Su ayuda, usted puede ser mejor como persona y como padre o madre.  Con Dios usted puede vencer cualquier dificultad u obstáculo, porque con Él, usted es... ¡INVENCIBLE! 

Monseñor Rómulo Emiliani, c.m.f. 

lunes, 7 de mayo de 2018

LO QUE QUIERE TU HIJO



Tener hijos establece una nueva situación sicológica que hace necesarios una serie de elementos que deben reunir las parejas. Es primordial la función educadora de los padres a los hijos.

Es inconcebible una procreación sin educación. No basta con ser padres biológicos; hay que ser padres personales y el primer deber es tener hijos sanos. Esto exige una dinámica nueva entre la pareja que dependerá de la madurez, la preparación personal conyugal y los modelos de paternidad que tengan al respecto.

La familia nace con la llegada del hijo. La unión conyugal es, entonces, sinónimo de familia. Una familia es algo más que una estructura estática o convencional. No es simplemente la foto de los padres y los hijos que siguen de manera inalterable los patrones de la sociedad. La familia es algo que vive una realidad dinámica que involucra interacción y vincula afectividad con una serie de elementos y sentimientos. Es vida y dinamismo que hace que cada uno de los miembros se sienta que existe y vale.

En la educación de los hijos existen ciertos A-B-C que son una realidad. Esto hace que los hijos se desarrollen en un hogar equilibrado. Es necesaria una comunicación adecuada. Los hijos deben crecer viendo a sus padres juntos y no solamente teniendo la función educadora de la madre. Es necesario el equilibro paterno; un compañero, guía, fuerte y seguro. El hijo debe encontrar al padre siempre que lo necesite. Ser padres implica, entonces, ser modelos de vida. Los padres deben estar conscientes que la vida familiar los va a absorber y envolver de una manera total en muchos momentos. No basta con ser amigos; es mucho más lo que requiere una paternidad auténtica. Lo que los hijos necesitan de los padres es su presencia activa en la casa. Alguien que responsablemente asuma su papel de manera integral; que tenga autoridad y disciplina conjugado con amistad, con afectividad profunda y con el deseo de formar una personalidad auténtica.

El arte de vivir consiste en ocupar un puesto en la sociedad sin violentar las necesidades de uno mismo y de los demás. El arte de ser padres consiste en enseñarles a los niños el arte de vivir. Las necesidades y los sentimientos opuestos, es decir, los de los padres y los de los hijos, pueden coexistir. Para lograr esta capacidad de comprensión es necesario establecer un diálogo siempre abierto entre padres e hijos. El primer paso para esto es guiar a los hijos hacia su propia independencia. Es importante determinar cuándo el niño se encuentra preparado para dar el siguiente paso en su propio desarrollo. Gradualmente, el muchacho va adquiriendo mayor autoridad y autonomía para enfrentarse a la vida siendo él mismo el que deba resolver sus problemas.

El papel de los padres no es crear un lecho de rosas para su hijo, sino ayudarle a abrirse camino a través de las espinas. El desarrollo del temperamento se produce por medio de la interrelación del niño con su entorno. Es ahí donde los logros como también las frustraciones forman parte importante de la vida diaria.

La meta de encauzar al niño hacia su independencia no se limita a enseñarlo a controlar su esfínter o a vestirse solo, sino a desarrollar su autonomía, su capacidad de pensar independientemente y de enfrentarse a la vida y a los obstáculos para alcanzar sus objetivos.

La autoridad implica el respeto, la admiración y el amor que se ganan los padres formando bien al chiquillo y esta autoridad la ejercen los padres cautivando con su personalidad al muchacho. Un hijo requiere cariño, ternura, amor y respeto a su autonomía y a su propia individualidad. Un hijo requiere que sus padres lo consideren un ser independiente.

Que el Señor los bendiga a ustedes papás, que formen bien a sus hijos y en relación con esto les digo: Ámense mucho, pues ese amor influirá positivamente en los muchachos. Y no se olviden que el Señor los ama, que Jesús los quiere y que ¡CON DIOS, SOMOS INVENCIBLES!


Monseñor Rómulo Emiliani, c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...