miércoles, 31 de enero de 2018

LA INCOMUNICACION...



Existe una grave falla que se da muy a menudo entre las personas y cuyo nombre es la incomunicación.  Es un obstáculo muy grande que aparece en muchos hogares, en muchas comunidades.  Grandes problemas surgen por la falta de una buena comunicación.

Dios nos hizo a su imagen y semejanza y Él en sí mismo es comunicación, comunión, entendimiento, comprensión mutua, amor perfecto entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  La comunicación es la base de la convivencia humana.  Profundicemos en lo que implica el diálogo, la correspondencia y veamos qué podemos hacer para relacionarnos eficazmente.

Dialogar significa revelar y expresar pensamientos y sentimientos con confianza, con deseos de un intercambio profundo.  Usted tiene una historia personal de éxitos y fracasos, de ilusiones y tristezas, de amor y soledad que le gustaría compartir con otras personas, pero está reprimido por la desconfianza, por el temor o por el suponer que lo suyo no tiene importancia para los demás.

Permítame decirle que usted es importante como ser humano y sus experiencias, por ser parte de su ser, pueden enriquecer a los demás.  Usted debe darles el sentido auténtico y expresarlas.  El Señor quiere que nos comuniquemos, que entremos en comunión con los demás.  La expresión humana ha sido y es uno de los grandes logros del hombre.  Somos esencialmente comunicativos; por eso, cuando usted se reprime le hace un daño tremendo a su propio ser.  El diálogo nos hace más humanos.  Es importante aprender a dialogar.  La incomunicación nos convierte en auténticas islas.

Dialogar supone escuchar.  Y esta es una de las tareas más hermosas y difíciles que hay.  Escuchar no es sólo oír; escuchar significa leer el corazón del otro, interpretar lo que el otro está diciendo.  Es profundizar en su alma para comprenderlo y aceptarlo haciéndolo parte de mi ser.  Escuchar implica hacer silencio fuera y dentro de uno mismo y permitir que el otro entre con todo lo que es: con su amor y su odio; con su dolor y con su paz; con sus alegrías y sus tristezas; con sus miserias y sus riquezas, con sus virtudes y sus pecados.  Que se adentre tal y como es en mi corazón y que yo lo acoja, lo acepte y lo comprenda.  Escuchar implica, entonces, permitir que el otro entre en la casa de mi corazón es el diálogo una manera de vivir más humanamente y el arte de escuchar es la pincelada  que lo hace más sublime, la nota que le da total armonía.

Los impedimentos que ponemos los humanos para que exista un diálogo auténtico son muchos.  Veamos algunos:

1.-  No hay tiempo para escuchar ni para dialogar.
2.-  Etiquetamos a las personas con nuestros prejuicios asumiendo que aquel no tiene nada que decirnos. 
3.-  No sabemos hacer silencio interior.  Para entender y atender al otro hay que hacer silencio en el alma y en el corazón.
4.-  Indiferencia, frialdad y falta de interés en el otro.

¡Qué tristeza! Tantos hogares donde no florece el diálogo, donde no hay revelación de
pensamientos ni sentimientos.  ¡Qué barrera tan grande nos hemos puesto los seres
humanos!

Aprenda a comunicarse con sus seres queridos y con todas las personas con las que tiene que relacionarse.  Usted puede.  Pídale la fuerza necesaria al Señor.  Con Él todo se logra, porque ¡CON DIOS, USTED ES INVENCIBLE!

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.




domingo, 21 de enero de 2018

SIN PACIENCIA, ENLOQUECERÁS.


Una de las cosas que más daño nos hace es el de querer todo ya, el no respetar los procesos de desarrollo, el no esperar los momentos adecuados para conseguir las cosas. Angustia, ira, cólera, porque las cosas no salen como uno quiere y cuando uno quiere. Esto nos enloquece. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”, (santa Teresa).
Es necesario tener paciencia con nosotros mismos, por esos defectos que cuesta erradicar, esos malos hábitos que nos cuesta eliminar, esos pasos tan lentos buscando la superación. Debes comprender que te estás haciendo como persona y el ir creciendo supone subidas y bajadas, momentos de triunfo y retrocesos. Subir la cumbre de la perfección implica el cuidado, la tenacidad y perseverancia del alpinista escalando una gran montaña de piedras lisas. Un paso a la vez y ensayando el otro, asegurando poner el pie y las manos en lugar seguro y seguir subiendo. “Ten paciencia con todo el mundo, pero sobre todo contigo misma; quiero decir que no pierdas la tranquilidad por causa de tus imperfecciones y que siempre tengas el ánimo de levantarte”, decía San Francisco de Sales a una dirigida suya.
Necesitamos paciencia con los demás, sobre todo con aquellos que tienen mal genio, se molestan por todo, no cumplen sus compromisos, son desleales y algunas veces lo echan todo a perder. “Sufre con paciencia los defectos y fragilidad de los otros, teniendo siempre ante los ojos tu propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los demás”, (León XIII). San Gregorio Magno dice que “la paciencia consiste en tolerar todos los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos lo causa”.
Necesitamos paciencia para soportar cosas que no podemos controlar como la violencia, la pobreza extrema, los desastres naturales. Y la paciencia es fundamental para poder realizar los sueños en realidad, las metas en acontecimientos históricos. Todo lo que es grande se consigue a basa de muchos sacrificios, desvelos y renuncias. “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia una virtud probada; y la virtud probada, la esperanza”, Rom 5,3-4. Paciente es el que logra ser dueño de sí mismo, sabe controlar sus emociones y guarda el mayor equilibrio posible sabiendo que todo al final pasará, que después de la tormenta viene la calma, y que es más valioso conservar la mente lúcida, la serenidad y la paz, que las cosas que se puedan perder en el camino.
Tenemos que imitar al Señor que es paciente y misericordioso. Que no nos trata como merecen nuestros pecados, que siempre da una oportunidad al pecador, que espera nuestra conversión. Pacientes como Él que al ver tanta maldad en la humanidad sigue derramando sus bendiciones, abriendo sus brazos como Buen Pastor, buscando rescatar a la oveja perdida y aplicando con plena abundancia los beneficios de su muerte redentora.
La misericordia divina, la de nuestro Dios con nosotros, se transforma en paciencia en relación con la escandalosa lentitud de nuestro crecimiento espiritual, con la tardanza en el desapego a cosas que nos impiden la unión más perfecta con Él y nuestra resistencia a responder con compasión y solidaridad a los que nos piden nuestra ayuda. “Jesús con su paciencia salvífica a nadie cierra las puertas de su Iglesia, para salvarnos con su gracia. A los adversarios, a los blasfemos, a los eternos enemigos de su nombre, si se arrepienten de sus delitos, los admite no solo al perdón, sino a la recompensa del reino de los cielos. ¿Qué más paciencia y más bondad puede haber? Pues recibe la vida de la sangre de Cristo el mismo que la ha derramado. Tal y tanta es la paciencia de Cristo, y si no hubiera sido por ella, no tendría hoy en la Iglesia al apóstol San Pablo”, (San Cipriano).
Imitar al Señor implica entonces ser misericordiosos y pacientes como Él. La paciencia, parte de la virtud de la fortaleza, implica la capacidad de soportar con cierta igualdad de ánimo, por amor a Dios, los sufrimientos físicos y morales, y las situaciones y personas difíciles. La paciencia implica no dejarse arrebatar la serenidad, la iluminación divina y el amor por los golpes recibidos mientras se hace el bien. “Mira la manera de sufrir con paciencia los defectos y flaquezas ajenas, sabiendo que tú tienes mucho que te sufran los otros”, (Kempis). Pide al Señor el don de la paciencia, sabiendo que con Él tú eres es invencible. 
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

lunes, 15 de enero de 2018

HABLE CON DIOS.


Mire, hoy le digo que si cree en el Señor, sea consecuente con su fe y comuníquese con El . Hágalo con respeto, con amor, con dedicación y esmero. A Dios no se le puede tratar como un mendigo, a quien le damos un ratito, sin calidad, de nuestro tiempo, diciendo algunas incoherencias con prisa, pensando que con eso ya hemos cumplido. Hoy queremos enseñarle a cultivar el hábito de la oración. No se trata de convertirlo en un escrupuloso que vive de fórmulas rezadas, sino en una persona equilibrada, que vive en armonía con todas las facetas de su ser y que sabe desarrollar todo para ser una persona completa y llegarse así entero a la comunicación más grandiosa, con Dios..
La oración es el gran medio del encuentro con Dios y también un medio de recuperación emocional y mental que tiene usted en sus manos. Queremos que viva más intensamente la oración, como nos lo enseña Jesús en el Evangelio. Para eso, siga las siguientes normas:
1.- Acostúmbrese a aislarse durante diez o quince minutos diariamente, para tener un encuentro personal con el Señor. Con el tiempo añadirá más minutos hasta donde crea le sea posible.
2.- Relaje su cuerpo, su mente y su espíritu. El cuerpo es la parte material suya, vehículo del alma. Esta es la sede de nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, y el espíritu, el medio por el cual usted se comunica con Dios. Es importante que tome conciencia de que estas “dimensiones suyas”, componen un solo ser que es usted y merecen toda su atención. Para relajarse, póngase sentado en una postura cómoda, pero con la espalda erguida, las manos en sus rodillas y respirando sin prisas, pero con cierta profundidad. En ese momento está a usted a solas con Dios. Puede hacerlo en un templo, en su propia casa, cerrada la puerta de su habitación y haciendo ver a su familia que necesita estar a solas todos los días un rato.
3.- Vacíe su mente de todo lo que le preocupa, no piense en sus problemas. Imagínese que usted está en un lugar apacible y repítase en ese momento las palabras: “paz, paz, paz; me siento en paz; cada vez me siento más en paz”. Usted se irá sintiendo en calma e irá relajando sus músculos. Respire hondo y relaje su cuerpo y su mente. Comience a transportar su espíritu al corazón de Dios. Piense en Jesús, siéntalo cerca de usted. Piense en Dios como su gran amigo, como un padre que lo recibe. Poco a poco su cuerpo, mente y espíritu en armonía profunda se irán aquietando. Puede repetir cualquier frase bíblica que le parezca o una de nuestras tradicionales jaculatorias o oraciones muy breves. Este ejercicio lo conduce a un momento más íntimo con Dios.
4.- Comience un diálogo de amor con el Señor. Hágalo con sencillez, con naturalidad, expresando sus deseos, temores, alegrías, su alabanza a El. No busque palabras solemnes, háblele con el lenguaje que usted usa diariamente. Dios lo comprende y a El le encanta que le hable con el corazón. Le empezarán a suceder cosas increíbles y maravillosas. Dígale: “¡Oh Señor!, te entrego mi corazón; gracias por la vida, por tu amor, por tu perdón.” Repítalas lentamente sintiéndose escuchado por Dios. No haga oraciones muy extensas, sino en general, breves, pero llenas de contenido. Cuéntele sus preocupaciones; háblele como a un amigo y crea en verdad que El está con usted oyéndolo, ayudándolo y llevando la carga con usted. Dios lo escucha y lo pacifica. Experimente todo esto, porque es verdad. El es su Padre amoroso, El es su Redentor que lo dio todo por usted y es el Dios consolador, que lo anima y lo ilumina.
5.- Si usted quiere que Dios ayude a otras personas, ore con el convencimiento de que sus plegarias llegan en forma de bendición a ellas. Usted está siendo el puente por donde Dios derrama su amor y su protección a otras personas. Convénzase y siéntase seguro de que hay una influencia positiva en esa persona, si usted lo hace con u profunda fe. No permita la entrada de pensamientos y sentimientos negativos como el miedo, odio, rencor, frustración. Esto corta su comunicación con Dios.
6.- Pero lo más importante, es que usted se concentre en el Misterio Divino que vive en su persona y desde la contemplación de la Presencia de Dios, usted pueda experimentar el amor, la acogida, el perdón y la fortaleza que el Señor le da.
La oración es el puente maravilloso que hay entre Dios y usted. Esta oración personal debe ir acompañada de la oración comunitaria y sus diferentes vertientes y sobre todo con la asistencia consciente en la Santa Eucaristía. Es importante que usted escuche a Dios y acepte de buen grado su voluntad. Es indispensable que crea que sus plegarias tienen respuesta. Dice Jesús: “Todo cuanto orando pidieran, crean que lo recibirán y así se les dará”. En la medida que ore, experimentará el amor de Dios. Hágalo todos los días. Concédase a usted mismo la oportunidad de crecer como persona, apartando un tiempo diario a solas, en silencio, con El mismo Dios que vive en usted. Usted y todos necesitamos esos ratos hermosos donde estamos conscientemente más cerca del Señor. Y no se olvide que con Dios, ¡USTED ES INVENCIBLE!


Monseñor Rómulo Emiliani

domingo, 7 de enero de 2018

EL PODER DE CREER...


Creer vivamente es una de las fuerzas más sanas y una de las prácticas más notables y permanentes de la humanidad. La fe en Dios, en la vida y en uno mismo, conjuntamente con el deseo vehemente de triunfar, despiertan las facultades dormidas y convierten al ser humano en una fuerza positiva e histórica. La fe es la base de las razones más profundas del existir, para el encuentro con Dios y también para realizar obras grandes e importantes.
El poder de la fe es realmente impresionante. Las convicciones más profundas de la humanidad en cuanto a lo divino, en todos los credos, están centradas en el poder de creer, o sea la fe. Si existe verdaderamente una fe o creencia intensa, se podrá avanzar persistentemente hasta alcanzar una meta.
Todo aquel que en verdad crea en algo fuertemente, encontrará la manera de realizarlo. Si usted usa su poder de creer, su triunfo está asegurado y obtendrá de la vida cuanto quiera de noble y bueno, a pesar de los obstáculos que se presenten. El poder que da la fe capacitará para ser, hacer o tener lo que quiera de todas las cosas buenas, nobles, santas y virtuosas que Dios le ha preparado y destinado. Sin el poder de creer, usted está condenado al fracaso.
La palabra de Dios, manifestada a través de las Sagradas Escrituras, rebosa de este poder de creer. De hecho, el poder de creer intensamente es la base de todas las grandes religiones. Estúdielas y hallará que ciertamente lo trascendente y la divinidad de un solo Dios las une a todas. Mas también tienen en común el poder de confiar firme e intensamente en Dios, en el amor, en lo bueno y que todo es posible con la ayuda del poder de Dios. A lo largo de la historia de la humanidad, la importancia de creer ha sido proclamada por todas las grandes religiones y también los grandes pensadores, filósofos y sociólogos.
Dice la Palabra de Dios que como piense un hombre en su corazón o como crea ardientemente, así será. Dice, también, que todas las cosas son posibles para el que cree. Esta es una afirmación enérgica que proviene de Dios, nuestro Señor, quien es la fuente más confiable y verdadera que existe.
El hombre y la mujer de fe actúan en base al amor a Dios, a la patria y al trabajo. Esa es la razón de su éxito. Los pueblos que han resurgido de catástrofes y destrucción, lo han hecho con la ayuda de personas que supieron darles motivación, mística e inspiración y que aprendieron a desterrar la vagancia y el egoísmo, reconociendo que el tiempo es oro. Los pueblos auténticos se han comprometido históricamente a trabajar para que sus hijos y nietos tengan un mañana mejor. Fueron y son pueblos con ilusiones y grandes metas, pero sobre todo, con fe en un futuro mejor.
Todo los que somos en este momento es el resultado de lo que pensamos, creemos firmemente y luego nos proponemos realizar en nuestras vidas. Todo lo que usted es, llegó a serlo porque creyó. Esa es la clave para ser lo que usted quiera: crea intensa y profundamente, convénzase que es posible y entréguese de corazón a su realización. Está demostrado que lo que en verdad concebimos y creemos de bueno, profundo y noble a nivel mental, lo podemos realizar, si en verdad lo creemos vehementemente.
Usted es mejor de lo que piensa que es y de lo que ha sido hasta ahora. Es como una mina de oro temporalmente cubierta de palos, fango y hierba. Si cultiva una actitud mental positiva, tendrá más madurez para comprender y enfrentar crisis y necesidades que se presenten. Mientras más problemas enfrenta, más fortaleza desarrollará; a más obstáculos, resurgen más sus valores profundos internos. Dios quiere que sea valiente y decidido.
El Señor lo ha creado para realizar cosas maravillosas. Queremos ayudarle a usar su poder inmenso de creer para lograr esto y ser feliz en la vida. La Palabra de Dios está llena de este mensaje: ¡Crea y será posible! Crea profundamente en el poder de Dios y en que podrá realizar todas las cosas que Dios le ha destinado. ¡Crea intensamente y realice cosas maravillosas, porque CON DIOS, USTED ES INVENCIBLE!


Monseñor Rómulo Emiliani, c.m.f.

miércoles, 3 de enero de 2018

LUCHE CONTRA LA DEPRESION...


 
La depresión se define como un trastorno del estado de ánimo, como tristeza, mal humor, desaliento,  lentitud al pensar, voluntad débil e incapacidad de decisión.  Surge sin razón aparente o como una reacción exagerada a un aconteci­miento y produce daños en funciones físicas y mentales que afectan el trabajo, el sueño, el interés sexual, el apetito y el intelecto.
 
La persona deprimida pierde la capacidad de gozar de la vida.  En este estado de desamparo profundo desea olvidarse de todo y estar libre de cualquier compromiso o responsabilidad.  ¡Sólo quiere que lo dejen en paz! 

El depresivo se impone una terrible barrera, invisible e impenetrable, que le separa del resto de las personas, le impide buscar o recibir ayuda y lo introduce cada vez más en un pozo profundo.  Algunas veces no hay signos visibles de la enfermedad, ya que el individuo por pena, vergüenza o miedo oculta su depresión.  Lo curioso del caso es que estas personas necesitan mucho consejo e información sobre la depresión; pero no les interesa recibirlo, porque creen que su caso no tiene remedio o que es otra cosa.  Cuando sufren un ataque agudo de su enfermedad, no quieren, no pueden y no desean buscar ningún tipo de ayuda.  Su problema más grande está en ellos mismos. 

Los familiares y la gente más cercana a veces se portan injustamente al no entender que la depresión es una enfermedad.  Recurren a regañar, gritar o maltratar verbalmente al deprimido exigiéndole cambiar, sonreír y hacer algo sin darse cuenta que hay algo profundo e íntimo, a nivel mental y emocional, que se lo impide.  Los familiares y amigos no pueden ayudar si ignoran que está enfermo. 

El depresivo que ha llegado a su nivel más bajo no le importa la opinión de los demás ni el mundo a su alrededor; cae en la apatía e indiferencia.  Por más que le digan, le llamen la atención, le griten y le exijan, pierde el interés por todo, se deprime más y se aísla.  El deprimido se desespera y sufre, porque es incapaz de explicar lo que está sintiendo; se resiente, porque las personas más allegadas no lo entienden.  La situación se convierte en un círculo vicioso de incomprensión y frustración. 

Para vencer la depresión se deben rechazar los pensamientos negativos, los recuerdos del pasado y los sentimientos de culpa que hacen perder fuerza.  La depresión se puede controlar a base de esfuerzo, constancia y concentración.  Usted tiene más fuerza de voluntad y es mucho más inteligente de lo que cree.  No se torture la mente por cosas que no se pueden evitar ni dependen de usted, como accidentes y desgracias.  No se imponga más cruces y sufrimientos de los que la vida le da.  "En vez de lamentarse por la oscuridad, encienda una vela." 

El sufrimiento tiene valor cuando es por causas nobles, para beneficio del prójimo o cuando Dios permite que uno tenga algo por qué sufrir.  Pero cuando el sufrimiento es por obsesión mental o traumas, hay que buscar solución.  Ciertamente, es necesario acudir a un buen psicólogo o psiquiatra cuando la depresión es muy grave. 

Hay que ayudar al deprimido a reforzar su auto-estima y mantener una rutina regular con tareas que le sean realmente difíciles.  Aunque se resista hay que insistir, porque la inactividad es su peor enemigo.  Esa persona necesita todos los estímulos positivos y excitantes que se le puedan proporcionar y no se le debe permitir apartarse de los contactos más esenciales que le rodean.
  
La depresión tiene raíces espirituales y religiosas y sobreviene cuando ignoramos la presencia de Dios y desoímos sus designios.  Para salir de la depresión y estar sano mentalmente debemos acoger la Palabra de Dios en nuestro corazón.  Ella es fuente inagotable de riqueza espiritual y la herencia más preciosa entregada por gracia de Dios a la humanidad. 

La voluntad de Dios es que estemos mejor para servir más al prójimo.  Con la ayuda de Dios, la cruel enfermedad mental de la depresión se puede vencer, por el bien de todos, ya que todos sufren cuando usted está deprimido y triste.  Haga un esfuerzo por cambiar y pida ayuda y auxilio a Dios.  El tiene todo el Poder para aliviar su sufrimiento, purificarlo y limpiarlo.  Luche contra la depresión con todos los medios nobles y buenos que conozca; no permita que lo domine.  Dios no quiere verle triste, melancólico, apagado, nostálgico y arrastrando los pies por la vida.  Es parte de la vida sentirse alguna vez contrariado, perturbado con problemas y preocupado.  A todos ocurre de vez en cuando, pero Dios lo quiere ver alegre, dinámico, activo, feliz, contento y lleno de vida.  CON DIOS, USTED ES. .¡INVENCIBLE!

Monseñor Rómulo Emiliani, c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...