La depresión se define como un trastorno del estado de ánimo, como tristeza, mal humor, desaliento,
lentitud al pensar, voluntad débil e incapacidad de decisión.
Surge sin razón aparente o como una reacción exagerada a un acontecimiento y produce daños en funciones físicas y mentales que afectan el trabajo, el sueño, el interés sexual, el apetito
y el intelecto.
La persona deprimida pierde la capacidad de gozar de la vida.
En este estado de desamparo profundo desea olvidarse de todo y estar libre de cualquier compromiso o responsabilidad.
¡Sólo quiere que lo dejen en paz!
El depresivo se impone una terrible barrera, invisible e impenetrable, que le separa del resto de las personas,
le impide buscar o recibir ayuda y lo introduce cada vez más en un pozo profundo.
Algunas veces no hay signos visibles de la enfermedad, ya que el individuo por pena, vergüenza o miedo oculta su depresión.
Lo curioso del caso es que estas personas necesitan mucho consejo e información sobre la depresión; pero no les interesa recibirlo, porque creen que su caso no tiene remedio o que es otra
cosa. Cuando sufren un ataque agudo de su enfermedad, no quieren, no pueden y no desean buscar ningún tipo de ayuda.
Su problema más grande está en ellos mismos.
Los familiares y la gente más cercana a veces se portan injustamente al no entender que la depresión es una enfermedad.
Recurren a regañar, gritar o maltratar verbalmente al deprimido exigiéndole cambiar, sonreír y hacer algo sin darse cuenta que hay algo profundo e íntimo, a nivel mental y emocional, que
se lo impide. Los familiares y amigos no pueden ayudar si ignoran que está enfermo.
El depresivo que ha llegado a su nivel más bajo no le importa la opinión de los demás ni el mundo a su alrededor;
cae en la apatía e indiferencia. Por más que le digan, le llamen la atención, le griten y le exijan, pierde el interés por todo, se deprime más y se aísla.
El deprimido se desespera y sufre, porque es incapaz de explicar lo que está sintiendo; se resiente, porque las personas más allegadas no lo entienden.
La situación se convierte en un círculo vicioso de incomprensión y frustración.
Para vencer la depresión se deben rechazar los pensamientos negativos, los recuerdos del pasado y los sentimientos
de culpa que hacen perder fuerza. La depresión se puede controlar a base de esfuerzo, constancia y concentración.
Usted tiene más fuerza de voluntad y es mucho más inteligente de lo que cree.
No se torture la mente por cosas que no se pueden evitar ni dependen de usted, como accidentes y desgracias.
No se imponga más cruces y sufrimientos de los que la vida le da.
"En vez de lamentarse por la oscuridad, encienda una vela."
El sufrimiento tiene valor cuando es por causas nobles, para beneficio del prójimo o cuando Dios permite que uno
tenga algo por qué sufrir. Pero cuando el sufrimiento es por obsesión mental o traumas, hay que buscar solución.
Ciertamente, es necesario acudir a un buen psicólogo o psiquiatra cuando la depresión es muy grave.
Hay que ayudar al deprimido a reforzar su auto-estima y mantener una rutina regular con tareas que le sean realmente
difíciles. Aunque se resista hay que insistir, porque la inactividad es su peor enemigo.
Esa persona necesita todos los estímulos positivos y excitantes que se le puedan proporcionar y no se le debe permitir apartarse de los contactos más esenciales que le rodean.
La depresión tiene raíces espirituales y religiosas y sobreviene cuando ignoramos la presencia de Dios y desoímos sus
designios. Para salir de la depresión y estar sano mentalmente debemos acoger la Palabra de Dios en nuestro corazón.
Ella es fuente inagotable de riqueza espiritual y la herencia más preciosa entregada por gracia de Dios a la humanidad.
Monseñor Rómulo Emiliani, c.m.f.
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