viernes, 30 de julio de 2021

CRISTO, EXPLOSIÓN DE AMOR



Cristo, tu encarnación fue un gesto de acercamiento total, del Padre Dios y de ti como Verbo, a una humanidad creada para entablar una historia de amor real por voluntad divina desde toda la eternidad.
Tú te hiciste hombre y también creación toda para dejar plasmada la más grande unidad, haciendo que el hombre y Dios fueran uno gracias a tu realidad humana y a tu divinidad. Tú, Dios y hombre, plenitud perfecta, donde sin dejar de ser dos naturalezas una persona es toda ella, Jesucristo nuestro Señor, divinidad perfecta, plena humanidad, compendio de celestial y terrenal belleza.
La encarnación fue tan plena que abarcaste la creación de la tierra y todo el universo, al extremo de que tu naturaleza humana por la conexión con todo lo creado, abarca las galaxias todas ellas, las constelaciones y todo lo que en el espacio sea, sabiendo entonces que tu cuerpo se extiende por todo lo que es, asumiendo tu persona todo lo que existe, haciéndolo uno con el Padre. Gran misterio la Encarnación tuya.
Por eso al contemplar la ampliación radiante de todos los soles, de galaxias sorprendentes, veo tu cuerpo celeste como una gran exposición del Santísimo Sacramento extendido en el altar del universo. Si, tu cuerpo, tu alma, tu sangre y tu divinidad abarca todo lo creado en billones de estrellas, asumiendo en tu divino Cuerpo la inmensidad de todas ellas.
Por medio de tu encarnación eres hombre, y en ti están todos los seres humanos, y la materia toda que está en los ríos, montañas, praderas y valles, glaciales y océanos, todo en ti se concentra, sin hacerte perder tu esencia. Eres el Dios hombre, perfecto en todo, grandioso, Jesucristo nuestro Salvador que lo abarcas todo, ya que todo el universo en ti está sujeto, invadido por tu Espíritu y hecho tuyo de manera nueva. Por lo que en el fondo todo es sagrado, todo merece respeto. Tanto todo hombre, como los árboles y los ríos, los planetas y los sistemas solares, el universo entero exige nuestra veneración y cuidado.
Al irrespetar a las personas como a la naturaleza, estamos agrediendo tu santa esencia humana y divina, celestial y terrena, y por lo tanto eterna. Todo está por ti impregnado, todo es por ti sagrado. Por eso al arrasar los bosques y al marginar los seres humanos, al crear desiertos y promover pobrezas, estamos ultrajando tu persona, profanando lo divino que está en todo lo creado.
Por lo que sacrilegio sería no sólo atentar contra la Eucaristía, sino llenar de plástico los océanos, y dejar el aire por la contaminación insano. Gran crimen en verdad consistiría en envenenar los ríos explotando minas para sacar el oro que a otros lados iría, dejando a la gente enferma y los suelos áridos con gran sequía.
La tortura que sufre el hombre por regímenes opresores, y el hambre que experimenta por sistemas explotadores, es tan grave pecado como el que realizan con odio y saña los profanadores con las hostias santas quemándolas, dejando sin cuerpo de Cristo a sus adoradores. Igual profanación es porque atenta contra tu Cuerpo que está en el sagrario y en el mundo entero, causando en tu Corazón infinitos dolores.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

jueves, 29 de julio de 2021

UNA ESPADA ATRAVESÓ TU ALMA.




María, el anciano Simeón profetizó que una espada atravesaría tu alma al contemplar y vivir la pasión de tu hijo nuestro Señor. Como madre, con un corazón como el tuyo, inmaculado, santo y delicado, estar al pie de la cruz y ver cómo tu hijo iba muriendo manando sangre en sus heridas, infectado su cuerpo con el tétano de los infames clavos, asfixiándose lentamente, tuvo que ser en extremo doloroso. No hay forma de imaginar siquiera cómo sufrirías en ese momento, además sabiendo que tu hijo inocente había sido abandonado por sus discípulos, siendo objeto de burlas y desprecios por el populacho, y víctima de las más infames calumnias de los poderes religiosos de su tiempo. Acusado de ser blasfemo, subversivo, loco y mentiroso, Dios lo había castigado por todos sus pecados.

María, madre de los dolores, que llevaste en tu vientre al Salvador durante nueve meses, y luego de dar a luz lo amamantaste, le enseñaste a caminar y hablar, a manejar sus sentimientos, a ver la vida con tus ojos de mujer campesina, qué gran educadora de Jesús fuiste. Lo ayudaste a crecer con el amparo de san José, trabajando con sus manos la madera y los frutos de la tierra, haciendo de tu hijo un hombre completo. Le enseñaste a rezar, a hablar el niño con su Padre Dios, a expresarse de la mejor manera alabando y dando gracias al Creador. Le predicaste lo que decían los profetas, los salmos y los proverbios de los misterios del Señor, haciendo que el niño Jesús sintiera en lo más profundo lo que él era, el Verbo encarnado, el Dios con nosotros, el Mesías redentor. Fuiste la gran maestra de Jesús, nuestro Salvador.

Dios Padre te escogió para que fueras la madre de su hijo, y te preservó del pecado original, y desde la eternidad te preparó para esa gran misión, ser la formadora del corazón de nuestro Redentor. Lo hiciste todo tan bien hecho, desde cantar sus cánticos de cuna, abrazarlo con ternura desde que nació, hasta cocinarle y hacerle su ropita de niño, de adolescente y adulto, sus mantos y túnicas, de manera sencilla, como mujer pobre de Nazaret, como madre buena y sencilla, que agradaba siempre a nuestro Padre y Señor.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús, porque acompañaste a tu hijo desde que nació y murió en una cruz, siendo en extremo la mujer fiel, fuerte, generosa y misericordiosa, la que sirvió a la causa del Reino, clavada una espada en su alma, sin jamás protestar o maldecir, sino siempre bendecir, perdonar y seguir amando hasta el final. Amén.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...