martes, 25 de agosto de 2020

INCLUIR EN VEZ DE EXCLUIR


La historia de la humanidad es un reguero de sangre porque siempre hemos visto a los “otros” como enemigos, como una amenaza. Y por eso tantas guerras y tensiones continuas, no solamente entre tribus, naciones,   sino  entre  empresas,  partidos  políticos,  inclusive religiones,  provocando una interminable pérdida de recursos, tiempo y vidas para ganar contiendas.Y siempre hay motivos para sospechar del otro, sean  con  fundamento  o  infundados.  Y  la sospecha trae el miedo y  el buscar protegerse del supuesto agresor.  Y como dicen que la mejor defensa es atacar,  los pueblos se arman,  viene entonces la carrera armamentista, inclusive la nuclear, de un gasto tan innecesario como absurdo, sacrificando presupuestos destinados al bienestar de la gente,  para defenderse de un enemigo.  Y en toda guerra quien pierde es la humanidad. Viene un retroceso en todo. Muchas veces con hambruna después de finalizada la contienda. Miren las dos guerras mundiales y los millones de personas muertas, más civiles que militares, por cierto. El golpe terrible en las economías;  los atrasos en la agricultura,  fábricas,  educación y tantas otras áreas.    Y el luto en muchos hogares. 

Pero han surgido en todas las épocas de la historia personas que han dicho que la violencia nunca es buena, que hay que incluir en vez de excluir. Pacificar en vez de luchar. Reconciliarse en vez de agredirse. Y el que más lo ha hecho, el siempre pacífico y misericordioso Jesús, el Verbo encarnado, el Dios con nosotros, nos lo dijo de tantas maneras, y más aún con su propia vida. Aguantó toda clase de insultos y ofensas, calumnias y marginación, golpes, salivazos, y hasta la propia muerte por asesinato.  Siempre respondió con amor y perdonando. Si te piden una milla camina dos. Si te toman el manto, da la túnica. Si te golpean una mejilla, pon la otra. Reconcíliate antes de que vayan al juez. Vete a pedir perdón antes de poner tu ofrenda en el altar. Perdona setenta veces siete. Sean misericordiosos como su Padre lo es.  En el Padre Nuestro, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Porque si no perdonan, no serán perdonados. 

No juzgues para no ser juzgado. Antes de mirar la motita en el ojo de tu hermano, mira la viga que hay en el tuyo. Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios.San Francisco de Asís, Gandhi, Luther King, Teresa de Calcuta y miles más han promovido una cultura de la paz y han sido muy coherentes con sus principios. Debemos sumarnos todos nosotros. Vivir nosotros en paz y extenderla por todas partes. Transmitir paz con nuestras vidas. Con Dios es posible, porque con El somos invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

EL MILAGRO DE LOS PANES Y PECES.



Que una persona se olvide de comer, o no se preocupe por llevar nada de alimento para una larga jornada de camino, o es porque lo que sigue o persigue es extraordinariamente grande y seductor, o lo contrario, huye de alto terrible. Pero no escapaban de nada. Más bien había algo que los atraía intensamente. En aquellos tiempos no era cuestión de parar la marcha en cualquier lugar y comprar qué comer, cuando sobre todo había una multitud en igual condición. Ningún pueblo podría dar de comer a más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. ¿Qué pasaba con esa gente que se unía y seguían una marcha larga y sin preocuparse por otra cosa que estar pendiente de algo grande? Es que había una persona que hablaba con autoridad, con voz clara y potente, y que lo que decía tenía sabor a vida eterna, a gloria, a cielo, a plenitud. Lo que decía llegaba al corazón, les llenaba el alma. Y además hacía cosas como curar enfermos, limpiar leprosos, devolver la vista a los ciegos, resucitar muertos. Era alguien muy importante, especial, único.


Y ese alguien llamado Jesús sentía compasión por esa gente. Por el vacío de Dios que experimentaban, sus miedos y angustias, sus pecados y tragedias y porque tenían hambre. Y él trataba de llenar el corazón de ellos de la presencia de Dios, de sabiduría, de esperanza, de paz y perdón. Pero también quería que no sufrieran de hambre física. Dios no quiere que nadie sufra de hambre y en el mundo son millones los que pasan hambre y muchos niños mueren por desnutrición. El Señor siente una infinita compasión por la humanidad. Y Jesús cuestiona a los discípulos sobre la situación de esta gente. ¿Qué se puede hacer? No hay respuesta de parte de ellos, solo la de despacharlos. ¿Y con qué contaban ellos? Unos pocos peces y panes. Jesús sintió en su alma que le salía un poder infinito que no quería en ese momento controlar ni apagar. Generalmente lo hacía. No quería demostrar quién era y que la gente lo siguiera por sus milagros, y no por su palabra. Nunca exhibió su poder.


Y vino el milagro. Los mandó sentarse en grupos de cincuenta y empezó a repartir los panes y peces. Serían los mejores panes que habrían comido en toda su vida, igual que los peces. Directamente de manos de Dios. Quedaron saciados y sobraron doce canastos de comida. Nada se perdió; se guardó. Esa es la voluntad de Dios. Que haya comida para todos y que se ahorre, se guarde. Que nada se pierda. Que seamos solidarios. Que nadie pase hambre en el mundo. ¡Qué mal andamos!


Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...