lunes, 13 de noviembre de 2017

CON TUS LLAGAS ME ESTREMEZCO


¡Oh!, mi adorado Jesús, colgado en el madero, cuando contemplo tus llagas abiertas manando sangre me estremezco y caigo de dolor y en duelo. Sé que cuando agonizabas y morías pensabas en cada uno de nosotros porque tu divinidad no tiene límites de ninguna naturaleza, y en el momento supremo donde entregabas al Padre tu espíritu, lanzaste un fuerte grito, y ese sonido desgarrador y desarticulado era mi nombre por ti pronunciado. Se oyó, como el nombre de cada uno, por todo el universo y las galaxias y los soles también se estremecieron. Esa fue la causa de tu muerte, la vida de cada uno de nosotros. En verdad no estamos solos, tú siempre estás a nuestro lado, con una forma de presencia que nos abraza en todo momento.
En la cruz inmolabas la vida y la entregabas en pleno sacrificio, derramando hasta la última gota de sangre, por mí, tan ingrato pecador. Fuiste enviado por el Padre y encarnado en el vientre de María, te hiciste hombre pensando en que así a mí te acercabas, haciéndote uno como nosotros, y de una manera plena y para siempre. Dejaste de usar tus atributos divinos sin dejar de ser Dios, para que tu vida fuera como la mía, menos en el pecado. Naciste lo más pobre en Belén y así te identificaste con lo más despreciado de la humanidad, los marginados y excluidos, muchos que al nacer mueren o crecen desnutridos, conservando taras que les impiden un buen desarrollo humano. Te llevaron a Egipto, ese varón tan noble llamado José, con tu santa madre María, para que las tropas del furioso endiosado y sifilítico Herodes no te arrancaran la cabeza y descuartizaran, como hizo con los niños menores de dos años en Belén. Supiste lo que es ser migrante por causa política y de violencia, viviendo en Egipto el desprecio de los que se consideraban superiores a la raza judía, tan despreciada. Viviste en Nazaret bajo el amparo de una madre tan bella que te ayudó a crecer moldeando tus sentimientos, impregnándote de sensibilidad, enseñándote a hablar y elevar en oraciones tu corazón a Dios Padre.
José, ese varón casto, que al anuncio en sueños del Ángel comprendió el misterio que te envolvía y miró a María como un templo sagrado y de singular pureza, desde ese momento la respetó tanto que nunca se cruzó por su mente un simple pensamiento o deseo carnal con ella. Con él aprendiste lo que es la nobleza del trabajo del artesano, carpintero que transformaba la madera en sillas y ventanas, puertas y carretas de calidad inigualable. Te enseñó a usar las herramientas y cuando no había trabajo de carpintería, lo acompañabas a la plaza del pueblo a esperar que algún hacendado lo contratara por uno, dos o más días, para trabajar de jornalero en las fincas de trigo o de cebada. Ya tú con diez o más añitos cooperabas en el trabajo de tu padre y aprendías a ganarte la vida como los pobres del mundo. Qué vida tan hermosa en la sencillez de la casa de Nazaret, donde tú eras el centro de la atención de ellos dos, pero estabas sujeto a su autoridad y en todo obedecías. Cuando oraban juntos, los tres se elevaban a contemplaciones divinas, tú porque te mirabas a ti mismo por dentro, y ellos porque sentían que Dios, que eras tú, en verdad estaba con ellos y entre ellos. Qué familia tan hermosa, qué cielo en la tierra, en medio de la pobreza de un pueblo campesino, estaba el Dios con nosotros, el Emmanuel, tú el esperado de los tiempos creciendo en edad, estatura y sabiduría. ¡Y María conservaba todas esas cosas en su corazón!

Ahora cuando contemplo las llagas del mundo, abiertas de par en par, de aquellos colgados en innumerables cruces de la miseria y el desconsuelo, de la violencia y el desamparo, vuelve mi llanto y luto, porque sigue el calvario de una humanidad explotada de la manera más salvaje y tú sigues colgado en la cruz con ellos. Tu pasión continúa y se extiende por los tiempos, hasta el día de la cosecha al final de la historia, donde se separará el trigo de la cizaña y se irán contigo los que dieron de comer, de beber, de vestir, de consolar, de proteger, de promover a los desamparados de la historia. Y habrá un crujir de dientes y un llanto desconsolado para los ultrajadores, explotadores, los que causaron tanto daño, hambre y muertes violentas, marginación y exclusión, si no se arrepienten y cambian. Señor, ten misericordia y danos tu salvación para ser vencedores del mal, porque contigo somos invencibles, amén.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

jueves, 19 de octubre de 2017

EL FATALISMO Y LOS NEGOCIOS

El más importante negocio es su propia vida y es la empresa a la que usted tiene que dedicarle la mayor atención. Por más éxito que tenga usted en los negocios y otras actividades, si es un pobre desgraciado que se olvidó de reír, de abrazar, de consolar, de creer, de amar y perdonar, de comunicarse sinceramente escuchando y expresándose, usted ha fracasado notablemente. Su mayor inversión debe ser en su propia persona, en tiempo, dedicación, atención, cultivo de principios, purificación de actitudes negativas, lectura, oración y fe.
Pues hoy quiero tocar el tema de algo que puede estar socavando todo su desarrollo humano y espiritual, y es el fatalismo. ¿Y qué es eso? Es la actitud y comportamiento de personas que creen que todo ya está “escrito”, que las “estrellas o inclusive el destino, o el universo”, han trazado su camino y que nada se puede hacer para cambiar las cosas. Que ya hay una trayectoria definida por fuerzas externas e internas que lo conducirán al fracaso, a la derrota, a la aniquilación. Eso es falso. Esta actitud puede ser en parte heredada por un contexto familiar de personas que han cultivado el negativismo y que todo lo han visto de manera pesimista. Que en su lenguaje y comunicación diaria son comunes las expresiones como: “nada se puede hacer”, “para qué luchar más por esto”, “retirémonos de aquello porque será un fracaso”, “no creas que será posible, ya que nadie lo ha logrado”, “no creas en nadie”, etc. Cómo influye el lenguaje en el comportamiento humano.
El fatalismo es contagioso y hay sociedades y hasta países donde reina el desánimo y el pesimismo y se crea una cultura de la sospecha donde nadie cree en nadie. Es común encontrar personas que dicen: “en nuestro país sólo hay corrupción”, “no servimos para nada”, “todo lo extranjero es mejor”, “para qué emprender esto si será un fracaso”, “no vamos a ninguna parte”, y así se crea un ambiente y hasta una cultura del negativismo con la percepción y prejuicio de que ser nacional de ese país no sirve para nada y es hasta vergonzoso.
Entonces como el motor del desarrollo humano y social es tener la certeza de que el ideal propuesto es válido y de que lo podremos lograr si creemos en nosotros mismos, por lo tanto, si cultivamos una autoestima positiva, alta y permanente, no habrá manera de lograr nada individual y colectivamente, si no eliminamos el negativismo y el fatalismo. Y ese es nuestro gran reto.
¿Cómo se han levantado países que han estado en la ruina total? Vea usted el caso de Alemania y Japón, devastados en la segunda guerra mundial, habiendo perdido parte de su mayor recurso, el capital humano, con millones de personas muertas y destruida gran parte de su infraestructura de carreteras, fábricas, producción agrícola y otros muchos bienes materiales. ¿Qué pasó con ellos? Es cierto, Estados Unidos ayudó en la recuperación, pero el alma japonesa, e igual pasa con el alma alemana, siempre ha creído en sí misma, tiene conciencia de nación, practica la solidaridad y trabaja con disciplina y organización. Ellos, esos dos pueblos, han creído que pueden resurgir y así lo han hecho, reorganizándose, reconstruyéndose, recuperándose en todos los órdenes y allí los vemos los primeros en tecnología, seguridad, economía, transporte, democracia.
Cultivar el fatalismo es mantener la conciencia de un alma primitiva que daba poder divino al rayo, las lluvias, las estrellas, el sol, los hechiceros y adivinos. El fatalismo cree firmemente que fuerzas externas lo dominan a uno, lo condicionan y le impiden el desarrollo. Y eso es absurdo. Tenemos fuerzas interiores inmensas dispuestas a manifestarse, a desarrollarse si descubrimos ideales y causas grandes y luminosas por las que vivir. Se harán presentes sin creemos en nosotros mismos y en Dios.
El fatalismo se alimenta de pensamientos y actitudes negativas y frena cualquier impulso de superación, de transcendencia, de crecimiento individual y social. Hay sociedades enteras que “no levantan la cabeza” y se sienten siempre conducidas al fracaso. Hay grupos económicos, como micro, pequeñas y medianas empresas, al igual que cooperativas, que caen en una especie de hipnosis colectiva, y comienzan a creer y a pronunciar en su mente y verbalmente frases como estas: “somos unos fracasados, no podremos salir adelante, los otros son mejores, nuestros productos no tienen calidad, todo está muy difícil, el mercado no compra ni comprará, etc.”

Hay que romper ese hechizo, esa maldición nuestra. No es cierto que todo está escrito. Somos los autores y protagonistas de nuestro propio desarrollo. Podemos hacer cosas grandes, hermosas, excelsas, siempre con Dios con quien somos invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

LA ENVIDIA ES ASESINA

La envidia es un sentimiento de repudio y rechazo a las cualidades y triunfos de alguien, generalmente de la misma familia o gremio. Nace normalmente por cercanía por sangre o por actividades similares, propias de colegas. En el caso de los gremios, políticos, empresariales, comunales o religiosos, al desear tener las virtudes o posesiones de otra persona y no lograrlo, se pone en entredicho lo que tiene, desmeritando, descalificando por calumnias o medias verdades sus adquisiciones. Atacar la honra, difamar, urdir componendas para destruir lo que el otro ha hecho o tiene es fruto de la envidia. Por lo tanto, es un sentimiento asesino, terriblemente mortal. Veamos unos casos históricos.
A Caín le corroía las entrañas la rabia y la indignación de que Dios se fijara y se complaciera más en su hermano que en él y decidió prepararle una trampa e invitándolo al campo a solas mató a Abel. La sangre empapó la tierra sembrándola de dolor y desde aquel momento, además de la ambición, la soberbia y el odio, la envidia es madre de tantos crímenes en la humanidad y causa de que haya un reguero de sangre desde aquel funesto día hasta hoy en nuestra historia. David, el rey ungido por el Señor, triunfador de tantas guerras y autor de muchos salmos, siendo siervo del rey, por ser héroe de tantas contiendas, fue objeto de las envidias de su regio señor, quien quiso asesinarlo cuando tocaba el laúd con una lanza. Luego fue perseguido por el rey y retado a guerras, pasando de defensor del reino a fugitivo. Mucha gente lo siguió y se unió a sus huestes, entablando David triunfantes batallas, venciendo al final y muriendo en combate Saúl. Lloró mucho la muerte del rey porque aun sufriendo mucho sus desaires le seguía siendo fiel y no quería que muriera en batalla.
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, hombre valiente, honesto y fiel a su rey, caballero de la baja nobleza fundado en el honor y buen uso de las armas, destacaba entre todos los nobles por sus destrezas siendo el primero en todo; pero el mismo rey y otros caballeros no soportaron tanta armonía de intuición e inteligencia, bondad y destreza en armas, elegancia en el porte y buen uso del verbo, y por intrigas y calumnias, lo echaron del reino. Este, por ser víctima de tanta injusticia y siendo hombre de virtudes y valentía comprobada, atrayendo a mucha gente que voluntariamente se le sumaba, formó un ejército que fuera del reino de León fue combatiendo a los moros y conquistando ciudades y pueblos, que pagaban tributo para no ser aniquilados. Conquistó Valencia y fue un gran rey sin título, honesto, justo y muy generoso y se lanzó a conquistar para la fe católica reinos musulmanes del sur de España. A todo eso, siempre que podía, mandaba presentes, regalos muy valiosos a su rey, insistiendo en la inocencia de su comportamiento. Al final se ganó la voluntad del rey y se reconciliaron. Fue siempre fiel a su esposa Jimena y buen padre de sus tres hijas. Fue justo y misericordioso con todos, incluso con sus enemigos vencidos. Creyente en el Señor, trató de cumplir todos los preceptos de la religión católica.
San Juan de la Cruz, el gran místico y reformador del Carmelo junto con Santa Teresa de Jesús, perseguido por sus hermanos de la comunidad no reformada, que tejieron toda una serie de calumnias contra este hombre, lo apresaron y estuvo nueve meses detenido en un calabozo del convento. Por ser tan santo y querido por religiosos y religiosas, fue objeto de la envidia y víctima de injusticias.
Simón Bolívar, el liberador de todo un continente, fue víctima de intrigas de sus propios compañeros que quisieron asesinarlo. Un grupo comandado por Santander en Bogotá falló en el intento de matarlo. Al final muere prácticamente desterrado y abandonado en Santa Marta. También por la envidia el Mariscal Sucre, el joven militar, héroe de guerra, de quien dijo Bolívar valía más que cinco generales, termina asesinado por seis compañeros en una terrible emboscada.
Jesús de Nazaret, quien solo hizo el bien, quien vino a salvarnos de la muerte eterna, finaliza asesinado, entre otras causas, víctima de la envidia de los líderes religiosos, porque atraía muchedumbres, hacía milagros y curaciones, y les echaba en cara sus pecados. Con todo esto, deberíamos preguntarnos, no solamente si hemos sido víctimas de la envidia, sino también si hemos sido nosotros también victimarios, y por envidia hemos causado daño al próximo. Que Dios nos perdone si hemos sido envidiosos y nos dé su amor eterno. Y recuerde, que con Él somos invencibles.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.


lunes, 9 de octubre de 2017

EL NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS


“Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter en sí todas las cosas”, Fil 3,20-21. Creemos firmemente en la Resurrección de Jesucristo y en la nuestra. Es el mensaje central de la iglesia, “El resucitó y no muere más y nos ha abierto las puertas cielo. Resucitaremos con Él gracias al poder infinito de Dios”. Nuestros cuerpos, por el pecado y la muerte están destinados a la tumba, a la podredumbre, a los gusanos y a la total desintegración, pero gracias a la misericordia divina seremos resucitados, transfigurados, glorificados, y estaremos gozando eternamente de Dios en el cielo, brillando con una luz perpetua, más luminosa que todos los soles del universo. Participaremos de la gloria divina, de la verdad y belleza de Dios, de la vida del Dios omnipotente y omnisciente, del que es amor eterno, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para siempre, por siempre. En ese estado de contemplación estaremos siempre felizmente sorprendidos, eternamente maravillados de lo nuevo de Dios, de su riqueza insondable en todos sus atributos y extasiados gozaremos de su presencia.

“Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído aquellas palabras de Dios cuando les dice: “Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”? No es un Dios de muertos, sino de vivos”, Mateo 22,30-32. Nosotros no seguimos un cadáver ya pulverizado, ni la memoria de alguien célebre, ni honramos a un héroe muerto, sino al Jesús, vencedor del pecado y de la muerte, que está vivo, radiante a la derecha del Padre. “Cuando lo vi caí a sus pies como muerto. Él, poniendo su mano derecha sobre mí, dijo: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades”, Ap. 1,17-18. 

Los apóstoles son testigos de la resurrección y nosotros por fe, don de Dios, creemos firmemente que Cristo venció a la muerte y que está vivo entre nosotros. “A este Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros, que comimos y bebimos con él, después que resucitó de entre los muertos”, Hechos, 10,40-41. La primera comunidad cristiana vibró ante el encuentro del Resucitado y cuando llegó Pentecostés se lanzaron con fuerza e ilusión a proclamar el mensaje más grande, que la muerte no podrá contra nosotros, porque si Él resucitó, por misericordia divina, nosotros resucitaremos con Él. La euforia espiritual, el gozo de los cristianos al vivir la fe en el Resucitado contagiaba a los demás y gracias al amor que vivían en las comunidades, atraían a muchos a incorporarse a la Iglesia.

Pablo creyó como los demás apóstoles, después de su encuentro personal con Jesucristo camino de Damasco, que esta verdad, la resurrección, era tan sublime y tan digna de sacrificarlo todo hasta de dar la vida y se convirtió en el gran misionero de los gentiles. “Porque les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció también a mí, como un abortivo”, 1Cor 15,3-8.

Jesús nos promete resucitarnos y estar con Él para siempre. “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado, sino que lo resucite el último día”, Juan 6,40. El fin de Jesucristo como Buen Pastor es buscar a la oveja perdida, incluirla en el rebaño y llevarla al cielo. “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día, Juan 6,54. Cristo Jesús es nuestro Salvador y el recapitulará todo y lo entregará al Padre: “Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los tomaré conmigo, para que donde esté yo estén también ustedes”, Juan 14, 3. Pero no olvidemos, ese Resucitado es el Crucificado, con quien somos invencibles. 

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.



EL MALIGNO ES NUESTRO ENEMIGO



Si se quiere vencer en una batalla hay que mantener en alto el pendón del ejército, aquella bandera que simboliza la identidad de la fuerza militar que se enfrenta a otra, como en las antiguas guerras medievales y aún modernas. Pero más que eso, hay que mantener en alto en el alma el ideal de defender a la patria agredida, el sentido solidario de grupo, la destreza en las armas de combate, la perseverancia y valentía necesarias. Detrás de esto viene la estrategia de la lucha, el conocimiento de las debilidades del enemigo, la disciplina y la obediencia a los que dirigen el combate. Y en la batalla se buscará las menos bajas posibles del ejército e infligir el mayor número de bajas en los contrarios y de avanzar tomando más amplio territorio hasta echar fuera al invasor. Los romanos fueron ejemplo de eso.

El Mío Cid, Juana de Arco, Simón Bolívar, George Patton y otros héroes, hicieron gala de valentía, inteligencia, liderazgo y perseverancia en la lucha. Y nosotros estamos en una batalla. Hemos sido agredidos en lo más profundo del ser en la vida familiar, en la salud mental y emocional, en los derechos fundamentales de alimentarse, educarse y vivir en paz. La violencia nos está carcomiendo como un cáncer. La pobreza extrema nos está rodeando por todos lados y nos oprime. La familia se sigue destrozando y los jóvenes cayendo en drogas continuamente. Seguimos apartando a Dios de todo lo fundamental. Hay un príncipe de este mundo que nos domina instalando la adoración a los dioses del dinero, poder y placer. La gran Babilonia sigue construyendo su palacio de marginación, injusticia social y adicciones. Sus seguidores siguen en sus bacanales, alienándose con la droga, el licor, y la promiscuidad sexual. La gran Babel se sigue erigiendo. Todos al final buscando su propio provecho. Cada uno creando su clan de privilegiados y sus muros de protección. Las zarpas infernales de las tinieblas han sitiado la ciudad del Reino y están desmoronando sus murallas. Estamos rodeados de las tropas rabiosas y destructoras del mal y lo peor, lo que es inaudito, hay muchas personas que no se dan cuenta de la situación.
Como Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia, sacramento de salvación, esposa del Salvador, tenemos que tomar conciencia del mal y organizarnos en plan de batalla, siguiendo las normas clásicas de los combates de los ejércitos. Organización, estrategia, trabajo en equipo, espíritu de lucha, solidaridad interna, mística, identidad real, y usar las armas espirituales del Reino.
Tenemos que hacernos fuertes en el Señor con la Palabra y los Sacramentos, en especial la Eucaristía. Debemos protegernos con las armaduras que Dios nos ha dado para poder resistir los ataques del maligno. Nuestra lucha no es contra poderes de este mundo, “sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo oscuro”, Ef. 6:12. El combate es diario. Los ataques son continuos. No hay descanso en esta lucha.
“Por eso tomen la armadura que Dios les ha dado, para que puedan resistir en el día malo y, después de haberse preparado bien, mantenerse firmes”, Ef. 6: 13. El día malo simboliza la crisis personal o colectiva que podemos experimentar. Nadie se escapa de la tentación, donde todas las fuerzas del infierno se unen para destrozarnos. La emboscada de las tinieblas nos prepara su ataque, justamente para apartarnos de Dios y hundirnos en la maldad. Por eso la lucha interior, la del alma, es la decisiva.
Así que debemos mantenernos firmes, revestidos de la verdad y protegidos por la rectitud, ( Cf 6, 14 ), sabiendo que debemos echar toda mentira de nuestra alma, ser sinceros con nosotros mismos, cuestionarnos, corregirnos, sabiendo que somos templos del Espíritu Santo, hijos de Dios Padre y hermanos de Jesucristo. Nuestra fe será el escudo que nos protegerá de los ataques del maligno, ( Cf. Ef. 6, 16). Creer firmemente en Dios, esperarlo todo de él, con la certeza de que Dios siempre estará con nosotros. Nunca nos abandonará. “Que la salvación sea el casco que proteja su cabeza, y que la Palabra de Dios sea la espada que les da el Espíritu Santo”, Ef. 6:17. Tener siempre en nuestra mente el objetivo final, nuestra salvación, que es reinar con Dios eternamente. Y saber que la Palabra, orada, meditada, predicada, es fundamental en el camino hacia la tierra prometida. No podemos dejar de orar. Guiados por el Espíritu Santo debemos alabar al Señor, darle gracias, pedir por los demás y por nosotros. Y eso continuamente. Debemos mantenernos alerta, y sin desanimarnos, orar por todos. (Cfr. Ef. 6,18). Estamos en una guerra y con Dios venceremos.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

LOS CRECIENTES TENTACULOS DEL MAL


El primer tentáculo del monstruo devorador infernal. Nos invade como sombra maligna que se extiende en todos los niveles una apatía,  un fatalismo y  una pereza o desidia a todo lo que es renovación, rescate, recuperación y salvación de nuestro pueblo. “Que no hay nada que hacer. Que está gente está muy dañada.  Que vamos hacia un despeñadero y no nos salva nadie”. Esta actitud y comportamiento nos hace muy vulnerables y adelanta derrotas en todo lo que es el movimiento ascendente donde Cristo recapitula todo y lo presenta al Padre. “Para qué luchar, si no vamos a solucionar nada”. 

La desgana y el no querer involucrarme en la lucha por mejorar las cosas nos hace mucho daño.  Añadamos a  esto la  falta de  confianza y aún de  valores en nosotros mismos.  El segundo sería la presencia maligna, destructiva y corrupta del narcotráfico y sus negocios afines. El dinero fácil y en grandes cantidades seduce a cualquiera que no tenga valores y principios seguros. El reguero de sangre que deja por su paso el negocio de drogas es tan grande, con miles y miles de víctimas que dejan los hogares de luto. La extensión de este cáncer contagia a mucha gente que está en diferentes instancias de la vida pública y privada del país. 
El tercer tentáculo es la influencia del primer mundo en su degradación tocando las puertas del país vertiendo toda la basura tóxica de una mentalidad consumista, materialista y hedonista. Por ejemplo, ahora nos quieren hacer creer que la homosexualidad es normal con su matrimonio entre ellos; que los niños y cualquiera puede cambiar de sexo, porque este depende de cómo uno se sienta, sin importar la parte biológica. ¿Cómo ir contra la naturaleza? ¿Cómo negarle a Dios el derecho absoluto de disponer para cada ser humano, criaturas de él, los rasgos más propios de su personalidad, entre ellos su sexo, y que son hijos de Dios?
El cuarto tentáculo: la injusticia social con toda su gama nefasta de corrupción, elitismo, protección de los facinerosos, marginación y exclusión, pueblos hambrientos por la falta de empleo y de educación, contribuye a hacer más triste el panorama.
El quinto; La falta de evangelización para que nuestro pueblo conozca a Dios y viva según Cristo, hace más vulnerable a nuestra gente. Tremendo pecado de omisión tenemos los que hemos sido encomendados a predicar y lo hemos hecho a medias.
El sexto tentáculo: El consumo de drogas y licor que está dañando cada vez más a los jóvenes, crea un clima de zozobra y debilidad en nuestra sociedad.
El séptimo: La falta de familia, con el drama de tantas madres solteras, hombres irresponsables y niños sin formación integral que debería recibirse en casa, socava los cimientos de la comunidad nacional.
Por eso, el camino tan vital para poder ir combatiendo a este monstruo de tantos tentáculos es tomar conciencia de que este no es el mundo que Dios quiso que fuera. Que todo lo creado está para alabar la gloria de Él, pero, y este sería el octavo tentáculo, con la terrible deforestación, la contaminación de ríos y mares, el cambio climático tan impactante, el globo terráqueo corre la suerte de ir paulatinamente destruyéndose, añadiendo, además, el gran peligro de una guerra nuclear que acabaría de raíz con la existencia humana. Tomar conciencia de que tantas muertes por asesinato, el hambre que golpea a tantos hogares, los vicios más aniquiladores, el desenfreno moral tan escandaloso, el no encontrarle sentido a la vida de tanta gente, todo esto nos habla de un inminente desastre de toda una civilización que se aniquilará por el propio veneno que está produciendo.
Todas las fuerzas vivas de la sociedad deberíamos tomar conciencia de que estamos en un momento decisivo en la historia de la humanidad, y que la norma debería ser, organizarnos cada cual en su realidad, para entre todos enfrentarnos con acciones concretas y con soporte de estrategias y planes a corto, mediano y largo plazo para ir eliminando estos tentáculos del mal.
Y nosotros, como Iglesia, y aquí cada cristiano debe tomar conciencia de su misión, debemos enfrentarnos con el poder de Dios, con el evangelio en la mano, con la predicación constante, hecha a tiempo y a destiempo, con el poder de la oración y los sacramentos, y de acuerdo con el carisma de cada congregación religiosa, movimientos de Iglesia, pequeñas comunidades eclesiales, grupos juveniles, asociaciones y grupos de oración, en el marco de las parroquias y diócesis, a este monstruo tan destructivo y devastador.
Ciertamente parece una labor imposible de hacer, pero confiando en el poder de Dios venceremos, porque con El somos invencibles.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

viernes, 29 de septiembre de 2017

HUMILDAD, POR FAVOR, HUMILDAD.

LA SOBERBIA.  ¿Sabe porqué se desbaratan tantas relaciones, sean matrimoniales, de amistad y gremiales?  Por la dañina soberbia que se refleja en actitudes de indiferencia, desprecio, rechazo y humillaciones.  Un “ego inflado” que se cree un dios que lo sabe todo, lo puede todo y que mira “por encima” del hombro a los demás, ocasiona ofensas al por mayor y provoca alejamiento de la gente que se siente ultrajada.  El soberbio está sometido a la ilusión de que fue “hecho de un material diferente a los demás” y que tiene una predestinación divina que lo coloca en un pedestal en el cual ejerce un reinado “sin fin” sobre el resto de los mortales.  ¡Cuán equivocado está el orgulloso y altanero!  
El soberbio se complace en mirar a los demás juzgándolos y condenándolos  y se deleita en hablar de sus propias acciones, enalteciendo de manera grotesca sus propios méritos y al compararse con los demás, se cree mejor que ellos, menospreciando cualquier virtud o triunfo del otro, poniendo en duda el valor de sus actos.  Dice el Santo Cura de Ars, que “el orgullo es la fuente de todos los vicios y la causa de todos los males que acontecen y acontecerán en la historia”.  Es la soberbia el apetito desordenado de la propia excelencia y “el horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en él mismo.  El orgulloso no logra mirar más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios y en donde no caben los demás”, (S. Canals). El soberbio intenta quitar a Dios de su trono para ponerse él y desde esa “falsa altura” ocasionada por la tentación del maligno seductor, trata a los demás con la crueldad propia de un despiadado rey.  Vive desde una grandeza pervertida creyéndose la fuente de su propia existencia, rindiéndose culto a sí mismo y rodeándose de  aduladores.
LA HUMILDAD. “Dígase, pues, a los humildes, que a la par que ellos se abajan, aumentan su semejanza a Dios; y dígase a los soberbios que, a la par que ellos se engríen, descienden, a imitación del ángel apóstata”,  (San Gregorio Magno). El humilde se sabe totalmente necesitado de Dios y reconoce sus limitaciones en todas las áreas de su ser. Reconoce como dice Santa Faustina “su abismal miseria y pequeña nada”, que sin Dios nada es y nada puede. “Abre los ojos de tu alma, y considera que no tienes nada tuyo de qué gloriarte. Tuyo solo tienes el pecado, la debilidad y la miseria; y, en cuanto a los dones de naturaleza y gracia que hay en ti, solamente a Dios, de quien los has recibido como principio de tu ser, pertenece la gloria”, (León XIII). El humilde reconoce la grandeza infinita de Dios de quien proviene todo lo creado, imita el anonadamiento de Jesucristo y acepta su propia miseria.  Santa Teresa nos dice que “Dios es la suma Verdad y humildad es andar en verdad” y por eso reconocer las cualidades y carismas dados por Dios a uno y su propia miseria, glorificándolo solamente a Él, es ir por el camino recto. Nadie puede alcanzar la santidad si no es a través de una verdadera humildad.  El humilde no se jacta de los talentos recibidos ni presume de sí mismo. La humildad es la base de todas las virtudes.
JESUCRISTO, MODELO SUPREMO.  “Tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quién a pesar de tener la forma de Dios, no reputó como botín el ser igual a Dios; antes bien se anonadó, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y así, por el aspecto, siendo reconocido como hombre, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”, (Flp 2,5-8) El nacimiento de Cristo en una cueva, su vida  como pobre niño emigrante en Egipto y luego en Nazaret actuando “como el hijo del carpintero” ejerciendo con sencillez su trabajo en el taller y de jornalero en el campo;  luego su vida pública, viviendo en radical pobreza, desprendido de todo poder y riqueza, sirviendo a los demás incondicionalmente, rodeado de pobres y pecadores en el marco de la sencillez total, perseguido, calumniado y luego crucificado en el madero, nos hacen ver, nos enseña que la santidad se fundamenta en la humildad y en el amor.
Él nos dijo que “quien se ensalzare será humillado, y quien se humillare será ensalzado”, (Mt 23,12) y que “aprendan de mí, que soy manso y humilde corazón”, (Mt 11,29). Imitar a Jesucristo en su humildad, amor, fidelidad y obediencia al Padre y vivir en su presencia nos harán invencibles a la soberbia.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

CON LA FE EN ÉL MOVERÁS MONTAÑAS

El poder de la fe en las crisis. Realmente somos más débiles de lo que creemos. Cuando vienen las pruebas fuertes en la vida  y parece que se “nos mueve el piso” y todo se derrumba, sólo la fe en Él nos sostiene, nos fortalece y nos indica el camino para superar los obstáculos que se presenten.  Sólo Él tiene todo el poder y la gloria. Su fuerza y sabiduría es infinita.  Todos hemos experimentado momentos en la vida donde hemos sentido la fuerza infinita de Él que nos ha sostenido, iluminado, dándonos energía para continuar el camino.  Sobre todo en las pérdidas de seres queridos, de bienes materiales, en las crisis espirituales, en los momentos de angustia provocados por miedos y en cualquier situación conflictiva, invocar su nombre, profundizar en la oración, leer intensamente la Palabra, vivir los sacramentos y esperar todo de Él nos hace realmente triunfadores  en las pruebas. “Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, Rom 8,37.  El Señor no siempre va a impedir que pierdas algo importante, sino que te dará la fuerza para poder seguir adelante por la vida aún sin eso que perdiste.  Ahí está la clave del asunto.    
En toda crisis profunda siempre aparece la angustia, la desesperación, la idea  de que no hay nada que se pueda hacer, de que todo se derrumbó y es cuando al invocar el nombre del Señor con profunda fe y oración continua se siente el vigor, la luz, la paz que da el Señor. En medio de la tempestad viene la calma, en medio de la oscuridad llega la luz.  Es cuando aparece Él en todo su esplendor, sosteniéndote, animándote y llevándote en sus brazos.  Es cuando viene la paz que el mundo jamás podrá darnos y nos inunda y la serenidad florece y la Presencia Divina toma posesión más intensamente de nuestras vidas y se hace un diálogo más intenso con el Creador y Salvador nuestro. En el momento de la gran prueba viene el impulso divino que nos hace crecer espiritualmente más.
Hay una inteligencia y poder infinitos. No dudes nunca del Señor y de su infinito poder.  El Cardenal Newman dijo: “Nada es demasiado difícil de creer acerca de Aquel para quien nada es difícil de hacer”.  Él no sólo creó todo de la nada, sino que lo sostiene y lo hace crecer y expandirse. Echar una mirada desde nuestra pequeñez y ver cómo el universo sigue extendiéndose y los cientos de miles de galaxias y constelaciones, las nebulosas y los agujeros negros y las distancias de años luz no se pueden medir ni calcular, nos hace exclamar: “Cuando contemplo el cielo obra de tus manos y las estrellas que has creado, pregunto: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a las ángeles, lo rodeaste de mando y potestad, todo lo sometiste bajo sus pies…Señor, soberano nuestro, tu nombre domina toda la creación”, Salmo 8,3-9.
Nuestro sistema solar se pierde en el conjunto de miles de millones de estrellas.  Nos sostiene vivos un misterio de energía bioquímica y física que funciona en un equilibrio perfecto.  Tanto el microcosmos que es cada uno de nosotros, con los millones de células funcionando de manera sincronizada manteniendo el sistema cardiovascular, la estructura ósea y muscular, los órganos y el  cerebro en perfecta coordinación, como el macrocosmos en donde todo ese mundo de planetas, soles, galaxias y constelaciones se relacionan como un complejo reloj y nada se sale de su órbita establecida, todo está  sostenido por   una inteligencia y poder infinitos.  Esa presencia divina que no tiene límites en su omnipotencia para nosotros tiene un nombre: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios y tres personas divinas que están siempre pendientes de nosotros.  
“En esto consiste en efecto, la fuerza de los espíritus verdaderamente grandes, esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas verdaderamente fieles; creer sin vacilación lo que no puede alcanzar nuestra mirada”, dijo San León Magno.  Jesús proclamó: “Bienaventurados aquellos que creen sin haber visto”, Juan, 20,29.  También nos manifestó: “Porque ustedes tienen muy poca fe. Les aseguro que si tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, le dirían a este cerro: ´Quítate de aquí y vete a otro lugar´, y el cerro se quitaría.  Nada les sería imposible.”, Mt 17, 20.  Por lo tanto, que “su fe sea el escudo que los libre de las flechas encendidas del maligno”, Ef 6,16 y con Dios ustedes serán invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

COMUNICACIÓN DE ALMAS


EL SER HUMANO ES UN ESPÍRITU ENCARNADO, una realidad esencialmente personal, irrepetible, única, hecha a imagen y semejanza de Dios.  Es por lo tanto algo más que un cuerpo. Podríamos decir que el alma es lo más interior del hombre, lo que lo define como tal, el centro vital  donde reside  todo lo humano: emociones, sentimientos, razón e ideas, ilusiones, aspiraciones, miedos y sobre todo la inclinación, aspiración, tendencia a buscar la plenitud espiritual, el encuentro y unión con Dios.  No podemos separar en esta vida al alma del cuerpo; forman una sola realidad.
EL ALMA ES INVISIBLE, tal y como son los pensamientos, los sentimientos y emociones; nadie puede tocar el amor o el odio, la fe y sus creencias, los ideales y valores pero existen. Y el mundo se mueve por las ideas, ideales y sentimientos de los seres humanos, sobre todo de los que son líderes en cualquier campo de la vida. Podríamos decir metafóricamente que el mundo se divide en capas: una material, formada por todo lo que es visible, una mental – emocional, donde se mueve todo lo que son las relaciones humanas y otra espiritual, donde se está en contacto con Dios y con los demás desde la experiencia divina. Nosotros estamos en las tres capas o niveles de la existencia; tenemos que comer y descansar, trabajar lo material para transformarlo en bienes; nos comunicamos a base de ideas y emociones y aspiramos a tener contacto profundo con lo Divino, con Dios tal y como lo conocemos.
LA GRAN TRAGEDIA NUESTRA consiste en olvidarnos de la existencia del alma, de “ese yo interior” que tiene que ser alimentado, cultivado, perfeccionado diariamente.  Aumentan los salones de belleza y los gimnasios y pareciera se está dando un “culto idolátrico” al cuerpo, casi divinizando la materia. En cuanto a las emociones alteradas, aunque se extiende el uso de terapias psicológicas, lo que busca mucha gente es calmarse con el consumo de licor y drogas.  Podríamos decir que se da una atención desproporcionada al cuerpo y emociones,  pero qué poca  energía damos al esmero y cuidado que debemos tener con el alma.
¿CÓMO CUIDAR EL ALMA? 1. Reconociendo su existencia.  Es el núcleo vital nuestro. Es inmortal por naturaleza. Recordemos que al morir nuestra alma inmediatamente asistirá al juicio personal que decidirá nuestra salvación o condenación. 2. Ella se embellece con buenos y santos deseos y pensamientos; con la oración, que implica peticiones de perdón e intercesión y actos de alabanza y acción de gracias al Señor; con la continua lectura de la Palabra; con la asistencia frecuente a los sacramentos, sobre todo la Eucaristía; con actos de amor continuos, inclusive de perdón por las ofensas; reconciliándonos con quienes hemos tenido conflictos; buscando la humildad y la sencillez en todo; procurando mantener vínculos con personas que vivan el misterio de Dios en sus vidas.. 3. En el alma se refleja claramente que somos hechos a imagen y semejanza de Dios; pero por los pecados se pierde la conciencia de su existencia y su extremo valor. Debemos estar constantemente purificando nuestras almas.  
SI NO HAY COMUNICACIÓN DE ALMAS fracasa cualquier relación personal, conyugal, familiar, comunitaria. Si no hay conexión vital de almas, donde fluyan sentimientos, emociones, ideas y sobre todo, la vida espiritual que tiene cada persona, la relación humana se va diluyendo y se sostendrá solamente por intereses de conveniencia,  quedando pendiente de un hilo para destruirse.
Esta comunicación exige atención mutua, escucha, comprensión, sinceridad, silencio, contemplación del misterio personal que hay en el otro.  Las almas tienen que verse a nivel del espíritu y saber que están tratando con un misterio personal de una hondura casi ilimitada, porque se sustenta en Dios, por lo que en cada alma hay sabiduría, misericordia, amor, fortaleza, paz, en grados insospechados.  Lo que pasa es que si uno no se ve a sí mismo de esa manera, no podrá ver en el otro esos rasgos.
EN EL CONTACTO PROFUNDO DE ALMA CON ALMA hay como un “nacimiento” de uno en el otro y un “vivir en el otro” y viceversa.  Hay una estadía espiritual sintiendo mutuamente la presencia personal, llenando y complementándose ambos. Eso enriquece notablemente a la persona.  Eso se da en diferentes grados: en la amistad, en la relación conyugal auténtica, en la relación padres – hijos, en la vida comunitaria cristiana. Pero sobre todo en relación con el Señor, donde de una manera mucho más sublime, nuestra alma queda compenetrada con el Padre en Cristo Jesús y uno vive en Él y Él en uno, en una creciente comunicación y comunión. Y con Dios usted es invencible.  

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 19 de septiembre de 2017

LA SABANA SANTA Y NUESTRA FE


La fe no puede sustentarse en apariciones, milagros ni reliquias porque es un don de Dios que implica un encuentro personal con el Señor por mediación de su Iglesia. Recordemos lo que le dijo Jesús a Tomás después de tocar sus llagas: “Bienaventurados aquellos que sin ver creen”. Pero sí es cierto que alimentan la devoción cristiana apariciones como las de Lourdes, Fátima o Guadalupe, o el saber de algún milagro o el contemplar algunas reliquias como la Sábana Santa de Turín. A mí me causa mucha ternura y ganas de orar cuando contemplo el rostro del Cristo de la Sábana Santa. Lo tengo frente a mí en mi escritorio de trabajo. Denota una persona serena, dueña de sus emociones, capaz de aguantar grandes suplicios, que no dejó de amar, que fue capaz de perdonar a sus asesinos, que tenía clara su misión de salvarnos y que muere entregando su vida al Padre.

Esa reliquia se ha conservado a través de los siglos, pero no fue sino hasta 1898 en Turín, Italia, cuando un fotógrafo al tomar una foto de la sábana y revelarla en su estudio, pudo ver en el negativo claramente el rostro y el cuerpo de Jesús. En ese lienzo se contempla un cuerpo de proporciones perfectas, con un rostro sereno, pero que ha sido expuesto a un cruel y despiadado proceso de torturas a base de latigazos, contándose unas setecientas (700) heridas en todo su cuerpo, la nariz desviada por los golpes, hundido un poco el pómulo izquierdo, el hombro derecho muy lacerado al llevar el peso del madero horizontal de una cruz, con heridas de clavos en sus muñecas, no en sus manos, ya que estas no hubieran aguantado el peso del cuerpo, igual que en sus pies y una gran herida en el costado. La sangre que corre por su cuerpo lo hace siguiendo el movimiento de alguien que ha caminado y luego ha sido colgado en un madero. No hay fracturas, pero en su cabeza hay heridas provocadas por un casco de espinas que empotraron en el cuero cabelludo. Es un lienzo de unos cuatro metros de largo y un poco más de un metro de ancho.

El rostro demuestra una gran serenidad, aún cuando pasó por un calvario de golpes, latigazos, insultos, burlas y traiciones. Se han descubierto dos monedas del tiempo de Jesús, del año 29 de nuestra era, una en cada ojo, costumbre judía para mantener cerrados los ojos del difunto. No hay ningún rasgo de pintura en las fibras del lienzo, sometido a análisis de potentes microscopios, ni de ninguna sustancia que pudo haberse usado para pintar el cuerpo. Sí hay huellas de dientes y estructuras óseas en la imagen del rostro y de las manos. La barba ha sido mesada (tirada o halada con fuerza) y cargada de sangre. Es impactante ver cómo fueron taladradas con clavos las muñecas con abundante rastro de sangre igual que los pies.

Se observan golpes de la flagelación en la espalda y todo el cuerpo y laceraciones en las rodillas por sus caídas. Los tejidos del lienzo son propios del área sirio-palestina del siglo I, igual que 28 tipos de polen que nada más se dan en el Oriente Medio. Hay otros muchos de diferentes lugares donde se cuidó a lo largo de los siglos la Sábana Santa. Hay restos de áloe y mirra que usaban los judíos para preparar cadáveres y unas 25 variedades de flores que se dan en abril en Palestina. La sangre es humana, tipo AB. Se nota en el cadáver el abdomen hinchado, propio de alguien que muere por asfixia. Y los científicos dicen que el cuerpo tendría que haberse sometido a una radiación calculada en unos 34 mil millones de vatios para poder dejar impresa esa imagen. Lógicamente estamos hablando de la resurrección y no podemos explicar cómo fue, solamente la hipótesis de una radiación en algo comparada a los efectos de una explosión nuclear. Recordemos cómo quedaron en Hiroshima y Nagasaki impresos en las paredes las siluetas de cuerpos destruidos por las bombas. Podríamos decir que hubo transformación de materia en energía, de cuerpo terreno, a cuerpo glorificado. Solo Dios sabe cómo fue.

Todos los estudios que se han hecho de la Pasión, observando cómo los romanos ajusticiaban a sus reos y lo que dicen los evangelios y la tradición, nos hacen ver que Jesús experimentó una tortura espantosa, soportando todo por amor a nosotros y consciente de que moría para salvarnos. Él es el hijo del Padre que revela el corazón de Dios que es infinitamente misericordioso, con un amor incondicional y sin límites y con Él somos invencibles.


Monseñor Romulo Emiliani c.m.f. 

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...