La fe no puede sustentarse en apariciones, milagros
ni reliquias porque es un don de Dios que implica un encuentro personal con el
Señor por mediación de su Iglesia. Recordemos lo que le dijo Jesús a Tomás
después de tocar sus llagas: “Bienaventurados aquellos que sin ver creen”. Pero
sí es cierto que alimentan la devoción cristiana apariciones como las de
Lourdes, Fátima o Guadalupe, o el saber de algún milagro o el contemplar
algunas reliquias como la Sábana Santa de Turín. A mí me causa mucha ternura y
ganas de orar cuando contemplo el rostro del Cristo de la Sábana Santa. Lo
tengo frente a mí en mi escritorio de trabajo. Denota una persona serena, dueña
de sus emociones, capaz de aguantar grandes suplicios, que no dejó de amar, que
fue capaz de perdonar a sus asesinos, que tenía clara su misión de salvarnos y
que muere entregando su vida al Padre.
Esa reliquia se ha conservado a través de los
siglos, pero no fue sino hasta 1898 en Turín, Italia, cuando un fotógrafo al
tomar una foto de la sábana y revelarla en su estudio, pudo ver en el negativo
claramente el rostro y el cuerpo de Jesús. En ese lienzo se contempla un cuerpo
de proporciones perfectas, con un rostro sereno, pero que ha sido expuesto a un
cruel y despiadado proceso de torturas a base de latigazos, contándose unas
setecientas (700) heridas en todo su cuerpo, la nariz desviada por los golpes,
hundido un poco el pómulo izquierdo, el hombro derecho muy lacerado al llevar
el peso del madero horizontal de una cruz, con heridas de clavos en sus
muñecas, no en sus manos, ya que estas no hubieran aguantado el peso del
cuerpo, igual que en sus pies y una gran herida en el costado. La sangre que
corre por su cuerpo lo hace siguiendo el movimiento de alguien que ha caminado
y luego ha sido colgado en un madero. No hay fracturas, pero en su cabeza hay
heridas provocadas por un casco de espinas que empotraron en el cuero
cabelludo. Es un lienzo de unos cuatro metros de largo y un poco más de un
metro de ancho.
El rostro demuestra una gran serenidad, aún cuando
pasó por un calvario de golpes, latigazos, insultos, burlas y traiciones. Se
han descubierto dos monedas del tiempo de Jesús, del año 29 de nuestra era, una
en cada ojo, costumbre judía para mantener cerrados los ojos del difunto. No
hay ningún rasgo de pintura en las fibras del lienzo, sometido a análisis de
potentes microscopios, ni de ninguna sustancia que pudo haberse usado para
pintar el cuerpo. Sí hay huellas de dientes y estructuras óseas en la imagen
del rostro y de las manos. La barba ha sido mesada (tirada o halada con fuerza)
y cargada de sangre. Es impactante ver cómo fueron taladradas con clavos las
muñecas con abundante rastro de sangre igual que los pies.
Se observan golpes de la flagelación en la espalda
y todo el cuerpo y laceraciones en las rodillas por sus caídas. Los tejidos del
lienzo son propios del área sirio-palestina del siglo I, igual que 28 tipos de
polen que nada más se dan en el Oriente Medio. Hay otros muchos de diferentes
lugares donde se cuidó a lo largo de los siglos la Sábana Santa. Hay restos de
áloe y mirra que usaban los judíos para preparar cadáveres y unas 25 variedades
de flores que se dan en abril en Palestina. La sangre es humana, tipo AB. Se
nota en el cadáver el abdomen hinchado, propio de alguien que muere por
asfixia. Y los científicos dicen que el cuerpo tendría que haberse sometido a
una radiación calculada en unos 34 mil millones de vatios para poder dejar
impresa esa imagen. Lógicamente estamos hablando de la resurrección y no
podemos explicar cómo fue, solamente la hipótesis de una radiación en algo
comparada a los efectos de una explosión nuclear. Recordemos cómo quedaron en
Hiroshima y Nagasaki impresos en las paredes las siluetas de cuerpos destruidos
por las bombas. Podríamos decir que hubo transformación de materia en energía,
de cuerpo terreno, a cuerpo glorificado. Solo Dios sabe cómo fue.
Todos los estudios que se han hecho de la Pasión,
observando cómo los romanos ajusticiaban a sus reos y lo que dicen los
evangelios y la tradición, nos hacen ver que Jesús experimentó una tortura
espantosa, soportando todo por amor a nosotros y consciente de que moría para
salvarnos. Él es el hijo del Padre que revela el corazón de Dios que es
infinitamente misericordioso, con un amor incondicional y sin límites y con Él
somos invencibles.
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