miércoles, 22 de mayo de 2019

LA CODICIA.


Una de las causas más profundas de nuestra situación de degradación, corrupción, hambre y guerras, es la de la codicia: esa sed insaciable de tener, poseer, acaparar, dominar, extender dominios, llenarse de cosas, una especie de estómago mental sin fondo. Queremos más bienes materiales, títulos, fama, honores, para satisfacer un ego insaciable. De ahí la raíz de tantos conflictos, encontronazos, rupturas
empresariales, políticas, religiosas, guerras que generan la destrucción del ser humano. Y cuando no tenemos lo que tanto ansiamos viene la envidia, el deseo de tener lo del otro, y cuando eso no es posible, inmediatamente viene una tendencia a destruir a la otra persona, acabando con su fama, su buen nombre, inclusive arrebatándole sus bienes de cualquier manera.

La codicia genera la unión con otros con iguales fines y la creación de redes de insaciables acaparadores que buscan la manera de tener más y repartirse el botín, como cuando en las guerras antiguas se vencía y se le quitaba al derrotado sus bienes y se los llevaban al país vencedor. De ahí también la esclavitud en una de sus modalidades, la de tener personas prisioneras del país vencido, a los que convertían en siervos. Esa unión, cuando el único fin es enriquecerse crea entidades de comercialización productora, bancaria, de bienes raíces, y otros gremios como inversionistas, inclusive cooperativas, cuyo único fin es aumentar el capital y repartirlo.

Estas entidades buscan sus aliados en abogados, políticos, gobiernos, ejércitos, y otras fuerzas para protegerse. De ahí se crean estructuras socio políticas y económicas que contribuyen a promocionar una gran injusticia. ¿Cómo luchar contra eso? Purificando el alma a nivel personal y comunitario, y para eso evangelizar a tiempo y a destiempo, promoviendo un tipo de vida solidario, austero, fraterno, compasivo, que tenga en miras el bien común, el respeto a la dignidad humana y la inclusión con programas políticos y económicos de los más pobres de la sociedad. Y claro, queremos empresas bancarias, inversionistas, productores, comerciantes que trabajen para el bien común, y aunque tengan fines de lucro, y tienen todo el derecho como empresa privada, sean regulados pensando en las mayorías. 

Que sean personas conscientes de que hay que compartir, y para eso que sean justos y compasivos. Que se genere un capitalismo más humano, donde el sistema de la oferta y la demanda, el libre comercio, sea supervisado y encausado al desarrollo integral de la sociedad. Necesitamos inversionistas nobles y empleados, mano de obra, mientras más calificada mejor, que unidos ayuden a erradicar la pobreza extrema y escandalosa que nos domina y abochorna. Que se promueva el empleo, aún del menos instruido, para que las personas puedan con dignidad ganarse el pan de cada día.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 15 de mayo de 2019

UN SI Y UN NO.


El gran drama humano, el debatirse entre un sí y un no en la vida. Esa indecisión, o lo que es peor, esa traición a ideales y metas, a la palabra dada, al comprometerse a algo, y luego dar la espalda, olvidarse de todo, echar por tierra todo lo prometido, he aquí el gran drama humano. El Judas que llevamos dentro, ese lobo dormido que cuando despierta quiere destrozar todo lo bueno que encontramos, es monstruoso. Los traidores los vemos en la política, terreno propicio para el engaño y las palabras vanas, la demagogia y la mentira. Están también en el comercio, el mundo de los negocios, donde las trampas se dan en operaciones fraudulentas, aumento injusto del precio de las cosas, apetito voraz para obtener en competencia desleal bienes que a otros pertenecen. En los sindicatos, en las cooperativas, y también en la Iglesia, en cualquier lugar donde esté el ser humano, aparecen traidores a ideales y metas, a compromisos adquiridos. La palabra dada se echa por tierra, se olvida.

Por eso todos tenemos dentro de nuestra alma la historia personal del Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Por un lado hemos recibido al Señor en nuestra ciudad interior donde hemos tendido en el suelo nuestros mantos de adoración y agitado nuestras palmas de alabanza y hemos prometido al Dios bueno consagración de todo nuestro ser. Pero aparece de repente el diablo tentador, el seductor mentiroso, el que susurra al oído paraísos de fantasía, y nos olvidamos de nuestro encuentro y compromiso con el Jesús Redentor, y caemos en el Viernes Santo, clavando en un madero y matando al Salvador. Con qué facilidad nuestro sí se convierte en no.

La historia está llena de traidores de toda calaña, obstaculizando el camino del bien y la verdad. La historia tiene escrita páginas teñidas en sangre derramada en la política, la ciencia y la economía, la religión y movimientos del pueblo, la milicia y la docencia, la medicina y la jurisprudencia, provocando un sin número de víctimas de certeros criminales que han degollado avances en todos los campos, todo por amar al dinero, la fama y el poder como dioses falsos y tentadores.

Qué débiles somos, igual que los que en Jerusalén recibieron a Jesús cantando el “hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor”, en ese domingo memorable, y al poco tiempo gritaban, “Crucifícale, crucifícale, que muera el impostor”. Así como ellos se dejaron manipular por el poder reinante, creyendo todas las mentiras dichas contra el Señor, así nosotros nos dejamos seducir por los dioses del mundo, clavando en el madero a Jesús nuestro Señor. ¡Qué tristeza!

por Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...