domingo, 26 de agosto de 2018

SEÑOR, TÚ SOLO ERES GRANDE E INVENCIBLE.


Señor, contemplo toda la creación en sus mares y ríos, montañas y valles, animales de tantas especies y al ser humano, que  gracias a ti ha hecho tantos avances en todos los campos de la existencia, y me digo, ¡Qué grande eres! Pero si miro al cielo y observo al sol, la luna y las estrellas quedo también admirado.  Pero más si oigo lo que dicen los astrónomos del sistema solar y nuestra galaxia con millones de estrellas y que hay muchas más y constelaciones y agujeros negros, y que el universo se extiende desde aquel comienzo y que no hay forma de calcular la inmensidad del mismo, y por eso  te digo: ¡Qué grande eres!
Pero si me observo a mí mismo y miro dentro, allá en lo más profundo estás tú  que me sostienes vivo y me amas y dices: “estoy contigo siempre”. Y si alzo la vista y veo que todo lo que existe está en movimiento y  sostenido por tu presencia y que también dice: “estamos y somos porque Dios está presente.” Sí, tú estás en todo y todo está en ti, y nada existe sin tu presencia y consentimiento. Bendito eres Señor, que todo lo puedes y lo haces para tu mayor gloria y honra.  
Si veo con los ojos de la fe y creo que hay un cielo prometido que eres tú mismo y así lo siento, donde están todos los  muertos pero que están ahora más vivos que antes, resucitados y transfigurados, y contemplo que radiantes de luz perpetua y gozando de tu presencia alzan la voz y cantan: “! Gloria a Dios en todo momento ¡”, entonces me arrodillo y te digo, ¡ qué grande eres ¡ Sí Señor, todos ellos te alaban y glorifican tu nombre y dicen: “santo, santo, santo”.  Qué alegría más grande hay en el cielo donde todos felices gozan de tu presencia plena, bella verdadera y siempre nueva.
Señor, me arrodillo ante ti y te pido perdón por mis pecados y mi ignorancia, al no tomar conciencia de que eres el más grande, el único, el todopoderoso y verdadero.  Eres el que todo lo puede y sabe, quien no tiene límites en su verdad y belleza, que trasciende el universo que es nada en comparación contigo, y se mantiene porque tú así lo quieres.   Yo te alabo y bendigo, y te pido con toda reverencia, no permitas que ingenuamente pierda la conciencia de tu sublime y eternal grandeza. Quién como tú Señor, el más grande, el único, el que tiene todo el poder y es siempre el invencible. Amén.   
Mons. Rómulo Emiliani c.m.f.

¿QUÉ HAY DETRÁS DE TODO LO MALO?


Detrás de esta situación de un mundo tan contrario a la voluntad de Dios, y de unas estructuras culturales, políticas, económicas y sociales que se empeñan en destruir al ser humano, está la presencia maligna de las tinieblas. Recordemos los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis, el dragón y las dos bestias, y la marca del 666 en los seguidores de Satanás. Las maneras tan dañinas en que se destruye el planeta, matándose desde siempre entre sí los seres humanos, muriendo millones por el hambre y una gran parte de la humanidad viviendo sin oportunidades una existencia paupérrima, más el desastre ecológico, nos hacen pensar en la presencia del malo. Es el espíritu contrario a Dios que se rebeló contra el Creador y le declaró la guerra. De inteligencia superior a la humana, con un poder de seducción tan grande, el padre de la mentira susurra al oído del ser humano atractivas maneras de tentación, que siempre tienen que ver con adorar dioses falsos para acabar secuestrando a los seres humanos y convirtiéndolos en esclavos de sus maldades. Y se sabe que una persona, comunidad o país, sin Dios y adorando al dios falso del dinero y el poder, acaba destruyendo todo lo que impida la cercanía a ese ídolo.

Se declaró Luzbel enemigo de Dios y construyó su propio reino de la mentira, el odio, la venganza y la adoración a sí mismo. Es en esencia envidioso y ruge con rabia infernal, cuando ve al hombre surgir como hijo de Dios y crecer adorando al Señor y construyendo el Reino de Dios en la historia. Le gusta poner a los hombres unos contra otros, enfrentarlos hasta que se destruyan y promover formas de convivencia humana contrarias a la voluntad del Señor. Detrás de todas las guerras y conflictos donde se ponga en juego la vida y pacífica convivencia de los seres humanos está la presencia destructiva del maligno.

Ciertamente su acción jamás destruye la libertad humana. El hombre sigue siendo libre aún y a pesar de tantas limitaciones provocadas por su rebeldía contra Dios. La libertad nos la dio el Señor para poder amar, porque nadie podría hacerlo sin contar con su capacidad de decidir en darse o no a Dios y a los demás. Si Dios nos hubiera creado sin libertad, seríamos títeres o marionetas dirigidas por un dios caprichoso que juega con los seres humanos. Y ese no es el Señor. El asumió el “riesgo “de que el ser humano dijera que no a su voluntad y cayera en el pecado, porque de otra manera, sin la libertad, no se podría entablar con cada persona un diálogo de amor intenso y profundo. Nadie puede obligar a otro a amar. Cuando un hombre “contrata“ de una prostituta sus servicios carnales, podrá comprar una hora de placer sexual, pero no un minuto de amor. El amor no se compra ni se vende.

El ser humano tiene hambre de eternidad, de trascendencia, de amor pleno. Y en esa búsqueda de encuentro con el absoluto, el infinitamente bueno, misericordioso y poderoso, el hombre se equivoca y cae en la tentación de adorar dioses falsos. El gran problema de la humanidad siempre es ese: adorar dioses falsos. El dinero, igual que el poder, la fama, el placer adorados como si fueran Dios. Y de ahí viene toda su desgracia.

Nadie se escapa de la tentación, ni aún el mismo Señor Jesús. Recordemos su enfrentamiento con Satanás en el desierto. Estamos siempre sufriendo estas atracciones de diversos dioses falsos que quieren ocupar el lugar de Dios. Y cuando uno adora un dios falso, termina sacrificando todo, con tal de poseer aquello que ofrecen las tinieblas de manera engañosa. El comportamiento es el de un ser como hipnotizado, un zombi, una persona alterada que no ve otra cosa que el supuesto bien presentado por el Maligno como alcanzable. 

Y claro que se logra obtenerlo, y mientras más se tiene más se quiere, cayendo en la aberración de las adicciones y de una total dependencia y esclavitud. Sea dinero, sexo, fama, poder o cualquier otra manera de endiosamiento, el ser humano termina siendo un esclavo de aquello.

Pero con el poder de Dios podemos enfrentarnos al tentador y vencerlo. Usando las armaduras de Dios que vemos en Efesios 6, 1-18 lograremos superar las tentaciones. Fe, oración, lectura de la Palabra, eucaristía, comunidad, búsqueda de la santidad, evangelizar, vigilancia, discernimiento y confiando siempre en Dios, quien nunca nos abandona, está con nosotros siempre, y con quien somos invencibles. Amén.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...