viernes, 23 de junio de 2017

SEA OPTIMISTA Y ENTUSIASTA



El optimismo en el ser humano es importante, pues las personas optimistas siempre irán hacia adelante, sin ningún freno, con una visión positiva de la realidad de sus problemas y gran seguridad en sí mismas y en el futuro.  Depositan totalmente su confianza en Dios y saben que Él les dará los medios necesarios para triunfar. 

El optimismo es una postura positiva ante la vida, es realista, rompe nuestro negativismo y siempre trata de ver el lado bueno de la vida.  Son optimistas aquellos que logran imaginarse y ver con los ojos del alma y de la fe, ese futuro mejor y van tras él, persiguiéndolo con la seguridad de que lo van a alcanzar.  En cambio, el pesimista retrata en su mente el fracaso, cree firmemente y se dispone al fracaso y entonces fracasa.  Él se dice a sí mismo que va a fracasar, él lo dispuso así, se preparó para recibir la derrota y fue derrotado antes de combatir la batalla.

Si usted desea ser optimista, usted necesita ejercitar la esperanza que supone a Dios actuando para realizar el futuro.  Dios quiere ayudarlo a usted, pero es fundamental que usted abra el corazón para que Dios lo ayude.  Ponga todo en las manos del Señor y actúe para conseguirlo con la seguridad de que así se hará y sea lo que sea vendrá.

Todos los hombres que tienen calidad de vida, tienen sentido común.  Son personas de ideas claras, profundas y de pensamientos sólidos. Justifican sus acciones con argumentos convincentes, propios; no son personas influenciadas por los pensamientos de otros o por estados de ánimo.  Su buen juicio se ha ido formando a través de la vida, muy lentamente y están muy seguros de proceder en forma correcta

¿Se ha preguntado usted si goza de buen juicio?  Pues si es así, usted es un hombre con un alto grado  de sentido común y sus análisis gozan de mucha lógica.  Usted no se deja manipular por otras personas, es independiente, tiene criterio propio y no hace lo que todos hacen. Usted se destaca por ser una persona que se conduce por sus propios criterios y de gran confianza en sí mismo.  Cultive su buen juicio, medite y reflexione y así nadie lo conducirá por los senderos incorrectos.

El entusiasmo es lo que lleva a realizar lo que se desea.  El entusiasmo es más que un deseo de realizarse, es todo cuanto es necesario en  la vida  para vivir mejor.  Las personas entusiastas son inspiradas, porque tienen metas y esto se manifiesta en sus acciones y  en su  alegría al actuar.   Son personas animadas a vivir, de acción constante y que participan de algo interior que los mueve a actuar como si tuvieran un fuego que les quema las entrañas del alma y las lleva a la realización de un mundo nuevo.

Esta cualidad es necesaria para que usted tenga calidad de vida y si usted la tiene, usted posee ya un valor inapreciable.  Manténgalo vivo y constante, dentro de usted y no se olvide que ¡CON DIOS, USTED ES INVENCIBLE!

 Monseñor Romulo Emiliani, c.m.f.                                                                                            

SIÉNTASE BIEN PERDONANDO



La Palabra de Dios nos habla del perdón como la acción necesaria para poder vencer el odio y acercarnos más a las demás personas y a Dios.  Para experimentar el perdón, hay que perdonar a los demás. 

Quizás alguien lo ha ofendido y usted no ha logrado olvidar e, incluso, guarda rencor hacia esa persona.  Perdonar no es fácil.  Cuando alguien nos ofende, tenemos la tendencia de devolverle con la misma moneda: ojo por ojo y diente por diente, al mal con el mismo mal.  Hay que comprender que al hacer daño a otra persona, uno se hace más daño a sí mismo.  La venganza puede llegar a convertirse en un mal hábito.  El odio surge fácilmente como una reacción a las ofensas y envenena nuestra alma.  Lewis Smith dice: "El odio es un cáncer que ahoga nuestra alegría."  Por otro lado, la venganza jamás logra un empate.  Ghandi dijo: "Si nos guiáramos por la justicia basada en ojo por ojo y diente por diente, la humanidad acabaría sin ojos y sin dientes."  

La persona que ama demuestra fortaleza.  Significa que puede seguir amando, queriendo, estimando a pesar de lo que le hagan.  Amar significa acercarse e identificarse más con Dios, nuestro Señor, que tiene infinita misericordia. 

¿Cómo liberarnos del rencor y el resentimiento?  Ante todo, debemos enfrentar el rencor.  Hable de sus sentimientos con la persona que lo ofendió y trate de comprenderla.  Posiblemente esa persona le pueda aclarar fácilmente lo sucedido o quizás esté enferma y su conducta sea la manifestación de un problema interno.  Es necesario separar al ofensor de la ofensa.  En lugar de sentir rencor hacia esa persona, permita más bien un sentimiento de comprensión o lástima. Cuando Dios nos perdona, Él sigue amándonos.  Dios separa el pecado del pecador y nos sigue aceptando y perdonando, aunque rechace el pecado cometido. 

Olvide el pasado y lo negativo.  No fije en su memoria de forma obsesiva las cosas malas que sucedieron en el pasado.  Haga un intento por olvidar lo negativo y sustituya esto por ideas del presente o hechos buenos del pasado. 

No se canse de perdonar.  Es difícil deshacerse del rencor y el odio.  Por eso, hay que realizar el esfuerzo de perdonar.  Jesús dice que perdonemos "setenta veces siete", lo que significa que hay que perdonar siempre. 

Es importante aclarar que perdonar no implica permitir ofensas y atropellos.  Usted tiene derecho a defender su dignidad, a que los demás entiendan que usted se respeta.  Pero que esto no sea excusa para no perdonar siempre y ser feliz.  Cuesta mucho liberarse del resentimiento.  Por eso, necesita pedirle ayuda al Señor para perdonar y olvidar.  Necesitamos la fuerza del poder de Dios para lograrlo. 

Tomemos en cuenta también que algunas de las ofensas que nos hacen en realidad son verdades mal dichas o pronunciadas.  Nos hará mucho bien quitar la ironía que el otro puede estar añadiendo a lo que nos dice y asimilar lo dicho.  A veces necesitamos que personas nos digan nuestros defectos, pero muchas personas que están cerca de nosotros y nos quieren no nos los dicen. 

En la medida en que usted madure y adquiera más fortaleza, se sentirá menos perturbado por las ofensas.  Una auto-imagen positiva le dará seguridad personal y su comprensión de la naturaleza humana le permitirá entender las crisis por las que pasan las personas y el motivo de su manera de actuar.  Asimile los golpes que da la vida, especialmente las ofensas, y busque la verdad que pueda haber en las manifestaciones de la persona que lo ofende.  Si su fe es grande, Jesús le transmitirá fuerza espiritual para vencer cualquier ofensa, porque CON ÉL, USTED ES ¡INVENCIBLE!

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

SIRVA, NO SE CANSE





En este Mensaje al Corazón tocaremos el tema: Sirva, no se canse.  ¿Forma usted parte de algún grupo juvenil?  ¿Está trabajando usted en una parroquia, en una comunidad cristiana o en alguna asociación de beneficencia?  ¿Está usted casado?  ¿Tiene familia?  ¿Trabaja en alguna empresa o en una oficina?  Hoy le digo: Sirva, no se canse.  El cansancio le llega a usted cuando trabaja y trabaja y los frutos de su trabajo no se ven.  Usted quisiera que las cosas sucedieran más rápido. Es comprensible que se canse cuando no le reconocen todo lo que usted hace en su casa, en su familia, en su oficina o en su comunidad cristiana.  Y también es normal que usted se canse cuando no le agradecen las cosas que hace con tanta bondad y generosidad.  También el cansancio le llega cuando va perdiendo motivación, cuando ya no le encuentra sentido profundo a lo que está haciendo.   Es normal que el cansancio llegue cuando en su corazón la presencia del Señor no está tan viva como en el pasado; usted se ha ido debilitando espiritualmente.

Pero yo le digo en este Mensaje al Corazón: Sirva, no se canse, porque el servicio es una forma de realización.  En el servicio usted desarrolla sus cualidades y carismas.  En la medida que usted sea un buen esposo, un buen padre de familia, una buena esposa, una buena mamá, un buen trabajador, un buen obrero, un buen jefe, un buen cristiano; en esa medida usted se realiza.  En la medida en que usted desarrolle sus cualidades sirviendo en donde tiene que servir: en su asociación, en su comunidad, en su grupo, en su partido político, en ese lugar en donde el Señor lo ha ubicado; usted se realiza.  Por eso, sirva, no se canse, pues es también en beneficio suyo.

Usted se perfecciona sirviendo.  En la medida en que usted desarrolle sus cualidades y sirva a su comunidad, usted se va perfeccionando, va creciendo, va madurando, se va sintiendo más completo.  Sirviendo a los demás, usted llega a conocerse mejor interiormente; a saber qué clase de generosidad, qué clase de bondad, qué clase de amor, tiene.  Y se da cuenta de que es una persona de buenos sentimientos, que quizás todo eso lo ha ocultado un poco en el pasado con las máscaras de indiferencia y de egoísmo.  Usted va a quererse más, va a amarse más en la medida en que sirva más, porque sirviendo se sentirá en paz consigo mismo. 

El que sirve se siente contento de estar haciendo algo positivo; se va convirtiendo en una persona feliz, alegre, porque se siente útil.  La satisfacción que uno experimenta sirviendo es algo maravilloso; no la puede suplir ni el dinero ni la fama.  Por eso, sirva, no se canse.  No importa que no vea los frutos siempre; no importa que no le reconozcan lo que usted hace; no importa...   ¡Adelante, motívese, encuéntrele un sentido a lo que está haciendo, siga adelante, ánimo, vamos!  Es normal que usted, a veces, experimente cansancio y desánimo; pero hay que recuperarse, hay que levantarse, hay que seguir.

El servicio es también una forma de satisfacer necesidades de otras personas.  Hay tantas necesidades: materiales, espirituales, emocionales, de orientación, de aprecio, de compañía, de presencia, de estímulo.  La gente está llena de necesidades y usted, probablemente, puede hacer mucho más de lo que está haciendo.  En la medida en que usted sirva desinteresadamente, con plenitud, haciendo bien lo que tiene que hacer, usted contribuye con la felicidad de otras personas y esto implica una realización muy grande.

Sirva, no se canse, que servir es demostrar amor.  Usted nunca podrá decir que ama, si no sirve a su prójimo en sus necesidades.  El amor se demuestra en el servicio con esos frutos concretos de amor que usted estará manifestando a otros.  Usted no diga que ama si no demuestra su amor con hechos concretos de servicio al prójimo.  Muchas veces el egoísmo no nos deja servir.  El egoísmo nos mata interiormente.  El egoísmo es el pensar solamente en uno mismo; es solamente estar preocupado en satisfacer las necesidades propias.  El estar solamente interesado en uno mismo nos enferma y nos convierte en seres amargados y frustrados.  El servicio es una medicina, en un medio curativo maravilloso para que usted empiece a dejar de ser egoísta. 

Sirva, no se canse, ánimo.  Porque servir es vincularse a otras personas, es hacerse parte de otros.  Cuando usted en verdad sirve, se va identificando con otros, va compartiendo el sufrimiento, el dolor de otros y va sintiendo que ya es parte de los demás.  Cuando usted en verdad sirve, se pone en el lugar de otros, los comprende más y comienza a nacer en el corazón de las demás personas y así va rompiendo su soledad.  Hoy le decimos: Sirva, no se canse.  El Señor lo ama, el Señor le dará la fuerza necesaria para servir, porque ¡CON ÉL, USTED ES INVENCIBLE!

Monseñor Romulo Emiliani, c.m.f.


lunes, 12 de junio de 2017

NO SE DEJE MANIPULAR




Las ovejas, por su sentido de conservación, siempre permanecen con el rebaño. Cualquier deseo de aventura o explora­ción, incluso para obtener alimento o agua, es reprimido instinti­va­mente, porque presienten el peligro que asecha más allá del círculo protector del rebaño. 

Muchas personas actúan como si fueran ovejas y abandonan el control de sus vidas en manos de otros. Andan vacilantes y solitarios, esperando la orden de otros para actuar. Sin metas, prioridades o alguna estrategia de vida que sea auténticamente suya, van a la deriva siguiendo al rebaño a través de una pradera interminable de mediocridad, incapaces de liberarse o de lograr ni una mínima parte de los sueños que han acariciado. Si usted permite que los demás controlen su vida, deposita en manos de ellos su futuro, renuncia a su derecho de elegir y tomar buenas decisiones y además elimina su oportuni­dad para madurar. 

Usted puede dejar atrás el rebaño, controlar su vida, establecer y realizar sus propias metas, puede erguirse por sí mismo, decir NO en vez de SÍ y actuar en vez de dejar que otros lo hagan por usted. En otras palabras, solamente de usted depende evitar que lo manipulen. 

Usted no es una oveja, sino un ser humano. Ni su familiar más cercano ni un superior puede adueñarse de su vida, decidir por usted ni obligarlo a que haga algo que no quiere. Eso es absurdo y atenta contra su dignidad humana y la libertad que Dios le dio para decidir lo que crea más conveniente en su vida. No está bien que otras personas lo sugestio­nen, manipu­len y gobiernen su vida y hagan de usted una marioneta o un títere. 

Es voluntad del Señor que haga el máximo esfuerzo para gobernar su propia existen­cia. Usted no es una oveja perdida, porque Dios está con usted en cada momento de su vida. Él quiere que cada persona tome las riendas de su vida y decida su propio destino. ¡Asuma ese control! 

No se deje llevar por la mentalidad y las influencias del mundo exterior ni haga únicamente lo que dicen y hacen los demás. Si usted se abandona así, será una criatura ajena a su propio ser, una superficie de inseguridad movida por los vientos de las circunstancias. Si usted no controla su propia existen­cia, esas circunstancias u otras personas lo harán. 

Usted no tiene que ser como los demás, sino ser usted mismo y aceptarse tal y como es. No debe ser simplemente un objeto que es controlado por otros. Es necesario e importante que usted piense, se aprecie y decida por sí mismo. Sea el artífice de un cambio en el rumbo de su vida. 

En la medida en que usted sea independiente, autóno­mo y con confianza y seguridad en sí mismo y su potencial, podrá entregar su propio ser más plena y auténticamente a Dios, a las causas justas y a otros que lo necesitan. En cambio, si usted es débil y acepta ser dominado o dirigido totalmen­te por otras personas, no tendrá nada que ofrecer a los demás. 

Usted fue creado por Dios a Su imagen y semejanza, tal y como es, con sus dones, cualidades, virtudes y también con defectos y fallas. Acéptese y sea usted mismo, esa persona original, autónoma e indepen­dien­te que Dios quiere que sea. Tome el control de su vida y piense más por sí mismo. Usted tiene mucho que decir y contribuir. El mundo necesita y está esperando su originalidad y su aporte valioso. Comience ya a cambiar para ser una persona más madura. 

Una vez que usted acepte la responsabilidad de sus acciones, sin avergonzarse ni presentar excusas ni esperar la aprobación y el aplauso de otros para hacer las cosas; sino porque está convencido de que está bien hecho y de acuerdo con la voluntad de Dios, con su conciencia y la situación histórica del momento, será una persona maravillosa y podrá aportar mucho al mundo y a la sociedad. Pero si usted espera la aprobación y el aplauso de otros para actuar y se ofende, se deprime y se entristece cuando alguien lo critica o rechaza, está actuando como una simple oveja o marioneta y siempre será manipulado por los demás. 

La persona que se conoce a sí misma y controla su vida puede enfrentarse con más éxito a la ansiedad y el conflicto, porque está segura de su propia capacidad. Esa persona puede disfrutar de la vida, enfrentar cualquier cambio y triunfar en cualquier situación. Para esa persona no importa lo que traiga el mañana, porque tiene la autosuficiencia necesaria y confianza y fe en sí mismo. Mantenga su autocontrol, refuerce el significado y valor de su propio yo para tener un sentimiento más pleno de su propio valor y existir. Sólo se tiene una vida y tenemos la responsabilidad ante Dios de vivirla a plenitud. Recuerde que Dios es el único a quien usted puede entregar su vida ciegamente y con entera confianza. Sólo CON ÉL, USTED PODRÁ SER... ¡INVENCIBLE!

Monseñor Rómulo Emiliani, c.m.f.


A PROGRAMARSE PARA TRIUNFAR



Lo que le voy a decir puede resultar muy simple, pero qué efectivo es. Así como se programa una computadora, puede hacer igual con su mente, salvo que usted es más perfecto y complicado que cualquier invento tecnológico.

Pero aún así, le digo que funciona. Si simplemente al levantarse por la mañana, usted comienza a pensar en cosas buenas, a creer que será un día positivo, a repetirse frases como “El Señor es mi pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace reposar, me conduce a fuentes tranquilas y recrea mis fuerzas”, Salmo 23,1-3, o “estoy en las manos de Dios”, o “con Dios soy invencible”, o cualquier otra frase positiva y pone música de fondo y hace un poco de ejercicio, no dando pie a escuchar tan temprano malas noticias de los medios de comunicación, usted tendrá un día mucho mejor que haciendo lo contrario. En la lectura de los Salmos, en los que son alabanzas y acciones de gracias, tiene un arsenal de frases positivas que puede ir aprendiendo. Es tan importante comenzar bien la mañana, porque determina en parte el ritmo del día. El subconsciente es un depósito que al igual que una computadora depende de los datos que usted coloque. Este misterioso espacio de nuestro yo interior no va a distinguir entre los datos buenos y malos, falsos y verdaderos, sino que obedecerá a la información que usted le dé. No coloque en sus “archivos” pensamientos de odio, pesimismo, fatalismo, morbosidad, dudas, porque al procesar la información le irá haciendo pensar durante el día en eso que recibió. Si al acostarse la noche anterior, ya usted de manera inteligente, colocó pensamientos de fe, de amor, de esperanza y visualizó su vida entregada al Señor, como viéndolo en su imaginación que lo abraza a usted, que lo recibe y que le dice, “ no te preocupes hijo mío, que estoy contigo”, y usted se siente de verdad “en manos de Dios” y al levantarse también dirige su mente a El y a repetir frases llenas de fe, le aseguro, que así como piensa, así se comportará y el día le saldrá mucho mejor. No digo con menos problemas, pero sí con una actitud de triunfador, con optimismo, con valentía, con paciencia y mucha paz.

También quiero decirle que así como los pensamientos generan las palabras, éstas generan pensamientos y tienen mucho poder. Si nuestro lenguaje es pesimista y nos reunimos con personas que continuamente dicen que: “nada se puede hacer”, que “estamos de mal en peor”, “vamos hacia un desastre y nadie nos saca de esto” y ponemos ejemplos de cosas macabras, esto condicionará nuestra mente y nos lanzará hacia una actitud derrotista y a la larga hacia una depresión. Claro que hay que ser realista y no esconder los problemas sociales y analizarlos y ver qué podemos hacer para enfrentarnos a ellos. Pero si continuamente este es nuestro lenguaje, nos convertirá en cínicos pesimistas y críticos estériles. Cuidado con nuestras conversaciones. Intentemos pronunciar frases positivas llenas de fe, infundir un estado de ánimo bueno y mantener una postura valiente de que “sí se puede” y “con Dios triunfaremos”.

Debo también insistirle que en esta cultura del “ruido”, donde todo entra por los ojos y los oídos, se nos está arrancando el gusto por el silencio, la soledad, y se nos tiene lanzados hacia fuera de nuestro ser, bebiendo de cualquier charco de aguas infectadas, desde los últimos desastres de las vidas privadas de actores y cantantes, pasando por canciones y películas indecentes, hasta el bombardeo de la publicidad en todos los medios de comunicación, que nos lanzan a un consumismo descontrolado. Hay que hacer silencio, estar solos un rato diariamente, poner nuestra mente en orden, hacer oración, buscar al Señor en lo más profundo de nuestro ser, sabiendo que con El limpiaremos nuestra alma de lo negativo y seremos invencibles.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.


CÓMO TRATARSE A USTED MISMO.




Primero, debe tomar conciencia de que muchas veces usted es su peor enemigo. Usted se bloquea e impide desarrollar sus potencialidades. Usted desconfía de sí mismo y se hace cuestionamientos como: “Acaso podré hacer eso. Mejor ni lo intento, no sea que haga el ridículo”. No tiene usted el menor respeto con su propio ser. Es normal el maltratarse con expresiones como : “¿Por qué habré nacido, si no sirvo nada más que para fracasar?”. El bloqueo mental suyo pone en duda su derecho a vivir, a desarrollarse y más de una vez se ha sorprendido diciéndose: “No me merezco nada, ya que yo en el pasado hice esto, esto y esto”. El complejo de culpa la martiriza y prácticamente lo hace fallar para castigarse. Probablemente usted sigue escuchando voces en su subconsciente de personas que de niño lo ofendieron llamándolo “Burro, estúpido, no sabes hacer nada”. Allí quedó eso grabado, con más intensidad mientras más fuera significativa la persona que lo agredió: papá, mamá, abuelo ,tía, maestra, etc. Lo que pasa es que esas voces ya las hecho usted suya y se cree lo que oyó. Pues bien, si usted es su peor enemigo, comience a reconciliarse con su propio ser. Para eso localice de donde viene la agresión. Es de su yo frustrado, triste, agonizante, que ha sido tantas veces golpeado, que solamente busca maltratarse porque no cree en su bondad. Ese yo pequeño, ruin, cobarde y vengativo, no se da cuenta de que no es el real, que está ciego y que no ve la verdad de su persona. Usted fabricó ese “yo” falso. Su yo, el real, es superior, magnífico, deslumbrante, lúcido, sabio, fuerte. Y es que usted está hecho a imagen y semejanza de Dios. Su esencia es buena, por lo que para eliminar a ese enemigo que lo agrede tanto, no se crea lo que dice es yo raquítico y mentiroso y reafírmese en su conciencia de un yo que es puro, radiante, bueno, amoroso, pacífico y que refleja desde su humanidad la belleza y grandeza de Dios. Para eso le pido que se conozca de verdad a usted mismo, que se purifique de aquello que lo mancha, esas malas intenciones y acciones que son consecuencia de la falsa visión de su ser y comience una nueva vida. De hecho así como uno se ve actúa.

Segundo, reconozca que Dios lo ama incondicionalmente y por eso su referencia más importante sobre quién es usted está en Dios, en lo que El sabe de usted. Sepa que Dios lo ama infinitamente y que la sangre de Jesucristo derramada en la Cruz fue por usted, por lo que el valor suyo se hace infinito. El Señor Padre en Cristo lo adoptó como hijo y tiene como herencia el cielo. Usted es alguien sumamente importante para Dios. 

Tercero, no se compare con nadie, porque nunca ha existido ni existirá nadie como usted. Es bueno tener personas que sean ejemplo y modelo en algún comportamiento especial que lo animen a usted a seguir adelante, pero sin sentirse inferior a esas personas. El más grande modelo y el mejor camino es el Señor Jesucristo.

Cuarto, póngase metas altas en su vida que tengan posibilidad de realizarse y sepa prepararse bien para cumplirlas. Crea firmemente que puede realizarlas. Reduzca totalmente su complejo de inferioridad sin dejar de ser realista. Le pido que se trate con respeto, dedicando tiempo a su crecimiento personal, y para eso qué bueno es el silencio y la soledad para meditar en su grandeza interior, la oración para que el Señor lo ilumine, sabiendo que El todo lo hace bien hecho, y usted es criatura que viene de El y con su Padre Dios usted es invencible.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.


miércoles, 7 de junio de 2017

¿PERO, QUIÉN ERES TÚ, QUE NO TE RECONOZCO?




¿Cómo reconocer que aquel que va al calvario llevando una cruz, con su rostro golpeado y su cuerpo cubierto de sangre, débil al extremo de caer una y otra vez, ayudado por un hombre llamado Simón de Cirene , es el mismo que hizo milagros y que dijo que era más grande que la ley y el templo? Ha sido triturado por el molino de todos los pecados del mundo, por los filosos dientes de la inmensidad de maldades que se agrupan ese viernes santo como fieras salvajes despedazando el cuerpo virginal, inocente del salvador del mundo. “Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano”, Isaías 52, 14. Todos se fueron dejándolo solo. Judas y Pedro, los demás discípulos, todos escandalizados, lo traicionaron, cada uno a su manera. 

“No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada”, Isaías, 53,2-3. Allí colgado del madero, entre dos malhechores, desnudo y su cuerpo lleno de llagas, asfixiándose y desangrándose, es objeto del desprecio y la burla, ya que están convencidos de que era un impostor, porque Dios no venía en su ayuda; en el fondo, un fracasado. Los doctores de la ley y los fariseos, desde una teología basada en el Dios que se manifiesta solamente con poder material, veían en Cristo, simplemente a alguien que si en algún tiempo tuvo a Dios a su lado, ya fue abandonado. Dios no está con él, la prueba, miren cómo está acabando. 

Hoy subyace, en algunos, esa visión no cristiana de que Dios está solamente con los que tienen poderes de cualquier clase y que los que no tienen nada, es porque Dios los ha rechazado. Por eso estaban convencidos los que detentaban el poder religioso, de que matarlo, a Jesús, en nombre de Dios, era lo único que se podía hacer ya que Dios ya lo había condenado. La prueba, se está muriendo solo y nadie acude en su ayuda. Esta corriente nacionalista, triunfalista y gloriosa en el Antiguo Testamento, choca con la visión teológica de Isaías y que culmina con la vida sacrificada de Jesucristo. En el himno cristológico de Filipenses 2,6-8, se ve claro el anodamiento, el “abajarse”, la kénosis. Sin dejar de ser Dios, renunció al uso de sus atributos divinos para hacerse como nosotros y morir una muerte de cruz. 

Pero veamos que este siervo de Yavhé se pondrá en el lugar de los que deben pagarle a Dios por sus pecados pero en verdad no pueden, porque la culpa es tan grande, el pecado de la humanidad tan horroroso que solamente se podrá saldar la cuenta de la salvación con una oblación infinita: “A él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido. Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos sanado”, Isaías, 53, 4-5. Ya el profeta inspirado por el Señor mira profundamente el fondo de esa figura misteriosa y de la que él no tiene conciencia de su identidad, y nos dice que todo lo hizo por nuestra salvación, para rescatarnos del castigo divino. De hecho Jesús todo lo hizo para librarnos de la muerte eterna. En el monte de los olivos libremente ofreció su vida por nosotros, obedeciendo al Padre. 

Pero solo hace eso el que ama y más el que es todo Amor, el Dios vivo encarnado, el que se hizo hombre, el que se identificó con todos nosotros y para siempre. Mientras más se ama, más se quiere estar al lado y con las personas amadas; parecerse, mezclarse, “hacerse uno” con ellos, asumir sus alegrías y tristezas, sus éxitos y fracasos, sus victorias y derrotas. Era tanto el amor de Dios a nosotros que el Verbo se hizo carne, asumiendo nuestra historia y cargando con nuestra culpa, pagó el precio del rescate con su propia vida. Tanto nos amó el Padre que entregó a su propio hijo. 

Desde el momento de la muerte de Jesús, como dice el poeta, “nadie tendrá disculpa diciendo que cerrado halló jamás el cielo, si el cielo va buscando. Pues tú Jesús, con tantas puertas en pies, mano y costado, estás de puro abierto casi descuartizado”. Gracias a su muerte redentora se nos abrieron las puertas del cielo y con Cristo Jesús misericordioso seremos invencibles a la muerte eterna.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f. 




LA ENVIDIA ENGENDRA EL ODIO




De la soberbia, pecado que en el fondo busca ocupar el lugar de Dios, nace la vanagloria, que desea siempre la gloria humana a como dé lugar y de ahí viene la envidia que se entristece cuando otro logra alcanzarla por méritos propios. “No seamos codiciosos de la gloria vana, provocándonos y envidiándonos unos a otros”, (Gal 5,26). Por eso se irrita el envidioso cuando aquél alcanzó triunfos que él no ha podido alcanzar y esa cólera reprimida lo lleva a murmurar, a especular falsedades que le resten valor al éxito del otro, y se alegra cuando le va mal a su víctima, gozándose morbosamente. El envidioso suele ser hipócrita, actuando con doblez, simula una caridad que no es cierta, pero en el fondo desea el fracaso y el hundimiento de quien envidia. Fácilmente degenera la envidia en odio. Por eso Caín mata a su hermano Abel y Saúl intenta asesinar primero con una lanza a David y luego eliminarlo con su ejército. 

La envidia es el virus que corroe cualquier relación de cercanos en profesión, amistad, familia, vecindad y es capaz de destruir cualquier vínculo de hermandad. No se da regularmente entre personas lejanas, sino entre los que conviven y tienen alguna relación particular como pertenecer al mismo gremio. La motiva la mediocridad del envidioso, que no soporta que el otro destaque en el arte o profesión que aquél realiza, y se da inclusive en el seno de las familias, cuando algún hermano posee algo que el otro no tiene. San Basilio dice que “no existe envidia entre los que no se tratan, sino entre los muy cercanos; y entre estos, a los primeros que se envidia es a los vecinos y a los que ejercen el mismo arte o profesión, o con quien se está unido por algún parentesco…y en suma, así como el tizón es una epidemia propia del trigo, así también la envidia es la plaga de la amistad”. La envidia es como un cáncer silencioso que destruye la convivencia y la armonía en una comunidad. El apóstol Santiago (3,16) dice: “Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad”.

Por envidia se mata a Jesús a quien llamaban comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Los que detentaban el poder religioso no resistían que Jesús congregara multitudes y que fuera escuchado y que creyeran en su palabra. “Pilato sabía que le habían entregado a Jesús por envidia”, (Mt 27,18). Por envidia se perseguía a la Iglesia primitiva que congregaba lenta pero eficazmente gente en todo el imperio y de hecho Pablo es perseguido por envidia. “Los judíos, al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias a cuánto Pablo decía”, (Hechos 13,45). 

El envidioso se daña a sí mismo, ya que “la envidia roe y consume el alma a quien infesta. Y así como dicen que las víboras nacen desgarrando el vientre materno, así también la envidia suele devorar el alma que la fomenta”, (San Basilio). El envidioso tiene una gran ilusión, ver caer a quien es objeto de su envidia. Por lo que está siempre a la espera de la noticia funesta del tropiezo de su hermano, fomentando incluso el descrédito del mismo con chismes, comentarios negativos, y sobre todo con un deseo enfermizo de ver la destrucción del otro. Por lo que se le puede aplicar la palabra de Jesús que está en Mateo 5,21-28 en donde señala que tanto el que odia es asesino y el que desea la mujer del prójimo ya es adultero. Es decir, desde el Evangelio, ya el deseo de matar, de ultrajar, de calumniar, de adulterar, es pecado. En el caso del envidioso lo de que destila de su corazón es odio, por lo que es un asesino moralmente. 

La envidia es lo contrario al amor: “El amor es paciente, servicial; no es envidioso, no actúa con bajeza, no busca su interés, no se irrita….Todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”, (1 Cor, 13, 4-5.7). El que ama se alegra con el triunfo del otro y se entristece con su fracaso. Reconoce los valores, carismas, cualidades del otro y los alaba. Disimula sus defectos y busca la manera, en lo posible, de ayudar al otro a superarse. El que ama, inclusive, busca imitar al que se supera y aprende las lecciones tanto del que triunfó como del que fracasa, pero sin hacer “leña del árbol caído”. El que ama destierra de sí constantemente todo mal sentimiento, pidiéndole a Dios la purificación y sabe que con Él es invencible. 

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.




LA MISERICORDIA INFINITA DE DIOS



Todo el plan divino de salvación tiene como esencia la misericordia del Señor que aparece siempre como la gran buena nueva llena de esperanza ante la desgarradora debilidad, el error y el pecado del ser humano, ofreciendo el amor incondicional de Dios donde  habría un final desgraciado sin el perdón divino. Donde abundó el pecado, sobreabundó infinitamente la gracia. De hecho, todos los pecados de la humanidad juntos  son nada ante infinita misericordia de un Dios que jamás será vencido por el mal. “Pues más grande que los cielos es tu misericordia y llega hasta las nubes tu fidelidad”, (Salmo 107,35).

Desde el Evangelio vemos que la misericordia de Dios es eterna,  por lo tanto sin límite de tiempo; inmensa, sin límite de lugar y espacio y  también universal, sin límite de razas, naciones ni credos. El beato Juan Pablo II dijo: “La misericordia de Dios en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito, es también infinita. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera la limite”. 

Es infinita su misericordia y Jesucristo es la manifestación visible del amor de Dios, ya que vino a perdonar, reconciliar y salvar. “Se da prisa en buscar la centésima oveja que se había perdido….! Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios! (San Bernardo). Muchas veces nuestros pecados nos impiden acercarnos a Él, pero Dios siempre sale en búsqueda nuestra.  De hecho, “la suprema misericordia no nos abandona ni aun cuando la abandonamos”, (San Gregorio Magno).

La iniciativa siempre parte de él, que nos amó primero, que “nos visita con su gracia a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón y promueve  en nosotros abundancia de pensamientos espirituales.  Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza, (Casiano). Podremos caer en el pozo de la miseria más grande, pero si clamamos a Dios confesando nuestros pecados, doliéndonos de ellos, ese pozo infernal no cerrará su boca sobre nosotros y Él nos salvará, (cf. San Agustín).

 Él está siempre pendiente de nosotros, llamándonos por el Espíritu a la reflexión sobre nuestros pecados y al arrepentimiento.  Busca encontrarse con nosotros de mil maneras: a través de los acontecimientos buenos y malos, de amigos, de mensajes, de inspiraciones divinas, sea en el marco del silencio o inclusive en el bullicio de las actividades. El corazón de Dios misericordioso está abierto de par en par para recibirnos.  Él nos llama, desea abrazarnos como Padre que recibe al hijo pródigo y espera pacientemente nuestra conversión. 

Estamos en el tiempo de su misericordia y no despreciemos su oferta de salvación, mientras dura nuestra existencia terrena,  en donde su perdón será total si nos arrepentimos. Acabando nuestra vida ya no habrá vuelta atrás y habrá dos términos, el cielo o el infierno.  Nuestro destino será  la resurrección gloriosa  o la condenación para siempre.  No podemos despreciar esa verdad divina que nos habla de la posibilidad de condenarnos. Rechazar continuamente la gracia de Dios, dar la espalda a su bondad y generosidad y no aprovechar el tiempo de gracia, la oferta divina de su misericordia es arriesgarnos a perder lo más grande, lo único en verdad que vale la pena, la vida eterna con Él. “Consideremos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no solo nos perdona nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se arrepienten de ellas”, (San Gregorio Magno).


El Cristo colgado de la Cruz nos dice  lo que debemos saber: que Dios nos ama hasta al extremo de entregar a su hijo por nuestra salvación. “¿Qué decir después de esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Dios, que no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá con él todo lo demás?..¿Quién nos separará del amor de Cristo?”, (Rom 8,31-35).  La muerte en el madero fue extremadamente dolorosa, tanto por los suplicios físicos que padeció Jesús como por las angustias y tristezas que vivió y siempre mantuvo su amor misericordioso con nosotros, aún sabiendo cómo le íbamos a responder. Recordemos su amor y que con Él somos invencibles.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...