martes, 24 de julio de 2018

¿QUÉ ES LA VIDA?



LA VIDA ES UN DON DE DIOS Y ES SAGRADA.  Este concepto tan inherente a la espiritualidad hindú y budista y vivida también por nuestra cultura indígena latinoamericana, ha sido proclamado siempre por el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y la Iglesia lo cree firmemente.  Pero en la práctica hemos tenido tantos infortunios  históricos, en parte por los conflictos bélicos entre naciones y aún entre religiones, en donde se han bendecido las guerras y sus armas, desde las espadas y lanzas, pasando por los tanques y aviones, y se ha pedido la intervención divina para que gane alguno de los contendientes, cosa que implica la destrucción del contrario.
SE HA EMPLEADO EL CONCEPTO DE GUERRA JUSTA  y algunas veces de “santa guerra” y se ha satanizado al contendor. Siempre “el otro” es el agresor y merece ser derrotado, pidiendo el auxilio divino. Ejemplo: Las guerras entre musulmanes e hindúes que hicieron sufrir tanto a Gandhi y lo llevó a sus extremas huelgas de hambre,  o entre el Islam y la Europa medieval católica; también el papado, en algunos momentos, contra reyes europeos, pasando por los conflictos entre muchos grupos indígenas en la América precolombina, o entre los europeos católicos y los pueblos indios de América, o las terribles y sangrientas luchas tribales en África. En la guerra civil norteamericana, los del norte y los del sur invocaban al Dios cristiano, al igual que en las dos guerras mundiales, se enfrentaron cristianos siempre pidiendo el apoyo de Dios y con sus capellanes bendiciéndolos. Todos oraban y se lanzaban entonces a  destruirse. Se justificaba el matar y hasta en nombre de Dios, sea en guerra o después con la pena de muerte y siempre, supuestamente bendecidos por el poder divino.
HAY UNA ANÉCDOTA HISTÓRICA  en la primera guerra mundial en un frente  en el que  combatían los alemanes contra los ingleses y escoceses.  En la noche de navidad en una pequeña tregua,  se escuchaban en ambos ejércitos atrincherados la canción “Noche de paz” en sus lenguas e inclusive con las gaitas escocesas…un soldado alemán, embriagado,  sale de la trinchera con una botella de licor y comienza a caminar hacia el otro frente cantando y para sorpresa de todos, un par de ingleses hacen lo mismo.  Total, al final terminaron jugando fútbol tres días los soldados que eran enemigos entre sí. Eran jóvenes de 18 a 27 años, fraternizando y olvidando momentáneamente lo horroroso de esas guerras absurdas.  Después, por orden de sus altos jefes al enterarse del suceso, reanudaron los combates y siguieron matándose sin saber porqué. 
¿Y QUE PENSARÁ DIOS? Esta pregunta parecería sobrar, pensando que Dios siempre está a favor de los buenos y los protege.  Es común en los salmos leer peticiones para que Dios intervenga y derrote a los enemigos que agreden a los  buenos.  Por otro lado siempre  tendemos a ponernos, todos, en la fila de los buenos y a sentir que “el otro” está equivocado y  es el malo Pero, una pregunta: ¿quiénes son y dónde están los buenos?  Segundo: ¿Dios quiere que los supuestamente buenos luchen y destruyan al contrario para demostrar que son buenos y que Dios está con ellos?  Vuelvo  a preguntar: ¿y qué pensará y querrá Dios?   Creo que él dice que todos somos buenos porque fuimos creados por Él y no quiere que nos matemos por ninguna razón y que debemos buscar formas adecuadas para resolver nuestros conflictos, sin llegar jamás a derramar la sangre de nadie. Este será el gran reto del siglo XXI, superar las guerras y lograr la civilización del amor.
PERO VEAMOS MÁS PROFUNDAMENTE QUÉ QUIERE DIOS: Primero,  desde el Nuevo Testamento, revelación suprema, ya que la Palabra se hizo carne,   se manifiesta que toda vida es sagrada y merece respeto y protegerla es señal de estar con Dios.  Segundo, en toda vida hay presencia y manifestación divina, por lo que Dios está en todo y en especial en los seres humanos. Lo que hagamos a alguien se lo hacemos al Señor.  Este principio es vital en el Nuevo Testamento, al extremo de que nos jugamos la vida eterna de acuerdo a cómo tratemos a los seres humanos. Aplicar este concepto al respeto a la naturaleza nos convertiría en defensores genuinos de nuestros bosques, ríos y mares.  Tercero, el auténtico culto a Dios implica no solamente las oraciones y demás ritos litúrgicos necesarios para nuestra vida espiritual, basados en lo esencial que es  la Palabra y los Sacramentos, sino  también la defensa del pobre, del marginado y excluido y su promoción humana.
POR ESO LA IMPORTANCIA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA  y la pastoral social, además de la evangelización intensa.   Conceptos como el de la dignidad humana, el respeto a la vida y al Bien Común,  la solidaridad  y la comunión en la diversidad, respetando la opinión de los que no piensan como uno, (tolerancia y diálogo), hasta el de la austeridad y sencillez de vida para no acaparar bienes innecesarios, como el de promover una economía solidaria, donde los más pobres se puedan organizar en micro empresas, cooperativas y demás, todo eso es parte del trabajo  y misión de la Iglesia.  
LA IGLESIA, EN CONSTANTE PURIFICACIÓN, acepta los fallos en su pasado y pide perdón por eso y busca vivir más intensamente el Evangelio.  Por eso lucha en favor de la vida en todas sus manifestaciones y defiende los derechos de todos, tanto de los pobres y discapacitados, los presos e indocumentados, las mujeres y los niños abandonados  y está en contra de la pena de muerte, el aborto y la eutanasia y de toda injusticia social, marginación y exclusión. Es una constante de la Iglesia la asistencia a los pobres y ha sido y es la institución que en el mundo tiene más entidades a favor de todos los que sufren en todas sus variadas manifestaciones.  Un simple ejemplo: Hoy  día, las hermanas de Calcuta están dedicadas, entre otras cosas a los enfermos del sida y los hermanos de San Juan de Dios, siguen asistiendo, al igual que hace cinco siglos a los enfermos mentales.
¿CÓMO TOMAR CONCIENCIA EN NUESTRA HONDURAS con un promedio de 82 asesinatos por cada cien mil habitantes, de que la vida es sagrada?  ¿Cómo detener esta ola irracional y casi diabólica de violencia que enluta diariamente a unas 19 familias?  Esa es nuestra tarea y reto; crear una nueva cultura de la paz, del respeto a la vida y de la solidaridad, donde todos amemos la vida y la defendamos, asegurando un mejor futuro para todos los que habiten en esta hermosa  pero sufrida tierra.
PARA ESO HAY QUE EVANGELIZAR  a tiempo y destiempo, usando todos los medios posibles y seguir promoviendo la caridad inteligente en todas nuestras parroquias y orar con insistencia por la paz de nuestro pueblo.  De hecho estamos viviendo un tiempo de una irracional y  aberrante violencia, casi diabólica, y sabemos que nuestra lucha es contra poderes infernales y solo el Poder Divino es infinitamente más grande que el mal. 
TAMBIÉN TENEMOS QUE SANAR NUESTRA MENTE ENFERMA, porque volviendo al principio de nuestra exposición, tenemos ya los síntomas propios de pueblos en situación de guerra: miedo colectivo y odio acérrimo al que nos agrede; Buscar cómo atacar al contrario  en venganza y reducirlo a cenizas aplicando un concepto de justicia al margen de la ley por la impunidad que hay; acostumbrarse a la muerte violenta viéndola
como algo natural; crecimiento de una cultura de la muerte, donde uno ya se convierte en un virtual combatiente que desea la muerte de “los otros”, de los considerados “malos”, sin analizar las causas del porqué hay tanta delincuencia y tanta destrucción.  Debemos presentar personal y comunitariamente una cultura de la reconciliación. Debemos ser mensajeros de la paz, viviéndola intensamente.  Este es un momento decisivo en nuestra patria y todos tenemos que promover la civilización del amor.  No es nada fácil, solo con el poder divino es posible.

Monseñor Rómulo Emiliani  c.m.f.

martes, 10 de julio de 2018

LA MISERICORDIA INFINITA DE DIOS



Todo el plan divino de salvación tiene como esencia la misericordia del Señor que aparece siempre como la gran buena nueva llena de esperanza ante la desgarradora debilidad, el error y el pecado del ser humano, ofreciendo el amor incondicional de Dios donde  habría un final desgraciado sin el perdón divino. Donde abundó el pecado, sobreabundó infinitamente la gracia. De hecho, todos los pecados de la humanidad juntos  son nada ante infinita misericordia de un Dios que jamás será vencido por el mal. “Pues más grande que los cielos es tu misericordia y llega hasta las nubes tu fidelidad”, (Salmo 107,35).

Desde el Evangelio vemos que la misericordia de Dios es eterna,  por lo tanto sin límite de tiempo; inmensa, sin límite de lugar y espacio y  también universal, sin límite de razas, naciones ni credos. El beato Juan Pablo II dijo: “La misericordia de Dios en sí misma, en cuanto perfección de Dios infinito, es también infinita. Son infinitas la prontitud y la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera la limite”.  

Es infinita su misericordia y Jesucristo es la manifestación visible del amor de Dios, ya que vino a perdonar, reconciliar y salvar. “Se da prisa en buscar la centésima oveja que se había perdido….! Maravillosa condescendencia de Dios que así busca al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios! (San Bernardo). Muchas veces nuestros pecados nos impiden acercarnos a Él, pero Dios siempre sale en búsqueda nuestra.  De hecho, “la suprema misericordia no nos abandona ni aun cuando la abandonamos”, (San Gregorio Magno). 

La iniciativa siempre parte de él, que nos amó primero, que “nos visita con su gracia a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón y promueve  en nosotros abundancia de pensamientos espirituales.  Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza, (Casiano). Podremos caer en el pozo de la miseria más grande, pero si clamamos a Dios confesando nuestros pecados, doliéndonos de ellos, ese pozo infernal no cerrará su boca sobre nosotros y Él nos salvará, (cf. San Agustín). 

Él está siempre pendiente de nosotros, llamándonos por el Espíritu a la reflexión sobre nuestros pecados y al arrepentimiento.  Busca encontrarse con nosotros de mil maneras: a través de los acontecimientos buenos y malos, de amigos, de mensajes, de inspiraciones divinas, sea en el marco del silencio o inclusive en el bullicio de las actividades. El corazón de Dios misericordioso está abierto de par en par para recibirnos.  Él nos llama, desea abrazarnos como Padre que recibe al hijo pródigo y espera pacientemente nuestra conversión.  

Estamos en el tiempo de su misericordia y no despreciemos su oferta de salvación, mientras dura nuestra existencia terrena,  en donde su perdón será total si nos arrepentimos. Acabando nuestra vida ya no habrá vuelta atrás y habrá dos términos, el cielo o el infierno.  Nuestro destino será  la resurrección gloriosa  o la condenación para siempre.  No podemos despreciar esa verdad divina que nos habla de la posibilidad de condenarnos. Rechazar continuamente la gracia de Dios, dar la espalda a su bondad y generosidad y no aprovechar el tiempo de gracia, la oferta divina de su misericordia es arriesgarnos a perder lo más grande, lo único en verdad que vale la pena, la vida eterna con Él. “Consideremos cuán grandes son las entrañas de su misericordia, que no solo nos perdona nuestras culpas, sino que promete el reino celestial a los que se arrepienten de ellas”, (San Gregorio Magno). 

El Cristo colgado de la Cruz nos dice  lo que debemos saber: que Dios nos ama hasta al extremo de entregar a su hijo por nuestra salvación. “¿Qué decir después de esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? Dios, que no perdonó a su propio Hijo sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá con él todo lo demás?..¿Quién nos separará del amor de Cristo?”, (Rom 8,31-35).  La muerte en el madero fue extremadamente dolorosa, tanto por los suplicios físicos que padeció Jesús como por las angustias y tristezas que vivió y siempre mantuvo su amor misericordioso con nosotros, aún sabiendo cómo le íbamos a responder. Recordemos su amor y que con Él somos invencibles. 

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.


jueves, 5 de julio de 2018

EL AMOR NO DESTRUYE


El que ama no destruye la ilusión de vivir ni la paz en el hogar.  El que ama no mata la esperanza y la seguridad de un futuro mejor de sus hijos, ni arrebata la inocencia de los niños, ni aniquila los lazos de unión de los cónyuges,  ni pulveriza los derechos de todos a participar del bien común, ni le roba al más pobre aún  lo poquito que posee. El que ama no le quita la fama y el buen nombre al próximo, ni hunde la puñalada  en la espalda al compañero por sus intereses, ni deja en la indefensión a los que necesitan de su mano amiga. El que ama no miente descaradamente por dinero para salvar al culpable en un juicio, ni se aprovecha de la ingenuidad del otro para estafarlo, ni se codea con los sagaces tramposos haciéndose la vista gorda de sus delitos para recibir beneficios.
El que ama no cae en corrupción llevándose de las arcas del Estado los bienes  que pertenecen al pueblo para cubrir sus necesidades. El que ama no pone su “yo” en primer lugar para que los demás lo adoren. El que ama no huye dejando a la deriva sus compromisos, los que adquirió al casarse y al tener sus hijos o en su  comunidad cristiana, ni busca aliarse con quienes lo lleven a la perdición, sea por licor, droga o sexo.  El que no  ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
El que ama busca erigir puentes de unión entre los alejados, reconciliar a los que están separados, sanar las heridas por ofensas y daños de los que se sienten afectados, y sabe ver más lo positivo que hay en los demás que sus pecados.  Pregona con su verbo y vida  que Dios es amor y él lo demuestra amando, de tal manera que todos sienten algo de su ternura y buen consejo, generosidad y  amable trato, y está siempre disponible a servir en lo posible a cuantos lleguen a buscar su amparo. El que ama perdona y olvida, jamás recuerda la ofensa al agresor, sino que sana su herida implorando al Señor del Consuelo, al Espíritu Santo que borre la memoria de aquél agravio, para caminar libre como el viento, dando de sí todo lo que pueda, sabiendo que “quien pone la mano en el arado no vuelve  la mirada al pasado”. El que ama busca parecerse en todo a Dios que al amarnos nos perdona y jamás recuerda nuestros pecados si nos hemos arrepentido y confesado.
El que ama devuelve el bien al que mal le hizo y no presta dinero con intención de usura, busca ayudar en lo que pueda y no cae en la locura de adorar dioses de barro, de los que tanto abundan, sino que permanece de pie ante el mundo y solo ante Dios se arrodilla. El que ama reconoce que Dios solo hay uno y lo ama por encima de todo, con todo su corazón, su alma, con todas sus fuerzas y su mente. El que ama no permitirá que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles y principados, ni lo presente ni lo futuro, ni otra creatura alguna lo separe del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. 
El que ama buscará servir lo mejor posible a su prójimo, porque en él está el Dios vivo que tanto adora y guardará la Palabra del Señor y su Padre vendrá a Él y hará morada en Él.  El  que ama busca agradar a Dios en todo e imita a Cristo que se entregó a nosotros como oblación y víctima de suave aroma y permanece sirviendo a los demás y se consume amando como una velita que se derrite lentamente hasta apagarse y resucitar en Cristo para siempre.
El que ama se compadece del que sufre y ama a su hermano a quien ve y así  ama al Dios que no ve. El que ama está seguro del amor de Dios hacia él, porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. No duda del amor de Dios porque siendo nosotros todavía pecadores, murió Cristo por nosotros. Sabe bien que en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. El que ama sabe que recibió el espíritu de hijo adoptivo que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El que ama vence el temor, porque con Dios es invencible.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...