viernes, 29 de septiembre de 2017

HUMILDAD, POR FAVOR, HUMILDAD.

LA SOBERBIA.  ¿Sabe porqué se desbaratan tantas relaciones, sean matrimoniales, de amistad y gremiales?  Por la dañina soberbia que se refleja en actitudes de indiferencia, desprecio, rechazo y humillaciones.  Un “ego inflado” que se cree un dios que lo sabe todo, lo puede todo y que mira “por encima” del hombro a los demás, ocasiona ofensas al por mayor y provoca alejamiento de la gente que se siente ultrajada.  El soberbio está sometido a la ilusión de que fue “hecho de un material diferente a los demás” y que tiene una predestinación divina que lo coloca en un pedestal en el cual ejerce un reinado “sin fin” sobre el resto de los mortales.  ¡Cuán equivocado está el orgulloso y altanero!  
El soberbio se complace en mirar a los demás juzgándolos y condenándolos  y se deleita en hablar de sus propias acciones, enalteciendo de manera grotesca sus propios méritos y al compararse con los demás, se cree mejor que ellos, menospreciando cualquier virtud o triunfo del otro, poniendo en duda el valor de sus actos.  Dice el Santo Cura de Ars, que “el orgullo es la fuente de todos los vicios y la causa de todos los males que acontecen y acontecerán en la historia”.  Es la soberbia el apetito desordenado de la propia excelencia y “el horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en él mismo.  El orgulloso no logra mirar más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios y en donde no caben los demás”, (S. Canals). El soberbio intenta quitar a Dios de su trono para ponerse él y desde esa “falsa altura” ocasionada por la tentación del maligno seductor, trata a los demás con la crueldad propia de un despiadado rey.  Vive desde una grandeza pervertida creyéndose la fuente de su propia existencia, rindiéndose culto a sí mismo y rodeándose de  aduladores.
LA HUMILDAD. “Dígase, pues, a los humildes, que a la par que ellos se abajan, aumentan su semejanza a Dios; y dígase a los soberbios que, a la par que ellos se engríen, descienden, a imitación del ángel apóstata”,  (San Gregorio Magno). El humilde se sabe totalmente necesitado de Dios y reconoce sus limitaciones en todas las áreas de su ser. Reconoce como dice Santa Faustina “su abismal miseria y pequeña nada”, que sin Dios nada es y nada puede. “Abre los ojos de tu alma, y considera que no tienes nada tuyo de qué gloriarte. Tuyo solo tienes el pecado, la debilidad y la miseria; y, en cuanto a los dones de naturaleza y gracia que hay en ti, solamente a Dios, de quien los has recibido como principio de tu ser, pertenece la gloria”, (León XIII). El humilde reconoce la grandeza infinita de Dios de quien proviene todo lo creado, imita el anonadamiento de Jesucristo y acepta su propia miseria.  Santa Teresa nos dice que “Dios es la suma Verdad y humildad es andar en verdad” y por eso reconocer las cualidades y carismas dados por Dios a uno y su propia miseria, glorificándolo solamente a Él, es ir por el camino recto. Nadie puede alcanzar la santidad si no es a través de una verdadera humildad.  El humilde no se jacta de los talentos recibidos ni presume de sí mismo. La humildad es la base de todas las virtudes.
JESUCRISTO, MODELO SUPREMO.  “Tengan los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quién a pesar de tener la forma de Dios, no reputó como botín el ser igual a Dios; antes bien se anonadó, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y así, por el aspecto, siendo reconocido como hombre, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”, (Flp 2,5-8) El nacimiento de Cristo en una cueva, su vida  como pobre niño emigrante en Egipto y luego en Nazaret actuando “como el hijo del carpintero” ejerciendo con sencillez su trabajo en el taller y de jornalero en el campo;  luego su vida pública, viviendo en radical pobreza, desprendido de todo poder y riqueza, sirviendo a los demás incondicionalmente, rodeado de pobres y pecadores en el marco de la sencillez total, perseguido, calumniado y luego crucificado en el madero, nos hacen ver, nos enseña que la santidad se fundamenta en la humildad y en el amor.
Él nos dijo que “quien se ensalzare será humillado, y quien se humillare será ensalzado”, (Mt 23,12) y que “aprendan de mí, que soy manso y humilde corazón”, (Mt 11,29). Imitar a Jesucristo en su humildad, amor, fidelidad y obediencia al Padre y vivir en su presencia nos harán invencibles a la soberbia.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

CON LA FE EN ÉL MOVERÁS MONTAÑAS

El poder de la fe en las crisis. Realmente somos más débiles de lo que creemos. Cuando vienen las pruebas fuertes en la vida  y parece que se “nos mueve el piso” y todo se derrumba, sólo la fe en Él nos sostiene, nos fortalece y nos indica el camino para superar los obstáculos que se presenten.  Sólo Él tiene todo el poder y la gloria. Su fuerza y sabiduría es infinita.  Todos hemos experimentado momentos en la vida donde hemos sentido la fuerza infinita de Él que nos ha sostenido, iluminado, dándonos energía para continuar el camino.  Sobre todo en las pérdidas de seres queridos, de bienes materiales, en las crisis espirituales, en los momentos de angustia provocados por miedos y en cualquier situación conflictiva, invocar su nombre, profundizar en la oración, leer intensamente la Palabra, vivir los sacramentos y esperar todo de Él nos hace realmente triunfadores  en las pruebas. “Pero en todo esto salimos más que vencedores por medio de aquel que nos amó”, Rom 8,37.  El Señor no siempre va a impedir que pierdas algo importante, sino que te dará la fuerza para poder seguir adelante por la vida aún sin eso que perdiste.  Ahí está la clave del asunto.    
En toda crisis profunda siempre aparece la angustia, la desesperación, la idea  de que no hay nada que se pueda hacer, de que todo se derrumbó y es cuando al invocar el nombre del Señor con profunda fe y oración continua se siente el vigor, la luz, la paz que da el Señor. En medio de la tempestad viene la calma, en medio de la oscuridad llega la luz.  Es cuando aparece Él en todo su esplendor, sosteniéndote, animándote y llevándote en sus brazos.  Es cuando viene la paz que el mundo jamás podrá darnos y nos inunda y la serenidad florece y la Presencia Divina toma posesión más intensamente de nuestras vidas y se hace un diálogo más intenso con el Creador y Salvador nuestro. En el momento de la gran prueba viene el impulso divino que nos hace crecer espiritualmente más.
Hay una inteligencia y poder infinitos. No dudes nunca del Señor y de su infinito poder.  El Cardenal Newman dijo: “Nada es demasiado difícil de creer acerca de Aquel para quien nada es difícil de hacer”.  Él no sólo creó todo de la nada, sino que lo sostiene y lo hace crecer y expandirse. Echar una mirada desde nuestra pequeñez y ver cómo el universo sigue extendiéndose y los cientos de miles de galaxias y constelaciones, las nebulosas y los agujeros negros y las distancias de años luz no se pueden medir ni calcular, nos hace exclamar: “Cuando contemplo el cielo obra de tus manos y las estrellas que has creado, pregunto: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a las ángeles, lo rodeaste de mando y potestad, todo lo sometiste bajo sus pies…Señor, soberano nuestro, tu nombre domina toda la creación”, Salmo 8,3-9.
Nuestro sistema solar se pierde en el conjunto de miles de millones de estrellas.  Nos sostiene vivos un misterio de energía bioquímica y física que funciona en un equilibrio perfecto.  Tanto el microcosmos que es cada uno de nosotros, con los millones de células funcionando de manera sincronizada manteniendo el sistema cardiovascular, la estructura ósea y muscular, los órganos y el  cerebro en perfecta coordinación, como el macrocosmos en donde todo ese mundo de planetas, soles, galaxias y constelaciones se relacionan como un complejo reloj y nada se sale de su órbita establecida, todo está  sostenido por   una inteligencia y poder infinitos.  Esa presencia divina que no tiene límites en su omnipotencia para nosotros tiene un nombre: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios y tres personas divinas que están siempre pendientes de nosotros.  
“En esto consiste en efecto, la fuerza de los espíritus verdaderamente grandes, esto es lo que realiza la luz de la fe en las almas verdaderamente fieles; creer sin vacilación lo que no puede alcanzar nuestra mirada”, dijo San León Magno.  Jesús proclamó: “Bienaventurados aquellos que creen sin haber visto”, Juan, 20,29.  También nos manifestó: “Porque ustedes tienen muy poca fe. Les aseguro que si tuvieran fe, aunque solo fuera del tamaño de una semilla de mostaza, le dirían a este cerro: ´Quítate de aquí y vete a otro lugar´, y el cerro se quitaría.  Nada les sería imposible.”, Mt 17, 20.  Por lo tanto, que “su fe sea el escudo que los libre de las flechas encendidas del maligno”, Ef 6,16 y con Dios ustedes serán invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

COMUNICACIÓN DE ALMAS


EL SER HUMANO ES UN ESPÍRITU ENCARNADO, una realidad esencialmente personal, irrepetible, única, hecha a imagen y semejanza de Dios.  Es por lo tanto algo más que un cuerpo. Podríamos decir que el alma es lo más interior del hombre, lo que lo define como tal, el centro vital  donde reside  todo lo humano: emociones, sentimientos, razón e ideas, ilusiones, aspiraciones, miedos y sobre todo la inclinación, aspiración, tendencia a buscar la plenitud espiritual, el encuentro y unión con Dios.  No podemos separar en esta vida al alma del cuerpo; forman una sola realidad.
EL ALMA ES INVISIBLE, tal y como son los pensamientos, los sentimientos y emociones; nadie puede tocar el amor o el odio, la fe y sus creencias, los ideales y valores pero existen. Y el mundo se mueve por las ideas, ideales y sentimientos de los seres humanos, sobre todo de los que son líderes en cualquier campo de la vida. Podríamos decir metafóricamente que el mundo se divide en capas: una material, formada por todo lo que es visible, una mental – emocional, donde se mueve todo lo que son las relaciones humanas y otra espiritual, donde se está en contacto con Dios y con los demás desde la experiencia divina. Nosotros estamos en las tres capas o niveles de la existencia; tenemos que comer y descansar, trabajar lo material para transformarlo en bienes; nos comunicamos a base de ideas y emociones y aspiramos a tener contacto profundo con lo Divino, con Dios tal y como lo conocemos.
LA GRAN TRAGEDIA NUESTRA consiste en olvidarnos de la existencia del alma, de “ese yo interior” que tiene que ser alimentado, cultivado, perfeccionado diariamente.  Aumentan los salones de belleza y los gimnasios y pareciera se está dando un “culto idolátrico” al cuerpo, casi divinizando la materia. En cuanto a las emociones alteradas, aunque se extiende el uso de terapias psicológicas, lo que busca mucha gente es calmarse con el consumo de licor y drogas.  Podríamos decir que se da una atención desproporcionada al cuerpo y emociones,  pero qué poca  energía damos al esmero y cuidado que debemos tener con el alma.
¿CÓMO CUIDAR EL ALMA? 1. Reconociendo su existencia.  Es el núcleo vital nuestro. Es inmortal por naturaleza. Recordemos que al morir nuestra alma inmediatamente asistirá al juicio personal que decidirá nuestra salvación o condenación. 2. Ella se embellece con buenos y santos deseos y pensamientos; con la oración, que implica peticiones de perdón e intercesión y actos de alabanza y acción de gracias al Señor; con la continua lectura de la Palabra; con la asistencia frecuente a los sacramentos, sobre todo la Eucaristía; con actos de amor continuos, inclusive de perdón por las ofensas; reconciliándonos con quienes hemos tenido conflictos; buscando la humildad y la sencillez en todo; procurando mantener vínculos con personas que vivan el misterio de Dios en sus vidas.. 3. En el alma se refleja claramente que somos hechos a imagen y semejanza de Dios; pero por los pecados se pierde la conciencia de su existencia y su extremo valor. Debemos estar constantemente purificando nuestras almas.  
SI NO HAY COMUNICACIÓN DE ALMAS fracasa cualquier relación personal, conyugal, familiar, comunitaria. Si no hay conexión vital de almas, donde fluyan sentimientos, emociones, ideas y sobre todo, la vida espiritual que tiene cada persona, la relación humana se va diluyendo y se sostendrá solamente por intereses de conveniencia,  quedando pendiente de un hilo para destruirse.
Esta comunicación exige atención mutua, escucha, comprensión, sinceridad, silencio, contemplación del misterio personal que hay en el otro.  Las almas tienen que verse a nivel del espíritu y saber que están tratando con un misterio personal de una hondura casi ilimitada, porque se sustenta en Dios, por lo que en cada alma hay sabiduría, misericordia, amor, fortaleza, paz, en grados insospechados.  Lo que pasa es que si uno no se ve a sí mismo de esa manera, no podrá ver en el otro esos rasgos.
EN EL CONTACTO PROFUNDO DE ALMA CON ALMA hay como un “nacimiento” de uno en el otro y un “vivir en el otro” y viceversa.  Hay una estadía espiritual sintiendo mutuamente la presencia personal, llenando y complementándose ambos. Eso enriquece notablemente a la persona.  Eso se da en diferentes grados: en la amistad, en la relación conyugal auténtica, en la relación padres – hijos, en la vida comunitaria cristiana. Pero sobre todo en relación con el Señor, donde de una manera mucho más sublime, nuestra alma queda compenetrada con el Padre en Cristo Jesús y uno vive en Él y Él en uno, en una creciente comunicación y comunión. Y con Dios usted es invencible.  

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 19 de septiembre de 2017

LA SABANA SANTA Y NUESTRA FE


La fe no puede sustentarse en apariciones, milagros ni reliquias porque es un don de Dios que implica un encuentro personal con el Señor por mediación de su Iglesia. Recordemos lo que le dijo Jesús a Tomás después de tocar sus llagas: “Bienaventurados aquellos que sin ver creen”. Pero sí es cierto que alimentan la devoción cristiana apariciones como las de Lourdes, Fátima o Guadalupe, o el saber de algún milagro o el contemplar algunas reliquias como la Sábana Santa de Turín. A mí me causa mucha ternura y ganas de orar cuando contemplo el rostro del Cristo de la Sábana Santa. Lo tengo frente a mí en mi escritorio de trabajo. Denota una persona serena, dueña de sus emociones, capaz de aguantar grandes suplicios, que no dejó de amar, que fue capaz de perdonar a sus asesinos, que tenía clara su misión de salvarnos y que muere entregando su vida al Padre.

Esa reliquia se ha conservado a través de los siglos, pero no fue sino hasta 1898 en Turín, Italia, cuando un fotógrafo al tomar una foto de la sábana y revelarla en su estudio, pudo ver en el negativo claramente el rostro y el cuerpo de Jesús. En ese lienzo se contempla un cuerpo de proporciones perfectas, con un rostro sereno, pero que ha sido expuesto a un cruel y despiadado proceso de torturas a base de latigazos, contándose unas setecientas (700) heridas en todo su cuerpo, la nariz desviada por los golpes, hundido un poco el pómulo izquierdo, el hombro derecho muy lacerado al llevar el peso del madero horizontal de una cruz, con heridas de clavos en sus muñecas, no en sus manos, ya que estas no hubieran aguantado el peso del cuerpo, igual que en sus pies y una gran herida en el costado. La sangre que corre por su cuerpo lo hace siguiendo el movimiento de alguien que ha caminado y luego ha sido colgado en un madero. No hay fracturas, pero en su cabeza hay heridas provocadas por un casco de espinas que empotraron en el cuero cabelludo. Es un lienzo de unos cuatro metros de largo y un poco más de un metro de ancho.

El rostro demuestra una gran serenidad, aún cuando pasó por un calvario de golpes, latigazos, insultos, burlas y traiciones. Se han descubierto dos monedas del tiempo de Jesús, del año 29 de nuestra era, una en cada ojo, costumbre judía para mantener cerrados los ojos del difunto. No hay ningún rasgo de pintura en las fibras del lienzo, sometido a análisis de potentes microscopios, ni de ninguna sustancia que pudo haberse usado para pintar el cuerpo. Sí hay huellas de dientes y estructuras óseas en la imagen del rostro y de las manos. La barba ha sido mesada (tirada o halada con fuerza) y cargada de sangre. Es impactante ver cómo fueron taladradas con clavos las muñecas con abundante rastro de sangre igual que los pies.

Se observan golpes de la flagelación en la espalda y todo el cuerpo y laceraciones en las rodillas por sus caídas. Los tejidos del lienzo son propios del área sirio-palestina del siglo I, igual que 28 tipos de polen que nada más se dan en el Oriente Medio. Hay otros muchos de diferentes lugares donde se cuidó a lo largo de los siglos la Sábana Santa. Hay restos de áloe y mirra que usaban los judíos para preparar cadáveres y unas 25 variedades de flores que se dan en abril en Palestina. La sangre es humana, tipo AB. Se nota en el cadáver el abdomen hinchado, propio de alguien que muere por asfixia. Y los científicos dicen que el cuerpo tendría que haberse sometido a una radiación calculada en unos 34 mil millones de vatios para poder dejar impresa esa imagen. Lógicamente estamos hablando de la resurrección y no podemos explicar cómo fue, solamente la hipótesis de una radiación en algo comparada a los efectos de una explosión nuclear. Recordemos cómo quedaron en Hiroshima y Nagasaki impresos en las paredes las siluetas de cuerpos destruidos por las bombas. Podríamos decir que hubo transformación de materia en energía, de cuerpo terreno, a cuerpo glorificado. Solo Dios sabe cómo fue.

Todos los estudios que se han hecho de la Pasión, observando cómo los romanos ajusticiaban a sus reos y lo que dicen los evangelios y la tradición, nos hacen ver que Jesús experimentó una tortura espantosa, soportando todo por amor a nosotros y consciente de que moría para salvarnos. Él es el hijo del Padre que revela el corazón de Dios que es infinitamente misericordioso, con un amor incondicional y sin límites y con Él somos invencibles.


Monseñor Romulo Emiliani c.m.f. 

domingo, 3 de septiembre de 2017

¿PERO, QUIÉN ERES TÚ, QUE NO TE RECONOZCO?

      



¿Cómo reconocer que aquel que va al calvario llevando una cruz, con su rostro golpeado y su cuerpo cubierto  de sangre, débil al extremo de caer una y otra vez,  ayudado por un hombre llamado Simón de Cirene , es el mismo que hizo milagros y que dijo que era más grande que la ley y el templo? Ha sido triturado por el molino de todos los pecados del mundo, por los filosos dientes de la inmensidad de maldades que se agrupan ese viernes santo como fieras salvajes despedazando el cuerpo virginal, inocente del salvador  del mundo.  “Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano”, Isaías 52, 14.  Todos se fueron dejándolo solo. Judas y Pedro, los demás discípulos, todos escandalizados, lo traicionaron, cada uno a su manera.

“No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase.  Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir, curtido en el dolor; al verlo se tapaban la cara; despreciado, lo tuvimos por nada”, Isaías, 53,2-3.  Allí colgado del madero, entre dos malhechores, desnudo y su cuerpo lleno de llagas, asfixiándose y desangrándose, es objeto del desprecio y la burla, ya que están convencidos de que era un impostor, porque Dios no venía en su ayuda; en el fondo, un fracasado.  Los doctores de la ley y los fariseos, desde una teología basada en el Dios que se manifiesta solamente con poder material, veían en Cristo, simplemente a alguien que si en algún tiempo tuvo a Dios a su lado,  ya fue abandonado. Dios no está con él, la prueba, miren cómo está acabando.


Hoy subyace, en algunos,  esa visión no cristiana de que Dios está solamente con los que tienen poderes de cualquier clase y que los que no tienen nada, es porque Dios los ha rechazado.  Por eso estaban convencidos los que detentaban el poder religioso, de que matarlo, a Jesús, en nombre de Dios, era lo único que se podía hacer ya que Dios ya lo había condenado. La prueba, se está muriendo solo y nadie acude en su ayuda. Esta corriente nacionalista, triunfalista y gloriosa en el Antiguo Testamento, choca con la visión teológica de Isaías y que culmina con la vida sacrificada de Jesucristo.  En el himno cristológico de Filipenses 2,6-8, se ve claro el anodamiento, el “abajarse”, la kénosis.  Sin dejar de ser Dios, renunció al uso de sus atributos divinos para hacerse como nosotros y morir una muerte de cruz. 

Pero veamos que este siervo de Yavhé se pondrá en el lugar de los que deben pagarle a Dios por sus pecados pero en verdad no pueden, porque la culpa es tan grande, el pecado de la humanidad tan horroroso que solamente se podrá saldar la cuenta de la salvación con una oblación infinita: “A él, que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, lo tuvimos por un contagiado, herido de Dios y afligido. Él, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemos sanado”, Isaías, 53, 4-5. Ya el profeta inspirado por el Señor mira profundamente el fondo de esa figura misteriosa  y de la que él no tiene conciencia de su identidad, y nos dice que todo lo hizo por nuestra salvación, para rescatarnos del castigo divino. De hecho Jesús todo lo hizo para librarnos de la muerte eterna.  En el monte de los olivos libremente ofreció su vida por nosotros, obedeciendo al Padre.

Pero solo hace eso el que ama y más el que es todo Amor, el Dios vivo encarnado, el que se hizo hombre, el que se identificó con todos nosotros y para siempre.  Mientras más se ama, más se quiere estar al lado y con las personas amadas; parecerse, mezclarse, “hacerse uno” con ellos, asumir sus alegrías y tristezas, sus éxitos y fracasos, sus victorias y derrotas.  Era tanto el amor de Dios a nosotros que el Verbo se hizo carne, asumiendo nuestra historia y cargando con nuestra culpa, pagó el precio del rescate con su propia vida. Tanto nos amó el Padre que entregó a su propio hijo.  

Desde el momento de la muerte de Jesús, como dice el poeta,  “nadie tendrá disculpa diciendo que cerrado halló jamás el cielo, si el cielo va buscando.  Pues tú Jesús, con tantas puertas en pies, mano y costado, estás  de puro abierto casi descuartizado”. Gracias a su muerte redentora se nos abrieron las puertas del cielo y con Cristo Jesús misericordioso seremos invencibles a la muerte eterna.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

sábado, 2 de septiembre de 2017

¿LO AGOBIAN LAS PREOCUPACIONES?




Que se esté preocupando por todo y a todas horas; que esté martillando su mente con golpes incesantes de miedos y desgracias que pueden suceder; que su imaginación corra veloz, descontrolada y casi demente, visualizando sucesos que pueden ocurrir y que usted percibe con un realismo tan grande que su cerebro y su sistema nervioso lo experimentan como si estuvieran ocurriendo.

Si a usted le está pasando esto, le decimos: Dios le perdona sus errores si se arrepiente y probablemente mucha gente le perdone también si usted pide perdón, pero su sistema nervioso no perdona. Si usted cultiva la preocupación obsesiva y vive siempre alterado por cosas que están ocurriendo en su imaginación o en la realidad, pero agrandadas al máximo por su yo interior, su sistema nervioso se enfermará y puede ser irreversible el daño. El médico católico Alexis Carrel, premio Nóbel, dice que quienes no saben combatir las preocupaciones, mueren jóvenes. Puede ser que la vida física le dure bastantes años, pero su vida psicológica se le acaba pronto y las personas quedan reducidas a ser unos seres entristecidos y huraños. Su sistema nervioso puede dañarse para siempre. ¡Cuidado!

El andar preocupados y llenos de temores y tristezas produce en el organismo la más completa colección de enfermedades, cada cual más desagradable. La persona preocupada sufre de indigestiones nerviosas, úlceras estomacales (que al sangrar abundantemente pueden producir la muerte en pocas horas), perturbaciones cardiacas, insomnio, jaquecas, etc. El estar tenso y nervioso afecta las glándulas que producen los jugos que intervienen en la digestión y esto daña el estómago. La preocupación pone demasiado tensos  los músculos del cuello y esto afecta las arterias que llevan sangre al cerebro y  de ahí pueden venir desvanecimientos. Y si todo esto es cierto, ¿por qué estar preocupado siempre, viviendo tenso, alterado, nervioso? Jesús, el Médico del alma, nos dice: ¿De qué nos sirve ganarnos el mundo entero si al final perdemos la vida, si al final perdemos la salud? 

Muchísima gente vive excesivamente preocupada por las cosas materiales y sus muchas tareas, pagando un precio muy alto por conseguir triunfos, honores, dinero, posesiones para al final perder su salud física y mental. Y algunos consiguen tantas cosas, pero con úlceras, jaquecas, insomnio o perturbaciones del corazón. ¿Es esto un triunfo? Creo que no. Claro que hay que luchar por ideales y metas, pero de manera equilibrada poniendo todo en su lugar, manteniendo una jerarquía de valores. Y el triunfo no se mide por las posesiones adquiridas, sino por la realización plena de todo el ser y por haber contribuido a hacer de este mundo, un mundo mejor.

No se preocupe tanto y viva el hoy. Jesús dice que cada día tiene su afán y que si buscamos el Reino de Dios y su justicia, lo demás se nos dará por añadidura. Jesús no quería que sus discípulos se dejaran envenenar por las tribulaciones y repetía frecuentemente: No se preocupen ni por el alimento, ni por el vestido, ni por el día de mañana. No se preocupen. Mi Padre los ama y sabe lo que van a necesitar. ¿No han visto que a las aves que no tienen graneros de aprovisionamiento mi Padre Dios cuida de ellas? ¿No han visto  que a las flores del campo que no hilan ni tejen, mi Padre Dios las viste tan elegantemente? No se preocupen. Ustedes valen más que muchas aves y flores. Jesús nos manda a confiar totalmente en nuestro Padre Dios y nos prohíbe las ansiedades excesivas, las que son enfermizas. No quiere que convirtamos nuestra vida en un infierno. El quiere que mantengamos la paz, el equilibrio, la serenidad, el dominio de nosotros mismos. Por eso, no se preocupe tanto. No sea tan pesimista. Mire la vida positivamente. Tenga una gran fe en Dios y en la vida.


¿Sabía usted que es alarmante el número de los que diariamente tratan de suicidarse? Algunos no lo consiguen, pero muchos si. Y es muy probable que en muchos la preocupación enfermiza haya sido la causa que los haya llevado a buscar un fatal desenlace. Una tortura muy antigua consistía en dejar caer una gota de agua sobre la cabeza de la víctima, minuto por minuto. Esto terminaba enloqueciendo a la persona. Eso es la preocupación: una gota de agua que va taladrando su sistema nervioso y termina por hacer de usted un andrajo humano. Jesús no quiere eso para usted. Entréguele a El sus inquietudes y angustias. Dígale que confía totalmente en El y que usted va a luchar por ser mejor y no va a permitir más que la preocupación lo atormente. Y no se olvide que con Dios puede vencer cualquier cosa, porque con El, ¡usted es invencible!

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...