viernes, 24 de diciembre de 2021

¿Y POR QUÉ NACIÓ EN UNA CUEVA?



Fue un auténtico drama para José y María no encontrar posada en Belén.

Nuestra costumbre cristiana de hacer los nacimientos en la época de Navidad

ha maquillado un suceso a todas luces vergonzoso. En todo el pueblo de

Belén nadie quiso recibir a esta mujer campesina pobre que iba a dar a luz.

Lo más probable porque cobrarían el hospedaje y no había con qué pagar, o

también porque nadie quería complicarse con una parturienta por eso de

que ocupara una cama y hubiera sábanas limpias que luego se mancharían y

había que lavarlas y darles de comer, y tenerlos dos o tres días. Mucha

complicación en una noche fría. Belén nos suena muy bonito hoy y los

villancicos nos transportan a algo idílico. Y lo fue, pero no por la actitud y

comportamiento de los que vivían en Belén.


Al final alguno de los vecinos señala una cueva y lo más probable que dentro

de la misma hubiera un corral para animales. El lugar queda cerca del pueblo

y allí podría dar a luz esta pobre campesina. ¿Qué sentiría María al verse

rechazada teniendo en su vientre al hijo de Dios? Pero nunca protestó, nunca

cuestionó a Dios por eso. Aceptó como la “la esclava del Señor” todo lo que

el Señor dispusiera o permitiera.


Y a limpiar la cueva. No habría lugar peor para que naciera una criatura, ya

que por ser lugar de refugio de forasteros, forajidos, leprosos y animales no

estaría muy aseado. Solo los animales y los excrementos dejados podrían ser

causa de bacterias. Esas se pegan en las paredes de piedra de la cueva y en el

piso de tierra. Si en los mejores hospitales está lo que se llama “bacteria de

hospital” que causa hasta la muerte de pacientes, ahora en un lugar así. Pero

el Señor lo permitió. ¿Y por qué? Porque cuando uno ama quiere

identificarse con las personas que ama. Y vivir y sufrir lo que esa gente vive y

sufre. Y tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo por nuestra

salvación. La encarnación es un hecho real, donde Dios se hace hombre y

vive en todo como nosotros, menos en el pecado. Cristo vive nuestra realidad

humana plenamente. Po eso nace pobre, en extremo pobre y se identifica

con los más pobres del mundo que son millones y millones. Viva la realidad

de la total marginación.


La cueva es una señal y prueba de hasta dónde llega el amor por nosotros,

completado y superado con creces por otra prueba del amor de Dios, el morir

en una cruz. Y María estuvo con Jesús desde el principio hasta el final de su

vida.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 23 de noviembre de 2021

EL MÁS GRANDE TÍTULO



Oye, el más grande título en la tierra como en el cielo
y que será para siempre, y que supera con creces
los de su santidad, eminencias, excelencias y majestades
por encima entonces de papas, presidentes y reyes,
y que incluso supera a todas las virtudes y potestades
es el de ser hijo de Dios, si, ser hijo del bendito Padre.

No hay mayor gloria ni dignidad, ni privilegio más grande
que ser hijo del compasivo Padre, para siempre heredero
del reino de los cielos, gracias a la sangre del divino cordero.
Ser hijo del Misericordioso, viviendo en Cristo el deslumbrante
misterio, gozando para siempre de nuestro Dios, el eterno Padre.

Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

¡QUÉ GESTO DE AMOR TAN GRANDE, SEÑOR!



Señor, tu eres el Dios hijo, el Verbo Encarnado, Dios como el Padre y el Espíritu Santo. ¡Qué gesto tan grande, hermoso, sublime, el de encarnarte! Como Dios no sufres, eres infinitamente sabio, amoroso, poderoso, lo sabes todo, perfecto, pleno. Por puro amor te despojaste del uso de tus atributos divinos, sin dejar de ser Dios. Y al encarnarte asumiste un cuerpo humano, y tuviste que respirar por medio de pulmones, depender del bombeo del corazón y la circulación de la sangre, ver con ojos y oír, todo esto de manera limitada, condicionado a un tiempo y a un espacio. Caminabas y te cansabas, sudabas, y tenías con humildad hacer las necesidades fisiológicas de todo ser humano. Te preocupabas y sufrías, tuviste miedo e incertidumbre; necesitaste aprender a hablar, leer, rezar y cantar. Dependiste de una mujer, maravillosa por cierto, que te crió, amamantó, y te enseño todo lo que pudo para que fueras un niño hermoso. María moldeó el uso de tus emociones y sentimientos y te dio el más grande ejemplo de amor y humildad. Y ese hombre, san José, varón justo, te enseñó a trabajar la madera y cultivar el campo, a ser responsable con tus actos y diestro con tus habilidades. Fuiste un hombre pleno. Siendo Dios te hiciste pequeño.

Y en tu vida pública sirviendo a todos con tu palabra y sabiduría, enseñando y debatiendo, profetizando y abrazando, convocando al pueblo para el Reino y asistiendo a pobres y enfermos. Pero vino la reacción: envidias e intrigas de los que tenían el mando, manejados por Satanás y fuiste perseguido y calumniado, humillado, golpeado y azotado. Y después, crucificado y asesinado. Y llegaste a ser completamente hombre, cuando moriste colgado en el madero. Porque bajaste como todos al reino de los muertos, el de la impotencia total, camino a la nada. Porque el hombre es nada sin Dios, un ser para la muerte.

Y todo por mí, y por todos. Por la humanidad y el universo entero, porque todo lo creado fue redimido, rescatado de la muerte plena, gracias a tu muerte y resurrección. Tu encarnación asumió la creación entera, donde llegaste hasta lo más profundo en lo grande, las galaxias y constelaciones, y a lo mínimo, las moléculas y los átomos, los electrones y neutrones. En todo está tu presencia, recapitulando y redimiendo, para entregarlo al Padre resucitándolo.

Gracias Señor, por tu generosidad y misericordia, por tu amor incondicional y pleno, por ser tan paciente y bueno, por asumirnos y llevarnos dentro de tu corazón amante y de amor lleno. Gracias Señor por darnos tu fuerza para vencer el pecado, las fuerzas del mal y así luchar contra el poder del infierno. Amén.

lunes, 11 de octubre de 2021

DE LOS POLÍTICOS Y SUS COSAS


Ay pueblo mío de astutos políticos “racatacas”
que reparten comida y guaro para conseguir votos,
y cuando suben se comen el queso de todos
devorándolo con ansias de insaciables ratas.
“Que yo soy el mejor. Que tengo la varita mágica,
que conmigo no hay hambre y se acabó la corrupción”,
para terminar metidas las manos en el concolón,
repartiendo la comida para los suyos primero,
y dejando las migajas para el pueblo pendejo.
Y así pasan el tiempo de su vida más fructífero
calentando sillas de los congresos o cualquier puesto,
sin sudar la gota gorda ni arremangarse la camisa
negociando trampas y acumulando dinero,
amparándose cual fariseos asistiendo a misa
y dando limosnas de víveres y gorras de partido
para promover la cultura de los míseros,
los que son mendigos de las migajas de los vivos,
de aquellos que engrosan mucha plata con su verbo bandido.
Qué lástima, la política como el arte de gobernar
debería ser llevada por personas de moral probada,
por hombres y mujeres sabios y de trayectoria sana,
capaces de dirigir el país por una prometedora era
de trabajo, educación, solidaridad y bonanza.
Y claro, de esos los hay y por ellos hay que votar,
para salvar a la Patria de la ruina total.
La política es tan necesaria como la vida empresarial,
y ambas son como los brazos del orden social,
y cuando hay buenos políticos con grandes ideales
que aman a su patria y son honestos en sus andares,
y trabajan por el pueblo para que tenga bienestar,
el país abunda en pleno bien común porque están
los dignos dirigentes llevando los estandartes
del progreso, la paz, el trabajo y la libertad.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

MEJOR ANDAR LIGERO DE EQUIPAJE


En esta marcha ascendente hacia la cumbre de nuestras metas, como cualquier alpinista o montañista, mejor andar con el menos peso posible. Los corredores emprenden sus carreras con la ropa y zapatillas menos pesadas. La velocidad dependerá de los músculos, forma de correr, entrenamiento y poco peso. Hay cargas inútiles que pesan mucho en la vida: nuestras preocupaciones que se convierten obsesiones. Siempre tienen que ver con posibles pérdidas y alimentan miedos que al final paralizan. Los miedos son como fantasmas mentales que merodean el castillo de nuestra alma, apareciendo en cualquier momento y asustando. Hay que andar ligeros de equipaje, y por eso hay que romper los apegos a personas y cosas. Verlos como lo que son, seres queridos y significativos en nuestras vidas, pero que siguen su camino, son posesión de Dios y tienen un tiempo en la tierra, como todos, y que acabado su trayecto, volverán a la Casa del Padre. Las cosas son perecederas. Así como nacieron morirán, y están para ser usadas con responsabilidad pero sin apegarnos a ellas. No son imprescindibles aunque necesarias. La casa, la computadora, el dinero que usamos, inclusive un cargo u oficio, son parte de nuestro quehacer, pero no son la esencia de lo que somos.

Para andar ligeros de equipaje hay que soltar las amarras al concepto de la posesión: “eso es mío”. Quitado de la mente y el corazón la idea obsesiva de que las cosas son mías, de mi propiedad, y que son ellas parte de mi ser, y lo que es peor, sin ellas no puedo vivir, puedo escalar con más libertad y agilidad la montaña de mis sueños convertidos en metas. Las cosas que tengo me las han dado para administrarlas y de la mejor manera. Dios y la sociedad me dan cosas, cargos, responsabilidades que debo llevar bien, pero que así como llegan se van. El no apegarse a las cosas, en verdad a nada, me permite andar por la vida sereno, tranquilo, con menos sufrimientos. Y me permiten ir más ágil y alcanzar las metas que me propongo.

Por otro lado el acumular implica tener que cuidar, proteger y estar pendiente de cada cosa, ocupando parte de mi tiempo con el desgaste que implica en estar velando por bienes que a la larga no me darán felicidad ,paz, ni alegría. Lo mejor es tener lo necesario para vivir y compartir lo que no voy a usar y así ayudar a otros. Eso me da una gran satisfacción interior y me anima a caminar más rápido. La codicia y la avaricia hacen mucho daño. Pidamos al Señor nos dé el desapego necesario para vencer el peso muerto y subir la montaña.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

domingo, 19 de septiembre de 2021

CUIDADO CON MANOSEAR EL NOMBRE DE DIOS


Usamos en demasía el nombre de Dios, profanando su dignidad y magnificencia, para llenar vacíos en conversaciones y escritos, y justificar y disimular ocultas incongruencias. Nos encanta pronunciar su nombre día y de noche, no para alabar y dar culto a su gracia y reconocer su grandeza, sino para tapar nuestra torpeza y supina indolencia. “Que Dios lo quiso así”; “Sabrá Dios por qué”; “Dios me ha hablado”; “Dios dice que no”, sin importar un pepino su nombre y presencia y así intentar calmar nuestra conciencia. Y para rematar juramos su nombre en falso y mentimos a la gente poniendo a Dios como testigo, y pasamos así desapercibidos al cometer lo malo, cuando ese pecado tiene severo castigo. Desde que mataron en una cruz al hijo del hombre para silenciar la verdad y usando de Dios su nombre, diciendo que se ajusticiaba al Cristo para salvar la honra de Dios ultrajada, ya no importa en cualquier momento profanar el nombre bendito de Dios en cruel deshonra.
No sabemos a quién nombramos e invocamos, convirtiendo su nombre en una muletilla, como cuando tenemos un enojo o nos asustamos, o invocamos su nombre para decir una mentirilla. Si supiéramos a quien estamos nombrando no usaríamos su nombre en vano. Él es el Señor de señores y Rey de Reyes, Dios padre creador de todo lo visible e invisible, Cristo salvador nuestro, quien murió perdonando, el Espíritu Santo, iluminador y santificador, Dios todopoderoso para el que nada es imposible, capaz de sostener el universo y resucitar muertos. Qué disgusto da ver a toda clase de bandoleros, desde políticos corruptos, comerciantes usureros, narcotraficantes declarados, rameras de fina alcoba, clérigos fariseos, todos juntos en un gran basurero, invocando el nombre de Dios como quien echa incienso para tapar la hediondez que sale de su podrido vertedero. No usemos el nombre de Dios en vano, no profanemos su presencia pronunciando sin clara conciencia su misterio sagrado, que él es el “Yo soy el que soy”, que donde quiera que yo voy, me abarca, sobrepasa, me sostiene y reanima, me da vida, me perdona y me anima a que siga el camino de alabanza de su gloria.
Si supiéramos el valor y la grandeza del nombre del Señor, lo sagrado y toda la verdad y belleza, el poder y la gloria, la honra y lo santo reunido al decir “Jesucristo es Señor”, caeríamos de rodillas con amor y temblor, porque eso hacen todos los ángeles con temor y gozo, con alegría y paz, al alabar su nombre en el cielo con amor. No profanemos el nombre de Dios, no lo usemos en vano, honremos al Señor, a la Santísima Trinidad en todo su esplendor.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

¿Y MIS TRIENTA MONEDAS?



Judas se dejó vencer por la tentación. Por treinta monedas de plata vendió al Señor. Llevaba tiempo desilusionado con la forma de actuar de Cristo. No veía que hubiera cambio económico positivo. Siempre pobres, durmiendo muchas noches al descampado. Pasando algunos días hambre al extremo de meterse en los sembradíos a comer granos de trigo. Por otro lado, los herodianos, los saduceos y los fariseos, y el mismo imperio Romano, ya estaban muy molestos con la forma de actuar de Jesús. Se hablaba incluso de arrestarlo y condenarlo a muerte. ¿Qué clase de mesianismo es este? Y para rematar haciendo el ridículo entrando a Jerusalén Jesús encima de un burrito. Todos los césares van en briosos caballos, rodeados de un ejército poderoso. Usan la espada cuando es necesario para doblegar al enemigo. Comen y duermen bien. Tienen mucha gente a su servicio. Este Jesús anda siempre a pie, tiene doce hombres que lo siguen y más de setenta discípulos. Pero ya estos empiezan a dejarlo. El pueblo lo sigue mientras haga milagros y curaciones y les hable con esas palabras que sólo Jesús puede pronunciar. Pero el sistema no cambia. La gente pobre es la que sigue al Señor. Los ricos, ninguno, salvo un par de ellos y a escondidas. Judas lleva la bolsa de las limosnas. Siempre escaseando el dinero. Y para colmo, Judas mete la mano y roba.

Judas se deja llevar por el desaliento, pierde la confianza en Jesús, y está siempre pensando en los supuestos defectos que encuentra en este hombre. Llega un momento en que no cree más en Jesús. Y cae en la tentación de traicionarlo, venderlo. Y queda con los fariseos y sacerdotes judíos en dar información por treinta monedas de plata. Y él sabe que es para que lo maten. Judas se convierte en traidor y asesino, igual que los que lo matan.

Igual nos pasa a nosotros. Todo empieza por una desilusión, una falta de fe, de amor, de ganas de seguir luchando. Se resquebrajan los principios. Y aparecen las treinta monedas. Cada uno tiene las suyas, las que lo tientan. Ansias de poder, de tener, de placer, de ser el primero, el más importante, de vengarse, de robar, de calumniar. Y esas treinta monedas siguen rondando, dando vueltas en torno a uno. Y viene la caída. “Oren y vigilen para no caer en tentación”, dice Jesús. Lo peor de Judas no fue la traición en sí, sino el no confiar en la misericordia de Dios. Pedro cayó igual, pero confió en el amor compasivo del Señor. Y pidió perdón y se arrepintió. Y fue perdonado. Si caemos, confiemos en el amor misericordioso de Cristo.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

lunes, 30 de agosto de 2021

CUIDADO CON LOS VAGOS




Si, cuidado con los vagos en cualquier institución porque su ocio los transforma de vividores parásitos en seres peligrosos, porque el estar sin hacer nada les carcome el alma cuando ven a alguien que trabajando con ahínco destaca. Entonces la envidia cambia su asombro en odio, que les hace destilar cual lobos rabiosos venenos a chorros por el mal que engendran. 


Y cual serpientes traicioneras con agilidad de relámpago buscan morder con sus colmillos el talón descubierto del que camina luchando en la selva del mundo cambiando las cosas sin otro pago que la satisfacción de hacer para los demás mejor la vida. 


Y es que están en tu gremio y tú los conoces, pero no piensas que sean capaces de tanta maldad llevados por su ceguera, y la emboscada se hace con sutiles pero gravosas intrigas dejando en el suelo toda una historia de heroica entrega, clavando en la espalda la daga del traidor homicida para satisfacer la envidia que es cruel asesina. 


El ocio es el taller del diablo dicen, y por cierto al estar vacíos de ideales y sueños se ponen al servicio del mejor postor para cobrar presto el alquiler por ofrecer su corazón y llenarlo de estiércol. Por eso andan contentos con sus flamantes dueños que son los vicios que exigen atención y respeto cayendo en desviaciones para mantener el ocio despierto.


Son depredadores de sueños y crueles engañadores que prefieren mantener todo cual está sin importar quien sufre, con tal que no destaque el que por el bien de otros aporte su vida, ingenio, esfuerzo y tiempo, para hacer de este un mundo nuevo. 


Cuidado, cuidadito, aparecen con sonrisas y posturas de santitos, pero son maestros del engaño y de engendrar pesadilla porque aparecen ronroneándose cual bellos gatitos, pero te descuidas y como tigres te comen hasta la coronilla.


Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

¿QUÉ GANAMOS?




¿Qué ganamos con tanto orgullo? Lo que ganamos es encerrarnos en nuestras ideas y no dar pie a escuchar otras opiniones, y así empobrecer nuestra mente. Al final lo que ganamos son enemistades, gente dolida por nuestras actitudes. Porque el orgulloso se cree el primero en todo, el que más sabe, el que más puede. ¿Qué ganamos con nuestras groserías? Rupturas familiares, matrimoniales, de amistades que se pierden, de gente resentida que nos abandona. Orgullo y grosería, mezcla explosiva que cuando estalla rompe cualquier clase de comunión. 


¿Qué ganamos con la soberbia? Ese que fue el primer pecado de la humanidad consiste en querer ser como Dios, y es la madre de todos los pecados. Querer ocupar el mismo lugar del Señor, creando una nueva moral, creyéndonos tener todos los poderes, inclusive el pensar que no vamos a morir, es una de las mayores tonterías que puede cometer el ser humano. El soberbio vive engañado, en un mundo de ensueños absurdos, mirando a todos por encima del hombro. Se cree un ser privilegiado y único. ¿Y qué gana el soberbio? Pues como se convirtió en un adorador de sí mismo, cometiendo el pecado de idolatría, porque él es su propio Dios, queda enfrentado al mismo Señor, ofendiéndolo gravemente. Y rechazar al mismo Dios, pensando que uno lo es, lo aparta radicalmente de su presencia. No es que Dios lo abandona a uno, sino que uno abandona a Dios. Porque él siempre permanece fiel y misericordioso, esperando el arrepentimiento del ser humano.


¿Qué ganamos con el egoísmo? Aislarnos, perder contacto profundo con la gente, dejar de tener sensibilidad, transformar nuestro corazón en una piedra o metal, y por lo tanto deshumanizarnos. Porque el egoísta no comparte lo que tiene ni lo que es como persona. Se va quedando raquítico en su alma, dejando de experimentar la satisfacción por haber dado de sí o de lo que uno tiene. Ese gozo espiritual que se vive cuando uno hace algo por el próximo se lo pierde el egoísta, que es en el fondo un infeliz. 


¿Qué ganamos con la codicia? Enfermarnos el alma, porque siempre andamos deseando lo material, buscando la manera, no importa cómo, de conseguir todo lo que se pueda, para tenerlo, poseerlo y no compartirlo con nadie. Y al final de cuentas, de qué le vale a uno ganar el mundo, si al final pierde su alma. Por eso la sencillez, la humildad, el desapego, la austeridad, la serenidad, la paz en el alma, y el amor, hacen que seamos felices, y eso sólo se consigue con el Señor, con quien somos invencibles.


Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.


miércoles, 11 de agosto de 2021

CUIDADO CON ESOS RICOS

El rico que condena el evangelio no es el que tiene tantísimo dinero, sino que el que poseyendo muy poco o muchísimo, sean ocho vacas o un millón de hectáreas de terreno quita a Dios de su trono y pone aquello en lugar primero. Porque no irá al cielo el que se arrodilla ante este efímero mundo, así como no es posible que pase por el ojo de aguja ningún camello. Y el signo de que es un idólatra es que guarda para sí su gran tesoro y no comparte lo que tiene adorando su becerro de oro, girando siempre en torno, contando y besando su patrimonio, rezándole a sus bienes azuzado por el mismo demonio. Y si es mucho lo que posee alardea de todo lo que tiene exhibiendo con orgullo y afán de humillar a otros sus bienes, restregándoles en el rostro a los que están en pobreza lo que se podría promover en caridad y empleos, su tanta riqueza. Que vine de viaje, que voy de viaje, que compré esto de marca, que vengo de Miami con nuevos trajes, que tengo el auto de lujo, la vajilla de oro más hermosa, diamantes y perlas, que lo juro, tengo más riqueza que lo que tu imaginación abarca. Que tengo zapatos finos, más de cincuenta los pares, la casa de playa, la mansión y el yate donde cruzo los mares, y como en lujosos restaurantes los manjares, los más ricos y caros.

Y lo digo, a mí los pobres me importan diez mil carajos. Que uso relojes de treinta mil dólares y ricas pulseras además de collares de diamantes y perlas, y mis vestidos son de última moda traídos de Francia para mostrar a quien quiera, que somos de estirpe, mejores que cualquiera. Y tengo acciones en buenas empresas, mucho dinero en bancos y compro propiedades, cada día soy más millonario y viajo por muchos lugares y mis muchos bienes los adoro, me embelesan. Que en este mundo vale el que tiene y mientras más tenga más lo respetarán y te harán muchísima reverencia. Tonto, dice Jesús, ¿y si esta noche Dios de sorpresa te llama donde quedará todo lo que tú como avaro con afán acumulas, acaso lo llevarás al eterno viaje en cien camellos y cuarenta mulas, lo que hay en tus inmensos graneros si has perdido el alma? Vete, dice Jesús, adonde el crujir de dientes porque tuve hambre y siendo yo Lázaro no me diste de tu mesa las sobras ni aún las migajas. Vete como el rico Epulón al fuego ardiente donde el voraz y fiero enjambre de alimañas como pirañas te comerá sin cesar tus podridas entrañas, mientras te cueces y te quemas con fuego y azufre para siempre porque a nadie por tus malignas obras en el juicio final engañas, condenándote el egoísmo a estar en el infierno por tus patrañas.

Pero si el rico lo que tiene generosamente lo comparte, y crea empleos y da salarios justos combatiendo la pobreza, y es capaz dar de su dinero a los más pobres una parte, que el Señor lo bendiga con más bienes y más riqueza para que siga haciendo el bien acabando la miseria. Que la riqueza bien habida que da con generosidad, ojalá sea multiplicada para hacer más bien en toda necesidad, convirtiendo el vil dinero en puente para la eternidad. No es el tener dinero lo que te condena, sino como lo tuviste y como lo empleas, que si eres honesto y lo usas con amor para generar trabajo y promover un mundo nuevo, ojalá tengas mucho más y que seas muy rico con un corazón humilde y mucha caridad. Que hay ricos honestos, trabajadores incansables que generan en el mundo riqueza invirtiendo a caudales su dinero y haciendo múltiples empresas que matan el hambre de la gente dando trabajo a millares. Y mujeres con mucho dinero pero que mantienen como estandarte su dignidad y su elegancia, su sencillez y su buen porte, siendo generosas con los más pobres compartiendo su tiempo y bienes, repartiendo con generosidad lo que les ha venido por el trabajo honesto con la indigente humanidad.

Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

LA PASIÓN DEL MUNDO.


Hay que estar ciegos para no ver cómo hay una herida en el corazón del mundo, donde todo oscila entre tragedias y miserias. El hambre sigue reinando en grandes mayorías de la humanidad. El primer mundo reduce sus índices de natalidad y cae en el más aberrante relativismo, consumismo y secularismo. Dios no existe para muchos en los países más adelantados económicamente. Emergen nuevos dioses como la tecnología, sumados al dinero, poder y placer. En el tercer mundo la desnutrición, el desempleo, la ignorancia tienen también el ingrediente de la violencia. Y en todas partes las terribles adicciones. Y luego sigue la guerra de las ideologías, y la competencia de los imperios económicos para ver quién abarca más mercados.

Nosotros creemos que el vacío de Dios causa las grandes desgracias de la humanidad. Porque Dios es amor absoluto, infinito, pleno, y si vivimos en Él inmediatamente la solidaridad, la compasión y misericordia actúan, y los seres humanos solucionan muchos de sus problemas. Lo vemos en los santos fundadores de órdenes y congregaciones religiosas. Todas esas comunidades que nacen de la inspiración de esos santos, intentan solucionar un problema grande de la humanidad. Por eso los hospitales, leprosorios, atención a los presos, a los dementes, niños abandonados, desnutridos, ancianos y otros son fruto del amor de Dios en hombres y mujeres religiosos. Y en el mundo de los laicos igual: vemos fundaciones dedicadas a diversas dolencias humanas, y personas voluntarias trabajando con ahínco, con pasión a aliviar el dolor de la gente. Todas esas fundaciones trabajan generalmente con pocos recursos y hacen tanto bien. También hay laicos trabajando en la política, la economía, la docencia, y en muchas entidades que hacen las cosas bien porque viven el amor de Dios. Esa es la clave de todo.

Pero para que el mundo se alivie de su terrible pasión, y recordemos que Jesús vive la pasión del mundo y él está colgado en las cruces de la pobreza extrema, el hambre, el desempleo, la desnutrición, las adicciones y otras, tenemos que seguir evangelizando a tiempo y a destiempo. Y orar en todo momento. Y seguir nosotros nuestro proceso de conversión. La pasión de Cristo continúa mientras haya personas drogándose, hambrientas, sin educación, sin empleo, asesinadas, presas, abandonadas, explotadas. Por eso elevemos nuestra oración al Cristo crucificado: “Señor, contemplamos tus llagas hoy que son las del mundo sufriente. Te vemos colgado en el madero junto a millones de personas que sufren el mal provocado por el pecado. Te pedimos perdón por haber sido cómplices de eso. Ayúdanos para aliviar el dolor del mundo, que es tu dolor. No permitas nunca que seamos indiferentes a este drama. amén.”

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

viernes, 30 de julio de 2021

CRISTO, EXPLOSIÓN DE AMOR



Cristo, tu encarnación fue un gesto de acercamiento total, del Padre Dios y de ti como Verbo, a una humanidad creada para entablar una historia de amor real por voluntad divina desde toda la eternidad.
Tú te hiciste hombre y también creación toda para dejar plasmada la más grande unidad, haciendo que el hombre y Dios fueran uno gracias a tu realidad humana y a tu divinidad. Tú, Dios y hombre, plenitud perfecta, donde sin dejar de ser dos naturalezas una persona es toda ella, Jesucristo nuestro Señor, divinidad perfecta, plena humanidad, compendio de celestial y terrenal belleza.
La encarnación fue tan plena que abarcaste la creación de la tierra y todo el universo, al extremo de que tu naturaleza humana por la conexión con todo lo creado, abarca las galaxias todas ellas, las constelaciones y todo lo que en el espacio sea, sabiendo entonces que tu cuerpo se extiende por todo lo que es, asumiendo tu persona todo lo que existe, haciéndolo uno con el Padre. Gran misterio la Encarnación tuya.
Por eso al contemplar la ampliación radiante de todos los soles, de galaxias sorprendentes, veo tu cuerpo celeste como una gran exposición del Santísimo Sacramento extendido en el altar del universo. Si, tu cuerpo, tu alma, tu sangre y tu divinidad abarca todo lo creado en billones de estrellas, asumiendo en tu divino Cuerpo la inmensidad de todas ellas.
Por medio de tu encarnación eres hombre, y en ti están todos los seres humanos, y la materia toda que está en los ríos, montañas, praderas y valles, glaciales y océanos, todo en ti se concentra, sin hacerte perder tu esencia. Eres el Dios hombre, perfecto en todo, grandioso, Jesucristo nuestro Salvador que lo abarcas todo, ya que todo el universo en ti está sujeto, invadido por tu Espíritu y hecho tuyo de manera nueva. Por lo que en el fondo todo es sagrado, todo merece respeto. Tanto todo hombre, como los árboles y los ríos, los planetas y los sistemas solares, el universo entero exige nuestra veneración y cuidado.
Al irrespetar a las personas como a la naturaleza, estamos agrediendo tu santa esencia humana y divina, celestial y terrena, y por lo tanto eterna. Todo está por ti impregnado, todo es por ti sagrado. Por eso al arrasar los bosques y al marginar los seres humanos, al crear desiertos y promover pobrezas, estamos ultrajando tu persona, profanando lo divino que está en todo lo creado.
Por lo que sacrilegio sería no sólo atentar contra la Eucaristía, sino llenar de plástico los océanos, y dejar el aire por la contaminación insano. Gran crimen en verdad consistiría en envenenar los ríos explotando minas para sacar el oro que a otros lados iría, dejando a la gente enferma y los suelos áridos con gran sequía.
La tortura que sufre el hombre por regímenes opresores, y el hambre que experimenta por sistemas explotadores, es tan grave pecado como el que realizan con odio y saña los profanadores con las hostias santas quemándolas, dejando sin cuerpo de Cristo a sus adoradores. Igual profanación es porque atenta contra tu Cuerpo que está en el sagrario y en el mundo entero, causando en tu Corazón infinitos dolores.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

jueves, 29 de julio de 2021

UNA ESPADA ATRAVESÓ TU ALMA.




María, el anciano Simeón profetizó que una espada atravesaría tu alma al contemplar y vivir la pasión de tu hijo nuestro Señor. Como madre, con un corazón como el tuyo, inmaculado, santo y delicado, estar al pie de la cruz y ver cómo tu hijo iba muriendo manando sangre en sus heridas, infectado su cuerpo con el tétano de los infames clavos, asfixiándose lentamente, tuvo que ser en extremo doloroso. No hay forma de imaginar siquiera cómo sufrirías en ese momento, además sabiendo que tu hijo inocente había sido abandonado por sus discípulos, siendo objeto de burlas y desprecios por el populacho, y víctima de las más infames calumnias de los poderes religiosos de su tiempo. Acusado de ser blasfemo, subversivo, loco y mentiroso, Dios lo había castigado por todos sus pecados.

María, madre de los dolores, que llevaste en tu vientre al Salvador durante nueve meses, y luego de dar a luz lo amamantaste, le enseñaste a caminar y hablar, a manejar sus sentimientos, a ver la vida con tus ojos de mujer campesina, qué gran educadora de Jesús fuiste. Lo ayudaste a crecer con el amparo de san José, trabajando con sus manos la madera y los frutos de la tierra, haciendo de tu hijo un hombre completo. Le enseñaste a rezar, a hablar el niño con su Padre Dios, a expresarse de la mejor manera alabando y dando gracias al Creador. Le predicaste lo que decían los profetas, los salmos y los proverbios de los misterios del Señor, haciendo que el niño Jesús sintiera en lo más profundo lo que él era, el Verbo encarnado, el Dios con nosotros, el Mesías redentor. Fuiste la gran maestra de Jesús, nuestro Salvador.

Dios Padre te escogió para que fueras la madre de su hijo, y te preservó del pecado original, y desde la eternidad te preparó para esa gran misión, ser la formadora del corazón de nuestro Redentor. Lo hiciste todo tan bien hecho, desde cantar sus cánticos de cuna, abrazarlo con ternura desde que nació, hasta cocinarle y hacerle su ropita de niño, de adolescente y adulto, sus mantos y túnicas, de manera sencilla, como mujer pobre de Nazaret, como madre buena y sencilla, que agradaba siempre a nuestro Padre y Señor.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús, porque acompañaste a tu hijo desde que nació y murió en una cruz, siendo en extremo la mujer fiel, fuerte, generosa y misericordiosa, la que sirvió a la causa del Reino, clavada una espada en su alma, sin jamás protestar o maldecir, sino siempre bendecir, perdonar y seguir amando hasta el final. Amén.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

jueves, 24 de junio de 2021

COMO TRATAR A JESÚS


A Jesús no se le puede tratar como a un mendigo, y en esto quiero hacer énfasis en lo que digo como si fuera un pobrecito que está fuera de casa suplicando con insistencia que por favor le abras, pidiendo un poco de oración y cariño, como si fuera un abandonado niño, con miedo a que le digamos: “Aquí no pasas”.

Cuidado: que es Cristo el Rey del Universo, que sostiene todo lo que existe, cuyo Reino es el siempre eterno, que su poder de gloria se reviste, que más bien nosotros deberíamos suplicarle dejarnos entrar en su casa.

Cristo tampoco es un banquero que negocia lo que recibe de nosotros de limosna o de diezmo, dándonos gran porcentaje de lo que en él invertimos, porque es el dueño de que todo lo es y no le importa todo el oro del mundo, porque él es pleno en sí mismo.

Todo el universo le pertenece, todo es suyo, todo lo mueve en el Espíritu hacia el Padre y a él con amor lo entrega, porque todo fue creado a través de él que es el Alfa y la Omega, y su reino no tendrá fin y cuando todo lo renueve al final de los tiempos, seremos glorificados en su nombre al ser resucitados y con él reinar la vida eterna.

Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

¿QUÉ GANAMOS?


¿Qué ganamos con tanto orgullo? Lo que ganamos es encerrarnos en nuestras ideas y no dar pie a escuchar otras opiniones, y así empobrecer nuestra mente. Al final lo que ganamos son enemistades, gente dolida por nuestras actitudes. Porque el orgulloso se cree el primero en todo, el que más sabe, el que más puede. ¿Qué ganamos con nuestras groserías? Rupturas familiares, matrimoniales, de amistades que se pierden, de gente resentida que nos abandona. Orgullo y grosería, mezcla explosiva que cuando estalla rompe cualquier clase de comunión. ¿Qué ganamos con la soberbia? Ese que fue el primer pecado de la humanidad consiste en querer ser como Dios, y es la madre de todos los pecados. Querer ocupar el mismo lugar del Señor, creando una nueva moral, creyéndonos tener todos los poderes, inclusive el pensar que no vamos a morir, es una de las mayores tonterías que puede cometer el ser humano. El soberbio vive engañado, en un mundo de ensueños absurdos, mirando a todos por encima del hombro. Se cree un ser privilegiado y único. ¿Y qué gana el soberbio? Pues como se convirtió en un adorador de sí mismo, cometiendo el pecado de idolatría, porque él es su propio Dios, queda enfrentado al mismo Señor, ofendiéndolo gravemente. Y rechazar al mismo Dios, pensando que uno lo es, lo aparta radicalmente de su presencia. No es que Dios lo abandona a uno, sino que uno abandona a Dios. Porque él siempre permanece fiel y misericordioso, esperando el arrepentimiento del ser humano.

¿Qué ganamos con el egoísmo? Aislarnos, perder contacto profundo con la gente, dejar de tener sensibilidad, transformar nuestro corazón en una piedra o metal, y por lo tanto deshumanizarnos. Porque el egoísta no comparte lo que tiene ni lo que es como persona. Se va quedando raquítico en su alma, dejando de experimentar la satisfacción por haber dado de sí o de lo que uno tiene. Ese gozo espiritual que se vive cuando uno hace algo por el próximo se lo pierde el egoísta, que es en el fondo un infeliz.

¿Qué ganamos con la codicia? Enfermarnos el alma, porque siempre andamos deseando lo material, buscando la manera, no importa cómo, de conseguir todo lo que se pueda, para tenerlo, poseerlo y no compartirlo con nadie. Y al final de cuentas, de qué le vale a uno ganar el mundo, si al final pierde su alma. Por eso la sencillez, la humildad, el desapego, la austeridad, la serenidad, la paz en el alma, y el amor, hacen que seamos felices, y eso sólo se consigue con el Señor, con quien somos invencibles.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

miércoles, 9 de junio de 2021

CIENTO OCHO ERAN LOS QUE MURIERON EN LA CÁRCEL


Eran doscientos jóvenes que en esa madrugada gritaban desesperados entre llamas y humo apiñados en esa bartolina que ardía en la oscuridad, en medio de un infierno y que pedían abrieran las puertas de esa mazmorra medieval. Otros tres mil reos clamaban en medio de gran confusión que los dejaran salir expresando a voces su terrorífica emoción.
A las tres y cuarenta y cinco de la mañana llega un carro de la policía a buscarme para que fuera al presidio y allá voy presuroso, y cuando llego observo el espectáculo terriblemente dantesco y doloroso, en filas en el suelo los cadáveres de muchos jóvenes quemados o muertos por asfixia, algo terrible y monstruoso.
¡Dios mío que es esto! Había estado con ellos tres días antes predicando la Palabra y había regalado libros de historias de conversión, entre los que destacan la de un pandillero jefe de una pandilla de Nueva York que encontró a Cristo al escuchar a un viejo predicador. Ellos siempre me escuchaban y aunque muchos seguían más sus consignas de clan batallador, y obedecían más a sus jefes que a cualquier otro señor, siempre algo les quedaba porque en su corazón también Dios habitaba en medio de su error. Hay que reconocer a los jóvenes me dice un fiscal, y con la gobernadora, médicos forenses y dos líderes pandilleros, vamos identificando uno por uno las víctimas de este siniestro fatal, quedando en mi alma encuentros grabados que a veces me brotan como un gran caudal. “Monseñor, este es el teléfono de mi abuelita. Llámela y que me mande comida, que aquí no aguanto la que dan todos los días”. Allí estaba el cadáver del que me lo pidió de diecinueve años, los ojos abiertos y mirada fría, sin ver nada, cortados sus años casi al empezar su vida.
Murieron noventa y siete en el presidio y el resto, hasta ciento ocho en el hospital. Me tocó ese día salir de la cárcel en tres ocasiones y encima de un camioncito en breve tiempo con un altavoz dar la noticia de los muertos, los heridos y los que salieron ilesos. Los gritos y las lágrimas de los familiares impactaban en esa calle y el dolor a mares ahogaba a todos. En el hospital fui a ver los heridos y entre ellos hubo uno que con insistencia me llamó. Estaba todo quemado y colgado sus manos y piernas con cuerdas tapando una sábana sus partes y teniendo todo el cuerpo con llagas. “¿Monseñor, sabe lo que más me dolió? se me quemó el libro que usted me regaló. Iba por la parte donde Nicky el pandillero al Señor recibió.” “Tranquilo, que mañana te traigo otro y consigo a alguien que te lea”, le contesté. Y al día siguiente a las nueve llegué con el libro y fui a su cama y estaba vacía. Había muerto en la madrugada me dijo la enfermera. Cuánto dolor en mi alma me dio.
Ese joven tatuado y quemado de pies a cabeza que más le dolió perder su libro que su cruel tragedia ha quedado grabado en mi corazón demostrando que si vas con humildad y amor, no condenando sino buscando su salvación, dejarás en su alma tallada la presencia del Señor, así como él en mí dejó su mensaje después de muerto, que un simple libro ayuda más que mil desprecios por su error. Estos jóvenes pertenecían a la mara Salvatrucha, pandilla grande y de historia de mucha sangre, máquinas de guerra en un mundo cruel y salvaje, donde desde niños aprenden a sobrevivir en una sin par lucha, y se unen en familia a falta de tenerla sintiendo que están solos contra el mundo que los odia y su marginación es mucha.
Pero Jesús también la vida por ellos dio y eso se los digo siempre que he podido y que hay posibilidades de recuperación y que Cristo los ama aún y a pesar de todo y hay una morada para ellos en el corazón de Dios. Que a mí el Señor me llamó para pastorear a la oveja degollada y de esos, presos, pandilleros, gente de mal oficio huelo yo y por eso algunos dicen que apesto por no oler a perfume de salones de lujo ni a incienso de rezos que esconden un corazón duro. Estoy convencido que uno que aspire a ser buen pastor sin despreciar a las ovejas buenas, debe dejar seguras las noventa y nueve y buscar a la perdida que enredada en las zarzas estará esperando a alguien que con amor a liberarlas llegue, como lo hice yo.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

TODOS TENEMOS HAMBRE



Claro, todos tenemos hambre, y la primera que hay que saciar, por elemental, es la física. Cómo duele ver tantos niños que sufren de desnutrición y que mueren prematuramente por lo mismo. Al bajarse las defensas cualquier infección y otras enfermedades los van destruyendo. Nadie debería sufrir hambre en el mundo, cuando Dios todo lo hizo bien y hay comida para todos. Pero la injusticia humana, fruto del egoísmo y codicia, provoca tantas desigualdades, muros que se levantan, fronteras entre pobres y ricos, tanto de países como de sociedades. Todo un mundo de miseria por culpa humana, una tragedia de millones y millones que no tiene agua potable, luz eléctrica y caminan por senderos de tierra, y cruzan ríos sin puentes, y no saben de medicinas. Y se mueren de hambre.


Y esto es culpa de no saciar el hambre de eternidad que todos llevamos dentro. Si cayéramos en cuenta de que tenemos un hambre de Dios que no hay manera de saciar con las cosas terrenas, ni con el dinero, el poder, el placer, y nos arrodilláramos ante Él, todo sería diferente. Por culpa de las idolatrías la gente viven tan inconscientemente y con un corazón de piedra. Habría mucha más justicia en el mundo, más solidaridad, más inclusión, más respeto a la vida, si todos nosotros fuéramos más espirituales, en contacto permanente con el Señor. Eso nos haría más humanos, más sensibles al dolor de los demás, más solidarios, más justos, más inclusivos. Habría más paz y armonía en la humanidad. Todos tenemos hambre de Dios. Y sólo el Señor nos puede saciar.


Pero también está el hambre de la verdad, de la ciencia, del arte y cultura, de la convivencia humana, de la solidaridad. Por eso está la filosofía, las ciencias tan diversas: ingenierías, medicina, biología, lenguas, etc. Y la música, la escultura, la pintura, la danza. Y están los grupos humanos destinados a cualquiera de esas actividades. Y claro, lo más excelso, la religión, la que nos lleva al Señor.


Y cuando una sociedad está así estructurada, bien organizada, y esas hambres están saciadas, hay más avance de todo, menos conflictos, más igualdad, mas armonía. Una sociedad humana donde el Reino de Dios se hace más presente. Los lazos de conexión humana son más fuertes y flexibles, y las participaciones políticas se fundamentan en el respeto a la persona humana, al bien común, y a la libertad de expresión. La corrupción disminuye a su más mínima expresión. Se respeta la ley y la convivencia humana es más plena. Con toda humildad creo que algo así quiso Dios de nosotros, pero el pecado todo lo arruinó. Pero Dios no se dejará vencer. Por eso vino Jesucristo.


Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

viernes, 28 de mayo de 2021

CAUDILLOS DE AMÉRICA



Hemos tenido en América caudillos a caudales, algunos dieron bonanza, otros en cambio metralla. Caudillos de pacotilla, disfrazados de generales, héroes de mentirillas cargados de medallas, rodeados de vividores, hartones comensales de los bienes del pueblo, serviles canallas que adularon con sus cuentos a esos farsantes, y entre ellos curas que bendijeron sus patrañas.

También los ha habido, caudillos civiles con saco y corbata, con aires de sabios, pícaros que dicen aman al pueblo, que con arte de demagogos sedujeron a las masas y actuaron con aspecto de patricios intachables, cuando detrás de su teatro montado amasaban fortunas que depositaban en bancos de otros lares. También repartían en nombre de la paz a mansalva a sus opositores, cantidad de cárcel y bastante bala.

Los unos y los otros, ayer y hoy, siguen engañando a la gente con propaganda atractivamente preparada, presentando hechos complacientes que confunden a las mentes de pueblos iletrados que tonta e ingenuamente las historietas de fantasías con ansias se hartan. Porque hoy siguen, con otro estilo, certeramente llevando a los pueblos a su propia muerte política y económicamente, oprimiendo libertades, sepultando la justicia y asfixiando sus bondades.

Pero oigan, hemos tenido caudillos ejemplares: Bolívar el liberador, San Martín, Sucre, Santander, Hidalgo, Morazán, Martí, que por la patria Grande lucharon. Victoriano Lorenzo, Juan Santamaría, José Cecilio del Valle, Emiliano Zapata sentían el dolor de ver a su gente por tiranos herida y al igual que Tomás Ruiz y Manuel Amador Guerrero, vivieron el ideal de dar la libertad removiendo el hierro del yugo de la opresión que sus pueblos sufrían.

Pero hoy necesitamos hombres y mujeres estadistas, preparados en la ciencia y curtidos en la política, decentes y patriotas, insobornables y capaces, rodeados de gente competente, emprendiendo la cruzada de defender al pueblo de aves rapaces que por siglos depredaron sus bienes, consumiendo lo que a su paso encontraban como ratas voraces.

Ya no es tiempo de caudillos con estilo de monarcas, sino de hombres y mujeres que congreguen a los pueblos en torno a ideales y programas viables de gobierno, que promuevan educación y empleo que amplíen las arcas, producción y servicios públicos modelos de desarrollo, para hacer de nuestra América el continente de la bonanza. Necesitamos líderes auténticos que nos llenen de esperanza.

Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...