jueves, 29 de julio de 2021

UNA ESPADA ATRAVESÓ TU ALMA.




María, el anciano Simeón profetizó que una espada atravesaría tu alma al contemplar y vivir la pasión de tu hijo nuestro Señor. Como madre, con un corazón como el tuyo, inmaculado, santo y delicado, estar al pie de la cruz y ver cómo tu hijo iba muriendo manando sangre en sus heridas, infectado su cuerpo con el tétano de los infames clavos, asfixiándose lentamente, tuvo que ser en extremo doloroso. No hay forma de imaginar siquiera cómo sufrirías en ese momento, además sabiendo que tu hijo inocente había sido abandonado por sus discípulos, siendo objeto de burlas y desprecios por el populacho, y víctima de las más infames calumnias de los poderes religiosos de su tiempo. Acusado de ser blasfemo, subversivo, loco y mentiroso, Dios lo había castigado por todos sus pecados.

María, madre de los dolores, que llevaste en tu vientre al Salvador durante nueve meses, y luego de dar a luz lo amamantaste, le enseñaste a caminar y hablar, a manejar sus sentimientos, a ver la vida con tus ojos de mujer campesina, qué gran educadora de Jesús fuiste. Lo ayudaste a crecer con el amparo de san José, trabajando con sus manos la madera y los frutos de la tierra, haciendo de tu hijo un hombre completo. Le enseñaste a rezar, a hablar el niño con su Padre Dios, a expresarse de la mejor manera alabando y dando gracias al Creador. Le predicaste lo que decían los profetas, los salmos y los proverbios de los misterios del Señor, haciendo que el niño Jesús sintiera en lo más profundo lo que él era, el Verbo encarnado, el Dios con nosotros, el Mesías redentor. Fuiste la gran maestra de Jesús, nuestro Salvador.

Dios Padre te escogió para que fueras la madre de su hijo, y te preservó del pecado original, y desde la eternidad te preparó para esa gran misión, ser la formadora del corazón de nuestro Redentor. Lo hiciste todo tan bien hecho, desde cantar sus cánticos de cuna, abrazarlo con ternura desde que nació, hasta cocinarle y hacerle su ropita de niño, de adolescente y adulto, sus mantos y túnicas, de manera sencilla, como mujer pobre de Nazaret, como madre buena y sencilla, que agradaba siempre a nuestro Padre y Señor.

Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre Jesús, porque acompañaste a tu hijo desde que nació y murió en una cruz, siendo en extremo la mujer fiel, fuerte, generosa y misericordiosa, la que sirvió a la causa del Reino, clavada una espada en su alma, sin jamás protestar o maldecir, sino siempre bendecir, perdonar y seguir amando hasta el final. Amén.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

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