sábado, 19 de agosto de 2017

¿HA VISTO LOS DETALLES QUE DIOS TIENE CON USTED?


En el día de hoy queremos hacerle una pregunta: ¿Ha visto usted los detalles de Dios, detalles en relación a su propia existencia? le hago la pregunta, porque si no los ha visto, la causa está en sus propios ojos. ¿Será porque está aturdido? Los problemas, las preocupaciones, los temores, las angustias, los rencores, las prisas, el cansancio, la desorganización, están provocando que usted no vea los inmensos detalles de Dios en su vida. Puede ser también por su falta de fe, por ignorancia o por tener una visión no auténtica de Dios. Quizá usted siente que Dios está muy allá arriba, indiferente a nuestra realidad. También puede ser que usted no vea los detalles de Dios, porque es muy egoísta y solo piensa en El cuando lo necesita. En el fondo, no le interesan las cosas de Dios. En fin, por la razón que sea, muchas veces nosotros nos hemos olvidado de ver los detalles de Dios. Sepa usted que El lo ama y que los detalles que tiene para con usted son incontables, sí, innumerables.
En primer lugar, ¿sabía que todo el universo fue creado en función de usted como ser humano? ¿sabía que el sol brilla y calienta para usted? ¿Qué el oxígeno está para que usted lo respire? ¿Qué los colores que hay en las flores, en los campos, están hechos para que usted los contemple? ¿Qué para usted El creó los ríos, los mares, los animales, las frutas, las verduras? ¿Ha saboreado el dulzor que tiene una naranja?. Eso lo hizo El para usted. ¿O piensa que Dios hizo las cosas simplemente por hacerlas? ¡No! Es un detalle continuo, permanente, maravilloso, de Alguien que lo ama de una manera infinita, eterna.
Cuando usted se siente inspirado para hacer el bien, es por obra del Señor.  El le transmite entusiasmo para realizar esa buena obra. También es de El la fortaleza que usted ha experimentado muchas veces para resistir las pruebas y los momentos difíciles. Esa fortaleza, que usted piensa que es suya, en realidad viene  de Dios con la participación suya, porque usted permitió que El actuara en usted. ¡Abra los ojos! El amor que experimenta, por el cual usted ha hecho entregas generosas y heroicas y el que también se ha traducido en perdón a aquellas personas que le han ofendido, es un detalle de Dios. Cada vez que usted sonríe, que usted ama, que abre sus brazos para acariciar a sus hijos y abrazarlos tiernamente, su alegría, su entusiasmo, su paciencia, la esperanza, la fe que experimenta, los consejos que dio en el pasado y que tanto bien hicieron, todo eso es El actuando en usted. ¡Y son detalles de alguien que lo ama como jamás nadie lo hará! Claro, todo lo que El hace en usted, necesita de su participación para que se dé.
Yo quisiera llegarle a su corazón y decirle: Sea creyente, abra sus ojos, contemple el infinito y grandioso amor  de Dios para con su vida. Quisiera decirle que aún las pruebas, el sufrimiento y el dolor son detalles de su infinita sabiduría. Han sido permitidos para que usted madure, se haga fuerte y aprenda a vivir. Para que se santifique y crezca en amor y fidelidad. Para que purifique sus pecados y mire siempre más arriba, hacia El, el único absoluto. Todo depende de cómo vea usted las cosas, de cómo enfoque la realidad. ¿Sabe usted qué le espera cuando muera? Si muere en El, le espera una morada celestial, un Dios Padre maravilloso, una alegría permanente, una felicidad desbordante y única, un amor sin límites. Pero, ¿qué más detalle que haber visto morir en una cruz al hijo amado de Dios y por usted? ¿Qué más prueba quiere del amor de El? No sea ingrato ni duro de corazón, ¡despierte ya! Y recuerde que El siempre lo perdona y tiene misericordia para con usted. Siempre dice, cuando usted se arrepiente: “Yo te perdono”. ¡Y qué paciencia tiene con nosotros los pecadores!
Todo ha sido creado para usted: el día, la noche, el sol, la luna, los animales, la naturaleza. Pero Dios se siente triste cuando pasa el día y usted no le ha dirigido ni un solo pensamiento, cuando ni una sola vez le ha dicho la palabra “gracias”. Solamente nos acordamos de El cuando estamos necesitados. El nuestro es un amor interesado. Y Dios sigue paciente con los brazos abiertos a que un día le digamos: “Gracias, Señor, por el día de hoy, por todo lo que me das. Gracias, Señor, por tu amor”. El está a la espera de nuestros detallitos y en ellos se mide el amor. ¿Por qué no tenemos más detalles para con El? ¿Por qué, a partir de hoy, no dedica más de su tiempo a la oración  o a leer la Palabra de Dios y a observar todo lo que El hace por usted? ¿Por qué no le ofrece su propia vida?
El Señor le ama y quiere entablar con usted un encuentro de amor. Bríndele sus detallitos, pídale que lo ayude, porque ¡CON DIOS, USTED ES INVENCIBLE
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

viernes, 18 de agosto de 2017

A QUE DEBERIAMOS ASPIRAR

Como seres humanos debemos aspirar a la conquista del yo real, descubriendo que somos espíritus encarnados, controlando y sublimando las energías del yo inferior y situándonos en el campo de la realidad superior, el mundo del Espíritu.
Deberíamos anhelar el perfeccionamiento de todas nuestras capacidades, el desarrollo de una gran lucidez mental, buscando estar siempre conscientes o despiertos, y ser muy compasivos con los demás y la naturaleza.
En verdad deberíamos estar dispuestos a dar sucesivos “saltos cualitativos”, sutiles muchos de ellos, donde hiciéramos mutaciones en nuestra conciencia para adquirir más sabiduría. Esto implica “hacerse violencia interior”, dejando atrás todo lo que nos impida una realización integral. A esto llamamos liberación interior. Estamos muy atados a personas, cosas y costumbres y a miedos como “el qué dirán”,  perder posesiones y seguridades, que nos impiden dar pasos progresivos de santidad. Estamos también muy amarrados a formas ingenuas, llenas de prejuicios, de ver las cosas. Medimos a las personas por lo que tienen y no por lo que son. Hay que romper con eso.
El desapego es clave para dar pasos hacia la perfección espiritual. El apego a cualquier cosa que   por nuestra ignorancia espiritual la consideramos dios es la que nos mantiene a ras de tierra, arrastrándonos como serpientes por el mundo. Esto en verdad es peligroso y enfermizo. Puede ser un gran apego a nuestro yo y de ahí la soberbia y la vanidad; a personas, y  fácilmente somos víctimas de la manipulación y a que nos instrumentalicen; a cosas y por eso nos convertimos mentalmente en  materia. Nuestro corazón se convierte en una piedra si rendimos culto a lo terreno. Si nuestra adoración es al dinero, funcionamos como máquinas calculadoras y todo vale por el beneficio económico que nos aporta.  Nos convertimos en las cosas que adoramos.
Todo esto nos hace perder sensibilidad ante la belleza auténtica, el dolor, la inocencia y el amor. Si en nuestro corazón no hay resonancia ante las manifestaciones de Dios, que son continuas y que aparecen en el verdor exuberante de una montaña o en el sueño apacible de un niño, o en los seres humanos que viven una  miseria escandalosa  con sus viviendas de piso de tierra y paredes de cartón; si nuestra alma no siente compasión ante el dolor de muchos, la desesperación y la angustia de los que hoy no tienen qué comer, entonces estamos muertos en vida. Dios sufre en los que llevan tantas cruces y Él clama por medio de ellos.
Debemos aspirar a tener rectas intenciones y acciones, que apunten siempre al mejoramiento del ser humano. Debemos buscar romper los muros que nos dividen y nos hacen fanáticos religiosos, políticos, raciales y sociales. Debemos tender puentes de comunicación con aquellos que no piensan como nosotros y entender, aunque no compartamos sus ideas, que cada persona tiene derecho a buscar la verdad y expresarla. Somos ciudadanos del mundo y las fronteras que hemos erigido los seres humanos son superficiales en relación con la fuente de vida de la que provenimos que es Dios. Por encima de cualquier diferencia, somos hermanos, hijos de un mismo Padre.
Debemos aspirar a vivir en el “ahora”, anclados en el hoy, sabiendo que Dios es el eternamente presente y solamente en este momento podemos tener una relación profunda con Él y con cualquier realidad. El pasado ya está muerto y vivir en él es consumirse en nostalgias y complejos de culpa. Aferrarse a lo ya vivido, sea bueno o malo, quitando al presente su riqueza única de proporcionar vida y energía, es terminar raquítico humanamente. Pensar obsesivamente en el futuro, creando miedos y alterando por ello el sistema nervioso, provoca enfermedad mental y física. Hoy es el día del Señor y ser consciente del valor del presente, me permite conectar con la fuente de la vida que es Dios.
Al final de cuentas, nuestra meta es la de sumergirnos en el misterio insondable, sublime, siempre gozoso y luminoso de la Santísima Trinidad, donde en la eternidad estaremos embelesados contemplando la belleza infinita de Dios. Por esa razón nos dice San Hipólito que “cuando contemples a Dios tal cual es, tendrás un cuerpo inmortal e incorruptible, como el alma, y poseerás el reino de los cielos tú que, viviendo en la tierra, conociste al Rey Celestial; participarás de la felicidad de Dios, serás coheredero de Cristo y ya no estarás sujeto a las pasiones ni a la enfermedades, porque habrás sido hecho semejante a Dios” (Trat. Refut. De las herejías, 10). Qué triste es no aspirar a nada y peor, no aspirar a las cosas celestiales. Mientras más tenga hambre de Dios y quede saciado por Él, será invencible a la maldad. Amén.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

jueves, 17 de agosto de 2017

LUCHEMOS POR SER PERSONAS EQUILIBRADAS



Queremos ayudarlo a vivir en armonía, por eso, le ofrecemos estos consejos:
NO PIERDA TIEMPO EN VENGARSE: El deseo de vengarse trae al cuerpo y al  alma grandes males. “Mío es el castigo y no cedo a otros el poder de venganza” dice el Señor. ¿O es que creemos que los que hacen el mal se quedarán sin castigo divino? El Señor hará beber hasta la última gota de la copa de la amargura a los que se dediquen a obrar el mal. Para estar sanos es necesario evitar cualquier sentimiento de venganza. Padecerlo nos agota el cerebro, debilita el sistema nervioso, desfigura el rostro, acorta nuestra existencia y nos envejece antes de tiempo. Cuando Jesús dijo: ´´ Perdonen 70 veces siete ´´ (MT.18, 21-22), nos estaba dando una receta divina para no padecer de alta presión sanguínea, palpitaciones y ataques al corazón.
ESTÉ ATENTO AL NACIMIENTO DE DESÓRDENES MENTALES: Debe estar atento usted a todo brote de conflicto emocional, con síntomas claros de angustia, desesperación, ataques de ira sin razón clara, desánimo prolongado, miedos irracionales que aparecen poco a poco, y otros. Estos conflictos de la mente traen como consecuencias físicas, arritmias, manos sudorosas, subidas de presión arterial, “nudos en la garganta”, respiración acelerada, cansancio no real, dolores en la boca del estómago y otros. Tiene usted que luchar para ser una persona equilibrada, que vive en armonía interior. Quiero retratar brevemente la diferencia entre una persona que vive en paz y otra que se desgasta en conflictos emocionales dañinos.
LA PERSONA EQUILIBRADA acepta las penas, desdichas, calamidades y contrariedades de la vida con calma y serenidad. Después del primer golpe duro y pesado, comienza el proceso de asimilar la contrariedad y pensarla en términos de “todo es relativo menos Dios” y comienza a reponerse poniendo todas sus energías en recuperar su armonía interior. La persona neurótica estalla con arranques de ira a la menor contrariedad. No acepta la realidad y quiere imponer  su voluntad a lo que ya es irremediable, sea negando lo que sucedió o echando la culpa a todos y cultivando enojos continuos que en nada solucionan el problema.
LA PERSONA EQUILIBRADA se siente demasiado ocupada en la vida para dedicar el tiempo a lamentarse y a sentir lástima de sí misma. Asume su responsabilidad en todo lo que le compete y llena de valor prosigue la consecución de sus metas sabiendo que no todo saldrá como él quiere.  La desequilibrada  vive quejándose de sí misma y de los demás. Su vida es una sinfonía de lamentos. Piensa que es una persona buena y que todos se han confabulado para hacerle la “vida imposible”.  Siempre tiene motivos para tener disgustos y acusar a otros de sus “desgracias”.
El EQUILIBRADO se siente contento de estar viviendo. Sabe que la vida es un “don o gracia de Dios”, un regalo que debe aprovechar. Busca ver el lado bueno de la existencia y aunque es realista, no magnifica lo negativo, no lo pone en primer lugar en sus pensamientos, sino que elige ser positivo en todo .El que no tiene armonía interior  siente un deseo sutil de desaparecer. Ve la vida como una “carga”, casi como una maldición. Siempre está recordando lo malo que le ha pasado y no agradece lo bueno que tiene y que le han dado. Es una persona mal agradecida y cree que lo que tiene, lo ha conseguido por sí mismo.
La persona equilibrada sabe manejar sus impulsos. Intenta ser dueño de sí mismo y controla su energía negativa, transformándola en positiva. No deja que la ira, la lujuria, la tristeza se conviertan en sus dueños. La persona desordenada emocionalmente “sufre” de ataques de rabia, o de desánimo y aparece como una persona inestable, esclava de su mundo interior caótico y puede cometer muchas imprudencias y hasta desgracias.  De hecho los impulsos son ciegos y conducen a cometer torpezas.
El equilibrado tiene un sano sentido del humor, sabe que lo importante no es que no llueva, sino que “el agua no se meta por el cuello”; por eso, abre el paraguas de la paciencia y acepta los infortunios del presente e intenta traducirlos  como algo constructivo. El sabe que la cuestión no está en el “suceso en sí”, sino en la actitud que no asume ante lo negativo. Desarrolla pues el hábito del humor y es capaz de reírse de algunas circunstancias negativas y hasta de sí mismo. La cuestión está en no tomar demasiado en serio muchas pequeñas cosas negativas. En cambio el que no tiene armonía interior todo le afecta, todo lo enoja, está siempre protestando, criticando y malhumorado.
Todos sabemos que hay muchas cosas que no podemos cambiar. Que estamos en un mundo “no hecho a la medida de nadie” y que la realidad está cargada de pecado, negatividad, injusticias y que nos toca trabajar duro para cambiar las cosas, pero también saber aguantar, resistir y seguir adelante, pase lo que pase. Una persona que vive en armonía interior le da las cosas su justo valor y luchando por hacer de este mundo, un lugar mejor, es consciente de que lo negativo y la oscuridad acompañarán siempre a la humanidad en su trayecto hacia la Patria celestial y confía, tiene la certeza, de que al final el triunfo será del Señor, ya que con El todos somos invencibles.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

sábado, 12 de agosto de 2017

EL AMOR NO DESTRUYE


El que ama no destruye la ilusión de vivir ni la paz en el hogar.  El que ama no mata la esperanza y la seguridad de un futuro mejor de sus hijos, ni arrebata la inocencia de los niños, ni aniquila los lazos de unión de los cónyuges,  ni pulveriza los derechos de todos a participar del bien común, ni le roba al más pobre aún  lo poquito que posee. El que ama no le quita la fama y el buen nombre al próximo, ni hunde la puñalada  en la espalda al compañero por sus intereses, ni deja en la indefensión a los que necesitan de su mano amiga. El que ama no miente descaradamente por dinero para salvar al culpable en un juicio, ni se aprovecha de la ingenuidad del otro para estafarlo, ni se codea con los sagaces tramposos haciéndose la vista gorda de sus delitos para recibir beneficios. 

El que ama no cae en corrupción llevándose de las arcas del Estado los bienes  que pertenecen al pueblo para cubrir sus necesidades. El que ama no pone su “yo” en primer lugar para que los demás lo adoren. El que ama no huye dejando a la deriva sus compromisos, los que adquirió al casarse y al tener sus hijos o en su  comunidad cristiana, ni busca aliarse con quienes lo lleven a la perdición, sea por licor, droga o sexo.  El que no  ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. 

El que ama busca erigir puentes de unión entre los alejados, reconciliar a los que están separados, sanar las heridas por ofensas y daños de los que se sienten afectados, y sabe ver más lo positivo que hay en los demás que sus pecados.  Pregona con su verbo y vida  que Dios es amor y él lo demuestra amando, de tal manera que todos sienten algo de su ternura y buen consejo, generosidad y  amable trato, y está siempre disponible a servir en lo posible a cuantos lleguen a buscar su amparo. El que ama perdona y olvida, jamás recuerda la ofensa al agresor, sino que sana su herida implorando al Señor del Consuelo, al Espíritu Santo que borre la memoria de aquél agravio, para caminar libre como el viento, dando de sí todo lo que pueda, sabiendo que “quien pone la mano en el arado no vuelve  la mirada al pasado”. El que ama busca parecerse en todo a Dios que al amarnos nos perdona y jamás recuerda nuestros pecados si nos hemos arrepentido y confesado. 

El que ama devuelve el bien al que mal le hizo y no presta dinero con intención de usura, busca ayudar en lo que pueda y no cae en la locura de adorar dioses de barro, de los que tanto abundan, sino que permanece de pie ante el mundo y solo ante Dios se arrodilla. El que ama reconoce que Dios solo hay uno y lo ama por encima de todo, con todo su corazón, su alma, con todas sus fuerzas y su mente. El que ama no permitirá que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles y principados, ni lo presente ni lo futuro, ni otra criatura alguna lo separe del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.  

El que ama buscará servir lo mejor posible a su prójimo, porque en él está el Dios vivo que tanto adora y guardará la Palabra del Señor y su Padre vendrá a Él y hará morada en Él.  El  que ama busca agradar a Dios en todo e imita a Cristo que se entregó a nosotros como oblación y víctima de suave aroma y permanece sirviendo a los demás y se consume amando como una velita que se derrite lentamente hasta apagarse y resucitar en Cristo para siempre. 

El que ama se compadece del que sufre y ama a su hermano a quien ve y así  ama al Dios que no ve. El que ama está seguro del amor de Dios hacia él, porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. No duda del amor de Dios porque siendo nosotros todavía pecadores, murió Cristo por nosotros. Sabe bien que en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. El que ama sabe que recibió el espíritu de hijo adoptivo que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El que ama vence el temor, porque con Dios es invencible.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

¿ERES CRISTIANO SIN ORAR?



Cristo Jesús es nuestro modelo en todo.  Es el Camino que lleva a la Vida.  Tener los mismos sentimientos que Cristo nos conduce al Corazón del Padre. Jesús oró continuamente al Padre. Pedía, alababa, daba gracias y en los momentos  más dramáticos, en la cruz, llegó hasta interceder por sus asesinos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”,( Lc 22,32). Era una constante esa referencia orando al Padre  y lo llamaba de la manera más cariñosa, “Abba”, (papá) y todos los grandes actos de la vida de Cristo están precedidos de esa invocación intensa a su Padre.  Y le encantaba retirarse a solas a orar y así gozar más íntimamente de la presencia de su Padre.

Sin oración no eres cristiano, discípulo de Jesús.   Por medio de ella te acercas más al Señor y por su misericordia te haces uno con Él. La oración es necesaria para resistir la tentación, obtener los dones necesarios para servir, la iluminación para caminar por el camino recto, recibir la paz que el mundo no puede dar, obtener el perdón y también para perdonar, fortalecerte para aceptar la voluntad de Dios; la oración es imprescindible  para ir muriendo a uno mismo y purificarse de los pecados cometidos. Sin oración no hay vida cristiana. Y la Iglesia no es tal sin oración. Recibió el Espíritu Santo en Pentecostés estando en oración. Y gracias a la oración por la cual vive en el Espíritu puede predicar, profetizar,  convocar y conducir comunidades a lo largo de la historia.   La Eucaristía y demás sacramentos son oración en el marco de la liturgia de la Iglesia. La oración lleva al encuentro con el Señor.  Sin encuentro con Dios no hay vida cristiana.  

La oración es la elevación del alma a Dios, (San Juan Damasceno), una dulce conversación entre la criatura y su Creador, (Cura de Ars)  y un acto de adoración a Dios por el que uno se dirige a su Creador con ánimo de alabarle, (Orígenes). Es un diálogo misterioso, pero real, con Dios, un diálogo de confianza y amor, (Beato Juan Pablo II). La oración es el medio necesario y seguro para conseguir la salvación y para obtener todas las gracias necesarias para ser santos, (San Alfonso de Ligorio).  La oración agranda el corazón y lo hace capaz de amar a Dios y es una degustación anticipada del cielo,( Cura de Ars). La oración es la llave de los tesoros de Dios; es el arma del combate y de la victoria en toda lucha por el bien y contra el mal, (Pio XII). Cuando hablamos con Dios en la oración, Nuestro Señor Jesucristo ora por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra; recibe nuestra oración, como nuestro Dios, (San Agustín).

La oración no impide milagrosamente el sufrimiento, sino que, sin evitarles el dolor a los que sufren, los fortalece con la resignación, con su fuerza les aumenta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el nombre de Dios, (Tertuliano). Por muchas que sean las penas que experimentemos, si oramos, tendremos la dicha de soportarlas enteramente resignados a la voluntad de Dios; y por violentas que sean las tentaciones, si recurrimos a la oración, las dominaremos, (Cura de Ars).   Pero para que la oración surta efecto debe hacerse con fe, con profunda humildad y amor, reconociendo que sin Dios nada somos.  “No todos los deseos y afectos llegan a Dios, sino solamente aquellos que nacen con amor verdadero”, (Juan de la Cruz).

Y no es cuestión de decir muchas cosas y sin pensarlas, ya que Jesús nos indica que hay que apartarse, no hablar mucho, y elevar el corazón a Dios que ve en lo interior. “Al orar no hemos de recitar palabras huecas, sino que hemos de hablar dignamente con Dios,” (Orígenes).  Tener conciencia de que estamos frente al interlocutor más grande, infinitamente perfecto, amoroso, poderoso y sabio. El respeto ante la majestad divina, de quien depende el universo entero para existir. El que nos hizo y sabe quiénes somos. Concentrarse en la Presencia santa de Dios y desde ahí ahondar en su misterio paternal, misericordioso, acogedor, protector y providente. “las palabras del que ora han de ser mesuradas y llenas de sosiego y respeto. Pensemos que estamos en la presencia de Dios”. (San Cipriano). Aún en la oración de alabanza comunitaria hecha con alegría, la devoción implica dirigirse con respeto y amor al Señor.  Y recordar que en  la oración tiene mucho que ver el corazón, los sentimientos, el alma derramada en amor al Creador y Señor nuestro, con quien somos invencibles.  


Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

EL GRAN MAL

El gran mal nuestro es pensar obsesivamente en nuestro “yo” y encerrarnos en él, queriendo hacer que el universo entero gire alrededor nuestro. Esta fijación en nuestro pequeño mundo con sus intereses pequeños, limitados y de poca trascendencia para el bien de la humanidad, causa tanto pecado de omisión porque impide levantar la vista y contemplar el dolor del mundo. No nos damos cuenta de que solamente en la medida en que seamos para los demás, haciendo crecer nuestro ser interior y desarrollándonos integralmente para servir, solamente así seremos felices.
El estar estacionados solo en nuestro ser contemplando aterrorizados, por ejemplo, las espinillas que brotaron en la cara, la celulitis o la inevitable calvicie, dándoles a esos triviales acontecimientos la dimensión emocional que provocan las inundaciones, terremotos o epidemias que azoten todo un país, es señal del cultivo inmaduro y alienante de un gran enfermizo egoísmo personal. Esto implica una visión infantil de la vida que raya con la demencia. Se vive un mundo irreal, o por lo menos, extremadamente incompleto. “Mi yo” es el único y lo único que me importa. Por eso estoy absurdamente ligado al “qué dirán”, a la moda, a cumplir todos mis caprichos a los que llamo metas y no lo son. Entonces nada más me interesa mi dinero, mis cosas y lo que se relacione con eso. Lo demás no importa.
El estar pensando solamente en “lo mío” me hace ser un furibundo y hasta sanguinario defensor de mis bienes, ocasionando la siguiente distorsión de la realidad: creo que yo soy mi dinero, mis joyas, mi belleza, mis cosas, y el que me toque algo de eso para quitármelo se encontrará con la violencia en cualquiera de sus manifestaciones porque está agrediendo mi “yo”. Y eso es falso: yo no soy mis cosas y trasciendo como misterio creado por Dios todo lo que existe. Soy un espíritu encarnado, un ser que busca vivir en Dios, en el amor y por toda la eternidad en comunión con los que serán salvados. Por otro lado, la muerte es la gran maestra: nada en verdad es de nadie, porque nadie se lleva nada. Solo administramos bienes en la tierra.
El ser humano no puede estar desligado de los demás, y cuando lo hace, cuando se desentiende del próximo, esto le ocasiona enfermedades emocionales. El pecado de egoísmo violenta sustancialmente nuestra tendencia a la comunicación y comunión con los demás y nos empobrece vitalmente, ya que al encerrarnos impide que la riqueza de nuestros próximos nos alimente espiritual y emocionalmente. Ensimismarse, obsesionarse con el pequeño mundo nuestro, afecta la visión profunda de la realidad que debemos tener. Aparecen los demás como seres extraños, amenazantes, perturbadores y que deben ser alejados a como dé lugar cuando amenazan quitarme lo que es mío. O al contrario, aparecen algunos para mí muy importantes: me adulan, me gratifican económicamente o en otros aspectos, o me aseguran seguir poseyendo todo lo que pueda y más, me sirven y por eso los tengo a mi lado. Cuando no sirvan, se echan a un lado.
El egoísmo nos empobrece y afecta el desarrollo y marcha ascendente de la humanidad, porque mis bienes bien administrados, puestos al servicio del próximo podrían haber hecho mucho bien a los más necesitados. Pero sobre todo, al reservar nuestros carismas y cualidades naturales y “enterrarlos”, estamos robándole a los demás el derecho de haber gozado de nuestras riquezas humanas y esto afecta sobremanera el bien de la comunidad humana. Imaginémonos entonces lo que puede haber afectado a la humanidad la suma de los egoístas en el mundo en cada generación de la misma. El gran pecado de egoísmo y por lo tanto de omisión colectivo tiene que haber frenando procesos de desarrollo integral en las vertientes espirituales, científicas, laborales, magisteriales, empresariales, judiciales y tiene mucho que ver con las desgracias colectivas que estamos viviendo. La suma pues de los egoísmos en la historia de la humanidad ha sido la causa de la pobreza extrema de las mayorías.
Está claro que los seres humanos somos los culpables del deterioro de las redes de convivencia social, desarrollo económico y tecnológico, afectando a grandes capas de la humanidad, marginándolas y empobreciéndolas. Es absurdo y blasfemo echar la culpa a Dios de lo malo que nos sucede. Lo que en verdad nos falta es amor compasivo, salir de nosotros mismos, dolernos el mal que sufre el otro e individual y comunitariamente ser solidarios y de la manera más organizada trabajar la “caridad inteligente”, creando nuevas formas de vivir donde el prójimo como nuestro “otro yo” sea servido con amor, porque en Él también está Dios con quien somos invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

martes, 8 de agosto de 2017

CAER EN EL HOYO DE LA DEPRESIÓN



Una de las enfermedades mentales más peligrosas por su fácil adquisición y rapidez para extenderse por todo el organismo emocional humano, es la depresión.  Comienza normalmente por el golpe de una ¨pérdida” de la que la persona no puede reponerse y va situándose en el núcleo del ser, arrancando lentamente las ganas de vivir.  Es una tristeza que se hace permanente.   Las ganas de vivir, de aspirar a superarse, queda muy disminuida por los ataques brutales de la depresión. De hecho Dios nos creó para realizarnos plenamente en un estado de vida y profesión.  El deprimido pierde el deseo de crecer integralmente y ser feliz.
La felicidad consiste en sentirse realizado en la vida, haciendo una tarea en donde uno es útil para los demás; es un estado de satisfacción al sentirse protagonista en esta marcha ascendente de la humanidad hacia su perfección. Esposos y papás, presbíteros y religiosos, jóvenes y adultos, ancianos y niños, todos tenemos una misión sagrada que cumplir. La depresión viene por la frustración de haber truncado ese proceso de desarrollo y perfección del ser humano. Uno empieza a despreciarse, a dejar de estimarse   y no se acepta como persona.  
En cuanto a la aceptación de uno mismo, uno de los factores que inciden en una depresión está en  rechazarse, despreciarse por algún defecto, carencia o complejo de culpa no superado.  El sentirse permanentemente mal con uno mismo, echándose la culpa continuamente por sus fracasos o por algo malo que se hizo, hace a la persona candidata  a una depresión. Cuidado con los complejos de inferioridad y de culpa.
La depresión va lentamente minando las fuerzas vitales y oscureciendo la visión de la realidad, viendo todo negativamente.  “Nada está bien, nada es bueno, nada vale la pena, ¿por qué luchar? Nada importa.”  Estas y otras ideas son comunes en el depresivo.  Poco a poco la persona se va convirtiendo en una pesadilla para sí mismo.  Se va odiando y  cree firmemente que no vale la pena vivir.  Termina “vegetando”, haciendo lo mínimo para seguir viviendo;  su creatividad, sentido del humor, curiosidad, ganas de superarse, todo eso va desapareciendo. Va descuidando su aspecto físico y termina acostado o sentado gran parte del día sin hacer nada. Está deprimido.
De hecho el ser humano se mueve por ideales, sueños, deseos, aspiraciones, metas.  Debe sentirse motivado para hacer las cosas. Cuando no existen auténticas motivaciones sino intereses egoístas y triviales, convicciones puramente ideológicas impuestas desde afuera o condicionamientos psicológicos, traumas y hábitos adquiridos en la infancia, la persona no actúa con plenitud, sino a “medio gas” y por eso está siempre insatisfecho, amargado. Es candidato a la depresión.  
Solamente una persona sale de su depresión cuando le encuentra sentido a su vida, encuentra razones profundas para vivir y para morir y es capaz de enfrentarse a las pérdidas, asimilándolas  e interpretándolas desde la providencia misericordiosa de Dios. De hecho la peor pérdida que podemos experimentar es la muerte de un ser querido.  Solamente la fe en la Resurrección de Cristo y en la nuestra le dará sentido a la desaparición de alguien a quien hemos amado.  El dolor por la pérdida poco a poco se va sanando aunque pueda durar un tiempo relativamente largo, pero la certeza de que la persona fallecida está con Dios, contemplando extasiada la belleza divina y gozando eternamente del Reino, nos permite asimilar el golpe de la pérdida y darnos más ganas de vivir.   La esperanza de estar con Dios y ver a nuestro familiar algún día, nos motiva a seguir el camino del Señor trabajando por un mundo mejor.
Es importante ver los síntomas de una depresión que empieza a tomar cuerpo en uno.  Hay que detectar las señales y proponerse no dejarse vencer. La oración y la fe, las buenas amistades, el mantenerse ocupado, el promover pensamientos positivos, el tener un consejero espiritual o psicológico donde exponer su situación interna, el hacer deporte, el comer sanamente, descansar lo suficiente, todo eso es necesario. No sentir lástima de uno mismo, no andar comparándose con nadie, el tener metas razonables posibles de alcanzar, el tener un sentido realista de la vida que me hace ver que no siempre se triunfa, el contentarme con lo necesario para vivir, el ser generoso y pensar en servir a los demás, todo eso ayuda muchísimo.
Es  necesario el desapego como actitud ante todo lo que tratamos, manejamos, tenemos. Nada en el fondo es nuestro. Todo tiene su importancia y hay realidades que son necesarias, pero solamente Dios es imprescindible, el único  sin el cual no existiríamos y no tendríamos vida eterna. Y con Él somos invencibles.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...