domingo, 19 de septiembre de 2021

CUIDADO CON MANOSEAR EL NOMBRE DE DIOS


Usamos en demasía el nombre de Dios, profanando su dignidad y magnificencia, para llenar vacíos en conversaciones y escritos, y justificar y disimular ocultas incongruencias. Nos encanta pronunciar su nombre día y de noche, no para alabar y dar culto a su gracia y reconocer su grandeza, sino para tapar nuestra torpeza y supina indolencia. “Que Dios lo quiso así”; “Sabrá Dios por qué”; “Dios me ha hablado”; “Dios dice que no”, sin importar un pepino su nombre y presencia y así intentar calmar nuestra conciencia. Y para rematar juramos su nombre en falso y mentimos a la gente poniendo a Dios como testigo, y pasamos así desapercibidos al cometer lo malo, cuando ese pecado tiene severo castigo. Desde que mataron en una cruz al hijo del hombre para silenciar la verdad y usando de Dios su nombre, diciendo que se ajusticiaba al Cristo para salvar la honra de Dios ultrajada, ya no importa en cualquier momento profanar el nombre bendito de Dios en cruel deshonra.
No sabemos a quién nombramos e invocamos, convirtiendo su nombre en una muletilla, como cuando tenemos un enojo o nos asustamos, o invocamos su nombre para decir una mentirilla. Si supiéramos a quien estamos nombrando no usaríamos su nombre en vano. Él es el Señor de señores y Rey de Reyes, Dios padre creador de todo lo visible e invisible, Cristo salvador nuestro, quien murió perdonando, el Espíritu Santo, iluminador y santificador, Dios todopoderoso para el que nada es imposible, capaz de sostener el universo y resucitar muertos. Qué disgusto da ver a toda clase de bandoleros, desde políticos corruptos, comerciantes usureros, narcotraficantes declarados, rameras de fina alcoba, clérigos fariseos, todos juntos en un gran basurero, invocando el nombre de Dios como quien echa incienso para tapar la hediondez que sale de su podrido vertedero. No usemos el nombre de Dios en vano, no profanemos su presencia pronunciando sin clara conciencia su misterio sagrado, que él es el “Yo soy el que soy”, que donde quiera que yo voy, me abarca, sobrepasa, me sostiene y reanima, me da vida, me perdona y me anima a que siga el camino de alabanza de su gloria.
Si supiéramos el valor y la grandeza del nombre del Señor, lo sagrado y toda la verdad y belleza, el poder y la gloria, la honra y lo santo reunido al decir “Jesucristo es Señor”, caeríamos de rodillas con amor y temblor, porque eso hacen todos los ángeles con temor y gozo, con alegría y paz, al alabar su nombre en el cielo con amor. No profanemos el nombre de Dios, no lo usemos en vano, honremos al Señor, a la Santísima Trinidad en todo su esplendor.
Fuente: Libro CLAMOR ENTRE LLAMAS
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

¿Y MIS TRIENTA MONEDAS?



Judas se dejó vencer por la tentación. Por treinta monedas de plata vendió al Señor. Llevaba tiempo desilusionado con la forma de actuar de Cristo. No veía que hubiera cambio económico positivo. Siempre pobres, durmiendo muchas noches al descampado. Pasando algunos días hambre al extremo de meterse en los sembradíos a comer granos de trigo. Por otro lado, los herodianos, los saduceos y los fariseos, y el mismo imperio Romano, ya estaban muy molestos con la forma de actuar de Jesús. Se hablaba incluso de arrestarlo y condenarlo a muerte. ¿Qué clase de mesianismo es este? Y para rematar haciendo el ridículo entrando a Jerusalén Jesús encima de un burrito. Todos los césares van en briosos caballos, rodeados de un ejército poderoso. Usan la espada cuando es necesario para doblegar al enemigo. Comen y duermen bien. Tienen mucha gente a su servicio. Este Jesús anda siempre a pie, tiene doce hombres que lo siguen y más de setenta discípulos. Pero ya estos empiezan a dejarlo. El pueblo lo sigue mientras haga milagros y curaciones y les hable con esas palabras que sólo Jesús puede pronunciar. Pero el sistema no cambia. La gente pobre es la que sigue al Señor. Los ricos, ninguno, salvo un par de ellos y a escondidas. Judas lleva la bolsa de las limosnas. Siempre escaseando el dinero. Y para colmo, Judas mete la mano y roba.

Judas se deja llevar por el desaliento, pierde la confianza en Jesús, y está siempre pensando en los supuestos defectos que encuentra en este hombre. Llega un momento en que no cree más en Jesús. Y cae en la tentación de traicionarlo, venderlo. Y queda con los fariseos y sacerdotes judíos en dar información por treinta monedas de plata. Y él sabe que es para que lo maten. Judas se convierte en traidor y asesino, igual que los que lo matan.

Igual nos pasa a nosotros. Todo empieza por una desilusión, una falta de fe, de amor, de ganas de seguir luchando. Se resquebrajan los principios. Y aparecen las treinta monedas. Cada uno tiene las suyas, las que lo tientan. Ansias de poder, de tener, de placer, de ser el primero, el más importante, de vengarse, de robar, de calumniar. Y esas treinta monedas siguen rondando, dando vueltas en torno a uno. Y viene la caída. “Oren y vigilen para no caer en tentación”, dice Jesús. Lo peor de Judas no fue la traición en sí, sino el no confiar en la misericordia de Dios. Pedro cayó igual, pero confió en el amor compasivo del Señor. Y pidió perdón y se arrepintió. Y fue perdonado. Si caemos, confiemos en el amor misericordioso de Cristo.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

JOSÉ EDUARDO Y SU HIJO

Había intenso sol y el ambiente pesado en esa ciudad industrial y en un banco mucho movimiento y un ser malo y astuto vigilaba a dos hombres...