Judas se dejó vencer por la tentación. Por treinta monedas de plata vendió al Señor. Llevaba tiempo desilusionado con la forma de actuar de Cristo. No veía que hubiera cambio económico positivo. Siempre pobres, durmiendo muchas noches al descampado. Pasando algunos días hambre al extremo de meterse en los sembradíos a comer granos de trigo. Por otro lado, los herodianos, los saduceos y los fariseos, y el mismo imperio Romano, ya estaban muy molestos con la forma de actuar de Jesús. Se hablaba incluso de arrestarlo y condenarlo a muerte. ¿Qué clase de mesianismo es este? Y para rematar haciendo el ridículo entrando a Jerusalén Jesús encima de un burrito. Todos los césares van en briosos caballos, rodeados de un ejército poderoso. Usan la espada cuando es necesario para doblegar al enemigo. Comen y duermen bien. Tienen mucha gente a su servicio. Este Jesús anda siempre a pie, tiene doce hombres que lo siguen y más de setenta discípulos. Pero ya estos empiezan a dejarlo. El pueblo lo sigue mientras haga milagros y curaciones y les hable con esas palabras que sólo Jesús puede pronunciar. Pero el sistema no cambia. La gente pobre es la que sigue al Señor. Los ricos, ninguno, salvo un par de ellos y a escondidas. Judas lleva la bolsa de las limosnas. Siempre escaseando el dinero. Y para colmo, Judas mete la mano y roba.
Judas se deja llevar por el desaliento, pierde la confianza en Jesús, y está siempre pensando en los supuestos defectos que encuentra en este hombre. Llega un momento en que no cree más en Jesús. Y cae en la tentación de traicionarlo, venderlo. Y queda con los fariseos y sacerdotes judíos en dar información por treinta monedas de plata. Y él sabe que es para que lo maten. Judas se convierte en traidor y asesino, igual que los que lo matan.
Igual nos pasa a nosotros. Todo empieza por una desilusión, una falta de fe, de amor, de ganas de seguir luchando. Se resquebrajan los principios. Y aparecen las treinta monedas. Cada uno tiene las suyas, las que lo tientan. Ansias de poder, de tener, de placer, de ser el primero, el más importante, de vengarse, de robar, de calumniar. Y esas treinta monedas siguen rondando, dando vueltas en torno a uno. Y viene la caída. “Oren y vigilen para no caer en tentación”, dice Jesús. Lo peor de Judas no fue la traición en sí, sino el no confiar en la misericordia de Dios. Pedro cayó igual, pero confió en el amor compasivo del Señor. Y pidió perdón y se arrepintió. Y fue perdonado. Si caemos, confiemos en el amor misericordioso de Cristo.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.
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