¿Qué ganamos con tanto orgullo? Lo que ganamos es encerrarnos en nuestras ideas y no dar pie a escuchar otras opiniones, y así empobrecer nuestra mente. Al final lo que ganamos son enemistades, gente dolida por nuestras actitudes. Porque el orgulloso se cree el primero en todo, el que más sabe, el que más puede. ¿Qué ganamos con nuestras groserías? Rupturas familiares, matrimoniales, de amistades que se pierden, de gente resentida que nos abandona. Orgullo y grosería, mezcla explosiva que cuando estalla rompe cualquier clase de comunión.
¿Qué ganamos con la soberbia? Ese que fue el primer pecado de la humanidad consiste en querer ser como Dios, y es la madre de todos los pecados. Querer ocupar el mismo lugar del Señor, creando una nueva moral, creyéndonos tener todos los poderes, inclusive el pensar que no vamos a morir, es una de las mayores tonterías que puede cometer el ser humano. El soberbio vive engañado, en un mundo de ensueños absurdos, mirando a todos por encima del hombro. Se cree un ser privilegiado y único. ¿Y qué gana el soberbio? Pues como se convirtió en un adorador de sí mismo, cometiendo el pecado de idolatría, porque él es su propio Dios, queda enfrentado al mismo Señor, ofendiéndolo gravemente. Y rechazar al mismo Dios, pensando que uno lo es, lo aparta radicalmente de su presencia. No es que Dios lo abandona a uno, sino que uno abandona a Dios. Porque él siempre permanece fiel y misericordioso, esperando el arrepentimiento del ser humano.
¿Qué ganamos con el egoísmo? Aislarnos, perder contacto profundo con la gente, dejar de tener sensibilidad, transformar nuestro corazón en una piedra o metal, y por lo tanto deshumanizarnos. Porque el egoísta no comparte lo que tiene ni lo que es como persona. Se va quedando raquítico en su alma, dejando de experimentar la satisfacción por haber dado de sí o de lo que uno tiene. Ese gozo espiritual que se vive cuando uno hace algo por el próximo se lo pierde el egoísta, que es en el fondo un infeliz.
¿Qué ganamos con la codicia? Enfermarnos el alma, porque siempre andamos deseando lo material, buscando la manera, no importa cómo, de conseguir todo lo que se pueda, para tenerlo, poseerlo y no compartirlo con nadie. Y al final de cuentas, de qué le vale a uno ganar el mundo, si al final pierde su alma. Por eso la sencillez, la humildad, el desapego, la austeridad, la serenidad, la paz en el alma, y el amor, hacen que seamos felices, y eso sólo se consigue con el Señor, con quien somos invencibles.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.
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