Claro, todos tenemos hambre, y la primera que hay que saciar, por elemental, es la física. Cómo duele ver tantos niños que sufren de desnutrición y que mueren prematuramente por lo mismo. Al bajarse las defensas cualquier infección y otras enfermedades los van destruyendo. Nadie debería sufrir hambre en el mundo, cuando Dios todo lo hizo bien y hay comida para todos. Pero la injusticia humana, fruto del egoísmo y codicia, provoca tantas desigualdades, muros que se levantan, fronteras entre pobres y ricos, tanto de países como de sociedades. Todo un mundo de miseria por culpa humana, una tragedia de millones y millones que no tiene agua potable, luz eléctrica y caminan por senderos de tierra, y cruzan ríos sin puentes, y no saben de medicinas. Y se mueren de hambre.
Y esto es culpa de no saciar el hambre de eternidad que todos llevamos dentro. Si cayéramos en cuenta de que tenemos un hambre de Dios que no hay manera de saciar con las cosas terrenas, ni con el dinero, el poder, el placer, y nos arrodilláramos ante Él, todo sería diferente. Por culpa de las idolatrías la gente viven tan inconscientemente y con un corazón de piedra. Habría mucha más justicia en el mundo, más solidaridad, más inclusión, más respeto a la vida, si todos nosotros fuéramos más espirituales, en contacto permanente con el Señor. Eso nos haría más humanos, más sensibles al dolor de los demás, más solidarios, más justos, más inclusivos. Habría más paz y armonía en la humanidad. Todos tenemos hambre de Dios. Y sólo el Señor nos puede saciar.
Pero también está el hambre de la verdad, de la ciencia, del arte y cultura, de la convivencia humana, de la solidaridad. Por eso está la filosofía, las ciencias tan diversas: ingenierías, medicina, biología, lenguas, etc. Y la música, la escultura, la pintura, la danza. Y están los grupos humanos destinados a cualquiera de esas actividades. Y claro, lo más excelso, la religión, la que nos lleva al Señor.
Y cuando una sociedad está así estructurada, bien organizada, y esas hambres están saciadas, hay más avance de todo, menos conflictos, más igualdad, mas armonía. Una sociedad humana donde el Reino de Dios se hace más presente. Los lazos de conexión humana son más fuertes y flexibles, y las participaciones políticas se fundamentan en el respeto a la persona humana, al bien común, y a la libertad de expresión. La corrupción disminuye a su más mínima expresión. Se respeta la ley y la convivencia humana es más plena. Con toda humildad creo que algo así quiso Dios de nosotros, pero el pecado todo lo arruinó. Pero Dios no se dejará vencer. Por eso vino Jesucristo.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario