La envidia es un sentimiento de repudio y rechazo a las cualidades y triunfos de alguien, generalmente de la misma familia o gremio. Nace normalmente por cercanía por sangre o por actividades similares, propias de colegas. En el caso de los gremios, políticos, empresariales, comunales o religiosos, al desear tener las virtudes o posesiones de otra persona y no lograrlo, se pone en entredicho lo que tiene, desmeritando, descalificando por calumnias o medias verdades sus adquisiciones. Atacar la honra, difamar, urdir componendas para destruir lo que el otro ha hecho o tiene es fruto de la envidia. Por lo tanto, es un sentimiento asesino, terriblemente mortal. Veamos unos casos históricos.
A Caín le corroía las entrañas la rabia y la indignación de que Dios se fijara y se complaciera más en su hermano que en él y decidió prepararle una trampa e invitándolo al campo a solas mató a Abel. La sangre empapó la tierra sembrándola de dolor y desde aquel momento, además de la ambición, la soberbia y el odio, la envidia es madre de tantos crímenes en la humanidad y causa de que haya un reguero de sangre desde aquel funesto día hasta hoy en nuestra historia. David, el rey ungido por el Señor, triunfador de tantas guerras y autor de muchos salmos, siendo siervo del rey, por ser héroe de tantas contiendas, fue objeto de las envidias de su regio señor, quien quiso asesinarlo cuando tocaba el laúd con una lanza. Luego fue perseguido por el rey y retado a guerras, pasando de defensor del reino a fugitivo. Mucha gente lo siguió y se unió a sus huestes, entablando David triunfantes batallas, venciendo al final y muriendo en combate Saúl. Lloró mucho la muerte del rey porque aun sufriendo mucho sus desaires le seguía siendo fiel y no quería que muriera en batalla.
Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, hombre valiente, honesto y fiel a su rey, caballero de la baja nobleza fundado en el honor y buen uso de las armas, destacaba entre todos los nobles por sus destrezas siendo el primero en todo; pero el mismo rey y otros caballeros no soportaron tanta armonía de intuición e inteligencia, bondad y destreza en armas, elegancia en el porte y buen uso del verbo, y por intrigas y calumnias, lo echaron del reino. Este, por ser víctima de tanta injusticia y siendo hombre de virtudes y valentía comprobada, atrayendo a mucha gente que voluntariamente se le sumaba, formó un ejército que fuera del reino de León fue combatiendo a los moros y conquistando ciudades y pueblos, que pagaban tributo para no ser aniquilados. Conquistó Valencia y fue un gran rey sin título, honesto, justo y muy generoso y se lanzó a conquistar para la fe católica reinos musulmanes del sur de España. A todo eso, siempre que podía, mandaba presentes, regalos muy valiosos a su rey, insistiendo en la inocencia de su comportamiento. Al final se ganó la voluntad del rey y se reconciliaron. Fue siempre fiel a su esposa Jimena y buen padre de sus tres hijas. Fue justo y misericordioso con todos, incluso con sus enemigos vencidos. Creyente en el Señor, trató de cumplir todos los preceptos de la religión católica.
San Juan de la Cruz, el gran místico y reformador del Carmelo junto con Santa Teresa de Jesús, perseguido por sus hermanos de la comunidad no reformada, que tejieron toda una serie de calumnias contra este hombre, lo apresaron y estuvo nueve meses detenido en un calabozo del convento. Por ser tan santo y querido por religiosos y religiosas, fue objeto de la envidia y víctima de injusticias.
Simón Bolívar, el liberador de todo un continente, fue víctima de intrigas de sus propios compañeros que quisieron asesinarlo. Un grupo comandado por Santander en Bogotá falló en el intento de matarlo. Al final muere prácticamente desterrado y abandonado en Santa Marta. También por la envidia el Mariscal Sucre, el joven militar, héroe de guerra, de quien dijo Bolívar valía más que cinco generales, termina asesinado por seis compañeros en una terrible emboscada.
Jesús de Nazaret, quien solo hizo el bien, quien vino a salvarnos de la muerte eterna, finaliza asesinado, entre otras causas, víctima de la envidia de los líderes religiosos, porque atraía muchedumbres, hacía milagros y curaciones, y les echaba en cara sus pecados. Con todo esto, deberíamos preguntarnos, no solamente si hemos sido víctimas de la envidia, sino también si hemos sido nosotros también victimarios, y por envidia hemos causado daño al próximo. Que Dios nos perdone si hemos sido envidiosos y nos dé su amor eterno. Y recuerde, que con Él somos invencibles.
Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario