lunes, 9 de octubre de 2017

EL MALIGNO ES NUESTRO ENEMIGO



Si se quiere vencer en una batalla hay que mantener en alto el pendón del ejército, aquella bandera que simboliza la identidad de la fuerza militar que se enfrenta a otra, como en las antiguas guerras medievales y aún modernas. Pero más que eso, hay que mantener en alto en el alma el ideal de defender a la patria agredida, el sentido solidario de grupo, la destreza en las armas de combate, la perseverancia y valentía necesarias. Detrás de esto viene la estrategia de la lucha, el conocimiento de las debilidades del enemigo, la disciplina y la obediencia a los que dirigen el combate. Y en la batalla se buscará las menos bajas posibles del ejército e infligir el mayor número de bajas en los contrarios y de avanzar tomando más amplio territorio hasta echar fuera al invasor. Los romanos fueron ejemplo de eso.

El Mío Cid, Juana de Arco, Simón Bolívar, George Patton y otros héroes, hicieron gala de valentía, inteligencia, liderazgo y perseverancia en la lucha. Y nosotros estamos en una batalla. Hemos sido agredidos en lo más profundo del ser en la vida familiar, en la salud mental y emocional, en los derechos fundamentales de alimentarse, educarse y vivir en paz. La violencia nos está carcomiendo como un cáncer. La pobreza extrema nos está rodeando por todos lados y nos oprime. La familia se sigue destrozando y los jóvenes cayendo en drogas continuamente. Seguimos apartando a Dios de todo lo fundamental. Hay un príncipe de este mundo que nos domina instalando la adoración a los dioses del dinero, poder y placer. La gran Babilonia sigue construyendo su palacio de marginación, injusticia social y adicciones. Sus seguidores siguen en sus bacanales, alienándose con la droga, el licor, y la promiscuidad sexual. La gran Babel se sigue erigiendo. Todos al final buscando su propio provecho. Cada uno creando su clan de privilegiados y sus muros de protección. Las zarpas infernales de las tinieblas han sitiado la ciudad del Reino y están desmoronando sus murallas. Estamos rodeados de las tropas rabiosas y destructoras del mal y lo peor, lo que es inaudito, hay muchas personas que no se dan cuenta de la situación.
Como Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia, sacramento de salvación, esposa del Salvador, tenemos que tomar conciencia del mal y organizarnos en plan de batalla, siguiendo las normas clásicas de los combates de los ejércitos. Organización, estrategia, trabajo en equipo, espíritu de lucha, solidaridad interna, mística, identidad real, y usar las armas espirituales del Reino.
Tenemos que hacernos fuertes en el Señor con la Palabra y los Sacramentos, en especial la Eucaristía. Debemos protegernos con las armaduras que Dios nos ha dado para poder resistir los ataques del maligno. Nuestra lucha no es contra poderes de este mundo, “sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre este mundo oscuro”, Ef. 6:12. El combate es diario. Los ataques son continuos. No hay descanso en esta lucha.
“Por eso tomen la armadura que Dios les ha dado, para que puedan resistir en el día malo y, después de haberse preparado bien, mantenerse firmes”, Ef. 6: 13. El día malo simboliza la crisis personal o colectiva que podemos experimentar. Nadie se escapa de la tentación, donde todas las fuerzas del infierno se unen para destrozarnos. La emboscada de las tinieblas nos prepara su ataque, justamente para apartarnos de Dios y hundirnos en la maldad. Por eso la lucha interior, la del alma, es la decisiva.
Así que debemos mantenernos firmes, revestidos de la verdad y protegidos por la rectitud, ( Cf 6, 14 ), sabiendo que debemos echar toda mentira de nuestra alma, ser sinceros con nosotros mismos, cuestionarnos, corregirnos, sabiendo que somos templos del Espíritu Santo, hijos de Dios Padre y hermanos de Jesucristo. Nuestra fe será el escudo que nos protegerá de los ataques del maligno, ( Cf. Ef. 6, 16). Creer firmemente en Dios, esperarlo todo de él, con la certeza de que Dios siempre estará con nosotros. Nunca nos abandonará. “Que la salvación sea el casco que proteja su cabeza, y que la Palabra de Dios sea la espada que les da el Espíritu Santo”, Ef. 6:17. Tener siempre en nuestra mente el objetivo final, nuestra salvación, que es reinar con Dios eternamente. Y saber que la Palabra, orada, meditada, predicada, es fundamental en el camino hacia la tierra prometida. No podemos dejar de orar. Guiados por el Espíritu Santo debemos alabar al Señor, darle gracias, pedir por los demás y por nosotros. Y eso continuamente. Debemos mantenernos alerta, y sin desanimarnos, orar por todos. (Cfr. Ef. 6,18). Estamos en una guerra y con Dios venceremos.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

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