domingo, 21 de enero de 2018

SIN PACIENCIA, ENLOQUECERÁS.


Una de las cosas que más daño nos hace es el de querer todo ya, el no respetar los procesos de desarrollo, el no esperar los momentos adecuados para conseguir las cosas. Angustia, ira, cólera, porque las cosas no salen como uno quiere y cuando uno quiere. Esto nos enloquece. “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”, (santa Teresa).
Es necesario tener paciencia con nosotros mismos, por esos defectos que cuesta erradicar, esos malos hábitos que nos cuesta eliminar, esos pasos tan lentos buscando la superación. Debes comprender que te estás haciendo como persona y el ir creciendo supone subidas y bajadas, momentos de triunfo y retrocesos. Subir la cumbre de la perfección implica el cuidado, la tenacidad y perseverancia del alpinista escalando una gran montaña de piedras lisas. Un paso a la vez y ensayando el otro, asegurando poner el pie y las manos en lugar seguro y seguir subiendo. “Ten paciencia con todo el mundo, pero sobre todo contigo misma; quiero decir que no pierdas la tranquilidad por causa de tus imperfecciones y que siempre tengas el ánimo de levantarte”, decía San Francisco de Sales a una dirigida suya.
Necesitamos paciencia con los demás, sobre todo con aquellos que tienen mal genio, se molestan por todo, no cumplen sus compromisos, son desleales y algunas veces lo echan todo a perder. “Sufre con paciencia los defectos y fragilidad de los otros, teniendo siempre ante los ojos tu propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los demás”, (León XIII). San Gregorio Magno dice que “la paciencia consiste en tolerar todos los males ajenos con ánimo tranquilo, y en no tener ningún resentimiento con el que nos lo causa”.
Necesitamos paciencia para soportar cosas que no podemos controlar como la violencia, la pobreza extrema, los desastres naturales. Y la paciencia es fundamental para poder realizar los sueños en realidad, las metas en acontecimientos históricos. Todo lo que es grande se consigue a basa de muchos sacrificios, desvelos y renuncias. “Nos gloriamos en las tribulaciones, sabedores de que la tribulación produce la paciencia; la paciencia una virtud probada; y la virtud probada, la esperanza”, Rom 5,3-4. Paciente es el que logra ser dueño de sí mismo, sabe controlar sus emociones y guarda el mayor equilibrio posible sabiendo que todo al final pasará, que después de la tormenta viene la calma, y que es más valioso conservar la mente lúcida, la serenidad y la paz, que las cosas que se puedan perder en el camino.
Tenemos que imitar al Señor que es paciente y misericordioso. Que no nos trata como merecen nuestros pecados, que siempre da una oportunidad al pecador, que espera nuestra conversión. Pacientes como Él que al ver tanta maldad en la humanidad sigue derramando sus bendiciones, abriendo sus brazos como Buen Pastor, buscando rescatar a la oveja perdida y aplicando con plena abundancia los beneficios de su muerte redentora.
La misericordia divina, la de nuestro Dios con nosotros, se transforma en paciencia en relación con la escandalosa lentitud de nuestro crecimiento espiritual, con la tardanza en el desapego a cosas que nos impiden la unión más perfecta con Él y nuestra resistencia a responder con compasión y solidaridad a los que nos piden nuestra ayuda. “Jesús con su paciencia salvífica a nadie cierra las puertas de su Iglesia, para salvarnos con su gracia. A los adversarios, a los blasfemos, a los eternos enemigos de su nombre, si se arrepienten de sus delitos, los admite no solo al perdón, sino a la recompensa del reino de los cielos. ¿Qué más paciencia y más bondad puede haber? Pues recibe la vida de la sangre de Cristo el mismo que la ha derramado. Tal y tanta es la paciencia de Cristo, y si no hubiera sido por ella, no tendría hoy en la Iglesia al apóstol San Pablo”, (San Cipriano).
Imitar al Señor implica entonces ser misericordiosos y pacientes como Él. La paciencia, parte de la virtud de la fortaleza, implica la capacidad de soportar con cierta igualdad de ánimo, por amor a Dios, los sufrimientos físicos y morales, y las situaciones y personas difíciles. La paciencia implica no dejarse arrebatar la serenidad, la iluminación divina y el amor por los golpes recibidos mientras se hace el bien. “Mira la manera de sufrir con paciencia los defectos y flaquezas ajenas, sabiendo que tú tienes mucho que te sufran los otros”, (Kempis). Pide al Señor el don de la paciencia, sabiendo que con Él tú eres es invencible. 
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

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