Señor, hemos convertido tu creación en un infierno. Nos diste una inteligencia para construir y la hemos usado para destruirnos. Las armas más sofisticadas, las estrategias de guerra más efectivas, y las formas de enriquecernos más viles, creando sistemas y estructuras que hacen a unos muy ricos y a muchos, unos miserables. Nos diste una boca y unos labios para alabarte y pronunciar palabras que enaltezcan y animen a los demás, y los hemos convertido en una cloaca donde salen los insultos y ofensas más despreciables y las mentiras que convertidas en calumnias, destruyen la fama de cualquiera. Nos diste unas manos para escribir poemas y pintar paisajes, poner ladrillos y levantar catedrales, para acariciar a los niños y levantar a los más viejos y las hemos transformado en puños cerrados que golpean la mejilla del más vulnerable y guardan con brío salvaje las pertenencias que podríamos compartir con los más despreciables. Nos diste un corazón para amar y cobijar a todos los que se acercaran a nosotros, y lo hemos convertido en el recinto de fieras indomables: el rencor, el odio, la envidia y la soberbia. Nos diste una vida para entregarla toda al servicio de construir un mundo nuevo, y la hemos desperdiciado en vicios, diversiones insanas, y ocupaciones vanas que no llevan de valioso a nadie nada.
Y así, lo que pudo haber sido un paraíso en la familia, la empresa, la política, la educación y la ciencia, la salud y la cultura, ha sido convertido en un auténtico desastre con tanto divorcio, injusticias, marginación y miseria. Y aún en la religión podríamos haber hecho más, pero nos hemos acomodado y a veces creado un dios de bolsillo, manipulable, no el auténtico, tú nuestro Señor. Y la naturaleza gime de dolor, agotada y casi seca, con la interminable deforestación, la polución atmosférica y la contaminación de los mares, todo por nuestro pecado de egoísmo provocando tantos males que pareciera no tuvieran solución.
Señor, esto no puede acabar así. Tenemos que levantarnos y encontrarnos contigo, el Dios de la Vida y que mandó a nuestro Señor Jesucristo, el Verbo encarnado a salvarnos, viviendo tu presencia amorosa, para que llenos de tu Espíritu Santo, podamos recrear lo que está destruido, restaurar lo que fue devastado, y así honrarte y darte culto. Tu creación Señor no será enterrada en el fango de la irracionalidad y el envilecimiento. Nosotros Señor nos comprometemos a usar todo lo que somos con la fuerza de tu poder infinito a levantar lo caído, a sanar lo herido, a redescubrir y revitalizar lo perdido y reconstruirlo con la fuerza de tu invencible Espíritu. Amén.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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