sábado, 29 de diciembre de 2018

¿DÓNDE ESTÁS SEÑOR?

 



Señor, te he estado buscando y no sé dónde te has escondido.  Te he buscado por los anchos prados y las erguidas colinas, hasta por las nubes blancas y los altos riscos.  Te he buscado por las augustas catedrales y los monasterios medievales, y he tratado de encontrarte en las ermitas silenciosas y  los anchos mares. Pero no te veo, no te siento, no sé dónde te has ido, dejándome perplejo y con mi corazón herido.
Más  me dijiste una vez que tu presencia está en mi más profundo centro, allí donde no soy  capaz para ver lo que hay dentro. Pero que si tú me iluminas puedo, con los ojos de la fe contemplarte al   quedarme quieto, en silencio y con el corazón presto, concentrado en el misterio Uno y Trino, descubriendo tu presencia plena en mí, miserable creatura que  nada merezco. Y así yo, por pura gracia tuya, quedo embelesado viendo lo que es más bello, tu presencia iluminadora, brillantemente blanca, preciosa y santa. Presencia que es  luz de luz, más radiante que innumerables soles, tan pura y tan bella, que no se compara con nada, y que ahí en lo más profundo de mi callado seno, donde habitas en tan grande silencio, esperando estás que yo ponga mis ojos en tu eternal figura.  Y allí aparece el rostro y el cuerpo glorioso, el del Cristo, encarnado Verbo, que extiende su presencia por el universo entero, más también se queda en mí, habitando como si fuera yo, pobre pecador, su santo cielo.
Y así, sabiendo que tú  Cristo estás en mí, puedo al adorarte  saber que al tocarte a ti, me encuentro con el universo entero, que se extiende de manera inmensa, estando él siempre   dentro de ti, que eres infinito en grandeza. Y así yo sé que al estar contigo puedo también encontrarte en el santo templo, en el convento o  en la basílica noble, como en la cárcel, con los presos pobres. Porque entonces podré descubrir en los otros que tú estás en ellos, habitando en cada cual, como de otra manera en los montes y ríos, en los mares y mesetas, en las estrellas y planetas.  
Porque todo está en ti y tú en todo. Porque no hay lugar que se escape de tu presencia y toda la creación está sostenida por tu poderosa mano.  Por eso yo te reconozco como mi Dios Padre Creador, Cristo Redentor y Espíritu Santo Consolador, a quien rendimos culto y honramos con nuestros labios y obras, sabiendo que contigo reinaremos por siempre venciendo al mundo, demonio y carne y a la temida muerte. Amén.
Mons. Rómulo Emiliani

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