A Jesús no se le puede tratar ni como un mendigo, una máquina traga monedas, un amuleto, ni un banquero. Me explico: Cuando nos expresamos de Jesús como el pobre que está esperando le abramos el corazón porque se muere de frio afuera de la casa y pide aunque sea un poquito de cariño, de oración y que no lo rechacemos, olvidamos de que es el Rey del Universo, que sostiene todo lo que es, que está sentado a la derecha del Padre y que más bien somos nosotros los que deberíamos estar suplicando su misericordia. Cuando lo vemos como una máquina traga monedas y que dependiendo de lo que depositemos en ofrendas, novenas, oraciones así nos hará los favores, olvidamos de que él ya nos dio lo más grande, la salvación y la vida eterna, nos hizo hijos de Dios y nos regaló el Espíritu Santo y la Iglesia, y que no está para solucionarnos el próximo examen universitario o la curación de la rodilla. Más bien, y esto sí es importante, Él está con nosotros siempre, nos está salvando, nos está llevando al Padre; él quiere tener una historia de amor personal con cada uno. Nos está preparando nuestra entrada al cielo.
Que Jesús tampoco es un amuleto, que porque llevemos su imagen colgada al cuello, invoquemos su nombre, o tengamos un cuadro colgado en la pared de nuestra habitación, ya estaremos protegidos de todo mal, tanto de ladrones, enemigos, fuegos, bancarrotas. Pues no, porque él no es nuestro guarda espalda. No disminuyamos la presencia real de Cristo a la de un cuidador de nuestra casa o de cualquier propiedad. El lleva el universo, toda la creación, y principalmente al ser humano, al encuentro definitivo con Dios Padre, movidos por el Espíritu Santo. Claro que podemos invocar su protección en todos los aspectos, pero el más importante, que nos libre de caer en la tentación del mal. Que no permita que como ovejas abandonemos el rebaño y nos vayamos con las tinieblas. El derramó la sangre por nosotros en la Cruz. Su obra de salvación está completa. Depende de nuestra libertad que la culmine en nosotros.
Tampoco el Señor es un banquero, que espera le demos tanto dinero, un promedio de lo que tenemos, para luego él devolverlo multiplicado a nosotros. Él no necesita de nuestros bienes. Él es el dueño de todo lo creado. Otra cosa es dar de lo nuestro para que la comunidad pueda distribuir en la atención a los pobres y a las necesidades de la Iglesia. Tampoco es un amigo más. Él es el más grande y maravilloso amigo, Jesús, el Rey de Reyes. Dio la vida por nosotros. Es Cristo, el Señor. Amén
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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