¿Por qué Señor te rechazamos tanto? ¿Por qué no queremos saber de ti cuando tú todo lo hiciste por nosotros? Andamos consumiéndonos tristemente en el vaivén de la vida, dando tumbos entre ruidos y ruidos, conflictos, fiestas, preocupaciones, angustias, gritos, insultos, intrigas, búsqueda de dinero, de fama. Nos encanta estar “salidos” de nosotros mismos, como cachorritos corriendo y buscando comerse una lagartija, o perseguir a una mariposa, o buscar un hueso enterrado. Sí, salidos de nuestro centro interior, avocados a la superficie, a lo que exterior, sólo pendiente de lo que ocurre fuera de nosotros y por eso somos tan superficiales, y cómo se nota eso en nuestras conversaciones y actuaciones.
Al salir de nuestro ser profundo con tanta facilidad, como escapando del único lugar seguro, y echándonos a la guarida de los leones del mundo, con tanto entretenimiento, enfrentamientos, contiendas, escándalos, lucha por el poder, sin volver a entrar en ese castillo interior donde reside Dios y encontramos la paz, nos vamos desmoronando poco a poco.
Señor, auxílianos, que perecemos. Que nos vamos convirtiendo en presa fácil de poderes muy grandes que nos manipulan y nos hacen pensar a su manera. Vamos repitiendo eslóganes absurdos: “primero yo, primero mi clan, mi grupo selectivo. Lo importante es el dinero, las apariencias. Tener muchas cosas. Acaparar, poseer como fuera”. Nos dicen cualquier cosa por los medios y nos la creemos. Nos afiliamos a un bando ideológico o a otro, y nos convertimos en fanáticos. Odiamos todo lo contrario. No pensamos con sentido crítico, sino que repetimos lo que nos dicen.
Señor, ayúdanos a tener un tiempo y un espacio para nosotros mismos. A detenernos en el camino, hacer un alto y respirar hondo, quedarnos quietos, abandonar el ruido y las prisas. A estar a solas con nosotros mismos. Porque si no, vamos enloqueciendo, oscureciendo nuestra mente, ahogados en nuestra desesperación. Necesitamos el silencio para volver a ser nosotros mismos, a pensar, meditar, analizar, volver a ver de otra manera la realidad. Necesitamos el silencio para orar, para acercarnos a ti, para estar contigo. Necesitamos el silencio para vivir de verdad.
Señor, nos arrodillamos ante ti y te pedimos perdón por haber abandonado nuestro centro interior, y habernos despersonalizado de manera tan cruel. Nos hemos convertido en tontos útiles de los poderes del mundo. Somos como marionetas que pensamos, vestimos, comemos, nos divertimos, como otros quieren que lo hagamos. Perdimos el criterio propio, y te perdimos a ti. Andamos como barco a la deriva, sin rumbo fijo, movidos por los vientos de los intereses de otros. Señor auxílianos que perecemos. Amén.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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