Oh Sagrado Corazón de Jesús, te duele todo lo que pasa en el mundo. Sigues manando sangre por tus heridas en el costado, manos y pies, porque siguen agredidos tus bosques y ríos, selvas y praderas, por la tala de árboles descontrolada y la contaminación de las aguas por las minas de cielo abierto, los grandes incendios forestales provocados en parte por el calentamiento del globo terráqueo. Estamos destruyendo el planeta por nuestras ambiciones desmedidas. Manas sangre por tus heridas porque los seres humanos nos seguimos matando en guerras interminables cada vez más sofisticadas. El comercio de armas es más grande económicamente que el de alimentos, y esa industria se enriquece con la compra de armamentos de países ricos y pobres, estos sacrificando presupuestos destinados a sus pueblos por tener mejores aviones bombarderos y cañones de guerra.
Oh Corazón de Jesús, te duele cómo los poderes establecidos oprimen a masas hambrientas excluyéndolos de participar en los bienes que tu Padre dio para beneficio de todos. Tu dolor se aumenta cuando los cristianos volteamos la mirada para no ver la injusticia tan grande y sólo pensamos en nuestros personales beneficios. No nos damos cuenta de que tus llagas siguen abiertas en el padecimiento de niños desnutridos y sin escuela, en jóvenes desempleados y sin futuro, en adultos viviendo en la miseria.
Oh Corazón de Jesús, sigues colgado en la cruz de madres abandonadas por hombres sin escrúpulos, mujeres que lloran viendo a sus hijos con hambre y desprotegidos. Tu dolor aumenta cuando ves cómo crece la migración de gente pobre a millares cruzando los mares, desiertos, ríos, burlando fronteras para llegar a países ricos. Cuántos mueren ahogados en el camino, o presa de traficantes bandidos, o detenidos y devueltos a sus países de origen. Cuántos desaparecen y sus familias jamás los vuelven a ver. Cuánta tristeza en miles de familias al romperse esos lazos tan profundos de esposos, padres y hermanos al irse y no volver.
Oh Corazón de Jesús, veo como tu cuerpo ensangrentado sigue colgado en tantas cruces en el mundo. Gente que perdió el sentido de la vida, que se hundió en las drogas o el licor, que no cree en nadie, que odian y desprecian, todos son parte de tu cuerpo místico. Por eso en ti hay dolor, inmenso, infinito, y se oye tu clamor perderse en un grito que se escucha en todo el universo, fruto de tu pasión tan larga como la historia de pecado de toda la humanidad.
Oh Corazón de Jesús, danos la oportunidad de ser alivio de tu dolor infinito, siendo fieles a tu mandato de amarte a ti y amar a los otros como a uno mismo. Amén.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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