jueves, 5 de marzo de 2020

EL DESPRECIO DEL SER HUMANO.


Una de las cosas tan antiguas en la historia de la humanidad ha sido la de despreciar a las personas por diferentes motivos: deficiencia física, raza, creencias, posesiones, nacionalidad, conducta moral. El desprecio consiste en el repudiar a una persona o grupo por condiciones consideradas negativas y puede llevar a rechazar, no tratar, expulsar, marginar, encarcelar, golpear o matar. El que desprecia se pone por encima del otro, se considera superior o mejor, y es capaz de humillar, insultar, ofender. Jesús, nada más nacer, fue despreciado y odiado por ser el mesías nacido en Belén. En su vida pública fue despreciado porque no pertenecía a la casta rabínica, farisea, o saducea y además por ser judío, en este caso por los romanos. Fue despreciado al ser acusado falsamente de subversivo, loco, endemoniado y mentiroso. También porque comía en casa de pecadores y se dejaba rodear por ellos. Fue despreciado por morir colgado en una cruz, señal de que Dios lo había abandonado y castigado.

Jesús sabe de toda clase de desprecios y él se identifica con todos los despreciados, marginados, torturados y asesinados. Por eso está muy cercano a los pobres y miserables, a los presos, a los enfermos en los hospitales, a los calumniados y rechazados. Y él quiere consolarlos, pero para eso Jesús debe ser conocido y amado. Sin evangelización la gente no conocerá a Jesús. Jesús sufrió en carne propia toda clase de desprecios identificándose con todos los maltratados de la historia. Todo lo que vivió en su pasión: juicio injusto, torturas, comparación con Barrabás, gritos e insultos del populacho, condenación al castigo de la cruz y el sufrimiento físico y moral estando ya colgado en el madero, nos habla de un Jesús despreciado, varón de dolores, martirizado. Fue víctima de un terrible odio, discriminación, prejuicios, y por eso lo asesinaron en la cruz.

Como cristianos debemos luchar contra toda forma de desprecio racial, económico, político y religioso. Todavía hay mucho racismo y clasismo, y también fanatismo religioso y político. La gente pobre y miserable es despreciada por todos los poderes de este mundo. Y como no pueden defenderse, experimentan toda clase de injusticias. En verdad la creación entera gime con dolores de parto y espera la manifestación de los hijos de Dios. Vivimos en un mundo donde los despreciados son una multitud. En el seno de tantos hogares se vive el desprecio de los cónyuges entre sí, de padres a hijos y viceversa, por ejemplo. No podemos despreciar a nadie, nunca. Más bien apreciar las cualidades de cada uno, no importa su situación. Toda persona está hecha a imagen y semejanza de Dios y merece respeto. El que desprecia se hace daño a sí mismo.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

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