miércoles, 26 de febrero de 2020

LA LEY Y LO IRRACIONAL.



Una de las grandes crisis de la humanidad es la de involucionar y estacionarnos en el tiempo donde la humanidad resolvía sus conflictos de manera violenta y hasta brutal. Es tentación común en casi todos nosotros en algún momento, la de cerrar los puños y lanzar un grito de guerra contra el supuesto o real adversario. Es esto instintivo, dada nuestra realidad material evolutiva como cualquier mamífero, que actúa ante la amenaza huyendo o agrediendo. El recibir de Dios el alma y ser desde ese momento trascendental seres humanos no exime que mantengamos los instintos y reacciones propias de cualquier animal al ser atacados. Pero el progreso de la humanidad ha implicado justamente el crear un sistema jurídico donde las leyes se imponen y regulan las relaciones humanas para resolver conflictos, y cubren todas las áreas de la convivencia humana. Y detrás de todo esto hay
un desarrollo humano basado en la relación con Dios y la religión, los sistemas económicos y políticos, las diferentes formas de convivencia social, todo esto fundamento vivencial del sistema jurídico. La humanidad se ha ido “humanizando”, valga la redundancia, y todo esto es un tesoro que no podemos perder. No podemos volver a la ley de la selva.

Y este es nuestro grave problema: por la corrupción, esa degeneración de las virtudes humanas, transformándolas en anti valores para saciar apetitos de riqueza, placer, fama, odios y rencores, la humanidad se va deteriorando. Entonces las leyes morales, religiosas, civiles, políticas, económicas se van distorsionando, sirviendo a unos pocos. Caemos entonces en la ley de la selva: los que más pueden las ponen burdamente a su servicio. Por eso Jesús dijo que la ley es para el hombre, simbolizada en el sábado.

Si queremos reformar lo que se está pudriendo, salvar la convivencia humana renovando todas nuestras leyes, la clave está en ver si sirven al ser humano, protegiendo a los más vulnerables, promoviendo el bien común, el respeto a la vida, a su dignidad, a sus bienes, a su libertad de expresión. Para eso los que legislan y aplican las leyes deben estar muy conscientes de cuál es el
propósito de las mismas. No están para proteger monopolios, estructuras injustas, intereses de poderosos, sino el bien común, el interés de todos. Y es aquí donde entra la religión, como forma visible de espiritualidad, de encuentro con el Señor. Ayudar y promover el cambio del corazón humano, para que entre en comunión con Dios y así influir en el desarrollo de la humanidad, en ese caso concreto, el de tener y aplicar leyes justas. Si hay una humanidad renovada, las leyes serán buenas y se respetarán.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

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