Señor, la pasión del mundo es la tuya propia. No hay lágrima, dolor, angustia y pesar donde tú no estés sufriendo lo tuyo. Toda tragedia, desastre natural, guerras, explotación del pobre, marginación de los desechables, separaciones familiares, traiciones y crímenes, en todo tu corazón amantísimo sufre. Y eso es efecto de la encarnación tuya. Siendo Dios al hacerte hombre, no sólo asumiste la realidad personal del hombre Jesús de Nazaret, siendo Dios y hombre en él, sino que asumiste toda la realidad creada, desde los billones de galaxias hasta las moléculas que componen todos los seres creados. Todo lo estás recapitulando, haciéndolo tuyo, asumiéndolo para entregarlo al Padre. Todo está en divino movimiento y ascendente. Pareciera fuéramos hacia el abismo, hacia la destrucción del planeta, porque todo lo malo hace ruido, como cuando se tala un árbol gigante y se derrumba. Pero hay otros árboles que siguen creciendo, están allí erguidos, aguantando los vientos y soles, firmes mirando al cielo. Y tú estás en medio de todo, dentro de todo, llevando todo hacia arriba, hacia el cielo. Sí vamos hacia arriba, hacia la plenitud, en medio de este valle de lágrimas, pero vamos hacia el cielo en medio del dolor.
Sagrado Corazón de Jesús, sé que estás ahí. En los llantos de las viudas, las soledades de los huérfanos, el hambre de los famélicos, la desesperación de los que no encuentran empleo, las enfermedades terminales, los sepelios de los que entierran solos, sin nadie que los llore. Estás ahí Señor y escuchamos tu llanto, tu grito ensordecedor, como cuando moriste en la cruz. Un grito indefinido, como el que recoge todos los llantos y gritos del mundo. No estamos solos. Tú lloras con nosotros. Eres el Dios con nosotros. No puedo verte de otra manera, sólo y arriba, separado de todo, deseando ser adorado como Cristo Rey, pero sin derramar una lágrima. No puedo verte como un Dios solitario, indiferente a todo.
Por eso no puedo adorarte solo con mis palabras y rezos. No puedo quedarme solo viéndote en el sagrario y alabándote. No puedo decirte que te quiero sino escucho tu llanto, sufro tu dolor, y siento tu pasión. Por lo que debo ser como la Verónica y buscar tu rostro desfigurado y con el paño de mis acciones limpiar tu cara de la tierra y la sangre, sanar tus heridas abiertas, calmar tu dolor por tantos golpes. Debo buscarte donde estás sufriendo: en los enfermos, encarcelados, desempleados, abandonados, hambrientos, traicionados, desechados, y aliviar tu dolor, sanar tus heridas, acompañarte en tu pasión. Sólo así te podré adorar, Sagrado Corazón de Jesús. Amén.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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