En nuestros países latinoamericanos, muchos de nosotros exhibimos penachos, no como el de nuestros heroicos caciques legendarios que derramaron su sangre defendiendo a lanza y flechazos la tierra ultrajada por el europeo invasor. Más bien a nosotros nos encanta como borrachos vivir embriagados del vino seductor de la raza “superior”, que nos exhiban en la plaza del mercado sin rubor cualquier espejito, idiotez envuelta con primor que venga del primer mundo, de don míster el embaucador señor, creyendo que cualquier cosa que venga de ellos será mejor.
Ya sea, mire usted, los desfiles de modas de mujeres casi famélicas envueltas en ropas tan raras, exóticas, así como de caras, así las formas de lucir aún las más ridículas, como andar los cabellos parados, o enseñando el ombligo con cara de alienado, o ponerse unos pantalones tan ajustados que parecen los varones bailarines, o quitarse los mismos las cejas, y ya sean hombres o mujeres clavarse en las orejas, en las narices o en los labios anillos como esclavos, o tatuarse hasta la coronilla, y danzar bailes en extremo depravados, todo eso nos encanta y así exhibimos en la cabeza las plumas mal llevadas de nuestros penachos.
Nos encanta leer las historias más degeneradas de cantantes y actores que cambian de pareja, no importa la que sea y se acuestan con cualquiera y para más locura inhalan coca como linda tarea. Pobrecitos rodeados de lujos y tantos millones son sus vidas miseria envuelta en galardones de los que da la Academia para tapar su indecencia. Y ahora nos inundan con basura la más asquerosa de acciones las más depravadas diciendo que no hay límites en experimentar lo que uno quiera y que uno es la medida de cualquier cosa, y que está en la mente crear lo que sea, que la naturaleza se moldea al capricho del que actúa porque al fin de cuentas todo es cuestión de cultura.
Nos encanta leer las historias más degeneradas de cantantes y actores que cambian de pareja, no importa la que sea y se acuestan con cualquiera y para más locura inhalan coca como linda tarea. Pobrecitos rodeados de lujos y tantos millones son sus vidas miseria envuelta en galardones de los que da la Academia para tapar su indecencia. Y ahora nos inundan con basura la más asquerosa de acciones las más depravadas diciendo que no hay límites en experimentar lo que uno quiera y que uno es la medida de cualquier cosa, y que está en la mente crear lo que sea, que la naturaleza se moldea al capricho del que actúa porque al fin de cuentas todo es cuestión de cultura.
¿Dónde están nuestros valores, principios y fe probada?
¿Dónde queda la dignidad que nos transmitieron los mayores?
¿Dónde está el honor y las tradiciones de nuestros antepasados heredada?
¿Dónde está la vida familiar entretejida en sus alegrías y dolores?
¿Dónde está nuestra música ancestral, danzas y costumbres junto con los platos favoritos que de niños degustábamos? ¿Quién conoce las historias de nuestros próceres y camina por las sendas de nuestras montañas conociendo los rincones de nuestra patria?
Todo es soñar con conocer Miami, París o Londres, y vestir como aquellos o comer como los otros, pero lo peor es conducirse en la vida con ideas de aquellos depravados que distorsionan los valores y que promueven un mundo degenerado de horrores. Nos encanta exhibir el penacho y decir que todo lo de fuera es mejor, y eso lo saben los extranjeros de cualquier profesión, y así nos tratan ofreciéndonos el espejo a cambio de nuestra sumisión. ¿Cuándo aprenderemos la lección y seremos pueblos dignos y grandiosos desarrollando lo que somos y aprendiendo lo bueno del otro haciéndolo nuestro sin perder nuestra genuina condición?
Y ahí vemos a las pobres mujeres nuestras con contextura física de nuestro valioso mestizaje, con dietas y pastillas para tener el cuerpo de la inglesa, cuando la talla y los huesos con que el Creador las dotó son diferentes, olvidando que la belleza viene de ser fieles a lo que Dios nos dio tal y como nos creó. Y para rematar alguno dijo que ha visto más rubias en un país caribeño que en Suecia donde él se crió. Imitando lo que no somos siempre seremos copias de segunda despreciando nuestro auténtico yo. Ser negro, mulato, indio o mestizo, chino o blanco, la América nuestra es de razas un crisol, un componente hermoso y variado como un manantial de múltiples colores escanciado, con caracteres, costumbres, danzas, comidas, ropa y acentos, todo ya mezclado, en ese continente que cree en Dios y vive su infortunio, por ser tan mal llevado en su historia de mucha sangre y hambre que, por ser tan rico en todo, ha sido vilmente expoliado.
Ojalá lleváramos el penacho de nuestros caciques heroicos que defendieron nuestras tierras y creyeron que era sagrada y por eso la respetaron luchando con bravura para que no fuera violada. Ojalá aprendiéramos de los europeos a tocar el piano, leer filosofía, componer versos y ejecutar melodías. A estudiar ingeniería y ciencias variadas, administrar los bienes y no hacer fechorías, y buscar el silencio para centrarnos en el misterio, y tener algo de monje y de científico, de pensador y de emprendedor en cualquier campo, imitando lo bueno y desechando el estiércol. Ojalá aprendiéramos de los gringos el amor al trabajo, el respeto a la ley y producir con esmero lo adecuado, y de los japoneses la disciplina y el detalle de avanzar
perfectamente en cualquier arte o ciencia, y el sentido de pertenencia a un pueblo que no se doblega.
Ojalá aprendiéramos lo bueno y rechazáramos lo malo, y no empeñarnos en ser europeos o gringos de segunda, rechazando lo nuestro, lo genuino y auténtico, para terminar, siendo una grosera caricatura de un primer mundo perdido en su rechazo divino, que ahora dice que no hay base en natura sino que todo nace de la mente, absurda y trágica locura.
Autor: Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.
Libro "Clamor Entre Llamas"
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