Una de las cualidades que debe tener todo piloto de aviación es la de saber mantener la calma en medio de una tormenta, o de una de esas turbulencias comunes, donde inclusive el avión pierde altura. No digamos cuando se avería un motor o tiene que realizar un aterrizaje forzoso porque no le funciona el tren de aterrizaje. La serenidad, el control de las emociones, el tener una mente fría y analizar paso a paso lo que debe hacer le permitirá de mejor manera manejar esos momentos de crisis. Igual pasa con tu vida, de la que debes ser responsable así como lo es el piloto con su nave repleta de pasajeros. Porque es cierto que de una manera u otra conduces una nave donde va tu familia, amigos, los compañeros de la empresa, y otras personas.
Si te atribulas, pierdes con facilidad el control de tus emociones, te enojas, gritas, lloras, te desmoronas, estás afectando no solamente tu persona, sino a otros. Y eso a la larga destruye matrimonios, familias, corporaciones, y tú mismo te vas triturando. Quizá por eso hay tanto alcoholismo y drogadicción. Se buscan calmantes que bajen la tensión nerviosa y lo serenen. Y eso al final es fatal. Perder la calma implica dejar que pensamientos negativos te atormenten, y si estás agotado, círculo vicioso, (ya que el estrés provoca pesimismo y éste provoca más tensión), te vas convirtiendo en un saco de nervios. Y esto te lleva a ser agresivo con otros, poco tolerante, o lo contrario, a dejar pasar todo, desinteresarte de lo que sucede, terminando siendo un lastre o peso muerto que hay que arrastrar. Agresividad o indolencia son reacciones ambas dañinas y rompen vínculos de relaciones humanas. O terminas siendo un lobo furioso o un oso perezoso; ninguna de estas dos actitudes y comportamientos te ayudarán a ser mejor esposo, mejor padre, o mejor compañero, socio, o amigo. Hay que serenarse, hacerse violencia interior y buscar controlar tus emociones, dejando de ser tan primario en tus reacciones, pensando antes de hablar, respirando hondo antes de responder con una grosería, sabiendo que no se arregla nada con gritos y ofensas.
Y para eso nuestro mejor ejemplo es Jesús, quien fue siempre dueño de sí mismo, irradiando paz y serenidad, aún en los peores momentos. Cuando lo insultaban, le hicieron un juicio injusto con testigos falsos, lo torturaron y lo mataron en una cruz, en ningún momento se descontroló. Al contrario, pudo responder con misericordia a sus enemigos, y pronunciar en la cruz palabras tan profundas y sabias, y morir con la elegancia propia de alguien que sabía que ofrecía su vida por una causa justa, salvarnos. Todo serenamente.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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