Nosotros tenemos un caudal de energía y un tiempo limitado de vida, algo así como cualquier batería, aunque la comparación sea inadecuada. Esto nos permite entender que todo recurso en la vida es limitado. No gozamos de permanencia y menos de infinitud como seres humanos. Otra cosa es ver todo desde la fe y la eternidad. Cuando uno toma conciencia del valor del tiempo y de que este recurso no es renovable, y cuando uno mira atrás y ve que lo que pasó no puede repetirse, de que es irreversible el paso de las horas, días, meses y años, uno toma más en serio la vida. En muchos caso cuando esto sucede es un poco tarde, y la cantidad de tiempo perdido en la vida es escandaloso. Podríamos comparar esto a la bancarrota de un banco o una gran empresa, cuando se han tomado malas decisiones y se desploman todos los activos económicos.
Cuántas vidas arruinadas por los vacíos dejados, algo así como “agujeros negros” en el espacio sideral humano de existencias que terminan en un fracaso rotundo, provocando grandes frustraciones y frustración. Y esto se agrava cuando uno compara su vida con la de otros que sí han aprovechado ese recurso llamado tiempo de manera intensa. O cuando uno mira atrás y se da cuenta de que tantas tareas que quedaron inconclusas, retos que no fueron enfrentados, metas que no fueron no solamente alcanzadas, sino siquiera comenzadas a realizar.
Todos hemos sido diseñados por el Creador para realizar en un tiempo adecuado una existencia plena. Tenemos los atributos personales necesarios para eso. Cada persona, aun la que nació con impedimentos físicos o mentales pronunciados, está destinado a ser alguien significativo para otros y ocupar un lugar en el corazón de ellos. Y ya eso es suficiente. Y en el caso nuestro, todos esos recursos personales cuando no son utilizados como debe ser, sino “enterrados” como en la parábola de los talentos, se convierten en nuestros acusadores en ese juicio final al que tendremos que acudir de manera inevitable.
Por eso valoremos el tiempo que tenemos y los dones que el Señor nos ha dado. Apreciemos cada día que tengamos como una gran oportunidad dada por el Creador. Desarrollemos esas capacidades personales al máximo. Ocupemos la horas y minutos en cosas positivas. No perdamos del tiempo en necedades, vagancia y ociosidad, ni tampoco en conflictos absurdos, peleas estériles, enfrentamientos desgastadores, confrontaciones que minan la energía que Dios nos ha dado. Cuánto tiempo perdido en discusiones sin contenido, solo para demostrar que yo tengo la razón, provocando abismos entre las personas y resentimientos. La vida se va tan rápido y qué triste es darse cuenta de tanto tiempo perdido.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.
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