El más importante negocio es su propia vida y es la empresa a la que usted tiene que dedicarle la mayor atención. Por más éxito que tenga usted en los negocios y otras actividades, si es un pobre desgraciado que se olvidó de reír, de abrazar, de consolar, de creer, de amar y perdonar, de comunicarse sinceramente escuchando y expresándose, usted ha fracasado notablemente. Su mayor inversión debe ser en su propia persona, en tiempo, dedicación, atención, cultivo de principios, purificación de actitudes negativas, lectura, oración y fe.
Pues hoy quiero tocar el tema de algo que puede estar socavando todo su desarrollo humano y espiritual, y es el fatalismo. ¿Y qué es eso? Es la actitud y comportamiento de personas que creen que todo ya está “escrito”, que las “estrellas o inclusive el destino, o el universo”, han trazado su camino y que nada se puede hacer para cambiar las cosas. Que ya hay una trayectoria definida por fuerzas externas e internas que lo conducirán al fracaso, a la derrota, a la aniquilación. Eso es falso. Esta actitud puede ser en parte heredada por un contexto familiar de personas que han cultivado el negativismo y que todo lo han visto de manera pesimista. Que en su lenguaje y comunicación diaria son comunes las expresiones como: “nada se puede hacer”, “para qué luchar más por esto”, “retirémonos de aquello porque será un fracaso”, “no creas que será posible, ya que nadie lo ha logrado”, “no creas en nadie”, etc. Cómo influye el lenguaje en el comportamiento humano.
El fatalismo es contagioso y hay sociedades y hasta países donde reina el desánimo y el pesimismo y se crea una cultura de la sospecha donde nadie cree en nadie. Es común encontrar personas que dicen: “en nuestro país sólo hay corrupción”, “no servimos para nada”, “todo lo extranjero es mejor”, “para qué emprender esto si será un fracaso”, “no vamos a ninguna parte”, y así se crea un ambiente y hasta una cultura del negativismo con la percepción y prejuicio de que ser nacional de ese país no sirve para nada y es hasta vergonzoso.
Entonces como el motor del desarrollo humano y social es tener la certeza de que el ideal propuesto es válido y de que lo podremos lograr si creemos en nosotros mismos, por lo tanto, si cultivamos una autoestima positiva, alta y permanente, no habrá manera de lograr nada individual y colectivamente, si no eliminamos el negativismo y el fatalismo. Y ese es nuestro gran reto.
¿Cómo se han levantado países que han estado en la ruina total? Vea usted el caso de Alemania y Japón, devastados en la segunda guerra mundial, habiendo perdido parte de su mayor recurso, el capital humano, con millones de personas muertas y destruida gran parte de su infraestructura de carreteras, fábricas, producción agrícola y otros muchos bienes materiales. ¿Qué pasó con ellos? Es cierto, Estados Unidos ayudó en la recuperación, pero el alma japonesa, e igual pasa con el alma alemana, siempre ha creído en sí misma, tiene conciencia de nación, practica la solidaridad y trabaja con disciplina y organización. Ellos, esos dos pueblos, han creído que pueden resurgir y así lo han hecho, reorganizándose, reconstruyéndose, recuperándose en todos los órdenes y allí los vemos los primeros en tecnología, seguridad, economía, transporte, democracia.
Cultivar el fatalismo es mantener la conciencia de un alma primitiva que daba poder divino al rayo, las lluvias, las estrellas, el sol, los hechiceros y adivinos. El fatalismo cree firmemente que fuerzas externas lo dominan a uno, lo condicionan y le impiden el desarrollo. Y eso es absurdo. Tenemos fuerzas interiores inmensas dispuestas a manifestarse, a desarrollarse si descubrimos ideales y causas grandes y luminosas por las que vivir. Se harán presentes sin creemos en nosotros mismos y en Dios.
El fatalismo se alimenta de pensamientos y actitudes negativas y frena cualquier impulso de superación, de transcendencia, de crecimiento individual y social. Hay sociedades enteras que “no levantan la cabeza” y se sienten siempre conducidas al fracaso. Hay grupos económicos, como micro, pequeñas y medianas empresas, al igual que cooperativas, que caen en una especie de hipnosis colectiva, y comienzan a creer y a pronunciar en su mente y verbalmente frases como estas: “somos unos fracasados, no podremos salir adelante, los otros son mejores, nuestros productos no tienen calidad, todo está muy difícil, el mercado no compra ni comprará, etc.”
Hay que romper ese hechizo, esa maldición nuestra. No es cierto que todo está escrito. Somos los autores y protagonistas de nuestro propio desarrollo. Podemos hacer cosas grandes, hermosas, excelsas, siempre con Dios con quien somos invencibles.
Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.