domingo, 24 de enero de 2021

REPRIMIR EL HABLA





Una de las cosas que distingue al ser humano de los otros mamíferos, del resto de animales y de toda la creación es la del lenguaje. Ciertamente hay en todos los seres vivos formas de comunicación y ciertos códigos de sonidos que tienen, por ejemplo, los lobos, los delfines, los pájaros y cualquiera otra especie, inclusive gestos que anuncian un estado de ánimo en las criaturas. Pero un lenguaje como tal, articulado y expresando infinidad de situaciones, hechos, cosas y pensamiento abstracto, solo lo tiene el ser humano. Y eso le permite comunicarse de manera plena con otras personas. Reprimir esto o hasta eliminarlo ocasiona un trauma, una dificultad enorme para el desarrollo de la persona. Otra cosa son los que deciden entrar en algún monasterio de clausura y voluntariamente hacen voto de silencio para el resto de sus vidas. De todos modos siguen leyendo, escribiendo y hablando con Dios que es lo más importante.

Pues hay un hecho en el Evangelio donde Jesús expulsa a un demonio de una persona que era muda y ella inmediatamente se pone a hablar. Me imagino los años de sufrimiento, de amargura y de frustración por no poder comunicarse. Ese silencio obligado y torturante que lo mantenía aislado de la gente. Esa angustia por querer expresarse y no poder hacerlo. El exorcismo lo convierte en persona libre y capaz de dialogar. Porque una de las bellezas propias del lenguaje es poder comunicarnos de manera profunda con otras personas; escuchar, expresar ideas y sentimientos, emociones y conceptos, y entablar una comunión con otras personas. Sentirse escuchado, aceptado, comprendido y al mismo tiempo hacer lo mismo con otra persona. Esto te eleva, te sitúa en un nivel más humano, más noble, más digno. Te enriquece humanamente. Y si es con Dios, pues ahí está lo máximo del gozo espiritual. Tener con Dios una comunicación y comunión profunda te hace vivir una existencia más plena.

Pues un gran drama de la humanidad consiste en eso, en no expresar sentimientos, emociones, pensamientos a otros. No tener a nadie que te escuche. O no querer uno comunicarse con nadie. Y lo que es peor, expresar solo insultos, ofensas, groserías, ideas negativas, mentiras, calumnias. O escuchar eso de otras personas. Usar el lenguaje para destruir. Pues Jesús vino a liberarnos de todo eso. A purificarnos, reconstruirnos, hacernos buenos y santos. A echar de nosotros esa maldad contenida y acumulada que nos hace groseros y ofensivos. O que nos encierra en nosotros mismos y reprime todo lo bueno que podemos hacer y decir. Debemos pedirle al Señor eso, que rompa las cadenas que nos impiden una sana y buena comunicación. Eso es fundamental.

Monseñor Romulo Emiliani c.m.f.

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