Sí, cada día es nuevo, único, irrepetible, grandioso y clave en nuestro desarrollo personal, aunque algunos estén envueltos en la penumbra de lo cotidiano y rutinario. Esos que aparecen como aburridos y sin “luces” pueden engañarnos. Detrás de esa neblina que esconde la espesura y el verde del bosque, hay toda una belleza radiante de la naturaleza. La prueba es que cuando el sol comienza a vencer la niebla y aparecen los diversos matices del color verde y la frondosidad de los árboles, quedamos maravillados de la hermosura de la vegetación brillando en su esplendor. Deberíamos celebrar cada día con la misma esperanza con que nos enfrentamos al nuevo año. Detrás del grisáceo tono de la monotonía puede aparecer una luz que nos irradie el alma y toque lo profundo del ser. Puede ser en la meditación y oración, o en el encuentro con alguien, o a raíz de algún acontecimiento concreto. Porque cada día tiene su riqueza, su sabor especial, su razón de ser. Y cada día va tejiendo una vida entera, dándole su valor y hondura y es terreno fértil para crecer, aún en lo tedioso que puedan suponer ciertos momentos del mismo.
Está bien que celebremos y tengamos puestas nuestras esperanzas en el año que comienza cuando la tierra completa su vuelta al sol. En verdad que el “astro rey” tiene en sus manos parte del porqué estamos vivos: sus rayos hacen el planeta habitable, si no moriríamos congelados, además de otras funciones naturales. Pero también cada día es como un año nuevo, porque cumples un ciclo de 24 horas, el que da la tierra alrededor de sí misma, donde duermes y te despiertas, trabajas y descansas, terminas una labor y la vuelves a empezar. Y “cada día tiene su afán”, dice Jesús, porque reúne en si lo necesario para vivir en plenitud lo que te hace persona: tu relación con Dios, con los demás, con la naturaleza y contigo mismo.
Por lo tanto, al levantarte por la mañana da gracias a Dios de que estás vivo y con otra oportunidad para elevar tu conciencia, amar, servir, perdonar, ser perdonado, compartir tu vida con otros, ayudar a que este mundo mejore. Aprovecha ese día que comienza y ponte un plan de realización de prioridades y a cumplirlas en lo posible. Recuerda además que es un día más de vida y uno menos, por lo que debes vivirlo en plenitud. Son horas y minutos que van pasando y no vuelven más, por los que hay que sacar provecho de ese tiempo que Dios te regala. Y no te olvides de que con Dios eres invencible.
por Monseñor Romulo Emiliani C.M.F.
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