jueves, 18 de febrero de 2021

JESÚS NUNCA CLAUDICÓ.


Jesús fue tentado por el diablo para que abandonara su misión. Que hiciera otra tarea, fácil, exitosa, pero aliado a Satanás. Jamás cayó en ninguna tentación diabólica. Jesús fue tentado por los fariseos y demás miembros de la casta religiosa reinante para que se acomodara a ellos, y Jesús jamás aceptó sus ofertas. Hubiera sido un servil predicador de la ley y tradiciones judías, hubiera vivido muchos años y sin problemas Jesús fue tentado por el Imperio para que abandonara su camino y jamás lo hizo. Solo con hacerse amigo de Herodes o de Pilato y haber predicado en favor de ellos se hubiera salvado. Al no aceptar nada de ninguno de los poderes de su tiempo, Jesús fue amenazado por los fariseos y sacerdotes judíos, perseguido y calumniado por ellos, y jamás dejó la misión que Dios Padre le había encomendado.

Jesús sabía que le esperaba la muerte si no hacía lo que el Imperio le mandaba, y nunca dejó de seguir su camino. Nunca adoró al César. Jesús fue tentado por sus discípulos para que no siguiera predicando de esa manera ya que lo podían matar, y él jamás aceptó esos consejos. Jesús fue abandonado por muchos de los setenta y dos discípulos porque rechazaban su mensaje de comer su cuerpo y beber su sangre y Jesús siguió adelante. Fue abandonado en el momento supremo de su pasión por sus discípulos y hasta traicionado por dos de ellos, y Jesús siguió adelante.

Jesús fue siempre fiel a su misión, fiel a Dios padre, a sí mismo y a la humanidad. Su integridad fue total y su decisión radical, seguir hasta el final. Cristo era de una sola pieza, y por eso fue llamado la piedra angular. Jesús es nuestro mejor modelo sobre la fidelidad. De hecho no hay obra grande que se haga si uno no es fiel al ideal que lo mueve. Todo lo que permanece en la historia se ha realizado gracias a la fidelidad de los que lo han realizado. La fidelidad implica un sacrificio muy grande. En el caso de Jesús hasta dar la vida. Y esa fue la prueba clara de que creía en su misión, amaba la realización del Reino de Dios en la tierra y la tarea sublime de salvarnos.

Muchas obras se vienen abajo porque no hay fidelidad a la misión encomendada. No hay perseverancia ni aguante. No se quiere pagar el precio por cumplir la misión: sacrificio, esfuerzo, sufrimiento, desgaste, incomprensión, dejar inclusive lo bueno por lo mejor. Se quieren hacer las cosas siguiendo el atajo de lo fácil, lo cómodo, la trampa, el engaño. Así no se va a ningún lado.

Monseñor Rómulo Emiliani c.m.f.

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